Diferencia entre revisiones de «Blancanieve y Rojarosa»
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Una pobre mujer vivía en una cabaña en medio del campo; en un huerto situado delante de la puerta, había dos rosales, uno de los cuales daba rosas blancas y el otro rosas encarnadas. La viuda tenía dos hijas que se parecían a los dos rosales, la una se llamaba
Iban con frecuencia al bosque para coger frutas silvestres, y los animales las respetaban y se acercaban a ellas sin temor. La liebre comía en su mano, el cabrito pacía a su lado, el ciervo jugueteaba delante de ellas, y los pájaros, colocados en las ramas, entonaban sus mas bonitos gorjeos.
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Una vez que pasaron la noche en el bosque, cuando las despertó la aurora, vieron a su lado un niño muy hermoso, vestido con una túnica de resplandeciente blancura, el cual las dirigió una mirada amiga, desapareciendo en seguida en el bosque sin decir una sola palabra. Vieron entonces que se habían acostado cerca de un precipicio, y que hubieran caído en él con solo dar dos pasos más en la oscuridad. Su madre las dijo que aquel niño era el Ángel de la Guarda de las niñas buenas.
Una noche, cuando estaban hablando con la mayor tranquilidad, llamaron a la puerta. -
-Acércate al fuego, pobre oso; contestó la madre, pero ten cuidado de no quemarte la piel.
Después llamó a sus hijas de esta manera: -
Entonces vinieron las dos hermanas, y se acercaron también poco a poco el cordero y la tórtola y olvidaron su temor.
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Las niñas le abrieron las puertas a la aurora, y él se fue al bosque trotando sobre la nieve. Desde aquel día, volvía todas, las noches a la misma hora, se extendía delante de la lumbre y las niñas jugaban con él todo lo que querían, habiendo llegado a acostumbrarse de tal modo a su presencia, que nunca echaban el cerrojo a la puerta hasta que él venía.
En la primavera, en cuanto comenzó a nacer el verde, dijo el oso a
-Me marcho, y no volveré en todo el verano.
-¿Dónde vas, querido oso? le preguntó
-Voy al bosque, tengo que cuidar de mis tesoros, porque no me los roben los malvados enanos. Por el invierno, cuando la tierra está helada, se ven obligados a permanecer en sus agujeros sin poder abrirse paso; pero ahora que el sol ha calentado ya la tierra, van a salir al merodeo; lo que cogen y ocultan en sus agujeros no vuelve a ver la luz con facilidad.
Algún tiempo después, envió la madre a sus hijas a recoger madera seca al bosque, vieron un árbol muy grande en el suelo, y una cosa que corría por entre la yerba alrededor del tronco, sin que se pudiera distinguir bien lo que era. Al acercarse distinguieron un pequeño enano, con la cara vieja; y arrugada y una barba blanca de una vara de largo. Se le había enganchado la barba en una hendidura del árbol, y el enano saltaba como un perrillo atado con una cuerda que no puede romper; fijó sus ardientes ojos en las dos niñas, y las dijo:
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-¿Qué hacéis ahí mirando? ¿por que, no venís a socorrerme?
-¿Cómo te has dejado coger así en la red, pobre hombrecillo? le preguntó
-Tonta curiosa, replicó el enano; quería partir este árbol para tener pedazos pequeños de madera y astillas para mi cocina, pues nuestros platos son chiquititos y los tarugos grandes los quemarían; nosotros no nos atestamos de comida como vuestra raza grosera y tragona. Ya había introducido la cuña en la madera, pero la cuña era demasiado resbaladiza; ha saltado en el momento en, que menos lo esperaba, y el tronco se ha cerrado tan pronto, que no he tenido tiempo para retirar mi hermosa barba blanca que se ha quedado enredada. ¿Os echáis a reír, simples? ¡Qué feas sois?
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Por más que hicieron las niñas no pudieron sacar la barba que estaba cogida como con un tornillo.
-Voy a buscar gente, dijo
-¿Llamar gente? exclamó el enano con su ronca voz; ¿no sois ya demasiado vosotras dos, imbéciles borricas?
-Ten un poco de paciencia, dijo
Y sacando las tijeras de su bolsillo le cortó la punta de la barba. En cuanto el enano se vio libre, fue a coger un saco lleno de oro que estaba oculto en las raíces del árbol, diciendo:
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Algunos meses después fueron las hermanas a pescar al río; al acercarse a la orilla vieron correr una especie de saltamonte grande, que saltaba junto al agua como si quisiera arrojarse a ella, echaron a correr y conocieron al enano.
-¿Qué tienes? dijo
-¡Qué bestia eres! exclamó el enano, ¿no ves que es ese maldito pez que quiere arrastrarme al agua?
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Pero el oso sin escucharle, dio a aquella malvada criatura un golpe con su pata y cayó al suelo muerta.
Las niñas se habían salvado, pero el oso les gritó: -¿
Reconocieron su voz y se detuvieron, y cuando estuvo cerca de ellas, cayó de repente su piel de oso y vieron a un joven vestido con un traje dorado. -Soy un príncipe, las dijo, ese infame enano me había convertido en oso, después de haberme robado todos mis tesoros; me había condenado a recorrer los bosques bajo esta forma y no podía verme libre más que con su muerte. Ahora ya ha recibido el premio de su maldad.
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