Diferencia entre revisiones de «Los ojos de los pobres»

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<div class="prose">{{encabezado con notas|[[El spleen de París]]<br>Los ojos de los pobres|Charles Baudelaire|{{Nota: El spleen de París|26}}}}
¡Ah!, queréis saber por qué hoy os aborrezco. MenosMás fácil os será comprenderlo, sin duda, que a mí explicároslo; porque sois, creo yo, el mejor ejemplo de impermeabilidad femenina que pueda encontrarse.
 
Juntos habíamos pasadopasamos un largo día, que a mí me había parecidopareció corto. Nos habíamos prometidohecho la promesa de que todos nuestroslos pensamientos serían comunes apara los ambosdos, y que nuestras almas ya no serían en adelante más que una; ensueño que nada tiene de original, después de todo, exceptoa porqueno ser que, soñado porsoñándolo todos los hombres, nunca ningunolo harealizó llegado a realizarloninguno.
 
Al anochecer, un poco fatigada, quisisteis sentaros delante de un café nuevo que hacía esquina cona un nuevo bulevar, nuevo, lleno todavía de cascotes y ostentando ya gloriosamente sus inconcluidos esplendores, sin concluir. Centelleaba el café. El gas mismo desplegaba todo el ardor de un estreno, e iluminaba con todas sus fuerzas los muros deslumbrantescegadores de blancura, los lienzos cegadoresdeslumbradores de los espejos, los oros de las barrasmedias cañas y de las cornisas, los pajes de rollizas mejillas infladas arrastrados por los perros en traílla, las damas risueñas con el halcón posado en el puño, las ninfas y las diosas llevandoque frutas,llevaban pastassobre yla carnecabeza sobrefrutas, suspasteles y cabezascaza; las Hebes y las Ganimedes ofreciendo a brazo tendido el anforilla de jarabe o el obelisco bicolor de los helados con copete: toda la historia, yentera de la mitología toda, puestaspuesta al servicio de la gula.
 
Enfrente mismo de nosotros, en el arroyo, estaba plantado un pobre hombre de unos cuarenta años, de faz cansada y barba canosa; llevaba de la mano a un niño, y con el otro brazo sostenía a una criatura demasiado débil para andar todavía. Hacía de niñera, y sacaba a sus hijos a tomar el aire del anochecer. HarapientosTodos todosharapientos. Las tres caras expresabantenían extraordinaria seriedad, y los seis ojos contemplaban fijamente el nuevo café nuevo, con igualuna admiración igual, que suslos edadesaños matizaban de modo diverso.
 
Los ojos del padre decían: «¡Qué hermoso! ¡Qué hermoso! ¡PareceríaParece quecomo si todo el oro del mísero mundo se hubiera colocado en esas paredes!» Los ojos del niño: «¡Qué hermoso!, ¡qué hermoso!; ¡pero es una casa donde solamentesólo puede entrar la gente que no es como nosotros!» Los ojos del más chico estaban demasiado fascinados comode sobra para expresar cosa distinta ade un gozo estúpido y profundo.
 
Los cancioneros suelen decir que el placer vuelve buena al alma buena y ablanda los corazones. Por lo que a mí respectatoca, la canción teníadijo razónbien aquella tarde. No sólo me había enternecido aquella familia de ojos, sino que me avergonzaba un tanto de nuestros vasos y de nuestras botellas, mayores que nuestra sed. Volvía yo los ojos hacia los vuestros, querido amor mío, para leer en ellos mi pensamiento; me sumergía en vuestros ojos tan bellos y tan extrañamente dulces, en vuestros ojos verdes, habitados por el capricho e inspirados por la Luna, cuando me dijisteis: «¡EstaEsa gente me esestá siendo insoportable con sus ojos tan abiertos como puertas cocheras! ¿Por qué no pedís al dueño del café que los ahuyente dehaga aquíalejarse
 
¡Tan difícil es entenderse, ángel querido, y tan incomunicable el pensamiento, aun entre seres que se amanquieren!
 
{{El spleen de París}}
{{Paginación2|La hermosa Dorotea|Muerte heroica}}</div>
 
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