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Edmundo de Goncourt escribió después de morir su hermano (1870), cinco libros: La fille Elisa, Les frères Zenganno (alegoría de sus trabajos y vida íntima), La Faustin, Cherie y La casa de un artista en el siglo diecinueve. En todas estas obras parece que subsiste el espíritu del hermano muerto, que ayuda al que vive en sus trabajos de arte, de poesía, de observación, de investigación. También se ve a menudo la tristeza de Edmundo, que se queja entre líneas, con suma discreción y delicadeza, de la soledad de su vida artística. Como él no puede hacer que vuelva a la tierra el alma de Julio a llenar con sus inspiraciones las páginas de los libros nuevos, ganoso de hacerle hablar, de hacerle decir algo al público que ahora presta la simpática atención tanto tiempo negada neciamente, el hermano cariñoso ha recogido en un tomo de 326 páginas las cartas que Julio y él escribieron a multitud de amigos, y muchas de Julio solo. En este punto hay quien sospecha un piadoso engaño; hay quien cree que Edmundo, reservando para sí los libros que todavía puede escribir, atribuye al hermano muerto mayor parte de la que le corresponde en la que probablemente fue tarea común. De todas suertes, el libro es digno de atenta lectura y tiene unidad, a pesar de la variedad infinita de los asuntos y de la poca importancia presente de muchas de las materias sobre que versa no pequeña parte de la correspondencia publicada. En España, donde apenas se leen las historias de los historiadores y las novelas de los novelistas, menos se ha de atender a estos libros curiosos, que revelan la vida íntima, el corazón y hasta los caprichos de un escritor querido y admirado. Aquí no hay todavía libros de esta clase, y tal vez se tuviera por impertinente al que se atreviera a publicarlos. Cuando alguien publica aquí cartas, es porque las ha escrito pensando en el público.
 
En las de Julio de Goncourt no hay ningún aliño falso, ninguna preparación que les quite el encanto de dulce abandono y de la espontaneidad franca y sincera. En esta correspondencia, o, mejor, cartas sueltas, cuya contestación ignoramos, hay, como en las de Flaubert a [[Jorge Sand]], publicadas el año pasado, un gran interés psicológico, y sobre todo artístico. Sin valer tanto, ni con mucho, como las de Flaubert al autor de Indiana, revelan, sin embargo, secretos de la vida estética del artista moderno, del gran artista, se entiende, no de ese que linda con el bohemio y hace de sus vicios y desórdenes, por lo menos, un cuartel de su escudo nobiliario de genio.
 
El psicólogo, el fisiólogo, el crítico, el artista, el público, lo mismo que quien lee nada más por sentir interés y admirar bellezas y llorar y reír, pueden sacar provecho de las cartas de Goncourt.