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Revisión del 14:54 20 ene 2017


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Por destronar a Alah, Ibliis despliega en labios del rumi, frase galana, y a saborearla, tímida, se entrega Lalla Hannifa, la virgen musulmana.

El amor la deslumbra. Nueva aurora le presagia en sus fúlgidos destellos, y tiende el alma al alma que la implora en el mirto que adorna sus cabellos.

Se olvida de su fe. Reta al Destino. Mas huyendo en la noche solitaria, conjura a los fantasmas del camino susurrando enigmática plegaria.

Quiere sondear el porvenir, y vuelve los ojos hacia el golfo que dormita, y la ciudad en brumas se resuelve en el albo esplendor de una mezquita.

Ya en el mar, al singlar hacia ese puerto con que soñó en instantes de extravío, siente el brusco aletazo de lo incierto sobre su rostro demudado y frío.

Es la noche beatífica y serena, y de las olas, rumorosa fluye esa fuerza invencible que encadena el sueño en flor con el ensueño que huye...

¡Lalla Hannifa! ¡No más prisión ni reja! ¡No más velo celoso de tu encanto!... Sigue al grito de amor una honda queja, y al quererla besar bebe su llanto.

Y la nave recoge su velamen... Parece una mujer que se arrebuja trémula, al ver que sufran los que amen y el mar no se estremezca, ¡el mar no ruja!

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De los ojos de Hannifa cae la venda y ante el temor de que su fe refluya, se transfigura en la suprema ofrenda: "¡Por Alah gime mi alma y seré suya!"

Víctima al fin de sus caprichos vanos murmura resignada: "Estaba escrito". Y siente que se templa entre sus manos, el corazón glacial del Infinito.