Diferencia entre revisiones de «Don Francisco de Quevedo Villegas (Conclusión)»
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«Desacredita, Lelio, el sufrimiento...»
no por su gala, sino por su severidad, perfecta estructura y conveniente tono: es un verdadero soneto
No son estos los únicos sonetos buenos que pueden entresacarse en los del género serio, pero son en nuestro concepto los más notables. En algunos otros brilla una llamarada de inspiración en el primero o dos primeros cuartetos, y después desaparece en lo demás.
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La composición que en la Musa VIII <ref>Todas las composiciones que ahora vamos citar están en esta Musa.</ref> se llama Silva sexta, es una égloga en sextinas. Es un conjuro amoroso, imitación de Teocrito y Virgilio, escrito con mucha pureza y muy buen gusto. No falta en esta composición sentimiento tierno y delicado, y se nota además galanura. Véase una de sus estrofas;
<poem>
Más visto he, Galafrón, una paloma,
Cierta señal que Citeréa ayuda;
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¡Oh poderosa fuerza del encanto,
Que tanto puedes, que has podido tanto!
</poem>
La llamada Silva quinta, es una composición moral alegórica bellísima. En ella se exhorta a una navecilla a que no se entregue a los peligros del mar:
<poem>
¿Dónde vas, ignorante navecilla,
Que olvidando que fuiste un tiempo haya,
Aborreces la arena de esta orilla
Donde te vió con ramos esta playa?
</poem>
La silva séptima, ''El reloj de arena'', está escrita con tanta soltura, que quien no tenga el gusto bien formado, podrá tacharla de
Nótase sin embargo en estas composiciones cierta dificultad en la expresión de los conceptos: el poeta es inferior al filósofo. Hemos dicho que estas composiciones se parecen mucho a las de Rodrigo Caro; el que esté nutrido en la lectura de este poeta no tendrá dificultad en concederlo: bastará tener presente Las ruinas de Itálica para hallar cierta semejanza entre dicha composición y esta:
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Tampoco afirmo que sean de Quevedo todas las composiciones que publicó su sobrino; algunas se sabe de cierto que son de otros autores, y no sería temerario tener alguna desconfianza acerca de que todas las demás le correspondan. El modo como se hizo esta edición es bastante para justificar este recelo.
Nada es más digno de notarse que la gran desigualdad que se advierte en las poesías de Quevedo. Entre ellas hay poesías de primer orden, buenas, medianas, y malas en tal grado, que se desdeñaría de reconocerlas por suyas el más despreciable poetastro de nuestros días. Esto se explica, teniendo presente que Quevedo es poeta que corresponde a dos épocas: en la primera dominaba todavía el gusto de nuestros clásicos, Garcilaso, León y Herrera; en la segunda cundía
Fácil es ya conocer que ninguno de los juicios generales que de las
Resumiendo cuanto dejo
{{c|Zacarías Acosta y Lozano.|}}
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