Diferencia entre revisiones de «Historia del mercader y el efrit»

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'''PRIMERA NOCHE'''
 
'''HISTORIA DEL MERCADER Y EL EFRIT'''
Doniazada dijo a su hermana Schehrazada: "¡Oh hermana mía! Te ruego que acabes la historia del mercader y el efrit". Y Schehrazada respondió: "De todo corazón, y como debido homenaje, siempre que el rey me lo permita". Y el rey ordenó: "Puedes hablar".
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Ella dijo:
 
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado, dotado de ideas justas y rectas! que cuando el mercader vió llorar al ternero, se enterneció su corazón, y dijo al mayoral: "Deja ese ternero con el ganado".
 
Schehrazada dijo:
Y a todo esto, el efrit se asombraba prodigiosamente de esta historia asombrosa. Y el jeique dueño de la gacela prosiguió de este modo:
 
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que hubo un mercader entre los mercaderes, dueño de numerosas riquezas y de negocios comerciales en todos los países. Un día montó a caballo y salió para ciertas comarcas a las cuales le llamaban sus negocios. Como el calor era sofocante, se sentó debajo de un árbol, y echando mano al saco de provisiones, sacó unos dátiles, y cuando los hubo comido tiró a lo lejos los huesos. Pero de pronto se le apareció un efrit de enorme estatura que, blandiendo una espada, llegó hasta el mercader y le dijo: "Levántate, para que yo te mate como has matado a mi hijo". El mercader repuso: "¿Pero cómo he matado yo a tu hijo?" Y contestó el efrit: "Al arrojar los huesos, dieron en el pecho a mi hijo y lo mataron". Entonces dijo el mercader: "Considera ¡oh gran efrit! que no puedo mentir, siendo, como soy, un creyente. Tengo muchas riquezas, tengo hijos y esposa, y además guardo en mi casa depósitos que me confiaron. Permíteme volver para repartir lo de cada uno, y te vendré a buscar en cuanto lo haga. Tienes mi promesa y mi juramento de que volveré en seguida a tu lado. Y tú entonces harás de mí lo que quieras. Alah es fiador de mis palabras".
¡Oh señor de los reyes de los efrits! todo esto aconteció. La hija de mi tío, esta gacela, hallábase allí mirando, y decía: "Debemos sacrificar ese ternero tan gordo". Pero yo, por lástima, no podía decidirme, y mandé al mayoral que de nuevo se lo llevara, obedeciéndome él.
 
El efrit, teniendo confianza en él, dejó partir al mercader. Y el mercader volvió a su tierra, arregló sus asuntos, y dió a cada cual lo que le correspondía. Después contó a su mujer y a sus hijos lo que le había ocurrido, y se echaron todos a llorar: los parientes, las mujeres, los hijos. Después el mercader hizo testamento y estuvo con su familia hasta el fin del año. Al llegar este término se resolvió a partir, y tomando su sudario bajo el sobaco, dijo adiós a sus parientes y vecinos y se fue muy contra su gusto. Los suyos se lamentaban, dando gritos de dolor.
El segundo día, estaba yo sentado, cuando se me acercó el pastor y me dijo: "¡Oh amo mío! Voy a enterarte de algo que te alegrará. Esta buena nueva bien merece una gratificación". Y yo le contesté: "Cuenta con ella". Y me dijo: "¡Oh mercader ilustre! Mi hija es bruja, pues aprendió la brujería de una vieja que vivía con nosotros. Ayer, cuando me diste el ternero, entré con él en la habitación de mi hija, y ella, apenas lo vió, cubriose con el velo la cara, echándose a llorar, y después a reír. Luego me dijo: "Padre, ¿tan poco valgo para ti que dejas entrar hombres en mi aposento?" Yo repuse: "Pero ¿dónde están esos hombres? ¿Y por qué lloras y ríes así?" Y ella me dijo: "El ternero que traes contigo es hijo de nuestro amo el mercader, pero está encantado. Y es su madrastra la que lo ha encantado, y a su madre con él. Me he reído al verle bajo esa forma de becerro. Y si he llorado es a causa de la madre del becerro, que fué sacrificada por el padre".
 
En cuanto al mercader, siguió su camino hasta que llegó al jardín en cuestión, y el día en que llegó era el primer día del año nuevo. Y mientras estaba sentado, llorando su desgracia, he aquí que un jeique<ref>Un anciano respetable.</ref> se dirigió hacia él, llevando una gacela encadenada. Saludó al mercader, le deseó una vida próspera, y le dijo: "¿Por qué razón estás parado y solo en este lugar tan frecuentado por los efrits?"
Estas palabras de mi hija me sorprendieron mucho, y aguardé con impaciencia que volviese la mañana para venir a enterarte de todo".
 
Entonces le contó el mercader lo que le había ocurrido con el efrit y la causa de haberse detenido en aquel sitio. Y el jeique dueño de la gacela se asombró grandemente, y dijo: "¡Por Alah! ¡oh hermano! tu fe es una gran fe, y tu historia es tan prodigiosa, que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior de un ojo, sería motivo de reflexión para el que sabe reflexionar respetuosamente".
Cuando oí ¡oh poderoso efrit! -prosiguió el jeique- lo que me decía el mayoral, salí con él a toda prisa, y sin haber bebido vino creíame embriagado por el inmenso júbilo y por la gran felicidad que sentía al recobrar a mi hijo. Cuando llegué a casa del mayoral, la joven me deseó la paz y me besó la mano, y luego se me acercó el ternero, revolcándose a mis pies. Pregunté entonces a la hija del mayoral: "¿Es cierto lo que afirmas de este ternero?" Y ella dijo: "Cierto, sin duda alguna. Es tu hijo, la llama de tu corazón". Y le supliqué: "¡Oh gentil y caritativa joven! si desencantas a mi hijo, te daré cuantos ganados y fincas tengo al cuidado de tu padre". Sonrió al oír estas palabras, y me dijo: "Sólo aceptaré la riqueza con dos condiciones: la primera, que me casaré con tu hijo, y la segunda, que me dejarás encantar y aprisionar a quien yo desee. De lo contrario, no respondo de mi eficacia contra las perfidias de tu mujer".
 
Después, sentándose a su lado, prosiguió: "¡Por Alah! ¡oh mi hermano! no te dejaré hasta que veamos lo que te ocurre con el efrit". Y allí se quedó, efectivamente, conversando con él, y hasta pudo ayudarle cuando se desmayó de terror, presa de una aflicción muy honda y de crueles pensamientos. Seguía allí el dueño de la gacela, cuando llegó un segundo jeique, que se dirigió a ellos con dos lebreles negros. Se acercó, les deseó la paz y les preguntó la causa de haberse parado en aquel lugar frecuentado por los efrits.
Cuando yo oí, ¡oh poderoso efrit! las palabras de la hija del mayoral, le dije: "Sea, y por añadidura tendrás las riquezas que tu padre me administra. En cuanto a la hija de mi tío, te permito que dispongas de su sangre".
 
Entonces ellos le refirieron la historia desde el principio hasta el fin. Y apenas se había sentado, cuando un tercer jeique se dirigió hacia ellos, llevando una mula de color de estornino. Les deseó la paz y les preguntó por qué estaban sentados en aquel sitio. Y los otros le contaron la historia desde el principio hasta el fin. Pero no es de ninguna utilidad el repetirla.
Apenas escuchó ella mis palabras, cogió una cacerola de cobre, llenándola de agua y pronunciando sus conjuros mágicos. Después roció con el líquido al ternero, y le dijo: "Si Alah te creó ternero, sigue ternero, sin cambiar de forma; pero si estás encantado, recobra tu figura primera con el permiso de Alah el Altísimo".
 
A todo esto, se levantó un violento torbellino de polvo en el centro de aquella pradera. Descargó una tormenta, se disipó después el polvo y apareció el efrit con un alfanje muy afilado en una mano
Ella dijo: E inmediatamente el ternero empezó a agitarse, y volvió a adquirir la forma humana. Entonces, arrojándose en sus brazos, le besó. Y luego le dije: "¡Por Alah sobre ti! Cuéntame lo que la hija de mi tío hizo contigo y con tu madre
y brotándole chispas de los ojos.
 
Se acercó al grupo, y dijo cogiendo al mercader: "Ven para que yo te mate como mataste a aquel hijo mío, que era el aliento de mi vida y el fuego de mi corazón". Entonces se echó a llorar el mercader, y los tres jeiques empezaron también a llorar, a gemir y a suspirar.
Y me contó cuanto les había ocurrido. Y yo dije entonces: "¡Ah hijo mío! Alah, dueño de los destinos, reservaba a alguien para salvarte y salvar tus derechos”.
 
Pero el primero de ellos, el dueño de la gacela, acabó por tomar ánimos, y besando la mano del efrit, le dijo: "¡Oh efrit, jefe de los efrits y de su corona! Si te cuento lo que me ocurrió con esta gacela y te maravilla mi historia, ¿me recompensarás con el tercio de la sangre de este mercader?" Y el efrit dijo: "Verdaderamente que sí, venerable jeique. Si me cuentas la historia y yo la encuentro extraordinaria, te concederé el tercio de esa sangre".
Después de esto, !oh buen efrit! Casé a mi hijo con la hija del mayoral. Y ella, merced a su ciencia de brujería, encantó a la hija de mi tío, transformándola en esta gacela que tú ves. Al pasar por aquí encontreme con estas buenas gentes, les pregunté qué hacían, y por ellos supe lo ocurrido a este mercader, y hube de sentarme para ver lo que pudiese sobrevenir. Y esta es mi historia".
 
Entonces exclamó el efrit: "Historia realmente muy asombrosa. Por eso te concedo como gracia el tercio de la sangre que pides".
En este momento se acercó el segundo jeique, el de los lebreles negros, y dijo:
 
== Notas del traductor ==
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