Diferencia entre revisiones de «El libro de las mil noches y una noche/Tomo VI/Índice»

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== HISTORIA CONTADA POR EL TERCER CAPITANCAPITÁN DE POLICIAPOLICÍA ==
 
"Has de saber ¡oh nuestro señor sultán! que la madre de tu esclavo sabía una porción de cuentos de las edades antiguas. Y entre otras historias que le oí, me contó un día ésta:
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Ella le dijo: Está bien. Vete ahora a buscar al visir que quiere tu muerte, Y dile: "¡Dame un clavo grande!" Y te dará un clavo, y lo clavarás en un extremo de la sala, atarás a él el hilo de este huso, ¡y extenderás la alfombra con arreglo al largo y al ancho que quieras!" Y el pescador prorrumpió en exclamaciones, diciendo: "¡Oh mujer! ¿quieres que antes de mi próxima muerte las gentes se rían de mi razón y se burlen de mí, tomándome por loco? ¿Acaso hay dentro de este huso una alfombra de una fanega?" Ella le dijo, enfadada: "¿Quieres marcharte cuanto antes, o no quieres? Calla, ¡oh hombre! y limítate a hacer lo que te he dicho". Y el pescador fué a palacio, con el huso, diciéndose: "No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Omnisciente. ¡Ha llegado ¡oh pobre! el último día de tu vida...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
== Y CUANDO LLEGO LA 941ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
¡... Ha llegado, ¡oh pobre! el último día de tu vida!" Y fué en busca del rey y del visir. Y éste le dijo, mirando en derredor: "¿Dónde está la alfombra, ¡oh pescador!?" Y él contestó: "¡Aquí la tengo!" Ellos preguntaron: "¿Dónde?" El les dijo: "¡Aquí, en mi bolsillo!" Y se echaron ellos a reír, diciendo: "¡He ahí un individuo que quiere divertirse antes de su muerte!" Y el visir le preguntó: "¿Acaso una alfombra de una fanega es una pelota para niños que se pueda meter en el bolsillo?".
 
El pescador replicó: "¿Qué os importa eso? Si me pedís una alfombra y os la traigo, nada tenéis que reclamarme. Así, pues, en vez de reírte de mí, levántate, ¡oh visir! y tráeme un clavo grande. ¡Y la alfombra aparecerá ante vosotros en esta sala!"
Entonces se levantó el visir, riendo de la locura del pescador, cogió el clavo, y dijo al oído del portaalfanje: "¡Oh portaalfanje! quédate a la puerta de la sala. Y como el pescador, cuando yo le entregue el clavo, no va a poder alfombrar la sala como deseo, sacarás el sable, sin esperar otra orden mía, y de un tajo harás volar su cabeza". Y el portaalfanje contestó: "¡Está bien!" Y el visir entregó el clavo al pescador, diciéndole: "Haznos ver la alfombra ahora".
 
Entonces el pescador clavó el clavo en un extremo de la sala, ató a él la punta del hilo del huso, y dió vuelta al huso, diciéndose: "Devana mi muerte, ¡oh maldito!". Y he aquí que se extendió y se desenrolló a lo largo de la sala, en todos sentidos, una alfombra magnífica que no tenía igual en el palacio. Y el rey y el visir se miraron asombrados durante una hora de tiempo, mientras el pescador permanecía tranquilo, sin decir nada. Luego el visir guiñó un ojo al rey con aire de suficiencia, y se encaró con el pescador y le dijo: "El rey está contento, y te dice: "Está bien". Pero aún te pide otra cosa". El pescador dijo: "¿Y qué cosa es ésa?" El visir contestó: "El rey te pide y exige de ti que le traigas un niño. Y ese niño no debe tener más que ocho días de edad. Y tiene que contar a nuestro amo el rey una historia. ¡Y la tal historia ha de empezar con una mentira y terminar con una mentira!"
 
Y el pescador, al oír aquello, dijo al visir: "¿Nada más que eso? ¡Por Alah! no es mucho pedir. Sin embargo, hasta ahora no sabía yo que los niños de ocho días pudieran hablar, y hablar para contar historias que empiecen con una mentira y terminen con una mentira, aunque estos niños sean hijos de efrits". Y el visir contestó: "¡Calla! La palabra y el deseo del rey han de cumplirse. Te damos para ello un plazo de ocho días, al cabo de los cuales, si no traes al niño en cuestión, probarás la muerte roja. Escribe, pues, que te comprometes a hacerlo, y pon tu sello". Y dijo el pescador: "Está bien; toma mi sello, ¡oh visir! Sella tú mismo en mi nombre, porque yo no sé. Yo únicamente sé remendar mi red. ¡Está entre tus manos para que hagas con él lo que quieras, y sella cien veces en lugar de una! ¡En cuanto al niño, Alah el Generoso proveerá!" Y el visir tomó el sello del pescador y selló el compromiso consabido.
 
Y el pescador recogió su sello, y se marchó enfadado. Y llegó a casa de su mujer, y le dijo: "¡Levántate y huyamos de este país! Ya te lo dije, y no quisiste escucharme.
¡Levántate, porque yo me voy!" Ella le dijo: "¿Por qué? ¿Por qué razón? ¿Es que la
alfombra no ha salido del huso?" El contestó: "Ha salido. Pero ese proxeneta, ese visir de mi trasero, ese hijo de perro, me pide ahora un niño de ocho días de edad que cuente una historia; y esa historia ha de componerse de mentira sobre mentira y sobre mentira. Y se han avenido a darme para ello un plazo de ocho días". Y su mujer le dijo: "Está bien. Pero no te enfades, ¡oh hombre! ¡Todavía no han transcurrido los ocho días, y hasta entonces tenemos tiempo de pensar en ello, y de encontrar la puerta de salvación!"
 
En la mañana del octavo día, el pescador dijo a su mujer: "¿Te has olvidado del niño que hay que llevar? ¡Hoy finaliza el plazo!" Ella dijo: "Está bien. Ve al pozo que conoces, el que está debajo del árbol torcido. Empezarás por devolver el huso a la que habita en el pozo, y por darle las gracias amablemente. Luego le dirás: "Tu querida amiga te envía la zalema y te ruega que le prestes el niño que ha nacido ayer, porque tenemos necesidad de él para una cosa".
 
Al oír estas palabras, el pescador dijo a su esposa: "¡Ualahí! no conozco a nadie tan estúpido y tan loco como tú, a no ser ese visir de brea. Porque, ¡oh mujer! el visir me reclama un chico de ocho días, ¡y tú llegas a más ofreciéndome facilitarme un niño de un día que sepa hablar con elocuencia y contar historias!" Ella contestó: "¡No te metas en lo que no te importa! ¡Limítate a hacer lo que te he dicho!" Y exclamó él: "Está bien. Ha llegado el último día de mi vida sobre la tierra".
 
Y salió de su casa y anduvo hasta llegar al pozo. Y añadió: "Tu querida amiga te envía la zalema y te ruega que le des el niño de un día, porque tenemos necesidad de él para una cosa. ¡Pero date prisa, pues, si no, mi cabeza va a volar de mis hombros!" Entonces la que habitaba en el pozo -¡sólo Alah la conoce!- contestó: "¡Aquí está, tómale!" Y el pescador cogió al niño de un día que le ofrecían, mientras la que habitaba en el pozo le decía: "¡Pronuncia sobre él la fórmula contra el mal de ojo!" Y el pescador, cogiéndole, pronunció el bismilah, diciendo: "¡Bismilah errahmán errahim!"
 
Y se marchó con él en brazos. Y por el camino se dijo: "Pero ¿es que hay niños, aunque sean de treinta días, y no de un día como éste, que sepan hablar y contar historias, incluso siendo hijos de los más asombrosos efrits?" Luego, para cerciorarse acerca del particular, se dirigió al niño de mantillas que llevaba en sus brazos, y le dijo: "¡Vamos, hijo mío, háblame un poco para que yo vea y me cerciore de si es hoy el día de mi muerte!" Pero el niño, al oír el vozarrón del pescador, tuvo miedo y contrajo la cara y el vientre, e hizo como todos los niños pequeños, o sea que se echó a llorar, haciendo muecas horribles y meándose hasta más no poder.
 
Y el pescador llegó todo mojado y enfadado a casa de su mujer, y le dijo: "Ya traigo el niño. ¡Alah me proteja! ¡A llorar y a mear se reduce lo que sabe hacer el hijo de perro! ¡Mira en qué estado me ha puesto!" Pero ella le dijo: "¡No te metas en lo que no te importa! ¡Ruega por el Profeta, ¡oh hombre! y haz lo que te digo! Ve a llevar sin tardanza este niño al rey. Y ya verás si sabe hablar o si no sabe. ¡Pero has de pedir para él tres almohadones, y le pondrás en medio del diván, y le sostendrás con esos almohadones, colocándole uno al lado derecho, otro al lado izquierdo y otro a la espalda! ¡Y ruega por el Profeta!"
 
Y él contestó: "¡Con El la plegaria y la paz!" Luego, con el recién nacido en brazos, se marchó en busca del rey y del visir.
 
Cuando el visir vió llegar al pescador con aquel niño pequeño de mantillas, se echó a reír, y le dijo: "¿Es éste el niño?" Y el pescador contestó: "Sí". Y el visir se encaró con el niño, y le dijo con la voz que se saca para hablar a los pequeñuelos: "¡Hijo mío!" Pero el niño, en vez de hablar, contrajo la nariz y la boca, y empezó a hacer "¡Hua! ¡hua!" Y el visir fué muy contento a ver al rey, y le dijo: "He hablado al niño; pero no ha contestado, y se ha limitado a llorar y a hacer "¡Hua! ¡hua!" Lo cual es el fin de la vida del pescador. Pero la prueba sólo debe hacerse ante la asamblea de visires, emires y notables, pues les leeré las cláusulas del contrato que hemos hecho con el pescador, y después le mataremos. ¡Y entonces podrás disfrutar de la hermosa, sin que la gente tenga derecho a hablar de ti!"
 
Y dijo el rey: "Perfectamente, ¡oh visir!" Y entraron ambos en la sala; y se congregaron emires y funcionarios. Y se hizo entrar al pescador; y el visir leyó delante de él y delante de todos los presentes el contrato sellado, y dijo: "Ahora, ¡oh pescador! trae al niño que va a hablarnos".
 
Y dijo el pescador: "¡Que me den primero tres almohadones, y luego hablará el niño!" Y le llevaron los tres almohadones; y el pescador puso al niño en medio del diván y le apoyó en los tres almohadones. Y el rey preguntó al pescador: "¿Es éste el niño que va a contarnos la historia compuesta de mentira sobre mentira y sobre mentira?"
 
Y he aquí que, sin que el pescador tuviese tiempo para replicar, el niño de un día contestó: "Ante todo, sea contigo la zalema, ¡oh rey!" Y los visires y los emires y todos los demás se asombraron prodigiosamente del niño. Y el rey, tan asombrado como todos los presentes, devolvió al niño su saludo, y le dijo: "¡Cuéntanos, Avispado, esa historia que es una confitura de mentiras!" Y el niño le contestó, diciendo: "¡Hela aquí! Una vez, cuando yo estaba en la fuerza de la juventud, andando fuera de la ciudad por los campos, en la época del calor, me encontré a un vendedor de sandías; y como tenía mucho calor y mucha sed, compré una sandía por un dinar de oro. Y cogí la sandía y corté una raja, que me comí y me refrescó. Luego, al mirar al interior de la sandía, vi allí una ciudad con su ciudadela. Entonces, sin vacilar, me lavé los pies uno tras de otro, y me metí en la sandía. Y empecé a pasear por allá dentro, mirando en torno mío las tiendas y las casas y los habitantes de aquella ciudad, contenida en la sandía. Y seguí caminando de tal suerte hasta llegar al campo. Y vi allí una palmera que tenía unos dátiles de una vara de largo cada uno. Así es que mi alma, que deseaba aquellos dátiles, me impulsó con violencia a ellos, y no pude resistir a sus apremios; y me subí a la palmera para coger uno o dos o tres o cuatro dátiles; y comérmelos. Pero en la palmera me encontré con unos felahs que sembraban semillas en la palmera, y segaban las espigas, en tanto que otros felahs trillaban trigo y lo desgranaban. Y caminando un poco más por la palmera, me encontré con un individuo que batía huevos en una era, y miré más atentamente y vi que de todos los huevos batidos en la era salían polluelos. Y los gallitos se iban por un lado y las pollitas por otro. Y me quedé allí mirándolos, y vi que crecían a ojos vistas. Entonces casé a los gallitos con la pollitas, dejándolos juntos tan contentos, y me marché a otra rama de la palmera. Y allí me encontré un burro que llevaba pasteles de sésamo; y como precisamente mi alma enloquecía por los pasteles de sésamo, cogí uno de aquellos pasteles y me lo tragué en dos o tres bocados. Y cuando me lo comí, alcé los ojos, y me encontré fuera de la sandía. Y la sandía se cerró y volvió a quedar tan entera como antes. ¡Y ésta es la historia que tenía que contaros!"
 
Cuando el rey oyó estas palabras del recién nacido en mantillas, le dijo: "Vaya, vaya, ¡oh jeique de los embusteros y corona suya! ¡Vaya, vaya, con el Avispado! ¡He aquí un tejido de falsedades! ¿Verdaderamente piensas que hemos creído ni una sola palabra de esa historia diabólica? ¡Ay, ualah! ¿Desde cuándo, por ejemplo, contienen ciudades las sandías? ¿Y desde cuándo los huevos, después de batirlos en una era, producen pollos? ¡Confiesa, Avispado, que todo eso es una sarta de mentiras tras de mentiras!" Y el niño contestó: "¡No lo niego! ¡Pero tampoco tú ¡oh rey! deberías negar ni ocultar tus sentimientos con respecto a este pobre pescador, a quien quieres matar únicamente para quitarle su hermosa mujer, a la que has visto en la playa! ¿No te da vergüenza ante el rostro de Alah, que nos ve, desear, siendo rey y sultán, lo que no te pertenece, y robar el bien de un prójimo tuyo menos rico y menos poderoso, como lo es este pobre pescador? Por Alah y los méritos del Profeta (¡con El la plegaria y la paz!) juro que, si en esta hora y en este instante no dejas tranquilo a este pescador y no desistes de tus malas intenciones con respecto a su mujer, haré desaparecer tu rastro y el de tu visir por la tierra de los hombres, de modo que ni las moscas puedan encontraros".
 
Y tras de hablar así con una voz aterradora, el niño de mantillas dejó a todo el mundo poseído de asombro, y dijo al pescador: "Ahora, tío mío, cógeme y llévame fuera de aquí, a tu casa". Y el pescador cogió al recién nacido de un día, al Avispado, y sin que le molestara nadie, salió del palacio y se fué tan contento a casa de su mujer. Y cuando ella se enteró de lo que tenía que enterarse, le dijo: "Tienes que ir sin tardanza a dejar el niño donde lo cogiste. ¡Y no dejes de transmitir mi zalema y mi agradecimiento a mi querida amiga, y pregúntale por su salud!" Y dijo el pescador: "¡Está bien!" E hizo lo que ella le había dicho que hiciera. Después de lo cual, volvió a su casa y se dedicó a sus abluciones y a la plegaria, y verificó la cosa acostumbrada con su hermosa mujer. Y desde entonces, juntos vivieron dichosos y prósperos.
 
¡Y he ahí lo que les aconteció!"
 
Y cuando acabó de contar así esta historia, el tercer capitán de policía volvió a su puesto, y el sultán Baibars dijo: "¡Qué historia tan admirable! ¡Lástima ¡oh capitán Ezz Al-Din! que no nos hayas dicho lo que en los días siguientes sucedió entre el rey y el pescador!" Entonces avanzó el cuarto capitán de policía, que se llamaba Mohii Al-Din. Y dijo: "¡Yo, ¡oh rey! si me lo permites, te contaré la continuación de esa historia, que es mucho más asombrosa que su principio!" Y dijo el sultán Baibars: "¡Claro que te lo permito, y de todo corazón y de muy buena gana!"
 
Entonces dijo el capitán Mohii Al-Din:
 
 
 
== HISTORIA CONTADA POR EL CUARTO CAPITÁN DE POLICÍA ==
 
"Has de saber, pues, ¡oh rey del tiempo! que gracias a la bendición, el pescador y su hermosa mujer tuvieron un niño varón. Y sus padres llamaron a aquel niño varón Mohammad el Avispado, en recuerdo del chico de mantillas que un día les sacó de apuros. Y aquel niño era tan hermoso como su madre.
 
Y el sultán tenía también un hijo de la edad del hijo del pescador; pero estaba aquejado de fealdad, y su color era el color de los hijos de felahs.
 
Ambos niños iban a la misma escuela para aprender a leer y a escribir. Y cuando el hijo del rey, que era un perezoso inferior, veía al hijo del pescador, que era un estudioso superior, le decía: "¡Hola, sea dichosa tu mañana, hijo del pescador!" Y le llamaba así para humillarle. Y Mohammad el Avispado contestaba: "¡Y sea dichosa tu mañana, ¡oh hijo del sultán! y blanquee tu rostro, que está tan negro como las correas de los zuecos viejos!" Y ambos niños continuaron así yendo juntos a la escuela en el transcurso de un año, saludándose siempre de aquella manera. Así es que, por fin, el hijo del sultán, enfadado, fué a contar la cosa a su padre, diciéndole: "El hijo del pescador, ese perro, me devuelve todos los días la zalema diciéndome: "Tienes la cara tan negra como las correas de los zuecos viejos".
 
Entonces el sultán se enfadó; pero como, en vista de lo pasado, no se atrevía a castigar por sí mismo al hijo del pescador, llamó al jeique maestro de escuela, y le dijo: "¡Oh jeique! si quieres matar al niño Mohammad, el hijo del pescador, te haré un buen regalo, y te daré mujeres concubinas y hermosas esclavas blancas". Y el maestro de escuela se regocijó y contestó: "Estoy a tus órdenes, ¡oh rey del tiempo! ¡Todos los días daré una paliza al niño, hasta que se muera con ese régimen!"
 
Así es que, cuando al día siguiente Mohammad el Avispado fué a la escuela a leer el Korán, el maestro de escuela dijo a los colegiales: "¡Traed el instrumento de dar palizas y echad en el suelo al hijo del pescador!" Y los colegiales, como de costumbre, se apoderaron de Mohammad y le echaron en el suelo, y pusieron los pies en el tornillo de madera. Y el maestro de escuela cogió el vergajo y empezó a pegar al chico en la planta de los pies hasta que le brotó sangre y se le hincharon los pies, y las piernas. Y le dijo: "Inschalah, mañana continuaré, ¡oh cabeza dura!" Y el chico, en cuanto le libraron del instrumento de tortura, huyó de la escuela, echando a correr a toda prisa. Y fué a casa de su padre y de su madre, y les dijo: "¡Mirad! el jeique de la escuela me ha pegado hasta dejarme medio muerto, por culpa del hijo del sultán. No iré más a la escuela, y quiero ser pescador como mi padre".
 
Y su padre le dijo: "Está bien, hijo mío". Y se levantó, y le dió una red y un cesto, y le dijo: "Toma, ahí tienes los utensilios de pesca. Y ve a pescar mañana, aun cuando no ganes lo que necesitas para vivir".
 
Y al día siguiente, por la aurora, el mozalbete Mohammad fué a echar la red al mar. Pero no cayó en la red más que un salmonete pequeño. Y Mohammad retiró la red, y se dijo: "Voy a asar este salmonete en sus propias escamas, y a comérmelo de almuerzo". Fué, pues, a coger algunas hierbas secas y trozos de leña, les prendió fuego, y puso el salmonete a asar en la lumbre.
 
Entonces el salmonete abrió la boca y le dirigió la palabra, diciéndole: "¡No me quemes, va Mohammad! Soy una reina entre las reinas del mar. ¡Vuélveme al agua en donde estaba, y te seré útil en épocas de desgracia, y vendré en tu ayuda en los días de necesidad!"
 
Y él dijo: "Está bien". Y devolvió al mar el salmonete consabido. ¡Y esto es lo referente a él. ..
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 942ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
"... Y devolvió al mar el salmonete consabido. ¡Y esto es lo referente a él!
 
Pero, respecto al rey, es el caso que, al cabo de dos días, llamó al maestro de escuela y le preguntó: "¿Has matado a Mohammad, el chico del pescador?" Y el maestro de escuela contestó: "Le di una paliza el primer día, hasta que se desmayó. Entonces se marchó y no ha vuelto. Y al presente es pescador como su padre". Y el rey le despidió y le dijo: "Vete, ¡oh hijo de perro! ¡Maldito sea tu padre, y que tu hija se case con un cochino!"
 
Tras de lo cual llamó a su visir, y le dijo: "No ha muerto el niño. ¿Qué vamos a hacer?" Y el visir contestó al rey: "¡Ya daré yo con algún medio para lograr su muerte!" Y el rey le preguntó: "¿Cómo vas a arreglarte para lograr su muerte?" El visir contestó: "Conozco a una joven muy hermosa, hija del sultán de la Tierra Verde. Esa tierra está de aquí a una distancia de siete años de viaje. Vamos a hacer venir al hijo del pescador, y le diré: "Nuestro amo el sultán tiene de ti muy buen concepto, y cuenta con tu valentía. Es preciso, pues, que vayas a la Tierra Verde y te traigas a la hija del sultán de ese país, porque nuestro amo el rey quiere casarse con ella, y nadie, excepto tú, podría traer a esa princesa". Y el rey contestó al visir: "Está bien; manda llamar al niño".
 
Entonces el visir hizo ir, a despecho de su nariz, al joven Mohammad, y le dijo: "Nuestro amo el sultán desea enviarte a que le traigas a la hija del sultán de la Tierra Verde". Y el niño contestó: "¿Y desde cuándo conozco yo el camino de ese país?" El visir dijo: "Pues tienes que obedecer". Entonces el niño salió enfadado, y fué a casa de su madre a contarle la cosa. Y su madre le dijo: "Ve a pasear tu pena a orillas del río, junto a su embocadura en el mar, y tu pena se disipará sola". Y el pequeño Mohammad fué a pasear su pena a orillas del mar, junto a la embocadura del río.
 
Y mientras él caminaba de un lado a otro, enfadado, salió del mar el salmonete de antes, y fué en dirección suya, saludándole. Y le dijo: "¿Por qué estás enfadado, Mohammad el Avispado?" El contestó: "No me interrogues, porque la cosa no tiene remedio". Y el pez le dijo: "El remedio está entre las manos de Alah. ¡Habla!" El niño dijo: "Figúrate, ¡oh salmonete! que el visir de brea me ha dicho: "Es preciso que vayas a buscar a la hija del sultán de la Tierra Verde".
 
Y el salmonete le dijo: "Está bien. Ve al rey, y dile: "Voy a ir a buscar a la hija del sultán de la Tierra Verde. Pero para ello es necesario que hagas que me construyan una dahabieh de oro. Y es preciso que el oro se tome de la fortuna de tu visir".
 
Y el pequeño Mohammad fué a decir al rey lo que el salmonete le había dicho. Y el rey no pudo por menos de hacer que construyeran la dahabieh a costa de la fortuna del visir y a despecho de su nariz. Y el visir por poco se muere de rabia reconcentrada. Y Mohammad subió en la dahabieh de oro, y partió remontando el río.
 
Y su amigo el salmonete iba delante de él enseñándole el camino y conduciéndole entre la vegetación del río y los ríos interiores, hasta que al fin llegó a la Tierra Verde. Y Mohammad el Avispado despachó para la ciudad un pregonero que gritase: "Cualquiera, sea mujer, hombre, niño, joven o viejo, puede bajar a la orilla del río para mirar la dahabieh de oro que tiene Mohammad el Avispado, hijo del pescador". Entonces, todos los habitantes de la ciudad, grandes y pequeños, hombres y mujeres, bajaron y miraron la dahabieh de oro. Y allí se quedaron mirándola ocho días enteros. Y la hija del rey no pudo tampoco reprimir su curiosidad, y pidió permiso a su padre, diciendo: "Quiero ir, como los demás, a mirar la dahabieh". Entonces el rey consintió en la cosa, y con anticipación hizo pregonar por toda la ciudad que nadie ni hombre ni mujer, debía salir de su casa aquel día, ni pasearse por el lado del río, pues la princesa iba a ver la dahabieh.
 
A la sazón, la hija del rey fué a la ribera a mirar la hermosa dahabieh de oro. Y preguntó por señas al Avispado si podía entrar para verla también por dentro. Y como Mohammad le hizo con la cabeza y con los ojos una seña que significaba que sí, ella subió a la dahabieh y se dedicó a visitarla. Entonces Mohammad el Avispado, viéndola distraída, dió vuelta sin ruido a la clavija de la dahabieh y al timón, y puso a la dahabieh en marcha, y partió.
 
Cuando la hija del sultán de la Tierra Verde acabó su visita, quiso salir, alzó los ojos, y vió la dahabieh en marcha, muy lejos ya de la ciudad de su padre. Y dijo al amigo del salmonete: "¿Adónde me llevas, Avispado?" El contestó: "Te llevo al palacio de un rey para que se case contigo". Ella le dijo: "¿Será, por ventura, ese rey más hermoso que tú, Avispado?" El contestó: "No lo sé. Pronto lo vas a ver tú misma con tus propios ojos". Entonces ella se sacó una sortija del dedo y la tiró al río. Pero allí estaba el salmonete, que cogió la sortija y la guardó en su boca, abriéndole camino. Luego ella dijo al Avispado: "No me casaré más que contigo. Y quiero entregarme a ti libremente".
 
Y el joven Mohammad le dijo: "Está bien". Y la tomó con su virginidad. Y gozó de ella sobre el agua.
 
Y cuando llegaron al punto de destino, Mohammad, el hijo del pescador, fué a ver al rey y le dijo: "Heme aquí. He traído a la hija del sultán de la Tierra Verde. Pero dice ella que no saldrá de la dahabieh mientras no le alfombres el camino con tapices de seda verde, sobre los cuales caminará para venir a tu palacio. Y ya verás entonces cuán graciosamente anda". Y el rey le dijo: "Está bien". Y mandó comprar, a costa de la fortuna de su visir y a despecho de su nariz, todos los tapices de seda verde que había en el zoco de los tapices, y los mandó extender por tierra hasta la dahabieh.
 
Entonces la princesa de la Tierra Verde salió de la dahabieh, y caminó por los tapices de seda, vestida de verde y contoneándose de un modo que arrebataba la razón. Y el rey la vió, la admiró y se quedó enamorado de su belleza. Y cuando entró ella en el palacio, le dijo:
 
"Voy a hacer extender esta misma noche mi contrato de matrimonio contigo". Y la joven le dijo entonces: "Está bien. Pero si quieres casarte conmigo, devuélveme la sortija que se me cayó del dedo en el río. Y después haremos el contrato y te casarás conmigo".
 
Y he aquí que el salmonete le había dado aquella sortija a su amigo Mohammad el Avispado, hijo del pescador.
 
Y el rey llamó al visir, y le dijo: "Escucha. A esta dama se le ha caído del dedo, en el río, una sortija. ¿Qué haremos ahora? ¿Y quién podrá devolvérnosla?" Y el visir contestó: "¡Y quién va a poder devolverla más que Mohammad, el hijo del pescador, ese maldito, ese efrit!"
 
Claro es que no hablaba así más que para hacer caer al mozo en una trampa sin salida. Así es que el rey mandó buscarle a toda prisa. Y cuando llegó el niño le dijeron: "A esta dama se le ha caído una sortija en el río. Y nadie, excepto tú, podrá traerla". El les dijo: "Está bien. Tomad, aquí está la sortija".
 
Y el rey cogió la sortija, y fué a llevársela a la joven de la Tierra Verde, y le dijo: "¡Toma, aquí tienes tu sortija, y hagamos esta noche el contrato de matrimonio". Ella dijo: "Pero en mi país, cuando una joven va a casarse, hay una costumbre".
 
El dijo: "Está bien. Dímela". Ella dijo: "Se abre un foso desde la casa de la novia hasta el mar, se le llena de leños y haces y se le prende fuego. Y el novio se arroja al fuego, y camina por él hasta el mar, donde toma un baño, para ir entonces en dirección a casa de su novia. Y de tal suerte queda purificado por el fuego y por el agua.. .
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 943ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
"... Y de tal suerte queda purificado por el fuego y por el agua. Y a eso se reduce la ceremonia del contrato de matrimonio en mi país".
 
Entonces el rey, que estaba prendado de la hermosa, ordenó abrir el foso consabido, lo llenó de leños y de haces, y llamó a su visir, al que dijo: "Prepárate a andar mañana conmigo por ahí encima".
 
Y al día siguiente, cuando llegó el momento de prender fuego a aquel canal de leña, el visir dijo al rey: "Mejor será que se arroje primero Mohammad, el hijo del pescador, para ver qué pasa. Si sale sano y salvo de ese fuego, podremos entonces arrojarnos también nosotros". Y él dijo: "Está bien".
 
Y he aquí que, entretanto, el salmonete había saltado a la dahabieh de su amigo y le había dicho: "Avispado: si el rey te llama y te dice: "¡Tírate a este fuego!", no tengas miedo, sino tápate las orejas y pronuncia la fórmula preservadora: "En el nombre de Alah el Clemente sin límites, el Misericordioso". Luego tírate resueltamente al canal dei fuego".
 
Y el rey hizo prender fuego a los leños y haces. Y llamaron a Mohammad, y le dijeron: "Tírate al fuego y camina por él, hasta el mar, porque para eso eres el Avispado".
 
El niño les contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡a vuestras órdenes!" Y se tapó los oídos, y pronunció mentalmente la fórmula del bismilah, y entró con resolución en el fuego. Y salió por el lado del mar más hermoso que antes. Y todo el mundo lo vió y quedó deslumbrado por su hermosura.
 
Entonces el visir dijo al rey: "¡También nosotros vamos a entrar en el fuego para salir hermosos como ése maldito hijo del pescador! Y llama también a tu hijo para que se tire con nosotros y se vuelva tan hermoso como nosotros vamos a volvernos". Y el rey llamó a su hijo, aquel tan feo y que tenía la cara como las correas de los zuecos viejos. Y los tres se cogieron de la mano, y de tal modo, se arrojaron al fuego. Y quedaron reducidos a un montón de cenizas.
 
Entonces Mohammad el Avispado, hijo del pescador, fué a ver a la joven, la princesa hija del sultán de la Tierra Verde, e hizo el contrato de matrimonio con ella, y la desposó. Y se sentó en el trono del Imperio, y fué rey y sultán. Y llamó a su lado a su padre y a su madre. Y vivieron todos juntos en el palacio, con absoluta tranquilidad y armonía, contentos y prosperando. ¡Loores a Alah. Dueño de la prosperidad, del contento, de la felicidad y de la armonía!"
 
Y cuando el capitán de policía Mohii Al-Din hubo contado así esta historia, y el sultán Baibars húbole dado las gracias y le hubo manifestado su contento, volvió él a su puesto.
 
Y avanzó un quinto capitán de policía, que se llamaba Nur Al-Din. Y tras de besar la tierra entre las manos del sultán Baibars, dijo: "Yo ¡oh señor nuestro y corona de nuestra cabeza! te contaré una historia que no tiene par entre las historias". Y dijo:
 
 
 
== HISTORIA CONTADA POR EL QUINTO CAPITÁN DE POLICÍA ==
 
"Una vez había un sultán. Y aquel sultán, un día entre los días, llamó a su visir, y le dijo: "¡Visir!" Y éste contestó: "¡A tus órdenes! ¿Qué hay, ¡oh rey!?" El rey dijo: "Quiero que hagas que escriban y graben para mí un sello cuyo poder sea tal, que si estoy alegre, no me enfade, y que si estoy enfadado, no me alegre. Y es preciso que quien escriba el sello se comprometa a dotarlo del poder consabido. ¡Y tienes para ello un plazo de tres días!"
 
Entonces el visir fué en busca de los que de ordinario hacen sellos y amuletos, y les dijo: "Escribidme un sello para el rey". Y les contó lo que el rey le había dicho y exigido. Pero ninguno de ellos quiso encargarse de hacer semejante sello. Entonces el visir se levantó y se marchó, enfadado. Y se dijo: "No encontraré en esta ciudad lo que necesita. Voy a ir a otro país".
 
Y salió de la ciudad y caminando por el campo, se encontró con un jeique árabe que aventaba su trigo en su campo. Y le saludó, diciendo: "La paz sea contigo, ¡oh jeique de los árabes!" Y el jeique de los árabes le devolvió la zalema, y le dijo: "¿Adónde vas por aquí, ¡ya sidi con este calor!?" El otro contestó: "Viajo para un asunto concerniente al rey". El jeique le preguntó: "¿Qué asunto es ése?" El visir contestó: "El rey me pide que haga que le escriban un sello que esté construido de manera que, si está él alegre, no se enfade, y si está enfadado, no se alegre". Y el jeique de los árabes le dijo: "¿Nada más que eso?" El visir contestó: "¡Nada más!" El otro le dijo: "Está bien. Siéntate. Voy a traerte de comer".
 
Y el jeique de los árabes dejó un momento al visir, y fué a ver a su hija, que se llamaba Yasmina, y le dijo: "¡Oh hija mía Yasmina! prepara el almuerzo para un huésped". Ella dijo: "¿De dónde viene ese huésped?" El contestó: "De parte del sultán". Ella le preguntó: "¿Y qué quiere?" Y su padre le contó la cosa. Y no hay utilidad en repetirla.
 
Entonces Yasmina, aquella dama de los árabes, preparó al punto un plato de huevos, en el cual había treinta huevos y mucha manteca dulce, y se lo dió a su padre, con ocho panecillos, diciéndole: "Da esto al viajero, y dile: Mi hija Yasmina, dama de los árabes, te saluda y te dice que ella te escribirá el sello. Y te dice, además: ¡El mes apenas tiene treinta días, el mar hoy está lleno, y ocho días constituyen una semana!" Y su padre dijo: "Está bien". Y cogió el almuerzo, y se marchó.
 
Y mientras caminaba, la manteca del plato se le vertió en la mano. Entonces dejó el plato en el suelo, cogió uno de los panes, pringó en él la manteca que tenía en la mano, y se lo comió, amén de un huevo, del que tuvo gana. Tras de lo cual se levantó, y fué a llevar el almuerzo al visir, y le dijo: "Mi hija Yasmina, dama de los árabes, te envía la zalema, y te dice que te escribirá el sello. Y además, te dice: El mes apenas tiene treinta días, el mar hoy está lleno, y ocho días constituyen una semana". Y el visir dijo: "Comamos primero, y ya veremos luego".
 
Y cuando hubo acabado de comer, dijo al padre de Yasmina: "Dile que me escriba el sello, pero que al mes le falta un día, que el mar se ha secado, y que la semana no tiene más que siete días".
 
Entonces el jeique de los árabes volvió al lado de su hija, y le dijo: "El visir te dice que le escribas el sello, pero que al mes le falta un día, que el mar se ha secado, y que la semana no tiene más que siete días". Entonces la joven dijo: "¿No te da vergüenza ¡oh padre mío! lo que me has hecho? ¡Has dejado el almuerzo en el camino, te has comido un panecillo y un huevo, y has llevado al huésped los huevos sin manteca!" El le contestó: "¡Ualahí, es verdad! Pero ¡oh hija mía! el plato estaba lleno y se me ha vertido en la mano; entonces me he sentado, y he pringado la manteca con un panecillo que me he comido; y me ha entrado gana de tomarme un huevo, que me he tragado".
 
Ella dijo: "No importa. Preparemos el sello".
 
Entonces preparó el sello, Y lo compuso con estos términos: "¡De Alah nos viene todo sentimiento de pena o de alegría!" Y envió el sello al visir, que lo cogió después de dar las gracias, y se marchó para llevárselo al rey.
 
Y el rey, tomando el sello y leyendo lo que en él había escrito, preguntó al visir: "¿Quién ha hecho este sello?" El visir contestó: "Una joven llamada Yasmina, dama de los árabes". Y el rey se irguió sobre ambos pies, y dijo al visir: "Ven, llévame con su padre, a fin de que me case con la hija".
 
Entonces el visir cogió al rey de la mano y partió con él. Y fueron a buscar al jeique de los árabes, y le dijeron: "¡Oh jeique de los árabes! venimos buscando alianza contigo".
 
El jeique les contestó: "¡Familia y holgura! Pero ¿por medio de quién?" El visir contestó: "Por medio de tu hija Yasmina, la dama de los árabes, con quien quiere casarse nuestro amo el rey, que está delante de tus ojos". El jeique dijo: "Está bien. Somos vuestros servidores. Pero se pondrá a mi hija en un platillo de la balanza, y oro en el otro. Y peso por peso. Porque Yasmina es cara al corazón de su padre".
 
Y el visir contestó: "No hay inconveniente". Y fueron en busca de oro, y lo pusieron en un platillo de la balanza, mientras el jeique de los árabes ponía a su hija en el otro platillo. Y cuando se equilibraron la joven y el oro, se extendió, acto seguido, el contrato de matrimonio. Y el rey dió una gran fiesta en el pueblo de los árabes. Y aquella misma noche entró en el aposento de la joven, que aún estaba en casa de su padre, y le quitó la virginidad. Y por la mañana, partió con ella y la dejó en su palacio.
 
Cuando llevaba ya algún tiempo en aquel palacio, la hermosa joven árabe Yasmina empezó a adelgazar y a consumirse de languidez. Entonces el rey llamó al médico, y le dijo: "Sube pronto, y examina a Sett El-Arab, a Yasmina. No sé por qué adelgaza y se desmejora así". Y el médico subió, y examinó a Yasmina. Luego bajó, y dijo al rey: "No está habituada a residir en las ciudades, porque es una muchacha campesina, y su pecho se oprime con la falta de aire". Y el rey preguntó: "¿Y qué hay que hacer?" El hakim contestó: "Haz que le erijan un palacio junto al mar, adonde podrá respirar aire sano; y se pondrá más hermosa de lo que era". Y al punto dió el rey orden a los albañiles para que erigieran un palacio junto al mar. Y cuando estuvo acabado el palacio, transportaron allí a la languideciente Yasmina, dama de los árabes...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== Y CUANDO LLEGO LA 944ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
... a la languideciente Yasmina, dama de los árabes.
 
Y he aquí que cuando ella vivió algún tiempo en el palacio, se puso gorda otra vez y cesó de desmejorarse. Y mientras estaba un día acodada a su ventana, mirando al mar, un pescador fué a echar su red al pie del palacio. Y cuando la retiró, no vió dentro más que guijarros y conchas. Y se enfadó mucho. Entonces Yasmina le dirigió la palabra, y le dijo: "¡Oh pescador! si quieres echar la red al mar en nombre mío, te daré un dinar de oro por el trabajo". Y el pescador contestó: "Está bien, ¡oh señora!" Y echó la red al mar en nombre de Yasmina, la dama de los árabes; la sacó, y después de arrastrarla hasta sí, encontró en ella un frasco de cobre rojo. Y se lo enseñó a Yasmina, quien al punto se envolvió en la colcha como en un velo, y bajó hasta donde estaba el pescador y le dijo: "Toma, aquí tienes el dinar, y dame el frasco". Pero el pescador contestó: "No, ¡por Alah! no tomaré el dinar a cambio de este frasco, sino que he de darte un beso en la mejilla".
 
Y he aquí que en el mismo momento en que hablaban juntos de tal suerte, los encontró el rey. Y cogió al pescador, y le mató con su espada, y tiró el cuerpo al río. Luego se encaró con Yasmina, la dama de los árabes, y le dijo: "Y a ti tampoco quiero verte más. ¡Vete donde quieras!"
 
Y ella se marchó. Y caminó con hambre y sed durante dos días y dos noches. Y entonces llegó a una ciudad. Y se sentó a la puerta de la tienda de un mercader, quedándose allí desde por la mañana hasta la hora de la plegaria de mediodía. Entonces el mercader le dijo "¡Oh señora! desde esta mañana estás sentada aquí. ¿Por qué?" Ella contestó: "Soy extranjera. No conozco a nadie en esta ciudad. Y no he comido ni bebido nada desde hace dos días". Entonces el mercader llamó a su negro, y le dijo: "Coge a esa dama y condúcela a casa. Y di en casa que le den de comer y de beber". Y el negro la cogió y la condujo a la casa, y dijo a su ama, la esposa del mercader: "Mi amo te encarga que des de comer y de beber bien a esta dama". Y la mujer del mercader miró a Yasmina, y la vió, y se puso celosa, porque la otra era más bella. Y se encaró con el negro, y le dijo: "Está bien. Haz subir a esta dama al desván que hay encima de la terraza". Y el negro cogió a Yasmina de la mano, y la hizo subir al desván consabido que había encima de la terraza.
 
Y allí permaneció Yasmina hasta la noche, sin que la mujer del mercader se ocupase de ella de manera alguna, ni para darle de comer ni para darle de beber. Entonces Yasmina, la dama de los árabes se acordó del frasco de cobre rojo que llevaba al brazo, y se dijo: "¡Vamos a ver si por acaso hay dentro de él un poco de agua para beber!" Y pensando así, cogió el frasco y quitó el tapón. Y al punto salieron del frasco una tina con su jarro. Y Yasmina se lavó las manos. Luego alzó los ojos y vió salir del frasco una bandeja llena de manjares y bebidas. Y comió y bebió y se satisfizo. Entonces volvió a destapar el frasco, y salieron de él diez jóvenes esclavas blancas, con castañuelas en las manos, que se pusieron a bailar en el desván. Y cuando acabaron su danza, cada una de ellas echó diez bolsas de oro en las rodillas de Yasmina. Luego se volvieron todas al frasco.
 
Y Yasmina, la dama de los árabes, permaneció así en el desván tres días enteros, comiendo y divirtiéndose con las jóvenes del frasco. Y cada vez que las hacía salir, le echaban ellas, después de la danza, bolsas llenas de oro; de modo y manera que a la postre quedó el desván lleno de oro hasta el techo.
 
Al cabo de aquel tiempo, el negro del mercader subió a la terraza para evacuar una necesidad. Y vió a la señora Yasmina, y se asombró, porque creía que ya se había marchado, según dijo la esposa del mercader. Y Yasmina le dijo: "¿Me ha enviado aquí tu amo para que me alimentéis, o para que me dejéis más muerta de hambre y de sed que antes?"
 
Y el esclavo contestó: "¡Ya setti! mi amo creía que te habían dado pan, y que te habías marchado el mismo día". Luego echó a correr a la tienda de su amo, y le dijo: "¡Ya sidi! la pobre dama a quien enviaste conmigo a casa hace tres días ha estado todo ese tiempo en el desván de la terraza, sin comer ni beber nada". Y el mercader, que era un hombre de bien, abandonó su tienda inmediatamente, y fué a decir a su mujer: "¿Cómo se entiende, ¡oh maldita!? ¿conque no das nada de comer a esa pobre señora?" Y la cogió y estuvo pegándola hasta que se le cansó el brazo de pegarla. Luego cogió pan y otras cosas, y subió a la terraza, y dijo a Yasmina: "¡Ya setti! toma y come. ¡Y no nos culpes de olvidadizos!" Ella contestó: "¡Alah aumente tus bienes! ¡Tus favores han llegado a su destino! ¡Ahora, si quieres completar tus beneficios, voy a pedirte una cosa!" El dijo: "Habla, ¡oh señora!" Ella dijo: "Quisiera que en las afueras de la ciudad me construyeses un palacio que sea dos veces más hermoso que el del rey". El contestó: "No hay inconveniente. ¡Desde luego!" Ella dijo: "Ahí tienes oro. Toma cuanto quieras. Si los albañiles trabajan de ordinario por dracma cada jornada, dale cuatro, para apresurar la construcción". Y el mercader dijo: "Está bien".
 
Y cogió el dinero, y fué en busca de los albañiles y arquitectos, que en poco tiempo le hicieron un palacio dos veces más hermoso que el del rey. Y volvió él entonces al desván a ver a Yasmina, la dama de los árabes, y le dijo: "¡Ya setti! el palacio está concluido". Ella le dijo: "Aquí hay dinero. Tómalo y ve a comprar muebles tapizados de raso para el palacio. ¡Y haz venir criados negros que sean extranjeros y no sepan árabe!"
 
Y el mercader fué a comprar los muebles de raso y a procurarse los consabidos criados negros que no supieran ni pudieran entender el árabe, y volvió al desván a decir a Yasmina, la dama de los árabes: "¡Oh mi señora! todo está completo ya. Ten la bondad de venir a tomar posesión de tu palacio". Y Yasmina, la dama de los árabes, se levantó, y antes de salir del desván, dijo al mercader: "El desván donde me hallo está lleno de oro hasta el techo. Quédate con él, como regalo mío por la amabilidad que has tenido para conmigo". Y se despidió del mercader. ¡Y esto es lo referente a él!
 
En cuanto a Yasmina, hizo su entrada en el palacio. Y tras de comprarse un magnífico traje de rey, se lo puso y se sentó en el trono. Y parecía un rey hermoso. ¡Y es lo referente a ella!
 
En cuanto a su esposo, el rey que había matado al pescador y la había expulsado a ella misma, al cabo de cierto tiempo se calmó y se acordó de ella por la noche. Y a la mañana llamó a su visir, y le dijo "¡Visir!" Y el visir contestó: "¡Presente!" El rey dijo: "Vamos, disfracémonos, y salgamos en busca de mi esposa Yasmina, la dama de los árabes" y el visir dijo: "Escucho y obedezco". Y salieron del palacio con un disfraz y anduvieron dos días en busca de Yasmina, la dama de los árabes, interrogando e informándose. Y así llegaron a la ciudad donde se encontraba ella. Y vieron su palacio. El rey dijo al visir: "Este palacio es nuevo aquí, pues no le he visto en mis viajes anteriores. ¿A quién pertenecerá?" Y el visir contestó: "No lo sé. Acaso pertenezca a algún rey invasor que haya conquistado la ciudad sin que lo sepamos". Y el rey dijo: "¡Por Alah! puede que así sea. Por tanto, para cerciorarnos, vamos a despachar para la ciudad un pregonero anunciando que nadie debe encender luz esta noche en su casa. De esa manera sabremos si las gentes que habitan este palacio son súbditos nuestros obedientes o reyes conquistadores".
 
Y el pregonero fué por la ciudad pregonando la orden consabida. Y cuando llegó la noche, se dedicó el rey a recorrer con su visir los diversos barrios. Y vieron que en ninguna parte había luz, a no ser en el palacio espléndido que desconocían. Y oyeron en él cánticos y música de tiorbas, laúdes y guitarras. Entonces el visir dijo al rey: "Ya lo ves, ¡oh rey! ¡Por algo te dije que este país no nos pertenecía ya, y que este palacio estaba habitado por reyes invasores!" Y el rey contestó: "¿Quién sabe? Ven, vamos a informarnos por el portero del palacio". Y fueron a interrogar al portero. Pero como aquel portero era un barbarín, y no sabía ni entendía una palabra de árabe, les contestaba a cada pregunta: "¡Chanú!" Lo que en lengua barbarina significa: "¡No sé!
 
Y se fueron el rey y su visir y no pudieron dormir aquella noche porque tenían miedo.
 
Y por la mañana, el rey dijo al visir: "Di al pregonero que pregone por la ciudad, una vez más, que nadie encienda luz esta noche. De esa manera tendremos más certeza". Y pregonó el pregonero; y llegó la noche; y el rey se paseó con su visir. Pero observaron que reinaba la oscuridad en todas las casas, excepto en el palacio, donde la luz era dos veces más viva que la víspera y donde todo estaba iluminado. Y el visir dijo al rey: "Ahora ya tienes la certeza de lo que te dije respecto a la toma de este país por reyes extranjeros". Y dijo el rey: "¡Es verdad! pero ¿qué vamos a hacer?" El visir dijo: "¡Vamos a dormir y ya veremos mañana!"
 
Y al día siguiente, el visir dijo al rey: "Ven, vamos a pasearnos, como todo el mundo, por las cercanías del palacio. Y te dejaré abajo, y subiré yo solo astutamente para ver con mis ojos y oír con mis oídos de qué país es el rey".
 
Y cuando llegaron a la portería del palacio, el visir burló la vigilancia de los guardias y consiguió subir a la sala del trono. Y cuando vió a Yasmina, la dama de los árabes, la saludó, creyendo que saludaba a un rey joven. Y ella le devolvió la zalema, y le dijo: "Siéntate". Y cuando estuvo él sentado, Yasmina, la dama de los árabes, que le había reconocido desde luego y no ignoraba la presencia de su esposo el rey en la ciudad, destapó el frasco, y se sirvieron los refrescos; y salieron del frasco diez hermosas esclavas y se pusieron a bailar con castañuelas. Y después de la danza, cada una de ellas echó diez bolsas llenas de oro en las rodillas de Yasmina. Y ella las cogió y se las dió todas al visir, diciéndole: "Tómalas de regalo, pues veo que eres pobre". Y el visir le besó la mano, y le dijo: "¡Alah te otorgue la victoria sobre tus enemigos, ¡oh rey del tiempo! y prolongue para nuestro bien tus días!" Luego se despidió, y bajó en busca del rey, que estaba sentado con el portero.
 
Y el rey le dijo: "¿Qué has hecho arriba, ¡oh visir!?" El visir contestó: "¡Ualah! ¡por algo hube de decirte que te habían tomado esta tierra! Figúrate que me ha dado cien bolsas llenas de oro de regalo, y me ha dicho: "¡Tómalas para ti, porque eres pobre!" Eso es lo que me ha dicho. Después de semejante cosa, ¿puedes dudar de que te ha tomado esta ciudad y este país?" Y el rey dijo: "¿Verdaderamente, lo crees así? ¡En ese caso, también yo voy a tratar de burlar la vigilancia de los guardias barbarines, y a subir arriba para ver a ese rey!"
 
Y lo hizo como lo dijo.
 
Cuando le vió Yasmina, la dama de los árabes, le reconoció, pero sin demostrarlo. Y se levantó de su trono en honor suyo, y le dijo: "¡Ten la bondad de sentarte!" Y cuando el rey vió que se levantaba en honor suyo aquel a quien creía un rey extranjero, se le tranquilizó el corazón, y se dijo a sí mismo. "¡Indudablemente es un súbdito, y no un rey, pues no se levantaría así por un cualquiera a quien no conoce!" Y se sentó en el asiento; y llegaron los refrescos; y bebió él y se sació. Entonces acabó de envalentonarse, y preguntó a Yasmina, la dama de los árabes: "¿De qué calidad sois?" Y ella sonrió, y contestó: "Somos gente rica". Y mientras hablaba así destapó el frasco, y al instante salieron de él diez maravillosas esclavas blancas que bailaron con castañuelas. Y antes de desaparecer, cada una de ellas echó diez bolsas llenas de oro en las rodillas de Yasmina.
 
Y el rey se maravilló del frasco hasta el límite de la maravilla...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== Y CUANDO LLEGO LA 945ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
… Y el rey se maravilló del frasco hasta el límite de la maravilla y dijo a Yasmina, la dama de los árabes: "¿Puedes decirme ¡oh hermano mío! dónde has comprado ese prodigioso frasco?" Ella contestó: "No lo he comprado por dinero". El preguntó: "Entonces, ¿por qué lo has comprado?" Ella dijo: "Vi este frasco en poder de un individuo, y dije al individuo: "¡Dame ese frasco, y pídeme lo que quieras!" Y me contestó: "Este frasco no se vende ni se compra. ¡Pero si quieres que te lo dé, ven a hacer una vez conmigo lo que hace el gallo con la gallina! Y después te daré el frasco". Y yo hice lo que quería de mí. Y me dió el frasco".
 
Claro es que Yasmina sólo hablaba así porque tenía una idea premeditada.
 
Cuando el rey hubo oído estas palabras, le dijo: "Está bien, y la cosa es fácil. ¡Si quieres darme el frasco, yo también consiento en que me hagas la misma cosa dos veces en lugar de una!" Y la dama de los árabes dijo: "¡No, dos veces no es bastante! ¡Abra Alah la puerta de la ganancia!"
 
El rey dijo: "¡Entonces, ven, y házmelo cuatro veces para darme ese frasco!"
 
Ella le dijo: "Está bien, levántate y entra a ese cuarto para hacerlo". Y entraron en el cuarto uno detrás de otro. Entonces Yasmina, la dama de los árabes, al ver que el rey se ponía de buenas a primera en la postura requerida para aquella venta, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.
 
Luego le dijo: "Maschalah, ¡oh rey del tiempo! ¡Eres rey y sultán, y quieres dejarte perforar a cambio de un frasco ¿Cómo, entonces, si piensas de ese modo, cargaste con la responsabilidad de matar al pescador que me había dicho: "Dame un beso y toma el frasco"?
 
Al oír estas palabras, el rey quedó aturdido y estupefacto. Luego reconoció a Yasmina, la dama de los árabes, y se echó a reír, y le dijo: "¿Pero eres tú? ¿Y es tuyo todo esto?"
 
Y la abrazó y se reconcilió con ella. Y desde entonces vivieron juntos en plena armonía, contentos y prosperando. ¡Y loores a Alah, Ordenador de la armonía y Dispensador de la prosperidad y de la dicha".
 
Y el capitán de policía Nur Al-Din, tras de contra así esta historia de Yasmina, la dama de los árabes, se calló. Y el sultán Baibars se regocijó mucho y se dilató al oírla, y le dijo: "¡Por Alah, que esa historia es extraordinaria!"
 
Entonces un sexto capitán de policía, que se llamaba Gamal Al-Din, avanzó entre las manos de Baibars, y dijo: "¡Yo ¡oh rey del tiempo! si me lo permites, voy a contarte una historia que te gustará!" Y Baibars le dijo: "Desde luego, tienes permiso". Y el capitán de policía Gamal Al-Din dijo:
 
 
== HISTORIA CONTADA POR EL SEXTO CAPITÁN DE POLICÍA ==
 
"Una vez ¡oh rey del tiempo! había un sultán que tenía una hija. Y la tal princesa
era hermosa, muy hermosa, y estaba muy solicitada y muy cuidada y muy mimada. Y además era muy revoltosa. Por eso se llamaba Dalal.
 
Un día estaba sentada y se rascaba la cabeza. Y se encontró en le cabeza un piojo pequeño. Y le miró un rato. Luego se levantó, y le cogió en sus dedos y fué a la despensa, en donde había hileras de tinajones de aceite, de manteca y de miel. Y destapó un tinajón de aceite, dejó delicadamente el piojo en la superficie, volvió a poner la tapa de la tinaja, encerrando así al piojo, y se marchó.
 
Y transcurrieron los días y los años. Y la princesa Dalal llegó a cumplir los quince años, habiendo olvidado, desde mucho tiempo atrás, el piojo y su encarcelamiento en la tinaja.
 
Pero llegó un día que el piojo rompió la tinaja a causa de su gordura, y salió de allí, semejante a un búfalo del Nilo en el tamaño, los cuernos y el aspecto. Y el guardián, apostado a la puerta de la despensa, huyó aterrado, llamando a los criados con grandes gritos. Y acosaron al piojo, le cogieron por los cuernos y le condujeron ante el rey.
 
Y el rey preguntó: "¿Qué es esto?" Y la princesa Dalal, que estaba allí de pie, exclamó: "¡Ay! ¡Si es mi piojo!" Y el rey, estupefacto, le preguntó: "¿Qué dices, hija mía?" Ella contestó: "Cuando era pequeña, me rasqué un día la cabeza, y me encontré en la cabeza este piojo. Entonces le cogí y fui a meterle en la tinaja de aceite. Y ahora se ha puesto gordo y grande; y ha roto la tinaja".
 
Y el rey, al oír aquello, dijo a su hija: "Hija mía, al presente tienes necesidad de casarte. Porque, lo mismo que el piojo ha roto la tinaja, corres tú el riesgo de saltar el muro e ir en busca de hombres. Por eso lo mejor al presente es que yo te case. ¡Alah proteja nuestros blasones!"
 
Luego se encaró con su visir y le dijo: "Degüella al piojo, y desuéllale y cuelga su piel a la puerta del palacio. Y llevarás contigo a mi portaalfanje y al jeique de los escribas de palacio, encargado de los contratos de matrimonio. Y se casará con mi hija el que advierta que la piel colgada es una piel de piojo. Pero al que no conozca la piel, se le cortará la cabeza y se colgará su piel a la puerta, junto a la del piojo".
 
Y el visir degolló al piojo acto seguido, le desolló, y colgó la piel a la puerta del palacio. Luego despachó un pregonero, que gritó por la ciudad: "El que conozca qué piel es la que hay colgada a la puerta del palacio, se casará con El Sett Dalal, la hija del rey. Pero al que no la conozca, se le cortará la cabeza".
 
Y desfilaron ante la piel del piojo muchos habitantes de la ciudad. Y dijeron unos: "Es la piel de un búfalo". Y se les cortó la cabeza. Y dijeron otros: "Es la piel de un revezo". Y se les cortó la cabeza. Y de tal suerte, se cortaron cuarenta cabezas, y se colgaron junto a la piel del piojo cuarenta pieles de hijos de Adán…
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 946ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
... Y se colgaron junto a la piel del piojo cuarenta pieles de hijos de Adán.
 
Entonces pasó un joven que era tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar. Y preguntó a la gente: "¿A qué obedece esta aglomeración delante del palacio?"
 
Y le contestaron: "¡El que sepa de quién es esta piel se casará con la hija del rey!" Y el joven se acercó al visir, al portaalfanje y al jeique de los escribas, que estaban sentados bajo la piel, y les dijo: "¡Yo os diré qué piel es ésa!" Y le contestaron: "Está bien". El les dijo: "Es la piel de un piojo crecido en aceite".
 
Y ellos le dijeron: "¡Es verdad! Entra, ¡oh bravo! y haz el contrato de matrimonio en el aposento del rey". Y entró él a presencia del rey, y le dijo: "Es la piel de un piojo crecido en aceite". Y el rey dijo: "¡Es verdad! ¡Extiéndase el contrato de matrimonio de este bravo con mi hija Dalal!
 
Y se extendió el contrato en aquella hora y en aquel instante. Y se celebraron las bodas. Y el joven canopeano penetró en la cámara nupcial, y gozó a la virgen Dalal. Y Dalal quedó muy contenta en los brazos del joven que era hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar.
 
Y estuvieron juntos en palacio cuarenta días, al cabo de los cuales entró el joven en el aposento del rey y le dijo: "Soy hijo de un rey y sultán, y quisiera llevarme a mi esposa y partir para el reino de mi padre, y quedarme en nuestro palacio". Y tras de insistir por retenerle todavía algún tiempo, el rey acabó por decirle: "Está bien". Y añadió: "Mañana, hijo mío, te daremos regalos, esclavos y eunucos". Y el joven contestó: "¿Para qué? Tenemos muchos, y no quiero nada más que a mi esposa Dalal".
 
Y el rey le dijo: "Está bien. Llévatela, pues, y márchate. Pero también te ruego que también te lleves con ella a su madre, para que sepa su madre dónde vive su hija, y vaya a verla de cuando en cuando". El joven contestó: "¿Para qué vamos a fatigar inútilmente a su madre, una mujer de edad? Yo me comprometo a traer aquí a mi esposa cada mes para que la veáis todos". Y el rey dijo: "Taieb". Y el joven se llevó a su esposa Dalal y partió con ella para su país.
 
Pero aquel joven tan hermoso no era otra cosa que un ghul entre los ghuls, y de la especie más peligrosa. Y llevó a Dalal a su casa, que estaba situada en soledad, en la cima de una montaña. Luego fué a batir el campo, a salir a los caminos, a hacer abortar a las mujeres encinta, a producir miedo a las viejas, a aterrar a los niños, a aullar con el viento, a ladrar a las puertas, a chillar en la noche, a frecuentar las ruinas antiguas, a sembrar maleficios, a gesticular en las tinieblas, a visitar las tumbas, a husmear muertos, y a cometer mil atentados y a provocar mil calamidades. Tras de lo cual volvió a tomar su apariencia de joven, y puso en manos de su esposa Dalal una cabeza de hijo de Adán, diciéndole: "Toma esta cabeza, Dalal, cuécela al horno, y pártela en pedazos para que nos la comamos juntos". Y ella le contestó: "Pero si es la cabeza de un hombre! Yo no las como más que de carnero".
 
El dijo: "Está bien". Y fué a buscar para ella un carnero. Y ella lo mandó guisar
y se lo comió.
 
Y continuaron viviendo completamente solos en aquella soledad, entregada sin defensa Dalal a aquel ogro joven, y el ogro entregándose a sus fechorías para volver luego a ella con señales de matanza, de violación, de carnicería y de asesinato.
 
Y al cabo de ocho días de aquella vida, el joven ghul salió y se transformó, tomando la apariencia y la cara de la madre de su esposa; y se puso vestidos de mujer; y fué a llamar a la puerta. Y Dalal miró por la ventana y preguntó: "¿Quién llama a la puerta?" Y el ghul contestó con la voz de la madre, y dijo: "¡Soy yo! abre, hija mía". Y ella bajó de prisa y abrió la puerta. Y en ocho días se había puesto delgada, pálida y desmejorada. Y el ghul, bajo la forma de la madre, le dijo, después de los abrazos: "¡Oh hija mía querida! he venido a tu casa, a pesar de la prohibición, porque nos hemos enterado de que tu marido es un ghul que te hace comer carne de hijos de Adán. ¡Ah! ¿Cómo te va, hija mía? Ahora tengo mucho miedo de que también te coma a ti. ¡Ven, y huye conmigo!" Pero Dalal, que no quería hablar mal de su marido, contestó: "Calla, ¡oh madre mía! ¡Aquí no hay ni ghul ni olor de ghul! ¡No digas esas cosas para perdición nuestra! Mi esposo es un hijo de rey, tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar. Y me da de comer todos los días un carnero cebado".
 
Entonces la dejó el joven ghul con el corazón regocijado porque no había descubierto ella su secreto. Y recuperó su hermosa forma primitiva, y fué a llevarle un cordero, y a decirle: "¡Toma, manda guisarlo, Dalal! Ella le dijo: "Ha venido aquí mi madre. Yo no tengo la culpa. Y me ha dicho que te salude en su nombre". El contestó: "¡Verdaderamente, siento no haber venido un poco antes para encontrar a la abnegada esposa de mi tío!" Luego le dijo: "Te gustaría también ver a tu tía, la hermana de tu madre?" Ella contestó: "¡Oh! ¡sí! El le dijo: "Está bien. Mañana te la mandaré".
 
Y he aquí que al día siguiente, cuando despuntó el día, salió el ghul, se transformó en tía de Dalal, y fué a llamar a la puerta. Y Dalal preguntó desde la ventana: "¿Quién es?" El le dijo: "¡Abre, que soy yo, tu tía! He pensado mucho en ti, y vengo a verte".
 
Y la joven bajó y le abrió la puerta. Y el ghul, disfrazado de tía, besó a Dalal en las mejillas, lloró largas y repetidas lágrimas, y dijo: "¡Ah! ¡oh hija de mi hermana! ¡ah! ¡qué dolores y calamidades!" Y Dalal preguntó: "¿Por qué? ¿cuándo? ¿cómo?" La tía dijo: "¡Ay! ¡ay! ¡ay! La joven preguntó: "¿Dónde te duele, tía mía?"
 
La tía dijo: "En ninguna parte, ¡oh hija de mi hermana! ¡Es que sufro por ti! ¡nos hemos enterado de que el individuo con quien te casaste es un ghul!" Pero Dalal contestó: "¡Calla, no digas esas cosas, tía! Mi esposo es hijo de un rey y sultán, como yo soy hija de un rey y sultán. Sus tesoros son mayores que los tesoros de mi padre. Y por lo que respecta a su hermosura, es comparable á la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 947ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
"... Y por lo que respecta a su hermosura, es comparable a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar". Luego le hizo almorzar una cabeza de carnero, para demostrarle bien que en casa de su esposo se comía carnero y no hijo de Adán. Y el ghul se marchó, después de almorzar, contento y satisfecho. Y no dejó de volver bajo su apariencia de joven, con un carnero para Dalal, y con una cabeza de hijo de Adán, recién cortada, para sí mismo. Y Dalal le dijo: "Ha venido mi tía a visitarme, y me encargó que te saludara". El dijo: "¡Loores a Alah! Son muy amables tus parientes, que no me olvidan. ¿Quieres mucho a tu otra tía, la hermana de tu padre?"
 
Ella dijo: "¡Oh! ¡sí! El dijo: "Está bien. ¡Yo te la mandaré mañana, y después ya no volverás a ver a ninguno de tus parientes, porque tengo miedo a su lengua!" Y al día siguiente se presentó a Dalal bajo la forma de la tía, hermana de su padre. Y tras de las zalemas y los besos de una y otra parte, la tía lloró abundantemente y sollozó, y dijo: "¡Qué desgracia y qué desolación ha caído sobre nuestra cabeza y sobre la tuya, ¡oh hija de mi hermano! Nos hemos enterado de que el individuo con quien te casaste es un ghul. Dime la verdad, hija mía, por los méritos de nuestro Mahomed (¡con El la plegaria y la paz!)"
 
Entonces Dalal no pudo guardar por más tiempo el secreto que la ahogaba, y dijo en voz baja, temblando: "¡Calla tía, calla, no vaya a ser que nos deje él más anchas que largas! Figúrate que me trae cabezas de adamitas; y como los rehusé, se las come él solo. ¡Ah! ¡Tengo mucho miedo de que me coma el día menos pensado!"
 
En cuanto Dalal hubo pronunciado estas palabras, la tía tomó su verdadera forma, convirtiéndose en un ghul de aspecto espantoso que se puso a rechinar los dientes. Y a Dalal, viendo aquello, la poseyó el terror amarillo y el temblor. Y le dijo él, sin enfadarse: "¿Tan pronto descubres mi secreto, Dalal?"
 
Y ella se arrojó a sus pies, y le dijo: "¡Me pongo bajo tu protección! ¡perdóname por esta vez!"
 
El le dijo: "¿Me has perdonado tú delante de tu tía? ¿Y me dejaste con honor? ¡No! No puedo perdonarte. ¿Por dónde empezaré a comerte?"
 
Ella le contestó: "Ya que es absolutamente preciso que me comas, será porque ese es mi destino. Pero hoy estoy sucia; y será malo para tu boca el sabor de mi carne. Más vale, pues, que por de pronto me conduzcas al hammam para que me lave en honor tuyo. Y cuando salga del baño estaré blanca y dulce. Y el sabor de mi carne será delicioso para tu boca, y entonces podrás comerme, empezando por donde quieras". Y el ghul contestó: "¡Es verdad, oh Dalal!"
 
Y en aquella hora y en aquel instante le presentó una tina grande para baño, y ropas de hammam. Luego fué a buscar a un ghul amigo suyo, a quien convirtió en pollino blanco, transformándose él mismo en arriero. Y puso a Dalal en el pollino, y salió con ella en dirección al hammam del primer pueblo, llevando a la cabeza la tina de baño.
 
Y al llegar al hammam dijo a la celadora: "Aquí tienes para ti de regalo tres dinares de oro, a fin de que hagas tomar un buen baño a esta señora, que es hija de rey. Y me la devolverás como te la he confiado. Y entregó a Dalal a la portera, y se quedó afuera, ante la puerta del hammam.
 
Y Dalal entró en la primera sala del hammam, que era la sala de espera, y se sentó en el banco de mármol, muy sola y muy triste, junto a tu tina de oro y su envoltorio de vestiduras preciosas, mientras entraban en el baño todas las jóvenes, y se bañaban y se hacían dar masajes, y salían alegres, jugueteando entre ellas. Y Dalal, lejos de estar contenta como las demás, lloraba en silencio en su rincón. Y las jóvenes fueron hacia ella, y díjole cada cual: "¿Qué te ocurre, hermana mía, y por qué lloras? Levántate ya, desnúdate y toma un baño con nosotras".
 
Pero ella les contestó, después de darles gracias: "¿Acaso el baño puede lavar las preocupaciones? ¿Acaso puede curar las penas sin remedio?" Y añadió: "Siempre es tiempo de bajar al baño".
 
Entretanto, una vieja vendedora de altramuces y de alfónsigos tostados entró al hammam, llevando a la cabeza el cuenco de altramuces y alfónsigos tostados. Y las jóvenes le compraron de aquello, quién una piastra, quien media piastra, quién dos piastras. Y al fin, por distraerse un poco comiendo alfónsigos y altramuces, la entristecida Dalal también llamó a la vieja vendedora, y le dijo: "Ven, ¡oh tía mía! y dame solamente una piastra de altramuces". Y la vendedora se acercó y se sentó y llenó de altramuces la medida de cuerno de una piastra. Y Dalal, en vez de darle una piastra, le puso en las manos su collar de perlas, diciéndole: "Tía mía, toma esto para tus hijos". Y como la vendedora se deshiciera en cumplimientos y besamanos, Dalal le dijo: "¿Querrías darme tu cuenco de altramuces y los vestidos rotos que llevas, y tomar de mí, en cambio, esta tina de oro para baño, mis alhajas, mis trajes y este envoltorio de ropas preciosas?" Y la vieja vendedora, sin poder creer en tanta generosidad, contestó: "¿Per qué, hija mía, te burlas de mí, que soy pobre?" Y Dalal le dijo: "¡Mis palabras para contigo son sinceras, vieja madre mía!" Entonces la vieja se quitó sus vestidos y se los dió. Y Dalal se vistió con ellas en seguida, se puso el cuenco de altramuces a la cabeza, se envolvió con el velo azul hecho jirones, se ennegreció las manos con el barro del piso del hamman, y salió por la puerta en que estaba sentado su esposo el ghul, gritando con voz temblona: "¡Altramuces asados, que distraen! ¡Alfónsigos tostados que divierten", como hacen las vendedoras de profesión.
 
Cuando estuvo ella lejos, el ghul, que no la había reconocido, percibió el olor de la joven con su olfato de ghul, y se dijo: "¿Cómo es posible que el olor de Dalal resida en esa vieja vendedora de altramuces? ¡Por Alah, voy a ver a qué obedece!" Y gritó: "¡Eh, vendedora de altramuces! ¡eh, la de los alfónsigos!" Pero como la vendedora no volvía la cabeza, se dijo él: "¡Más vale que vaya a enterarme en el hammam!" Y fué a preguntar a la celadora: "¿Por qué tarda en salir la señora que te he confiado?" La celadora contestó: "En seguida saldrá con las demás señoras, que no se van hasta la noche, porque están ocupadas en depilarse, en teñirse los dedos con henné, en perfumarse y en trenzarse los cabellos".
 
Y el ghul se tranquilizó, y de nuevo fué a sentarse a la puerta. Y esperó que salieran del hammam todas las señoras. Y la celadora de la puerta salió la última, y cerró el hammam. Y el ghul le dijo: "¡Eh! ¿qué haces? ¿Vas a dejar encerrada a la señora que te he confiado?"
 
La mujer dijo: "Pero si ya no hay nadie en el hammam, a no ser la vieja vendedora de altramuces, a quien dejamos dormir todas las noches en el hammam, porque no tiene una yacija". Y el ghul cogió a la celadora por el cuello, y la zarandeó y estuvo a punto de estrangularla. Y le gritó: "¡Oh alcahueta! ¡tú responderás de la señora! ¡Y a ti te la exigiré!" Ella contestó: "Yo soy celadora de ropas y babuchas, pero no celadora de mujeres".
 
Y como le apretara el más fuerte el cuello, se puso a gritar: "¡Oh musulmanes, socorredme!" Y el ogro empezó a pegarla, mientras de todas partes acudían los hombres del barrio. Y gritaba: "Aunque esté en el séptimo planeta, me la tienes que devolver, ¡oh, instrumento de zorras viejas!" ¡Y esto es lo referente a la vieja celadora del hammam y a la vieja vendedora de altramuces!
 
¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalal! Una vez que salió del hammam y consiguió burlar la vigilancia del ghul, siguió andando para volver a su país. Y cuando estuvo a bastante distancia de la ciudad, encontró un arroyuelo en donde se lavó manos, cara y pies, y se dirigió a una morada que se erguía muy cerca de allí, y que era el palacio de un rey.
 
Y se sentó junto al muro del palacio. Y una esclava negra, que había bajado para hacer un recado, la vió y subió a decir a su señora: "¡Oh mi señora! si no fuera por el miedo y el terror que te tengo, te diría sin temor a mentir, que abajo hay una mujer más bella que tú". La señora contestó: "Está bien. ¡Ve a decirle que suba!" Y la negra bajó y dijo a la joven: "Ven a hablar con mi señora, que te llama".
 
Pero Dalal contestó: "¿Acaso mi madre es una esclava negra, o mi padre un negro, para que suba yo con las esclavas?" Y la negra fué a contar a su señora lo que le había dicho Dalal. Entonces la señora envió a una esclava blanca, diciendo: "Ve tú a llamar a esa mujer que está abajo".
 
Y la esclava blanca bajó y dijo a Dalal: "Ven arriba ¡oh señora! a hablar con mi ama". Pero Dalal le contestó: "No soy una esclava blanca, ni soy hija de esclavos, para subir con una esclava blanca". Y la esclava se fué a contar a su señora lo que Dalal le había dicho. Entonces la dama llamó a su hijo, el hijo del rey, y le dijo: "Baja entonces tú y tráete a la dama que está abajo".
 
Y el joven príncipe, que por su hermosura era semejante a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar, bajó en busca de la joven, y le dijo: "¡Oh señora! ten la bondad de subir al harén de mi madre la reina". Y aquella vez contestó Dalal: "Contigo subiré, porque eres hijo de un rey y sultán, como yo soy hija de un rey y sultán". Y subió las escaleras delante de él.
 
Y he aquí que, no bien el joven príncipe vió a Dalal subir las escaleras, tan hermosa, el amor por ella le invadió el corazón...
 
En este momento de su narración Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 948ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
... Y he aquí que, no bien el joven príncipe vió a Dalal subir las escaleras, tan hermosa, el amor por ella le invadió el corazón. Y por su parte, el alma de Dalal se conmovió a la vista del joven príncipe. Y a su vez, la dama esposa del rey, cuando vió a Dalal, dijo para sí: "Eran exactas las palabras de la esclava. Es más hermosa que yo, en efecto".
 
Así es que, después de las zalemas y cumplimientos, el hijo del rey dijo a su madre: "Quisiera casarme con ella, porque es evidente que se trata de una princesa con sangre de reyes". Y la madre le dijo: "Eso es cosa tuya, hijo mío. Tú debes saber lo que haces".
 
Y el joven príncipe llamó al kadí, y en aquella hora y en aquel instante hizo extender el contrato de matrimonio y celebrar sus nupcias con Dalal. Y entró en la cámara nupcial.
 
Pero ¿qué fué del ghul mientras tanto? Helo aquí.
 
El mismo día en que se celebraron las bodas, un hombre que conducía un carnero blanco muy grande, fué a decir al rey, padre del príncipe: "¡Oh mi señor! soy un feudatario, y te traigo de regalo, con motivo de las bodas, este gordo carnero blanco que hemos cebado. Pero hay que tener atado este carnero a la puerta del harén, porque ha nacido y se ha criado entre mujeres, y si le deja abajo, balará toda la noche y no dejará dormir a nadie".
 
Y el rey dijo: "Está bien, lo acepto". Y dió un ropón de honor al feudatario, que se marchó por su camino. Y entregó el carnero blanco al agha del harén, diciéndole: "¡Sube a atar este carnero a la puerta del harén, porque no le gusta estar más que entre mujeres!"
 
Y he aquí que, cuando llegó la noche de la penetración, y el hijo del rey entró en la cámara nupcial y se durmió al lado de Dalal, después de haber hecho lo que tenía que hacer, el carnero blanco rompió su cuerda y entró en la habitación. Y se llevó a Dalal, y salió con ella al patio. Y le dijo, sin enfadarse: "Dime, Dalal, ¿me has dejado aún algo de honor?"
 
Ella le dijo: "¡Bajo tu protección! ¡No me comas! El le dijo: "¡De esta vez no pasa!" Entonces le dijo ella: "Antes de comerme, espera a que entre en el retrete del patio para hacer una necesidad". Y el ghul dijo: "Está bien". Y la condujo al retrete y se quedó guardando la puerta en espera de que acabase.
 
No bien Dalal estuvo dentro del retrete, elevó ambas manos, y dijo: ".¡Oh Nuestra Señora Zeinab, hija de nuestro Profeta bendito! ¡oh tú, que salvas de la desdicha, ven en mi socorro!" Y al punto le envió la santa una de sus secuaces entre las hijas de los genn, que hendió el muro, y dijo a Dalal: "¿Qué deseas, Dalal?" Y Dalal contestó: "Ahí fuera está el ghul, que va a comerme en cuanto salga".
 
La aparecida dijo: "Si te libro de él, ¿me dejarás besarte una vez?"
 
Dalal dijo: "Sí". Entonces la gennia de Sett Zeinab hendió el tabique del patio, y cayó bruscamente sobre el ghul, y le aplicó un puntapié en los testículos. Y cayó él, muerto de repente.
 
Entonces la gennia volvió al retrete y cogió a Dalal de la mano y le mostró al carnero blanco, tendido en tierra sin vida. Luego le sacaron del patio y le echaron al foso. ¡Y esto es, en definitiva, lo referente a él!
 
Y la gennia besó a Dalal una vez en la mejilla, y le dijo: "Ahora, Dalal, voy a pedirte un servicio". Dalal contestó: "A tus órdenes, querida".
 
La gennia dijo: "¡Deseo que vengas conmigo, solamente por una hora, al mar de Esmeralda!" Dalal contestó: "Está bien. Pero ¿para qué?" La gennia contestó: "Está enfermo mi hijo, y ha dicho nuestro médico que no se curará más que bebiendo una escudilla en el mar de Esmeralda. Pero nadie puede llenar de agua una escudilla en el mar de Esmeralda, a no ser una hija de los hombres. Y aprovecho el haber venido a verte para pedirte ese servicio".
 
Y Dalal contestó: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, con tal de estar aquí de regreso antes que se levante mi esposo". La gennia dijo: "Desde luego". Y la hizo montarse en sus hombros y la llevó a orillas del mar de Esmeralda. Y le dió una escudilla de oro. Y Dalal llenó la escudilla con aquella agua maravillosa. Pero, al retirarla, una ola le mojó la mano, que inmediatamente se le puso verde como el trébol. Tras de lo cual la gennia hizo subir de nuevo a Dalal en sus hombros, y la dejó en la cámara nupcial junto al joven. Y esto es lo referente a la secuaz de Sett Zeinab (¡con ella la plegaria y la paz!)
 
Pero el mar de Esmeralda tiene un pesador que lo pesa cada mañana para ver si ha ido o no alguien a robar. Y ése es responsable de ello. Y aquella mañana lo pesó y lo midió, y lo encontró menguado en una escudilla exactamente. Y se preguntó: "¿Quién es el autor de este robo? Voy a correr en busca suya hasta que le descubra. Porque, si tiene en la mano la señal del mar de Esmeralda, le conducirá a presencia de nuestro sultán, que sabrá lo que tiene que hacer con él".
 
A continuación, cogió brazaletes de vidrio y sortijas, y los colocó en una bandeja que se puso en la cabeza. Y se dedicó a viajar por toda la tierra, gritando bajo las ventanas de los palacios de los reyes: "Brazaletes de vidrio, ¡oh princesas! Sortijas de esmeralda, ¡oh jóvenes!"
 
Y así recorrió países y países, sin encontrar a la propietaria de la mano verde, hasta que llegó al pie de las ventanas del palacio en que se hallaba Dalal. Y volvió a gritar: "Brazaletes de vidrio, ¡oh princesas! Sortijas de esmeralda, ¡oh jóvenes!" Y Dalal, que estaba a la ventana, vió los brazaletes y sortijas de la bandeja, que le gustaron. Y dijo al vendedor: "¡Oh vendedor! espera que baje a probármelos en la mano". Y bajó adonde estaba el mercader, que era el pesador del mar de Esmeralda, y le tendió su mano izquierda, diciendo: "Pruébame las sortijas y brazaletes más hermosos que tengas". Pero el vendedor prorrumpió en exclamaciones, diciendo: "¿No te da vergüenza, ¡oh señora! tenderme la mano izquierda? Yo no pruebo en las manos izquierdas". Y Dalal, muy azorada por tener que mostrarle su mano derecha, que era verde como el trébol, le dijo: "Es que me duele la mano derecha". El le dijo: "¿Qué tiene que ver? No quiero más que verla con mis ojos, y sabré la medida". Y Dalal le enseñó la mano.
 
Y he aquí que cuando el pesador del mar de Esmeralda vió la mano de Dalal, que tenía la señal verde, comprendió que era ella quien había cogido la escudilla de agua. Y de improviso la tomó en brazos, y la transportó a presencia del sultán del mar de Esmeralda. Y le hizo entrega de ella, diciendo: "Ha robado una escudilla de tu agua, ¡oh rey del mar! Y tú sabrás lo que tienes que hacer con ella".
 
Y el sultán del mar de Esmeralda miró a Dalal con ira. Pero en cuanto sus ojos se posaron en ella, quedó conmovido por su belleza, y le dijo: "¡Oh joven! voy a hacer mi contrato de matrimonio contigo". Ella le dijo: "¡Qué lástima! Pero estoy casada, por contrato lícito con un joven semejante en hermosura a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar".
 
Entonces le dijo él: "¿Y no tienes una hermana que se te parezca, o una hija, o incluso un hijo?" Ella dijo: "Tengo una hija de diez años, que hoy es núbil y que se parece a su padre en hermosura". El dijo: "Está bien". Y llamó al pesador del mar de Esmeralda y le dijo: "Lleva a tu señora al sitio de donde la sacaste". Y el pescador la cogió a hombros. Y el sultán del mar de Esmeralda partió con ellos, llevando a Dalal de la mano.
 
Y entraron en el palacio del rey, y el sultán siguió a Dalal al aposento de su esposo, y le dijo, después de la presentación: "Quiero alianza contigo por medio de tu hija". El rey le dijo: "Está bien, precisa la dote que me darás por ella". Y el sultán del mar de Esmeralda dijo: "La dote que te daré por ella la constituirán cuarenta camellos cargados de esmeraldas y de jacintos".
 
Y quedaron de acuerdo. Y celebráronse las bodas del sultán del mar de Esmeralda con la hija de Dalal y del príncipe canopeano. Y vivieron todos juntos en completa armonía. ¡Y loor a Alah en toda circunstancia!"
 
Cuando el capitán de policía Gamal Al-Din hubo contado esta historia, el sultán Baibars, sin darle tiempo a volver a su sitio, le dijo: "¡Por Alah, ya Gamal Al-Din, que ésa es la historia más hermosa que oí jamás!"
 
Y el capitán contestó: "¡Se tornó así para agradar a nuestro amo!" Y volvió a la fila. Entonces avanzó el séptimo, que se llamaba el capitán Fakhr Al-Din; y besó la tierra entre las manos del sultán Baibars, y dijo: "¡Yo ¡oh emir y rey nuestro! te diré una aventura que me ha sucedido a mí mismo, y que no tiene más mérito que el de ser corta! Hela aquí:
 
 
 
== HISTORIA CONTADA POR EL SÉPTIMO CAPITÁN DE POLICÍA ==
 
"Un día entre los días, en la localidad donde yo me encontraba, un ladrón entre los árabes entró de noche en casa de un cortijero para robar un saco de trigo. Pero las gentes del cortijo oyeron ruido, y me llamaron a grandes gritos, diciendo: "¡Al ladrón!" Pero nuestro hombre consiguió esconderse tan bien, que, a pesar de todas nuestras pesquisas, no pudimos llegar a descubrirle. Y cuando yo emprendía el camino de la puerta para marcharme, pasé junto a un gran montón de trigo que había en el patio. Y encima del montón había una cazoleta de cobre que servía de medida. Y de pronto oí un cuesco espantoso que salía del montón de trigo. Y en el mismo momento vi la cazoleta de cobre volar por los aires a cinco metros de altura. Entonces, no obstante mi asombro, registré precipitadamente en el montón de trigo, y allí descubrí al árabe, que se había ocultado dentro, con el trasero en pompa. Y cuando le prendí y le maniaté, le interrogué acerca del extraño ruido que me había revelado su presencia.
 
Y me contestó: "Lo he hecho adrede, ¡oh mi señor!" Y le contesté: "¡Alah te maldiga! ¡Y alejado sea el Maligno! ¿Por qué ventosear así contra tu interés?"
 
Y me contestó: "Es verdad, ¡ya sidi! he obrado contra mi interés, eso es cierto. Pero precisamente lo hice en interés tuyo".
 
Y le pregunté: "¿Por qué, ¡oh hijo de perro!? ¿Y desde cuándo un cuesco, aunque sea de esa calidad, ha sido en interés de alguien en la tierra?" Y contestó: "No me injuries, ¡oh capitán! Sólo he ventoseado para ahorrarte el trabajo de más largas pesquisas, y la fatiga de recorrer inútilmente la ciudad y los campos en mi seguimiento. ¡Te ruego, pues, que me devuelvas bien por bien, ya que eres hijo de gentes de bien!"
 
Entonces ¡oh mi señor! no pude resistir a semejante argumento. Y le solté generosamente.
 
¡Y ésta es mi historia!"
 
Y al oír este relato del capitán Fakhr Al-Din, el sultán Baibars le dijo: "¡Ualah! ¡tu indulgencia estaba justificada!" Luego, como Fakhr Al-Din hubiera vuelto a su sitio, avanzó el octavo, que se llamaba Nizam Al-Din. Y dijo: "Lo que voy a contar yo no tiene nada que ver, de cerca ni de lejos, con lo que acabas e oír, ¡oh nuestro amo el sultán!"
 
Y Baibars le preguntó: "¿Se trata de una cosa vista o de una cosa oída?" El otro dijo: "No, ¡por Alah, ¡oh mi señor! se trata de una cosa que solamente he oído. ¡Hela aquí!"
Y dijo:
 
 
== HISTORIA CONTADA POR EL OCTAVO CAPITÁN DE POLICÍA ==
 
"Había una vez un tañedor de clarinete ambulante. Y estaba casado con una mujer. Y la dejó encinta, y parió ella un varón, con ayuda de Alah. Pero el tañedor de clarinete no tenía en su casa ni una moneda de plata con que pagar a la comadrona o comprar algo a su esposa, la recién parida. Y sin saber qué hacer, y hallándose en una situación embarazosa, se marchó desesperado, diciendo a su mujer: "Voy a ir al camino de Alah a mendigar dos monedas de cobre a las personas piadosas; y daré a cuenta una a la comadrona, y la segunda, también a cuenta, al pollero para comprarte un pollo con que te alimentes en este día de parto".
 
Y salió de su casa. Y cuando cruzaba un campo, encontró una gallina subida en una piedra. Y se acercó sigilosamente a la gallina, y la cogió antes de que el animal tuviese tiempo de escaparse. Y debajo de ella descubrió un huevo recién puesto. Y se lo guardó en el bolsillo, diciendo: "La bendición ha llegado hoy. Precisamente esto es lo que me hace falta, y ya no tengo necesidad de ir a mendigar. Porque voy a dar esta gallina a la hija del tío, después de guisarla para ella en este día en que ha salido del apuro; y venderé el huevo por una moneda de cobre, que daré a cuenta a la comadrona".
 
Y fué al zoco de los huevos, abrigando esta intención.
 
Al pasar por el zoco de los orfebres y de los joyeros, se encontró con un judío conocido suyo, que le preguntó: "¿Qué llevas ahí?" El hombre contestó: "¡Una gallina con su huevo!"
 
El judío le dijo: "¡Enséñamelo!" Y el tañedor de clarinete enseñó al judío la gallina y el huevo.
 
Y el judío le preguntó: "¿Quieres vender este huevo?" El hombre contestó: "¡Sí!" El judío le dijo: "¿En cuánto?"
 
El tañedor de clarinete contestó: "¡Habla tú el primero!" El judío dijo: "¡Te lo compro por diez dinares de oro! ¡No vale más!"
 
Y dijo el pobre, creyendo que el judío se burlaba de él: "Te burlas de mí porque soy pobre; demasiado sabes que no es ése su precio". Y el judío creyó que le pedía más, y le dijo: "¡Te ofrezco, como último precio, quince dinares!" El otro contestó: "¡Abra Alah!" Entonces el judío dijo: "Aquí tienes veinte dinares de oro nuevo. Los tomas o los dejas".
 
Entonces el tañedor de clarinete, al ver que la oferta era seria, entregó el huevo al judío a cambio de los veinte dinares de oro, y se apresuró a volver la espalda. Pero el judío echó a correr detrás de él, y le preguntó: "¿Tienes muchos huevos así en tu casa?"
 
El pobre hombre contestó: "Ya te traeré otro mañana, cuando haya puesto la gallina, y te lo daré en el mismo precio. ¡Pero a otro que tú no se lo vendería por menos de treinta dinares de oro!"
 
Y el judío le dijo: "Enséñame tu casa; y todos los días iré por el huevo para que no te molestes; y te daré los veinte dinares". Y el tañedor de clarinete le enseñó su casa, y se apresuró luego a buscar otra gallina en lugar de aquella tan ponedora, y la hizo guisar para su esposa. Y pagó liberalmente su trabajo a la comadrona.
 
Y al día siguiente dijo a su esposa: "¡Oh hija del tío! guárdate de degollar a la gallina negra que hay en la cocina. Es la bendición de la casa. Nos pone huevos que al precio corriente valen veinte dinares de oro cada uno...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== Y CUANDO LLEGO LA 949ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
"... Nos pone huevos que al precio corriente valen veinte dinares de oro cada uno. ¡Y quien los compra a ese precio es el mercader judío!" Y, efectivamente, el judío se dedicó a ir todos los días por el huevo recién puesto, pagándole los veinte dinares de oro al contado. Y el tañedor de clarinete no tardó en vivir con mucha holgura y en abrir una hermosa tienda de mercader en el zoco.
 
Y cuando tuvo edad para ir a la escuela su hijo, que había nacido el día de la llegada de la gallina, el antiguo tañedor de clarinete hizo construir a expensas suyas una hermosa escuela, y reunió en ella a los niños pobres para que aprendiesen a leer y escribir con su propio hijo. Y escogió para todos ellos un excelente maestro de escuela que se sabía de memoria el Korán, y podía recitárselo, incluso empezando por la última palabra y terminando con la primera.
 
Tras de lo cual resolvió ir en peregrinación al Hedjaz, y dijo a su esposa: "¡Ten cuidado de que el judío no se burle de ti y no te coja la gallina!"
 
Luego partió con la caravana de la Meca.
 
Algún tiempo después de la marcha del antiguo tañedor de clarinete, el judío dijo un día a la mujer: "Si te doy una maleta llena de oro, ¿me darás a cambio la gallina?" Ella contestó: "¿Cómo voy a hacerlo, ¡oh hombre! si me esposo, antes de partir, me ha recomendado que no te ceda más que los huevos?" El dijo: "Si se enfada, tú nada tienes que ver. Yo asumo la responsabilidad, y puede exigirme cuentas, que estoy en una tienda en medio del zoco".
 
Y le abrió la maleta, y le mostró el oro que contenía. Y la mujer se regocijó al ver tanto oro junto, y entregó la gallina al judío. Y la cogió él y la degolló acto seguido, y dijo a la mujer: "Límpiala y guísala que yo vendré por ella. Pero, como falte un pedazo, abriré el vientre a quien se lo haya comido, para sacárselo".
 
Y se marchó.
 
Y he aquí que a la hora de mediodía el hijo del tañedor de clarinete volvió de la escuela. Y vió que su madre retiraba de la lumbre una cacerola con la gallina y la ponía en un plato de porcelana y la cubría con una servilleta de muselina. Y su alma de colegial anheló vivamente comerse un trozo de aquella gallina tan hermosa. Y dijo a su madre: "Dame un poquito, madre mía". Ella le dijo: "¡Cállate! ¿acaso nos pertenece?"
 
Luego, como ella se ausentara un momento para hacer una necesidad, el muchacho levantó la servilleta de muselina, y de un solo mordisco, arrancó la curcusilla de la gallina y se la tragó, aunque estaba muy caliente. Y le vió una de las esclavas, y le dijo: "¡Oh amor mío! ¡qué desgracia y qué calamidad irremediable! ¡Huye de la casa, pues el judío, que va a venir por su gallina, te abrirá el vientre para sacarte la curcusilla que te has tragado!"
 
Y dijo el muchacho: "¡Es verdad, más vale que me marche que perder tan buena curcusilla!" Y montó en su mula y partió.
 
No tardó en ir por la gallina el judío, Y vió que faltaba la curcusilla. Y dijo a la madre. “Dónde está la curcusilla”.
 
Ella contestó: "Mientras salí para hacer una necesidad, mi hijo, a espaldas mías ha arrancado con sus dientes la curcusilla y se la ha comido". Y el judío exclamó: "¡Mal hayas! Yo te he dado mi dinero por esa curcusilla. ¿Dónde está el granuja de tu hijo, que voy a abrirle el vientre y a sacársela?" Ella contestó: "¡Ha huido de terror!"
Y el judío salió a toda prisa, y empezó a viajar por ciudades y pueblos, dando las señas del muchacho, hasta que le encontró en el campo, dormido. Y se acercó sigilosamente a él para matarle; pero el muchacho, que no dormía más que con un ojo, se despertó sobresaltado. Y el judío le gritó: "Ven aquí, ¡oh hijo de la clarinetera! ¿Quién te mandó comerte la curcusilla? Por ella he dejado una caja llena de oro, y he impuesto condiciones a tu madre. ¡Y ahora voy a llevar a cabo una de las condiciones, que es tu muerte!" Y el muchacho le contestó, sin inmutarse, "Vete, ¡oh judío! ¿No te da vergüenza hacer todo este viaje por una curcusilla de gallina? ¿Y no es una vergüenza mayor aún querer abrirme el vientre a causa de esa curcusilla?" Pero el judío contestó: "Yo sé lo que tengo que hacer". Y sacó del cinto su cuchillo para abrir el vientre al muchacho. Pero el chico cogió al judío con una sola mano, y le alzó en vilo y le tiró contra el suelo, moliéndole los huesos y dejándole más ancho que largo. Y el judío (¡maldito sea!) murió al instante.
 
Pero el muchacho debía experimentar pronto los efectos de aquella curcusilla de gallina en su persona. Efectivamente, volvió sobre sus pasos para regresar a casa de su madre; pero se perdió en el camino y llegó a una ciudad en donde vió un palacio del rey, a la puerta del cual había colgadas cuarenta cabezas menos una. Y preguntó a la gente: "¿Por qué están colgadas ahí esas cabezas?" Le contestaron: "El rey tiene una hija muy fuerte en la lucha personal. Quien entre y la venza, se casará con ella; pero a quien no la venza, se le cortará la cabeza".
 
Entonces el muchacho entró sin vacilar al aposento del rey, y le dijo: "Quiero luchar con tu hija para medir mis fuerzas con las suyas". Y el rey le contestó: "¡Oh hijo mío! ¡si quieres hacerme caso, vete! ¡Cuántos hombres más fuertes que tú han venido y han sido vencidos por mi hija! Da lástima matarte".
 
A lo cual contestó el muchacho: "Quiero que me venza, que me corten la cabeza y que la cuelguen a la puerta". Y dijo el rey: "Está bien, escríbelo así y estampa tu sello en el papel". Y el muchacho lo escribió y lo selló.
 
Inmediatamente extendieron una alfombra en el patio interior, y la joven y el muchacho llegaron al terreno, y se cogieron uno a otro por en medio del cuerpo, y juntaron sus axilas. Y lucharon enlazados maravillosamente. Y pronto la cogía el muchacho y la derribaba en tierra, como se erguía ella, cual una serpiente, y le derribaba a su vez. Y continuó él derribándola y ella derribándole durante dos horas de lucha, sin que ninguno de los dos pudiera hacer que el adversario tocase con los hombros en el suelo. Entonces se enfadó el rey al ver que su hija no se distinguía aquella vez. Y dijo: "Basta por hoy. Pero mañana vendréis otra vez para luchar sobre el terreno".
 
Luego el rey los separó y volvió a sus habitaciones, y llamó a los médicos de palacio y les dijo: "Esta noche, mientras duerme, haréis aspirar bang narcótico al muchacho que ha luchado con mi hija; y cuando haya surtido efecto el narcótico, examinaréis su cuerpo para ver si lleva consigo un talismán que le hace tan resistente. Porque la verdad es que mi hija ha vencido a los más fuertes de todos los esforzados caballeros del mundo, y ha hecho morder el polvo a cuarenta menos uno de entre ellos. ¿Cómo, pues, no ha podido dar en tierra con un jovenzuelo cual ése? Tiene, por tanto, que ocultar él algo, y eso es lo que hay que descubrir. ¡Sin lo cual, caerá en falta vuestra ciencia y no tendré fe en vuestra asistencia, y os expulsaré de mi palacio y de mi ciudad!"
 
Así es que cuando llegó la noche y durmióse el muchacho, fueron los médicos a hacerle aspirar bang narcótico, y le amodorraron profundamente. Y examináronle el cuerpo punto por punto, golpeando encima como se golpea en las cubas, y acabaron por descubrir; dentro del pecho, envuelta en sus entrañas, la curcusilla de la gallina. Y buscaron sus tijeras e instrumentos, hicieron una incisión, y extrajeron del pecho del muchacho la curcusilla de la gallina. Luego recosieron el pecho, lo rociaron con vinagre heroico y lo dejaron en el estado en que se hallaba.
 
Por la mañana, el chico despertó del sueño narcótico, y notó que tenía cansado el pecho y que en general no gozaba ya de la misma robustez que antes. Porque se le habían ido las fuerzas con la curcusilla de la gallina, que estaba dotada de la virtud de hacer invencible al que la comiera. Y viéndose en estado de inferioridad para en lo sucesivo, no quiso exponerse a intentar una empresa peligrosa, y huyó por miedo a la que la joven luchadora le venciese y le matasen.
 
Y echando inmediatamente a correr, no se detuvo hasta que perdió de vista el palacio y la ciudad. Y se encontró a tres hombres que disputaban entre sí. Y les preguntó: "¿Por qué disputáis?" Le contestaron: "¡Por una cosa!" El les dijo: "¿Una cosa? ¿Cuál?" Le contestaron: "Tenemos esta alfombra que ves. A quien se ponga encima y la golpee con esta varita, pidiéndole que le lleve aunque sea a la cumbre de la montaña Kaf, la alfombra le transporta en un abrir y cerrar de ojos. ¡Y por poseerla nos disponíamos a matarnos en este momento!"
 
El chico les dijo: "En vez de mataros mutuamente por la posesión de esa alfombra volante, tomadme por árbitro y dictaminaré con justicia entre vosotros". Y contestaron ellos: "Sé nuestro árbitro en este caso".
 
El muchacho les dijo: "Extended en tierra esa alfombra para que vea su longitud y su anchura". Y se puso en medio de la alfombra, y les dijo: "Voy a tirar una piedra con toda mi fuerza y echaréis a correr los tres juntos. Y el primero que la coja, se llevará la alfombra volante". Ellos le dijeron: "Está bien". Entonces cogió el muchacho una piedra y la tiró; y los tres echaron a correr detrás. Y mientras corrían, el chico golpeó la alfombra con la varita, diciéndole: "¡Transpórtame en línea recta en medio del patio del palacio real!" Y la alfombra ejecutó la orden en aquella hora en aquel instante, y dejó al hijo del tañedor del clarinete en el patio del palacio consabido en el sitio donde generalmente se efectuaban las luchas con la princesa.
 
Y el mozuelo exclamó: "¡Aquí está el luchador! ¡Que venga su vencedora!" Y en presencia de todos, bajó la joven al centro del patio, y se puso en la alfombra frente al muchacho. Y al punto golpeó él la alfombra con su varita, diciendo: "Vuela con nosotros hasta la cumbre de la montaña Kaf". Y la alfombra se elevó por los aires en medio del asombro general, y en menos tiempo del que se necesita para cerrar un ojo y abrirlo, los dejó en la cumbre de la montaña Kaf.
 
Entonces el mozuelo dijo a la joven: "¿Quién es el vencedor ahora? ¿La que me ha sacado del pecho la curcusilla de gallina o el que se ha apoderado de la hija del rey en medio de su palacio...?
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== Y CUANDO LLEGO LA 950ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
"... ¿Quién es el vencedor ahora? ¿La que me ha sacado del pecho la curcusilla de gallina, o el que se ha apoderado de la hija del rey en medio de su palacio?" Ella contestó: "¡Bajo tu protección! ¡Perdóname! Y si quieres conducirme otra vez al palacio de mi padre, me casaré contigo, diciendo: "¡Me ha vencido!" Y ordenaré a los médicos que vuelvan a meterte en el pecho la curcusilla de gallina". El dijo: "Está bien. Pero dice el proverbio: "¡Hay que amasar el barro cuando está blando!" Y antes de transportarte, quiero hacer contigo lo que sabes".
 
Ella dijo: "Está bien". Entonces la cogió y se echó encima de ella, y como la encontraba a punto, se dispuso a amasarla donde era necesario mientras estuviese blanda. Pero de repente le asestó ella un puntapié que le hizo rodar fuera de la alfombra.
 
Y golpeó la alfombra con la varita, diciendo: "¡Vuela, ¡oh alfombra! y transpórtame al palacio de mi padre!"
 
Y la alfombra echó a volar con ella en el mismo instante y la llevó al palacio. Y el hijo del tañedor de clarinete ambulante quedó solo en la cumbre de la montaña, expuesto a morir de hambre y de, sed, sin que dieran con sus huellas ni las hormigas. Y empezó a bajar la montaña, mordiéndose de rabia las manos. Y se estuvo bajando, sin parar, un día y una noche, y por la mañana llegó a la mitad de la montaña. Y para suerte suya, encontró allí dos palmeras que se doblaban bajo el peso de sus dátiles maduros.
 
Y he aquí que una de las dos palmeras tenía dátiles rojos, y la otra dátiles amarillos. Y el muchacho se apresuró a coger una rama de cada especie. Y como prefería los amarillos, empezó por comerse con delectación uno de aquellos dátiles amarillos. Pero al punto sintió en la cabeza una cosa que le arañaba la piel; y se llevó la mano al sitio de la cabeza donde le arañaba, y sintió que le salía con rapidez en la cabeza un cuerno que se enroscaba a la palmera. Y por más que quiso libertarse, quedó sujeto por el cuerno a la palmera. Entonces se dijo: "¡Muerte por muerte!, prefiero satisfacer antes mi hambre, y morir luego!" Y comenzó a comer dátiles rojos. Y he aquí que, en cuanto se comió uno de los rojos, sintió que el cuerno se desenroscaba de la palmera y que se quedaba libre su cabeza. Y en un abrir y cerrar de ojos, fué como si nunca hubiera existido el cuerno. Y ni rastros de él le quedaron en la cabeza.
 
Entonces se dijo el muchacho: "Está bien". Y se puso a comer dátiles rojos hasta que satisfizo su hambre. Luego se llenó el bolsillo de dátiles rojos y amarillos, y continuó viajando día y noche durante dos meses enteros, hasta que llegó a la ciudad de su adversaria, la hija del rey.
 
Y se puso debajo de las ventanas del palacio, y empezó a pregonar: "¡Dátiles tempranos y maduros, dátiles! ¡Dedos de princesas, dátiles! ¡Compañía de los jinetes, dátiles!"
 
Y la hija del rey oyó el pregón del vendedor de dátiles tempranos, y dijo a sus doncellas: "Bajad pronto a comprar dátiles a ese vendedor y escogedlos bien frescos, ¡oh jóvenes!" Y bajaron ellas a comprar dátiles, sin que se les dejara, dada su rareza, en menos de un dinar a cada uno. Y compraron dieciséis por dieciséis dinares, y subieron a dárselos a su ama.
 
Y la hija del rey observó que eran dátiles amarillos, los que más le gustaban precisamente. Y se comió los dieciséis, uno tras de otro, en el tiempo justo para llevárselos a la boca. Y dijo: "¡Oh corazón mío, cuán deliciosos son!" Pero apenas había pronunciado estas palabras, sintió una fuerte desazón, picándole en dieciséis sitios distintos de la cabeza. Y se llevó inmediatamente la mano a la cabeza, y sintió que le agujereaban el cuero cabelludo dieciséis cuernos en dieciséis sitios distintos y simétricos. Y ni tiempo de gritar había tenido, cuando ya los dieciséis cuernos se habían desarrollado, y de cuatro en cuatro habían ido a clavarse en la pared fuertemente.
 
Al ver aquello, y a los gritos penetrantes que ella se puso a lanzar a coro con sus doncellas, acudió el padre, jadeando, y preguntó: "¿Qué ocurre?" Y las doncellas le contestaron: "¡Oh amo nuestro! Alzamos los ojos y hemos visto que de repente salían esos dieciséis cuernos en la cabeza de nuestra ama, e iban a clavarse de cuatro en cuatro en la pared, como lo estás viendo".
 
Entonces el padre congregó a los médicos más hábiles, los que habían extraído del pecho del mozuelo la curcusilla de gallina. Y llevaron sierras para serrar los cuernos; pero no podían serrarse. Y emplearon otros medios, pero sin obtener resultado y sin lograr curarla. Entonces el padre recurrió a procedimientos extremos, y mandó gritar por la ciudad a un pregonero: "¡Quien dé a la hija del sultán un remedio que la libre de los dieciséis cuernos, se casará con ella y será designado para la sucesión al trono!"
 
¿Y qué sucedió?
 
Pues que el hijo del tañedor de clarinete, que sólo esperaba aquel momento, entró al palacio y subió al aposento de la princesa, diciendo: "Yo haré que le desaparezcan los cuernos". Y en cuanto estuvo en su presencia, cogió un dátil rojo, lo partió en pedazos, y lo puso en la boca de la princesa. Y en el mismo instante se separó de la pared un cuerno, y a ojos vistas, se fué encogiendo y acabó por desaparecer enteramente de la cabeza de la joven.
 
Al ver aquello, todos los presentes, con el rey a la cabeza, prorrumpieron en gritos de alegría, y exclamaron: "¡Oh, qué gran médico!". Y dijo él: "¡Mañana haré desaparecer el segundo cuerno!" Entonces le retuvieron en el palacio, donde estuvo dieciséis días, haciendo desaparecer cada día un cuerno, hasta que la libró de los dieciséis cuernos.
 
Así es que el rey, en el límite de la maravilla y de la gratitud, hizo extender al punto el contrato de matrimonio del mozalbete con la princesa. Y se celebraron las bodas, con regocijos e iluminaciones.
 
Luego llegó la noche de la penetración.
 
Y he aquí que, en cuanto el mozuelo entró con su esposa en la cámara nupcial, le dijo: "Y ahora, ¿quién de nosotros dos es el vencedor? ¿La que me quitó del pecho la curcusilla de gallina y me robó la alfombra mágica, o el que hizo crecer dieciséis cuernos en una cabeza y los hizo desaparecer en nada de tiempo?".
 
Y ella le dijo: "¿Pero eres tú? ¡Ah, efrit!
 
El le contestó: "¡Sí, soy yo, el hijo del tañedor de clarinete!" Ella le dijo: "¡Por Alah! ¡me has vencido!".
 
Y ambos se acostaron juntos, y demostraron una fuerza igual y una potencia igual. Y llegaron a ser rey y reina. Y vivieron todos juntos en plena felicidad y en perfecta dicha.
 
"¡Y ésta es mi historia!"
 
Cuando el sultán Baibars hubo oído esta historia del capitán Nizam Al-Din, exclamó "Ualahí, ¡no sé si decir que ésta es la historia más hermosa que oí!" Entonces avanzó el noveno capitán de policía, que se llamaba Gelal Al-Din; y besó la tierra entre las manos del sultán Baibars, y dijo: "Inschalah, ¡oh rey del tiempo! la historia que voy a contarte te gustará indudablemente". Y dijo:
 
 
 
 
== HISTORIA CONTADA POR EL NOVENO CAPITÁN DE POLICÍA ==
 
"Había una mujer que, a pesar de todos los asaltos, no concebía ni paría. Así es que un día se levantó e hizo su plegaria al Retribuidor, diciendo: "¡Dame una hija, aunque deba morir con el olor del lino!"
 
Y al hablar así del olor del lino, quería pedir una hija, aunque fuese tan delicada y tan sensible como para que el olor anodino del lino la incomodase hasta el punto de hacerla morir.
 
Y el caso es que concibió y parió, sin contratiempo, a la hija que Alah hubo de darle, y que era tan hermosa como la luna al salir, y pálida como un rayo de luna, y como él delicada. Y la llamaron Sittukhán.
 
Cuando ya era mayor y tenía diez años de edad, el hijo del sultán pasó por la calle y la vió asomada a la ventana. Y en el corazón se le albergó el amor por ella; y se fué malo a casa.
 
Y se sucedieron los médicos ante él, sin dar con el remedio que necesitaba. Entonces, enviada por la mujer del portero, subió a verle una vieja, que le dijo después de mirarle: "¡Oh! ¡estás enamorado o tienes un amigo a quien amas!" El contestó: "Estoy enamorado". Ella le dijo: "Dime de quién, y seré un lazo entre tú y ella". El dijo: "De la bella Sittukhán". Ella contestó: "Refresca tus ojos y tranquiliza tu corazón, que yo te la traeré".
 
Y la vieja se marchó, y encontró a la joven tomando el fresco a su puerta. Y después de las zalemas y cumplimientos, le dijo: "¡La salvaguardia con las hermosas como tú, hija mía! Las que se te parecen y tienen dedos tan bonitos como los tuyos deberían aprender a tejer lino. Porque no hay nada más delicioso que un huso en dedos fusiformes". Y se marchó.
 
Y la joven fué a casa de su madre, y le dijo: "Llévame, madre mía, a casa de la maestra". La madre le preguntó: "¿Qué maestra?" La joven contestó: "La maestra del lino". Y su madre contestó: "¡Cállate! El lino es peligroso para ti. Su olor es pernicioso para tu pecho. Si lo tocas, morirás". Ella dijo: "No, no moriré". E insistió y lloró de tal manera, que su madre la envió a casa de la maestra del lino.
 
Y la joven estuvo allá todo un día aprendiendo a hilar lino. Y todas sus compañeras se maravillaron de su belleza y de la hermosura de sus dedos. Y he aquí que se le metió en un dedo, entre la carne y la uña, una brizna de lino. Y cayó ella al suelo, sin conocimiento.
 
Y la creyeron muerta, y enviaron recado a casa de su padre y de su madre, y les dijeron: "¡Venid a llevaros a vuestra hija, y que Alah prolongue vuestros días, pues ha muerto!"
 
Entonces su padre y su madre, cuya única alegría era ella, se desgarraron las vestiduras, y azotados por el viento de la calamidad, fueron, con el sudario, a enterrarla. Pero he aquí que pasó la vieja, y les dijo: "Sois personas ricas, y resultaría un oprobio para vosotros enterrar a esa joven en el polvo". Ellos preguntaron: "¿Y qué vamos a hacer?" Ella dijo: "Construidle un pabellón en medio del río. Y la acostaréis en un lecho dentro de ese pabellón. E iréis a verla todos los días que lo deseéis".
 
Y le construyeron un pabellón de mármol, sostenido por columnas, en medio del río. Y lo rodearon de un jardín alfombrado de césped. Y pusieron a la joven en un lecho de marfil, dentro del pabellón, y se marcharon llorando.
 
¿Y qué aconteció?
 
Pues que la vieja fué al punto en busca del hijo del rey, que estaba enfermo de amor, y le dijo: "Ven a ver a la joven. Te espera, acostada en un pabellón, en medio del río".
 
Entonces se levantó el príncipe y dijo al visir de su padre: "Ven conmigo a dar un paseo". Y salieron ambos, precedidos de lejos por la vieja, que iba enseñando al príncipe el camino. Y llegaron al pabellón de mármol, y el príncipe dijo al visir: "Espérame a la puerta. No tardaré".
 
Luego entró en el pabellón. Y encontró a la joven muerta. Y se sentó a llorarla, recitando versos alusivos a su belleza. Y le cogió la mano para besársela, y vió aquellos dedos tan finos y tan bonitos. Y mientras la admiraba, observó en uno la brizna de lino entre la uña y la carne. Y le chocó la brizna de lino, y la arrancó delicadamente.
 
Y al punto la joven salió de su desmayo...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
== Y CUANDO LLEGO LA 951ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
... Y al punto la joven salió de su desmayo, y se incorporó a medias, y sonrió al joven príncipe, y le dijo: "¿Dónde estoy?" Y él la estrechó contra sí, y contestó: "¡Conmigo!" Y la besó, y se acostó con ella. Y permanecieron juntos cuarenta días y cuarenta noches en el límite de la satisfacción.
 
Luego se despidió él de ella, diciéndole: "Me voy, porque el visir de mi padre está esperando a la puerta. Le llevaré al palacio y volveré". Y bajó en busca del visir. Y salió con él y atravesó el jardín. Y salieron a su encuentro rosas blancas y jazmines. Y le conmovió aquel encuentro, y dijo al visir: "¡Mira! ¡Las rosas y los jazmines blancos tienen la blancura de las mejillas de Sittukhán! ¡Oh visir! ¡espera tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez las mejillas de Sittukhán!"
 
Y subió, y se quedó tres días con Sittukhán, admirando sus mejillas, que eran como las rosas blancas y los jazmines. Luego bajó y se reunió con el visir, y continuó su paseo por el jardín en pos de la salida. Y salió a su encuentro el algarrobo de largos frutos negros. Y le conmovió mucho aquel encuentro, y dijo al visir: "¡Mira! ¡Las algarrobas son largas y negras como las cejas de Sittukhán! ¡oh visir! ¡espera aquí tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez las cejas de Sittukhán!"
 
Y subió, y se quedó tres días con ella, admirando sus hermosas cejas, largas y negras como dos algarrobas en la rama.
 
Luego bajó a reunirse con el visir, y continuó con él sus paseos por el jardín en pos de la salida. Y le salió al encuentro una fuente corriente que tenía un surtidor hermoso y solitario. Y le conmovió aquel encuentro, y dijo al visir: "¡Mira! ¡El surtidor de la fuente es como el talle de Sittukhán! ¡oh visir! ¡espera aquí tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez el talle de Sittukhán!"
 
Y subió, y se quedó tres días con ella, admirando su talle, que se parecía al surtidor de la fuente.
 
Luego bajó a reunirse con el visir para continuar con él su paseo por el jardín en pos de la salida. Pero he aquí que, cuando la joven vió a su enamorado subir por tercera vez en seguida de bajar, se dijo "Voy a ir ahora a ver por qué se va y vuelve en seguida". Y bajó del pabellón y se quedó detrás de la puerta que daba al jardín, para verle partir. Y el príncipe, al volverse, la vió asomar la cabeza por la puerta.
 
Y retrocedió hasta ella, que estaba pálida y triste, y le dijo: "¡Sittukhán, Sittukhán! ¡ya no te veré más! ¡oh! ¡nunca más!" Y se marchó y salió con el visir para no volver más.
 
Entonces Sittukhán se dedicó a vagar por el jardín, llorando por sí misma y sintiendo no haber muerto realmente. Y mientras vagaba de aquel modo, vió que algo brillaba sobre el agua. Y lo recogió y vió que era un sortija soleimánica. Y frotó la cornalina grabada que estaba engarzada en ella, y al punto le dijo la sortija: "Heme aquí a tus órdenes. Habla, ¿qué quieres?" La joven contestó: "¡Oh sortija de Soleimán! deseo de ti un palacio al lado del palacio del príncipe que me ha amado, y dame una belleza mayor que mi belleza". Y la sortija le dijo: "¡Cierra los ojos y ábrelos!" Y la joven cerró los ojos, y cuando los abrió, se encontró en un palacio magnífico erigido al lado del palacio del príncipe. Y se miró en el espejo, y quedó maravillada de su propia belleza.
 
Y fué a acodarse a la ventana en el momento en que pasaba por allá el príncipe a caballo. Y la vió sin reconocerla, y se fué enamorado. Y llegó al aposento de su madre, y le dijo: "¡Madre mía! ¿tienes alguna cosa muy hermosa para llevársela de regalo a la dama que se ha instalado en el nuevo palacio? ¿Y no podrías decirle al mismo tiempo: "¿Cásate con mi hijo?" Y su madre la reina le dijo: "Tengo dos piezas de brocado real. Iré a llevárselas y le haré la petición". El príncipe le dijo: "Está bien. Llévaselas".
 
Y la madre del príncipe fué a la joven, y le dijo: "Hija mía, acepta este regalo, porque mi hijo desea casarse contigo". Y la joven llamó a su negra, y le dijo: "Toma estas dos piezas de brocado y haz con ellas rodillas para fregar las baldosas". Y la reina, enfadada, se fué en busca de su hijo, que le preguntó: "¿Qué te ha dicho, madre mía?" Ella contestó: "¡Ha dado a la esclava las dos piezas de brocado de oro y le ha ordenado que con ellas haga rodillas para fregar la casa!" El joven le dijo: "Te lo suplico, madre mía, ¿no tienes algo más precioso que puedas llevarle? Porque estoy enfermo de amor por sus ojos". La madre le dijo: "Tengo un collar de esmeraldas sin tara ni mácula". El príncipe le dijo: "Está bien. Pues llévaselo".
 
Y la madre del príncipe subió a ver a la joven, y le dijo: "Acepta de nosotros este regalo, hija mía, que mi hijo desea casarse contigo". Y la joven contestó: "Tu regalo queda aceptado, ¡oh señora!" Y llamó a la esclava y le dijo: "¿Han comido los pichones o todavía no?" La esclava contestó: "Todavía no, "¡ya setti!" La joven le dijo: "¡Entonces toma estos granos de esmeralda y dáselos a los pichones para que coman y se refresquen con ellos!"
 
Al oír estas palabras, la madre del príncipe dijo a la joven: "¡No nos humilles, hija mía! Te ruego solamente que me digas si quieres casarte con mi hijo o no". Ella contestó: "Si quieres que me case con tu hijo, dile que se haga pasar por muerto, envuélvele en siete sudarios, condúcele por la ciudad, y di a las gentes que no le entierren en más sitio que en el jardín de mi palacio".
 
Y la madre del príncipe dijo: "Está bien. Voy a exponer tus condiciones a mi hijo".
 
Y fué a decir a su hijo: "¡No puedes figurarte lo que pretende! Exige que, si quieres casarte con ella, te hagas pasar por muerto, que se te envuelva en siete sudarios, que se te conduzca por la ciudad con cortejo fúnebre y que te lleven a su casa para enterrarte. Y entonces se casará contigo". Y él contestó: "¿No es nada más que eso, madre mía? Entonces, desgarra tus vestiduras, grita y di: "¡Ha muerto mi hijo!"
 
Y la madre del príncipe se desgarró las vestiduras, y gritó con voz tan aguda como lamentable: "¡Qué calamidad la mía! ¡ha muerto mi hijo!"
 
Entonces, al oír el grito, todas las gentes del palacio acudieron y vieron al príncipe tendido en tierra como los muertos, y a su madre en un estado lamentable. Y cogieron el cuerpo del difunto, lo lavaron y lo metieron en siete sudarios. Luego se congregaron los lectores del Korán y los jeiques, y salieron en cortejo delante del cuerpo, cubierto de chales preciosos. Y después de conducir por toda la ciudad al muerto, fueron a depositarlo en el jardín de la joven, con arreglo a sus deseos. Allí lo dejaron, y se marcharon por su camino.
 
Cuando no quedó ya nadie en el jardín, la joven, que en otro tiempo había muerto a consecuencia de una brizna de lino, y que por sus mejillas se parecía a las rosas blancas y a los jazmines, por sus cejas a las algarrobas en la rama y por su talle al surtidor de la fuente, se inclinó sobre el príncipe amortajado con los siete sudarios. Y cuando le hubo quitado el séptimo sudario, le dijo: "¿Cómo? ¿eres tú? ¡Conque tu pasión por las mujeres te ha llevado a dejarte amortajar con siete sudarios!"
 
Y el príncipe quedó lleno de confusión, y se mordió un dedo, y se lo arrancó de vergüenza. Y ella le dijo: "Pase por esta vez". "Y vivieron juntos, amándose y deleitándose"
 
Y al oír esta historia, el sultán Baibars dijo al capitán Gelal Al-Din: "¡Ualahi, ua telahi, me parece que esto es lo más admirable que he oído!".
 
Entonces avanzó entre las manos del sultán Baibars el décimo capitán de policía, que se llamaba Helal Al-Din, diciendo: "¡Tengo que contar una historia que es hermana mayor de las anteriores!"
 
Y dijo:
 
 
== HISTORIA CONTADA POR EL DÉCIMO CAPITÁN DE POLICÍA ==
 
 
 
"Había una vez un rey que tenía un hijo llamado Mohammad. Y el tal hijo dijo un día a su padre: "Quiero casarme". Y su padre le contestó: "Está bien. Espera a que vaya tu madre a los harenes para ver las jóvenes casaderas que hay y hacer la petición en tu nombre". Pero el hijo del rey dijo: "No, padre mío; quiero buscar novia con mis propios ojos, viendo a la joven". Y el rey contestó: "Está bien".
 
Entonces montó el joven en su caballo, que era hermoso como un animal feérico, y salió de viaje.
 
Y al cabo de diez días de viajar, encontró a un hombre sentado en un campo y ocupado en cortar puerros, mientras su hija, una jovenzuela, los ataba. Y el príncipe, después de las zalemas, se sentó junto a ellos, y dijo a la joven: "¿Tienes un poco de agua?" Ella contestó: "La tengo". El dijo: "Dámela a beber". Y ella se levantó y le trajo el cantarillo. Y bebió él.
 
Y he aquí que le gustó la joven, y dijo al padre: "¡Oh jeique ¿me darás en matrimonio a esta hija tuya?" El jeique contestó: "Somos tus servidores". Y el príncipe le dijo: "Está bien, ¡oh jeique! Quédate aquí con tu hija, mientras yo regreso a mi país a buscar lo necesario para la boda, y vuelvo".
 
Y el príncipe Mohammad fué a ver a su padre, y le dijo: "¡Me he hecho novio de la hija del sultán de los puerros!" Y su padre le dijo: "¿Es que los puerros tienen ahora un sultán?"
 
El joven contestó:
 
"¡Sí, y quiero casarme con su hija!" Y el rey exclamó: "¡Loores a Alah, ¡oh hijo mío! que ha dado un sultán a los puerros!" Y añadió: "Ya que te gusta la hija, espera por lo menos a que vaya tu madre al país de los puerros para ver el puerro padre, y a la puerra madre, y a la puerra hija".
 
Y dijo el príncipe Mohammad: "Está bien".
 
Y su madre fué, pues, al país del padre de la joven, y se encontró con que la que su hijo le había dicho que era la hija del sultán de los puerros era una jovenzuela de todo punto encantadora y hecha verdaderamente para ser esposa de un hijo de rey. Y le plugo en extremo; y la besó, y le dijo: "¡Querida, soy la reina madre del príncipe a quien has visto, y vengo para casarte con él!" Y la joven dijo: "¿Cómo? ¿tu hijo es hijo del rey?" La reina contestó: "¡Sí, mi hijo es hijo del rey, y yo soy su madre!" Y la joven dijo: "Entonces no me casaré con él". La reina preguntó "¿Y por qué?" La joven le dijo: "¡Porque no me casaré más que con un hombre de oficio!"
 
Entonces la reina se marchó enfadada, y dijo a su esposo: "¡La joven del país de los puerros no quiere casarse con nuestro hijo!" El rey preguntó: "¿Por qué?". La reina dijo: "Porque no quiere casarse más que con un hombre que tenga en la mano un oficio''. El rey dijo: "Tiene razón". Pero el príncipe cayó enfermo al saberlo.
 
Entonces el rey se levantó y mandó buscar a todos los jeiques de las corporaciones; y cuando estuvieron todos entre sus manos, dijo al primero, que era el jeique de los carpinteros: "¿En cuánto tiempo enseñarías tu oficio a mi hijo?". El otro contestó: "Nada más que en dos años, pero no en menos". El rey dijo: "Está bien. ¡Échate a un lado!". Luego se encaró con el segundo, que era el jeique de los herreros, y le dijo: "¿En cuánto tiempo enseñarías tu oficio a mi hijo?". El otro contestó: "Necesito un año, día tras día". El rey le dijo: "Está bien. ¡Échate a un lado!" Y de tal suerte interrogó a todos los jeiques de las corporaciones, que exigieron unos un año, otros dos, y otros tres o hasta cuatro años. Y no sabía el rey por cuál decidirse, cuando vió que detrás de todos alguien saltaba y se inclinaba, y hacía señas con los ojos y con el dedo alzado. Y le llamó, y le preguntó: "¿Por qué te estiras y te agachas?" El aludido contestó: "Para hacerme notar por nuestro amo el sultán, pues soy pobre, y los jeiques de las corporaciones no me han advertido de su llegada aquí. Y yo soy tejedor, y enseñaré mi oficio a tu hijo en una hora de tiempo".
 
Entonces el rey despidió a todos los jeiques de las corporaciones, y retuvo al tejedor, y le llevó seda de diferentes colores y un telar, y le dijo: "Enseña tu arte a mi hijo". Y el tejedor se encaró con el príncipe, que se había levantado, y le dijo: "¡Mira! yo no voy a decirte: "¡Hazlo de este modo, y hazlo de este otro!", no; yo te digo: "¡Abre tus ojos y observa! Y mira cómo van y vienen mis manos". Y en nada de tiempo el tejedor tejió un pañuelo, en tanto que el príncipe le miraba atentamente. Luego dijo a su aprendiz. "Acércate ahora y haz un pañuelo como éste". Y el príncipe se puso al telar, y tejió un pañuelo espléndido, dibujando en la trama el palacio y el jardín de su padre...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== Y CUANDO LLEGO LA 952ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
... Y el príncipe se puso al telar, y tejió un pañuelo espléndido, dibujando en la trama el palacio y el jardín de su padre.
 
Y el hombre cogió los dos pañuelos y subió al aposento del rey y le dijo: "¿Cuál de estos dos pañuelos es obra mía y cuál es obra de tu hijo?". Y el rey, sin vacilar, mostró con el dedo el de su hijo, señalando el hermoso dibujo del palacio y del jardín, y dijo: "¡Este es obra tuya y el otro es también obra tuya!" Pero el tejedor exclamó: "Por los méritos de tus gloriosos antecesores, ¡oh rey! que el pañuelo más hermoso es obra de tu hijo, y éste, el feo, es obra mía".
 
Entonces el rey, maravillado, nombró al tejedor jeique de todos los jeiques de las corporaciones, y le despidió contento. Tras de lo cual dijo a su esposa: "Coge el pañuelo obra de nuestro hijo, y ve a enseñárselo a la hija del sultán de los puerros, diciéndole: "Mi hijo tiene el oficio de tejedor en seda".
 
Y la madre del príncipe cogió el pañuelo y fué a ver a la joven, y le enseñó el pañuelo, repitiéndole las palabras del rey. Y la joven se maravilló del pañuelo, y dijo: "Ahora me casaré con tu hijo".
 
Y los visires del rey cogieron al Kadí y fueron a hacer el contrato de matrimonio. Y se celebraron las bodas. Y el príncipe penetró en la jovenzuela del país de los puerros, y tuvo de ella hijos que todos llevaban en los muslos la marca del puerro. Y cada uno de ellos aprendió un oficio. Y vivieron todos contentos y prosperando.
 
¡Pero Alah es más sabio!"
 
Luego dijo el sultán Baibars: "Esa historia de la hija del sultán de los puerros me ha gustado por su hermosa moraleja. Pero ¿no hay entre vosotros nadie que tenga todavía que contarme algo?" Entonces avanzó otro capitán de policía, que era el undécimo, y se llamaba Salah Al-Din. Y después de besar la tierra entre las manos del sultán Baibars, dijo: "¡He aquí mi historia!"
 
 
 
== HISTORIA CONTADA POR EL UNDÉCIMO CAPITÁN DE POLICÍA ==
 
"Una vez le aconteció a un sultán que le naciera un hijo al mismo tiempo que una yegua de raza de las caballerizas reales echaba al mundo un potro. Y dijo el rey: "El potro que ha salido está escrito en la suerte de mi hijo recién nacido, y le pertenece en propiedad".
 
Cuando el niño se hizo mayor y avanzó en edad, murió su madre: y el mismo día murió la madre del potro.
 
Y pasaron los días, y el sultán se casó con otra mujer, a quien escogió entre las esclavas de palacio. Y llevaron al muchacho a la escuela, sin velar ya por él y sin quererle. Y cada vez que el huérfano de madre volvía de la escuela, entraba a ver a su caballo, le acariciaba, le daba de comer y de beber y le contaba sus penas y su abandono. Y he aquí que la esclava con quien el sultán se había casado tenía un amante que era un médico judío (¡maldito sea!). Y para entrevistarse se veían muy apurados ambos, precisamente a causa de la presencia de aquel huérfano de madre en el palacio. Y se preguntaron: "¿Qué hacer?" Y reflexionaron sobre el particular y decidieron envenenar al joven príncipe.
 
Por lo que a él respecta, cuando volvió de la escuela fué a ver a su caballo, como de ordinario. Y le encontró llorando. Y le dijo: acariciándole: "¿Por qué lloras, caballo mío?". Y el caballo le contestó: "Lloro porque vas a perder la vida". El príncipe preguntó: "¿Y quién quiere que pierda yo la vida?". El caballo contestó: "La mujer de tu padre y ese maldito médico judío" El príncipe preguntó: "¿Cómo es eso?" El caballo dijo: "Te han preparado un veneno que han extraído de la piel de un negro. Y te lo echarán en la comida. Ten cuidado de no probarla"
 
Y el caso es que, cuando el joven príncipe subió al aposento de la mujer de su padre, ella le puso delante la comida. Y él cogió la comida y a su vez la puso delante del gato de la mujer del rey, que maullaba por allí. Y antes de que pudiese impedirlo su ama, el gato se tragó la comida y murió inmediatamente. Y el príncipe se levantó y salió sin decir nada.
 
Y la mujer del rey y el judío se preguntaron: "¿Quién se lo ha podido decir?" Y se contestaron; "nadie, excepto su caballo". Entonces dijo la mujer: "Está bien". Y fingió ponerse mala, y el rey hizo ir al maldito judío, que era su médico, para que examinase a la reina. Y la examinó el judío, y dijo: "Su remedio consiste en un corazón de potro de una yegua de raza, de tal y cual color". Y dijo el rey: "No hay en mi reino más que un potro que reúna esas condiciones, y es el potro de mi hijo huérfano de madre". Y cuando el muchacho volvió de la escuela, le dijo su padre. "Tu tía la reina está enferma, y no hay para ella otro remedio que el corazón de tu potro hijo de la yegua de raza". El muchacho contestó: "No hay inconveniente. Pero ¡oh padre mío! todavía no he montado ni una sola vez en mi potro. Quisiera montarle antes, y en cuanto lo haga, le degollarán y le sacarán el corazón". Y dijo el rey: "Está bien". Y el joven príncipe montó en su caballo ante toda la corte, y le lanzó a galope por el meidán. Y galopando de tal suerte, desapareció a los ojos de los hombres. Y echaron a correr jinetes detrás de él, pero no le encontraron.
 
Y así llegó a otro reino que el de su padre, acercándose al jardín del rey de aquel reino. Y el caballo le dió un mechón de sus crines y un pedernal, y le dijo: "Si me necesitas, quema una de esas crines, y al punto estaré a tu lado. Ahora vale más que me retire, ante todo porque tengo que comer, y además, para no importunarte en tus encuentros con tu destino". Y se besaron y se separaron.
 
Y el joven príncipe fué en busca del jardinero mayor, y le dijo: "Soy extranjero aquí. ¿Me tomarás a tu servicio?" El jardinero le contestó: "Está bien. Precisamente necesito una persona que guíe al buey que da vueltas a la noria de regar". Y el joven príncipe fué a la noria y se puso a guiar al buey del jardinero.
 
Aquel día se paseaban por el jardín las hijas del rey, y la más joven vió al muchacho que guiaba al buey de la noria. Y el amor se albergó en su corazón. Y sin exteriorizar nada, dijo ella a sus hermanas: "Hermanas mías, hasta cuándo vamos a estar sin maridos? ¿Acaso nuestro padre quiere dejarnos agriar? Se nos va a revolver la sangre". Y sus hermanas le dijeron: "¡Es verdad! Vamos camino de agriarnos, y se nos va a revolver la sangre". Y se reunieron y fueron las siete en busca de su madre, y le dijeron: "¿Nos va a dejar agriarnos en su casa nuestro padre? Se nos va a revolver la sangre. ¿O va a buscarnos por fin maridos que impidan cosa tan terrible?".
 
Entonces la madre fué en busca del rey, y le habló en este sentido. Y el rey hizo pregonar públicamente que todos los jóvenes de la ciudad debían pasar por debajo de las ventanas del palacio, porque las princesas tenían que casarse. Y todos los jóvenes pasaron por debajo de las ventanas del palacio. Y cada vez que le gustaba uno a una de las hermanas, tiraba ella sobre él su pañuelo. Y de tal suerte encontraron esposo de su agrado seis de ellas, y se mostraron satisfechas.
 
Pero la hija pequeña no tiró su pañuelo sobre nadie. Y advirtieron de ello al rey, que dijo: "¿No queda nadie más en la ciudad?". Le contestaron: "No queda más que un muchacho pobre que da vueltas a la noria del jardín". Y dijo el rey: "A pesar de todo, es preciso que venga, aunque sé que no va a escogerlo mi hija". Y fueron a buscarle, y le llevaron debajo de las ventanas del palacio. Y he aquí que sobre él cayó recto el pañuelo de la joven. Y la casaron con él. Y el rey, padre de la joven, cayó enfermo de pena.
 
Y se congregaron los médicos y le recetaron, como régimen y remedio, que bebiera leche de osa contenida en un odre de piel de osa virgen. Y dijo el rey: "Fácil es. Tengo seis yernos que son heroicos jinetes, y no se parecen en nada al maldito del séptimo, que es el boyero de la noria. ¡Id a decirles que me traigan esa leche!".
 
Entonces los seis yernos del rey montaron en sus hermosos caballos y salieron en busca de la consabida leche de osa. Y el muchacho casado con la hija menor montó en un mulo cojo y salió también mientras se burlaba de él todo el mundo. Y cuando llegó a un paraje retirado, golpeó el pedernal y quemó uno de los pelos. Y apareció su caballo, y se besaron. Y el muchacho le pidió lo que tenía que pedirle.
 
Al cabo de cierto tiempo volvieron de su expedición los seis yernos del rey, llevando consigo un odre de piel de osa lleno de leche de osa. Y se lo entregaron a la reina, madre de sus esposas, diciéndole: "¡Lleva esto a nuestro tío el rey!". Y la reina llamó con las manos, y subieron los eunucos, y les dijo: "Dad esta leche a los médicos para que la examinen". Y los médicos examinaron la leche, y dijeron: "Es leche de osa vieja, y está en un odre de piel de osa vieja. Sólo nocivo puede ser para la salud del rey".
 
Y he aquí que de nuevo subieron los eunucos al aposento de la reina, y le entregaron otro odre, diciendo: "¡Este odre de leche nos lo acaba de entregar un adolescente que va a caballo y es más hermoso que el ángel Harut!". Y la reina les dijo: "Llévaselo a los médicos para que lo examinen". Y los médicos examinaron continente y contenido, y dijeron: "He aquí lo que buscábamos. Es leche de osa joven en una piel de osa virgen". Y se la dieron a beber al rey, que curó en aquella hora y en aquel instante, y dijo: "¿Quién ha traído este remedio?". Le contestaron: "Un adolescente que venía a caballo, y es más hermoso que el ángel Harut". El rey dijo: "Que vayan a entregarle de mi parte el anillo del reino y que le hagan sentarse en mi trono. Luego me levantaré y haré divorciarse a mi hija menor del mozo de la noria.
 
Y la casaré con ese adolescente que me ha hecho volver del país de la muerte". Y se ejecutaron sus órdenes.
 
Luego se levantó el rey y se vistió y fué a la sala del trono. Y cayó a los pies del hermoso adolescente sentado en el trono, y se los besó. Y vió junto a él a su hija menor sonriendo. Y le dijo: "¡Bien, hija mía! ¡Ya veo que te has divorciado del mozo de la noria, y que has fijado libremente tu elección en este adolescente, que es más hermoso que el ángel Harut". Y ella le dijo: "Padre mío, el mozo de la noria, el adolescente que te ha traído la leche de osa virgen y el que ahora está sentado en el trono del reino no son más que una sola y misma persona".
 
Y el rey quedó asombrado al oír estas palabras, y se encaró con el adolescente real, y le preguntó: "¿Es verdad lo que dice?". El interpelado contestó: "¡Sí, es verdad! ¡Y si no me quieres por yerno, fácil es remediarlo, porque tu hija todavía está virgen!". Y el rey le besó y le estrechó contra su corazón. Luego hizo celebrar sus nupcias con la joven. Y al llegar la penetración, el adolescente se portó tan bien, que impidió para siempre a su joven esposa agriarse y tener la sangre revuelta.
 
Tras de lo cual regresó con ella al reino de su padre a la cabeza de un ejército numeroso. Y se encontró con que su padre había muerto, y que la mujer de su padre dirigía los asuntos de reino, de acuerdo con aquel maldito médico judío. Entonces los hizo prender a ambos, y los empaló encima de una hoguera. Y se consumieron en el palo. ¡Y se acabó lo concerniente a ellos!
 
¡Loores a Alah, que vive sin consumirse nunca!".
 
Y el sultán Baibars, al oír esta historia del capitán Salah Al-Din, dijo: "¡Qué lástima que no quede ya nadie que me cuente historias parecidas a ésta!". Entonces avanzó el duodécimo capitán de policía, llamado Nassr Al-Din, quien, tras de los homenajes al sultán Baibars, dijo: "Yo no he dicho nada todavía, ¡oh rey del tiempo! ¡Y por cierto que después de mí nadie dirá ya nada, porque nada habrá que decir ya!". Y Baibars se puso contento, y dijo: "¡Da lo que tienes!". Entonces dijo el capitán:
 
 
 
== HISTORIA CONTADA POR EL DUODÉCIMO CAPITÁN DE POLICÍA ==
 
"Se cuenta -pero ¿hay otra ciencia que la de Alah?- que había en la tierra un rey. Y este rey estaba casado con una reina estéril. Un día fué a ver al rey un maghrebín, y le dijo: "Si te doy un remedio para que tu mujer conciba y para cuando quiera ¿me darás tu primer hijo?" Y el rey contestó: "Está bien, te le daré". Entonces el maghrebín dió al rey dos confites, uno verde y otro rojo, y le dijo: "Tú te comerás el verde, y tu mujer se comerá el rojo. Y Alah hará lo demás". Luego se marchó.
 
Y el rey se comió el confite verde, y dió el confite rojo a su mujer, que se lo comió. Y quedó encinta y parió un hijo, al que llamaron Mahomed (¡sea la bendición con este nombre!). Y el niño empezó a crecer y a desarrollarse, inteligente en las ciencias y dotado de hermosa voz.
 
Después la reina parió un segundo hijo, al que llamaron Alí, y que empezó a criarse torpe e inhábil para todo. Tras de lo cual aún quedó ella encinta, y parió un tercer hijo, llamado Mahmud, que empezó a crecer y a desarrollarse idiota y estúpido.
 
Al cabo de diez años, el maghrebín fué a ver al rey y le dijo: "Dame a mi hijo". Y dijo el rey: "Está bien". Y fué al aposento de su esposa, y le dijo: "Ha venido el maghrebín a pedirnos nuestro hijo mayor". Y ella contestó: "¡Jamás! Démosle a Alí el torpe". Y dijo el rey: "Está bien". Y llamó a Alí el torpe, le cogió de la mano, y se lo dió al maghrebín, que se lo llevó y se fué.
 
Y anduvo con él por los caminos, en medio del calor, hasta mediodía. Luego le preguntó: "¿No tienes hambre ni sed?". Y el muchacho contestó: "¡Por Alah, vaya una pregunta! ¿Cómo quieres que después de media jornada pasada sin comer ni beber, no tenga hambre ni sed?". Entonces el maghrebín hizo: "¡Hum!". Y cogió al chico de la mano y se lo llevó a su padre, diciéndole: "Este no es mi hijo". Y el rey le preguntó "¿Y cuál es tu hijo?". El otro contestó: "Déjamelos ver a los tres y yo cogeré a mi hijo". Entonces el rey llamó a sus tres hijos. Y el maghrebín extendió la mano y cogió a Mahomed, el mayor, que era precisamente el inteligente, el dotado de hermosa voz. Luego se marchó.
 
Y caminó con él media jornada, y le dijo: "¿Tienes hambre? ¿Tienes sed?". Y el Avispado contestó: "Si tú tienes hambre o sed, yo también tendré hambre y sed". Y el maghrebín le besó, y le dijo: "Muy bien dicho, Avispado. Verdaderamente, eres mi hijo".
 
Y le condujo a su país, en el fondo del Maghreb, y le hizo entrar en un jardín, donde le dió de comer y de beber. Tras de lo cual le llevó un libro mágico, y le dijo: "Lee en este libro". Y el muchacho cogió el libro y lo abrió; pero no supo descifrar ni una palabra siquiera. Y el maghrebín se enfadó, y le dijo: "¿Cómo? ¿eres mi hijo, y no sabes descifrar este libro mágico? Por Gogg y Magogg, y por el fuego de los astros giratorios, que como en un mes de treinta días no te sepas de memoria este libro entero, te cortaré el brazo derecho" Luego le dejó y salió del jardín.
 
Y el muchacho cogió el libro y se aplicó en su lectura durante veintinueve días. Pero, al cabo de este tiempo, aún no sabía cómo había que ponerlo para leerlo. Entonces se dijo: "Ya que no me queda más que un día, muerto por muerto voy a ir a pasearme al jardín antes que continuar agujereándome los ojos sobre este libro mágico".
 
Y se adelantó profundamente entre los árboles del jardín, y de pronto vió delante de él a una joven colgada por los cabellos. Y se apresuró a liberarla. Y ella le besó, y le dijo: "Soy una princesa caída en poder de ese maghrebín. Y me ha colgado porque no me he aprendido de memoria el libro mágico". Entonces dijo él: "También yo soy hijo de rey. Y el maghrebín me ha dado el libro mágico para que me lo aprenda de memoria en treinta días; y no falta para mi muerte más que el día de mañana". Y dijo la joven: "Voy a enseñarte el libro mágico; pero, cuando venga el maghrebín, dile que no te lo has aprendido".
 
"Acto seguido sentóse ella al lado de él, le besó mucho y le enseñó el libro mágico...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 953ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
"… Acto seguido, sentóse ella al lado de él, le besó mucho y le enseñó el libro mágico. Luego le dijo: "Es preciso que me cuelgues como estaba". Y él obedeció:
Y llegó el maghrebín al final del trigésimo día, y dijo al muchacho: "Recita el libro mágico". El chico contestó: "¿Cómo voy a recitarlo si no he descifrado ni una palabra?" Y el maghrebín al punto le cortó el brazo derecho, y le dijo: "Todavía tienes un plazo de treinta días. Si al cabo de ese tiempo no te sabes el libro mágico, haré volar tu cabeza". Luego se marchó.
 
Y el muchacho fué en busca de la joven por entre los árboles, llevando en su mano izquierda su brazo derecho cortado. Y la libertó. Y ella le dijo: "Aquí tiene tres hojas de una planta que he encontrado, mientras el maghrebín la está buscando desde hace cuarenta años a fin de completar su conocimiento de los capítulos de la magia. Aplícatelas en los muñones de tu brazo, y sanará". Y así lo hizo el muchacho. Y se le quedó el brazo como estaba antes.
 
Hecho lo cual, la joven frotó otra hoja, leyendo el libro mágico. Y al instante salieron de la tierra dos camellos de carrera, y se arrodillaron para recibirlos. Y dijo ella al muchacho: "Volvamos cada cual a casa de nuestros padres. ¡Después irás tu al palacio de mi padre, que está en tal paraje y en tal país, a pedirme en matrimonio!".
 
Y le besó amablemente. Y tras de su recíproca promesa, cada cual se marchó por su lado.
 
Y Mahomed llegó a casa de sus padres al galope formidable de su camello. Pero no les dijo nada de lo que le había sucedido. Solamente entregó el camello al eunuco mayor, diciéndole: "Ve a venderle en el mercado de las acémilas; pero ten cuidado de no vender la cuerda que lleva al hocico". Y el eunuco cogió al camello por la cuerda, y fué al mercado de las acémilas.
 
Entonces se presentó un vendedor de haschisch que quiso comprar el camello. Y tras de largos debates y regateos, se lo compró al eunuco por un precio muy módico, pues generalmente los eunucos no conocen el oficio de la venta y de la compra. Y para rematar el negocio, le vendió con la cuerda.
 
Y el vendedor de haschisch llevó al camello ante su tienda, y lo dejó admirar por sus clientes acostumbrados, los comedores de haschisch. Y fué en busca de un cubo de agua para dar de beber al camello, poniéndoselo delante, en tanto que los haschachín miraban, riendo hasta el fondo del gaznate. Y el camello metió sus dos patas delanteras en el cubo. Y entonces el vendedor de haschisch le pegó, gritándole: "Recula, ¡oh alcahuete!". Y al oír esto, el camello levantó sus otras dos patas, y se sumergió de cabeza en el agua del cubo, y no volvió a aparecer.
 
Al ver aquello, el vendedor de haschisch se golpeó las manos una contra otra y se puso a gritar: "¡Oh musulmanes! ¡socorro! ¡que el camello se ha ahogado en el cubo! ". Y mientras gritaba así, mostraba la cuerda que se le había quedado en las manos.
 
Y se reunió gente de todos los puntos del zoco, y le dijeron: "Cállate, ¡oh hombre! ¡estás loco! ¿Cómo va a ahogarse un camello en un cubo?" El vendedor de haschisch le contestó: "¡Marchaos! ¿Qué hacéis aquí? Os digo que se ha ahogado de cabeza en el cubo. ¡Y aquí está su cuerda, que se me ha quedado en las manos! Preguntad a los honorables que están sentados en mi casa, a ver si digo la verdad o si miento". Pero los mercaderes sensatos del zoco le dijeron: "Tú y los que están en tu casa no sois más que haschachín sin crédito".
 
Mientras disputaban de tal suerte, el maghrebín, que había advertido la desaparición del príncipe y de la princesa, fué presa de un furor sin límites, y se mordió un dedo y se lo arrancó, diciendo: "¡Por Gogg y por Magogg, y por el fuego de los astros giratorios, que los atraparé, aunque estén en la séptima tierra!". Y corrió primero a la ciudad del Avispado; y entró precisamente en el fragor de la disputa entre los haschachín y las gentes del zoco. Y oyó hablar de cuerda y de camello y de cubo que había servido de mar y de tumba; y se acercó al vendedor de haschisch y le dijo: "¡Oh padre! ¡si has perdido tu camello, estoy dispuesto a indemnizarte de él, por Alah! Dame lo que de él te queda, o sea esa cuerda, y te daré lo que te ha costado, más cien dinares de propina para ti". Y quedó ultimado el trato en aquella hora y en aquel instante. Y el maghrebín cogió la cuerda del camello, y se marchó, saltando de alegría.
 
Y he aquí que aquella cuerda tenía el poder de atraer. Y el maghrebín no necesitó más que mostrársela de lejos al joven príncipe, para que éste fuese al punto por sí mismo a engancharse la cuerda a su propia nariz. Y en seguida quedó convertido en camello de carrera, y se arrodilló ante el maghrebín, que se le montó al lomo.
 
Y el maghrebín le guió en dirección a la ciudad donde habitaba la princesa. Y pronto llegaron al pie de los muros del jardín que rodeaba el palacio del padre de la joven. Pero en el momento en que el maghrebín manejaba la cuerda para que se arrodillase el camello y apearse, el Avispado pudo atrapar la cuerda con los dientes, y la cortó por la mitad. Y el poder que tenía la cuerda se destruyó con aquel corte.
 
Y el Avispado, para escapar del maghrebín, se convirtió en una granada grande, y bajo aquella forma, fué a colgarse de un granado en flor. Entonces el maghrebín entró a ver al sultán, padre de la princesa, y después de las zalemas y cumplimientos, le dijo: "!Oh rey del tiempo! vengo a pedirte una granada, porque la hija de mi tío está encinta, y su alma desea vivamente una granada. Y ya sabes el pecado que se comete al no satisfacer los antojos de una mujer encinta". Y el rey se asombró de la petición, y contestó: "¡Oh hombre! la estación actual no es la estación de las granadas, y los granados de mi jardín no han florecido hasta ayer". El maghrebín dijo: "Oh rey del tiempo! ¡si no hay granadas en tu jardín córtame la cabeza!".
 
Entonces el rey llamó a su jardinero mayor, y le preguntó: "¿Es verdad ¡oh jardinero! que hay ya granadas en mi jardín?". Y el jardinero contestó: "¡Oh mi señor! ¿es la estación de las granadas la estación actual?". Y el rey se encaró con el maghrebín, y le dijo: "Vaya, has perdido la cabeza...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 954ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
... Y el rey se encaró con el maghrebín, y le dijo: "Vaya, has perdido la cabeza". Pero el maghrebín contestó: "¡Oh rey! antes de hacer volar mi cabeza, da al jardinero orden de que vaya a mirar los granados". Y dijo el rey: "Está bien". E hizo una seña al jardinero para que fuera a ver en los árboles si había o no granadas tempranas. Y el jardinero bajó al jardín, y en un granado vió una granada tan gorda que no tenía igual entre todas las granadas conocidas. Y la cogió, y fué a llevársela al rey.
 
Y el rey cogió la granada y se asombró prodigiosamente; y no supo si guardarla para sí o entregársela a aquel hombre que la reclamaba para su mujer, atormentada por los antojos propios del embarazo.
 
Y dijo al visir: "¡Oh visir mío! ¡quisiera comerme esta granada tan hermosa! ¿Qué te parece?" Y el visir le contestó: "¡Oh rey! si no se hubiese encontrado la granada, ¿no habrías cortado la cabeza al maghrebín?". El rey dijo: "¡Claro que sí!" Y el visir dijo: "Entonces, la granada le pertenece por derecho".
 
Y el rey entregó por su propia mano la granada al maghrebín, pero, en cuanto la tocó el maghrebín, la granada estalló, y todos los granos saltaron y se esparcieron en todas las direcciones. Y el maghrebín se dedicó a recogerlos uno a uno hasta el último, que había caído en un agujerito, al pie del trono del rey. En aquel grano se escondía la vida de Mahomed el Avispado. Y el maghrebín estiró el cuello hacia aquel grano, y tendió la mano para cogerlo y aplastarlo. Pero de pronto salió del grano un puñal, y clavó su hoja cuan larga era en el corazón del maghrebín. Y murió éste al instante, escupiendo con su sangre su alma descreída.
 
Y el joven príncipe Mahomed apareció con su hermosura, y besó la tierra entre las manos del rey. Y en aquel preciso momento entró la joven, y dijo: "He aquí al joven que desató del árbol mis cabellos cuando estaba yo colgada". Y dijo el rey: "Ya que este joven es quien te ha desatado, no puedes dejar de casarte con él". Y dijo la joven: "Está bien". Y se celebró su boda como era debido. Y su noche fué bendita entre todas las noches.
 
Y desde entonces vivieron juntos, contentos y prosperando, y tuvieron una descendencia de hijos e hijas. Y se acabó.
 
"¡Gloria al Solo, al único que no tiene fin ni principio!".
 
Así habló el duodécimo capitán de policía, que se llamaba Nassr Al-Din. Y era el último. Y el sultán Baibars se tambaleó al oír el relato; y su contento llegó a los límites extremos. Y para demostrar a sus capitanes de policía el gusto que sentía, les nombró a todos chambelanes de palacio, con emolumentos de mil dinares al mes por cuenta del tesoro del reino. Y los tuvo como compañeros de copa, y no se separó de ellos ni en tiempo de guerra ni en tiempo de paz. Sea con todos ellos la misericordia del Altísimo!
 
Después Schehrazada sonrió y se calló. Y el rey Schahriar le dijo: "¡Oh Schehrazada! ¡qué cortas son ahora las noches, que no me permiten escuchar por más tiempo las palabras de tu boca!". Y dijo Schehrazada: "Sí, ¡oh rey! Pero creo que, a pesar de todo, esta noche todavía puedo, siempre que me lo permitas, contarte una historia que deja muy atrás a todas las que has oído". Y el rey Schahriar dijo: "Claro que puedes comenzar, Schehrazada, pues no dudo de que la historia sea admirable".
 
Entonces dijo Schehrazada:
 
 
 
== HISTORIA DE LA ROSA MARINA Y DE LA JOVEN CHINA ==
 
Cuentan ¡oh rey del tiempo! que, en un reino entre los reinos del Scharkistán -¡pero Alah el Exaltado es más sabio!- había un rey llamado Zein El-Muluk, célebre en los horizontes, y hermano de los leones en bravura y generosidad. Joven aún, había tenido ya dos hijos dotados de cualidades, cuando, por efecto de la bendición de su Señor y de la bondad del Repartidor, le nació un tercer hijo, niño insigne, cuya belleza disipaba las tinieblas, como una luna de catorce noches. Y a medida que aumentaban sus tiernos años, sus ojos, copas de embriaguez, turbaban a los más cuerdos con los dulces destellos de sus miradas; cada una de sus pestañas brillaba como la hoja curva de un puñal; los bucles de sus cabellos de almizcle negro mareaban los corazones como el nardo; sus mejillas estaban lozanas, sin afeites, y daban vergüenza en todos sentidos a las mejillas de las vírgenes; sus sonrisas tentadoras eran dardos: su porte era noble y delicado a la vez; la comisura izquierda de sus labios estaba adornada de una manchita redondeada con arte; y su pecho blanco y liso era como una tableta de cristal, y albergaba un corazón despierto y arrojado.
 
Y el rey Zein El-Muluk, en el límite de la dicha, hizo ir a adivinos y astrólogos para que sacasen el horóscopo de aquel niño. Y éstos agitaron la arena, y trazaron las figuras astrológicas, y pronunciaron las fórmulas principales de la adivinación. Tras de lo cual dijeron al rey: "La suerte de este niño es fausta y su estrella le asegura una dicha infinita. Pero también está escrito en su destino que si tú, su padre, llegas a mirarle en la época de su adolescencia, perderás la vista al punto".
 
Al oír este discurso de los adivinos y de los astrólogos, el mundo se ennegreció ante el rostro del rey. Y mandó retirar de su presencia al niño, y ordenó a su visir que le llevara, así como a su madre, a un palacio alejado, de modo que jamás pudiese encontrarle en su camino. Y el visir contestó con el oído y la obediencia, y ejecutó puntualmente la orden de su amo.
 
Y pasaron años y años. Y el hermoso vástago del jardín del sultanato, que había recibido de su madre cuidados de una delicadeza perfecta, verdeó de salud, de virtud y de belleza.
 
Pero como jamás puede borrarse lo escrito por el Destino, el joven príncipe Nurgihán montó un día en su corcel y se lanzó al bosque de caza. Y el rey Zein El-Muluk también había salido aquel día a cazar gamos. Y quiso la fatalidad que, no obstante toda la inmensidad de aquella selva, pasara él junto a su hijo. Y sin reconocerle, se posó en el joven su mirada. Y al instante desapareció de sus ojos la facultad de ver. Y el rey hubo de tornarse prisionero del reino de la noche. Y comprendiendo entonces que su ceguera se debía al encuentro con el joven jinete, y que aquel joven jinete no podía ser más que su hijo, dijo llorando: "De ordinario los ojos del padre que mira a su hijo se tornan más luminosos. Pero los míos han cegado para siempre por voluntad de la suerte".
 
Tras de lo cual hizo convocar en su palacio a los médicos más eminentes del siglo, y a los que en el saber superaban a Ibn-Sina, y los consultó acerca del modo de curar su ceguera. Y todos, después de concertarse e interrogarse, convinieron en declarar al rey que aquella ceguera no era curable por los procedimientos ordinarios. Y añadieron: "El único remedio que te queda para recobrar la vista es tan difícil de obtenerse, que resulta preferible no pensar en él siquiera. Porque se trata de la rosa marina cultivada por la joven de China ...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 955ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
"... Porque se trata de la rosa marina cultivada por la joven de China".
 
Y explicaron al rey que, en el lejano interior del país de China, había una princesa, hija del rey Firuz-Schah, que en su jardín tenía el único arbusto de aquella rosa marina conocido, cuya virtud curaba los ojos y devolvía la vista, incluso a los ciegos de nacimiento.
 
Y el rey Zein El-Muluk, al oír estas palabras de sus médicos, hizo proclamar por los pregoneros, en todo su reino, que quien le llevara la rosa marina de la joven de China tendría en recompensa la mitad de su Imperio. Y luego aguardó el resultado, llorando como Jacob, consumiéndose como Job y empapándose en la sangre de su corazón separado en dos lóbulos.
 
Y he aquí que, entre los que partieron para el país de China en busca de la rosa marina, estaban los dos hijos mayores de Zein El-Muluk. Y también partió el joven príncipe Nurgihán. Porque habíase dicho: "Voy a probar en la piedra de toque del peligro, el oro de mi destino. Y ya que soy el causante involuntario de la ceguera de mi padre; justo es que por curarle exponga mi vida".
 
Y el príncipe Nurgihán, aquel sol del cuarto cielo, montó en su corcel, ágil como el viento, a la hora en que la luna, viajera montada en el negro palafrén de la noche, había vuelto las riendas hacia Oriente.
 
Y viajó durante días y meses, atravesando llanuras y desiertos, y soledades donde no había otra presencia que la de Alah y la de la hierba salvaje. Y acabó por llegar a una selva sin límites, más negra que el espíritu del ignorante, y tan oscura, que no se podía en ella distinguir la noche del día ni ver la diferencia entre lo blanco y lo negro. Y Nurgihán, cuyo brillante rostro iluminaba por sí solo las tinieblas; avanzaba con corazón de acero por aquella selva de árboles que, en ciertos parajes, ostentaban, a manera de frutos, cabezas de seres animados que se ponían a bromear y a reír y caían al suelo, en tanto que, en otras ramas, se abrían crujiendo unas frutas que parecían pucheros de barro, y dejaban escapar de su cavidad pájaros con ojos de oro.
 
Y he aquí que de pronto se encontró frente a frente con un viejo genni, semejante a una montaña, sentado en el tronco de un enorme algarrobo. Y le abordó con la zalema, e hizo salir de la caja de rubíes de su boca algunas palabras que se asimilaron al espíritu del genni como el azúcar a la leche. Y el genni, conmovido por la hermosura de aquella tierna planta del jardín de la elevación, le invitó a descansar junto a él. Y Nurgihán se apeó del caballo, y tomó de su alforja un pastel de manteca derretida con azúcar y harina flor, y se lo ofreció, en prueba de amistad, al genni, que lo aceptó y sólo tuvo con ello para un bocado. Y quedó tan satisfecho de aquel alimento, que saltó de alegría, y dijo: "Este alimento de los hijos de Adán me da más gusto que si me hubiesen regalado el azufre rojo que sirve de piedra al anillo de nuestro señor Soleimán. Y estoy tan entusiasmado, ¡por Alah! que si cada pelo mío se convirtiera en cien mil lenguas, y cada una de esas lenguas se dedicara a alabarte, aún no expresaría yo la gratitud que por ti siento. Pídeme, pues, en cambio, cuanto quieras, y lo cumpliré sin tardanza. De no hacerlo así, mi corazón parecería un plato que cayera desde lo alto de una terraza y se rompiera en añicos".
 
Y Nurgihán dió gracias al genni por sus amables palabras, y le dijo: "¡Oh jefe de los genn y corona suya! ¡oh guardián celoso de esta selva! puesto que me permites formular un deseo, helo aquí. Sencillamente pídote que me hagas llegar sin tardanza ni dilación, al reino del rey Firuz-Schah, donde cuento con coger la rosa marina de la joven de China".
 
Al oír estas palabras, el genni guardián de la selva lanzó un frío suspiro, se golpeó la cabeza a dos manos, y perdió el conocimiento. Y Nurgihán le prodigó los cuidados más delicados; pero, al ver que no daban resultado, le puso en la boca otro pastel de manteca derretida con azúcar y harina en flor. Y al punto recuperó la sensibilidad el genni, que salió de su desmayo, y conmovido todavía por el pastel y la demanda, dijo al joven príncipe: "¡Oh mi señor! la rosa marina de que hablas, y cuya dueña es una joven princesa de China, está guardada por genn aéreos que día y noche se dedican a impedir que ningún pájaro vuele en torno a ella, que no deterioren su corola las gotas de lluvia y que el sol no la queme con su lumbre. Por tanto, no veo manera de arreglarme, una vez que te haya transportado al jardín donde ella vive, para burlar la vigilancia de esos guardianes aéreos que están enamorados de ella. ¡En verdad que mi perplejidad es una perplejidad grande! Pero dame ya otro de esos excelentes pasteles que tanto bien me han hecho. Y quizás sus cualidades ayuden a mi cerebro a dar con la coyuntura que anhelo. Porque es preciso que cumpla mi promesa para contigo, haciéndote lograr la rosa de tus deseos".
 
Y el príncipe Nurgihán se apresuró a dar el pastel consabido al genni guardián de la selva, quien, tras de hacerlo desaparecer en el abismo de su gaznate, hundió su cabeza en su capucha de la reflexión. Y de repente alzó la cabeza, y dijo: "El pastel ha surtido efecto. Móntate en mi brazo y emprendamos vuelo hacia la China. Porque ya he dado con el medio de burlar la vigilancia de los guardianes aéreos de la rosa. Y consiste en arrojarles uno de esos asombrosos pasteles de manteca derretida con azúcar y harina de flor".
 
Y el príncipe Nurgihán, que empezó por inquietarse al ver que se desmayaba el genni de la selva, se tranquilizó y holgó; y reverdeció como el jardín y floreció como el botón de rosa. Y contestó: "No hay inconveniente".
 
Entonces el genni de la selva acomodó al príncipe en su brazo izquierdo y se puso en camino, con dirección al país de la China, resguardando de los rayos del sol al hijo de Adán con su brazo derecho. Y devorando en su vuelo la distancia, de aquel modo llegó sin contratiempo, gracias a la seguridad, encima de la capital del país de China. Y soltó dulcemente al príncipe a la entrada de un jardín maravilloso, que no era otro que el jardín donde vivía la rosa marina. Y le dijo: "Puedes entrar con el corazón tranquilo, porque voy a distraer a los guardianes de la rosa con el pastel que me has dado para ellos. Luego me encontrarás esperándote aquí mismo, dispuesto a conducirte adonde quieras".
 
Y acto seguido el hermoso Nurgihán dejó a su amigo el genni y penetró en el jardín. Y vió que aquel jardín, fragmento destacado del alto paraíso, surgía ante sus ojos tan hermoso como un crepúsculo granate...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 956ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
". . . Y vió que aquel jardín, fragmento destacado del alto paraíso, surgía ante sus ojos tan hermoso como un crepúsculo granate. Y en medio de aquel jardín había un anchuroso pilón de agua de rosas hasta los bordes. Y en el centro de aquel pilón precioso se alzaba, única en su tallo, una flor de color rojo de fuego muy abierta. Y era la rosa marina. ¡Oh! ¡qué admirable era! Sólo el ruiseñor podría hacer su verdadera descripción.
 
Y el príncipe Nurgihán, maravillado de su hermosura y embriagado con su olor, comprendió, desde luego, que una rosa semejante debía estar dotada de las más milagrosas virtudes. Y sin vacilar, se quitó sus vestidos, entró en el agua perfumada, y fué a arrancar el rosal entero con su única flor.
 
Luego, enriquecido con aquella delicada carga, el jovenzuelo volvió al borde del pilón, se secó y se vistió a la sombra de los árboles, y ocultó la planta bajo su manto, mientras las aves, escondidas en los cañaverales, contaban en su lenguaje a los arroyos el robo de la rosa milagrosa y de su arbolillo.
 
Pero no quiso él alejarse de aquel jardín sin haber visitado el encantador pabellón que se erguía a orillas del agua, y que estaba enteramente construido con cornalinas del Yemen. Y avanzó por el lado de aquel pabellón, y entró en él denodadamente. Y se encontró en una sala de la más armoniosa arquitectura, decorada con un arte perfecto y de hermosas proporciones. Y en medio de aquella sala había un lecho de marfil enriquecido de pedrerías alrededor del cual caían cortinas bordadas hábilmente. Y Nurgihán, sin vacilar, se dirigió al lecho, entreabrió las cortinas, y se quedó inmóvil de admiración al ver, acostada en los cojines, a una delicada jovenzuela, sin otro traje ni ornamento que su propia belleza. Y estaba sumida en un profundo sueño, sin sospechar que, por primera vez en su vida, unos ojos humanos la contemplaban sin el velo del misterio. Y sus cabellos aparecían en desorden; y su manita regordeta, con cinco hoyuelos, se posaba perezosamente en su frente. Y la negrura de la noche habíase refugiado en su cabellera color de almizcle, mientras las hermanas de las Pléyades se ocultaban detrás del velo de las nubes al ver el rosario luminoso de sus dientes.
 
Y el espectáculo de la belleza de aquella jovenzuela de China, que se llamaba Cara de Lirio, produjo tanto efecto en el príncipe Nurgihán, que se cayó privado de sentido. Pero no tardó en recobrar el conocimiento, y lanzando un profundo suspiro, se acercó a la almohada de la hermosa que le hechizaba, y no pudo por menos de recitar estos versos:
 
::¡Cuando duermes en la púrpura, tu faz clara es como la aurora, y tus ojos cual los cielos marinos!
 
::¡Cuando tu cuerpo, vestido de narcisos y de rosas, se pone de pie y se alarga estirado, no le igualaría la palmera que crece en Arabia!
 
::¡Cuando tus finos cabellos, donde arden pedrerías, caen a plomo o se despliegan ligeros, ninguna seda valdría lo que su trama natural!
 
Tras de lo cual, queriendo dejar a la bella durmiente un indicio de su entrada en aquel lugar, le puso al dedo un anillo que llevaba, y le quitó del suyo la sortija que llevaba ella poniéndosela en su propio dedo. Y salió entonces del pabellón, sin despertarla, recitando estos versos:
 
::¡Abandono este jardín llevando en mi corazón, como el tulipán sangriento, la herida del amor!
 
::¡Desgraciado el que sale del jardín del mundo sin llevarse ninguna flor en la orla de su traje!
 
Y fué en busca del genni guardián de la selva, que le esperaba a la puerta del jardín, y le rogó que le transportara sin tardanza al reino del rey Zein El-Muluk, al Scharkistán. Y el genni contestó: "Oír es obedecer! ¡Pero no sin que antes me hayas dado otro pastel!" Y Nurgihán le dió el último pastel que le quedaba ya. Y al punto le tomó el genni en su brazo izquierdo, y partió con él, en carrera aérea, hacia el Scharkistán.
 
Y llegaron sin contratiempo al reino del rey ciego Zein El-Muluk. Y cuando aterrizaron, dijo el genni al hermoso Nurgihán: "¡Oh capital de mi vida y de mi alegría! no quiero abandonarte sin dejarte una prueba de mi abnegación. Toma este mechón de pelo que acabo de arrancarme de la barba para ti. Y cada vez que necesites de mí, no tendrás más que quemar uno de estos pelos. Y estaré inmediatamente entre tus manos". Y tras de hablar así, el genni besó la mano que le había alimentado, y se fué por su camino.
 
En cuanto a Nurgihán, se apresuró a subir al palacio de su padre, después de pedir audiencia y anunciar que llevaba la curación. Y cuando fué introducido a presencia del rey ciego, sacó de debajo de su manto la planta milagrosa, y se la entregó. Y no bien se acercó el rey a los ojos la rosa marina, de un olor y una hermosura que transportaban el alma de los espectadores, sus ojos se tornaron, en aquella hora y en aquel instante, luminosos como estrellas.
 
Entonces, en el límite de la alegría y de la gratitud, el rey besó en la frente a su hijo Nurgihán y le estrechó contra su pecho, manifestándole la más viva ternura. Y mandó publicar por todo el reino que para en adelante repartía el Imperio entre él y su hijo menor Nurgihán. Y dió las órdenes necesarias para que, durante un año entero, se celebrasen fiestas que tuviesen abierta para todos sus súbditos, ricos y pobres, la puerta de la alegría y del placer, y cerrada la de la tristeza y de la pena.
 
Después, Nurgihán, convertido en el preferido de su padre, que en lo sucesivo podría mirarle sin peligro de perder la vista, pensó en transplantar la rosa marina para que no muriese. Y a tal fin recurrió al genni de la selva, a quien llamó quemando uno de los pelos de la barba. Y el genni le construyó, en el espacio de una noche, un estanque de una profundidad de dos picas, con argamasa de oro puro y cimientos de pedrerías. Y Nurgihán se apresuró a plantar la rosa en medio de aquel estanque. Y fué un encanto para los ojos y un bálsamo para el olfato...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
 
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 957ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
... Y fué un encanto para los ojos y un bálsamo para el olfato. Sin embargo, a pesar de la curación del rey, los dos hijos mayores, que se habían vuelto con la nariz alargada, pretendieron que aquella rosa marina no estaba dotada de virtudes milagrosas, y que el rey había recobrado la vista sólo merced a la hechicería y a la intervención, en aquel asunto, del demonio lapidado.
 
Pero su padre el rey, furioso por sus alegatos y descontento de su falta de discernimiento, los reunió en presencia de su hermano Nurgihán, y les pronunció un discurso severo, y les dijo: "¿Por qué dudáis del efecto de esta rosa en mi vista? Entonces, ¿no creéis que Alah el Altísimo pueda poner la curación en el corazón de una rosa, cuando puede hacer de una mujer un hombre y de un hombre una mujer? Escuchad, por cierto, ahora que viene a punto, lo que le sucedió a la hija de un rey de la India". Y dijo:
 
"En la antigüedad del tiempo, había un rey de la India que poseía en su harén cien mujeres hermosas y jóvenes, cogidas entre millares de jovenzuelas que no tenían igual en los palacios de los reyes. Pero ninguna concebía de él ni paría. Y aquello tenía triste y apenado al rey de la India, que ya estaba viejo y encorvado por la edad. Pero al fin, por obra de la omnipotencia de Alah, la más joven de las esposas del rey se quedó encinta, y después de nueve meses, echó al mundo una hija muy hermosa y de un aspecto verdaderamente feérico. Y su madre, por temor a que el rey se apenara al ver que no tenía un hijo varón, hizo correr el rumor de que la niña recién nacida era un niño. Y se puso de acuerdo con los astrólogos para hacer creer al rey que no convenía viese aquel niño antes de los diez años. "Cuando la pequeña, que crecía en belleza, llegó a la edad en que su padre podía verla por fin, su madre le hizo las recomendaciones necesarias y le explicó cómo debía conducirse para hacerse pasar por un muchacho. Y la chiquilla, a quien Alah había dotado de listeza y de inteligencia, comprendió perfectamente las instrucciones de su madre, y se amoldó a ellas en toda ocasión. E iba y venía por los aposentos reales vestida de chico y comportándose como si fuese realmente del sexo masculino.
 
"Y su padre el rey, de día en día se regocijaba de la hermosura del niño, a quien creía varón. Y cuando aquel presunto hijo alcanzó la edad de quince años, el rey decidió casarle con una princesa hija de un rey vecino. Y se concertó el matrimonio.
 
"Y cuando llegó el término fijado, el rey hizo que vistieran a su hijo con traje masculino, le hizo sentarse a su lado en un palanquín de oro, llevado a lomos de un elefante, y le condujo con un gran cortejo al país de su futura esposa. Y en aquella circunstancia tan difícil, el joven príncipe, que era interiormente una princesa, tan pronto lloraba como reía.
 
"Una noche en que el cortejo se había detenido en una selva frondosa, la joven princesa salió de su palanquín, y se alejó entre los árboles para satisfacer una necesidad de que hasta las princesas son esclavas. Y he aquí que se encontró frente a frente con un genni muy hermoso que estaba sentado bajo un árbol y era el guardián de aquella selva. Y el genni, deslumbrado por la belleza de la joven, la saludó cortésmente y le preguntó quién era y dónde iba. Y ella, confiada en el aspecto simpático de él, le contó su historia toda con sus menores detalles, y le dijo cuán comprometida iba a verse en la noche de bodas al entrar en el lecho de la que le destinaban por esposa.
 
"Entonces el genni, conmovido por el apuro en que se encontraba ella, reflexionó un instante; luego le ofreció generosamente prestarle por entero su sexo y tomar el de la joven, pero a condición de que ella le devolviera fielmente el depósito en tiempo oportuno. Y la joven, llena de gratitud, aceptó la oferta y consintió en la proposición. Y por obra de la voluntad del Todopoderoso, al punto se efectuó el cambio sin dificultad ni complicación. Y entusiasmada ella hasta el límite del entusiasmo, cargada con aquel don nuevo y aquella mercancía, volvió con su padre y subió otra vez al palanquín. Y como todavía no estaba acostumbrada a sus nuevos apéndices, se sentó torpemente encima de ellos, y lanzó un grito de dolor. Pero se repuso en seguida para que no se lo notaran, y en lo sucesivo puso toda su atención y todos sus cuidados en no repetir el mismo movimiento, no solamente para no sufrir el mismo dolor, sino también para no estropear un depósito que le estaba confiado y que tenía que devolver en buen estado a su propietario.
 
"Y días después, el cortejo llegó a la ciudad de la novia. Y se celebró con gran pompa el matrimonio. Y el esposo supo servirse a maravilla del instrumento que graciosamente le había prestado el genni, y tan bien lo manipuló, que la recién casada quedó encinta de buenas a primeras. Y se puso contento todo el mundo.
 
"Al cabo de nueve meses, la recién casada parió un niño encantador. Y cuando salió del puerperio, su esposo le dijo: "Ya es tiempo de que nos vayamos a mi país, con objeto de que veas a mi madre, a mis parientes y mi reino". Le dijo eso, pero, en realidad, lo que quería era devolver sin más tardanza al genni de la selva el depósito intacto y en buen estado, tanto más cuanto que, durante aquellos nueve meses de vida agradable, aquel depósito había fructificado y se había hermoseado y desarrollado.
 
"Y como la joven esposa respondió con el oído y la obediencia, se pusieron en camino. Y no tardaron en llegar a la selva, residencia del genni dueño de la mercancía. Y el príncipe se alejó de la caravana y se presentó en el paraje donde habitaba el genni. Y lo encontró sentado en el mismo sitio, visiblemente fatigado y con la apariencia de una mujer a quien le hubiera engordado el vientre. Y después de las zalemas, le dijo: "!Oh jefe de los genn y corona suya! gracias a tu benevolencia, he realizado plenamente lo que tenía que hacer y he obtenido lo que deseaba. Y ahora, cumpliendo mi promesa, vengo a devolverte fielmente tu bien, que ha crecido y se ha hermoseado, y a recoger mi bien". Y así diciendo, quiso ponerle en la mano el depósito que llevaba.
 
"Pero el genni le contestó: "Ciertamente, tu formalidad es mucha formalidad y tu honradez es extremada. Pero, con gran sentimiento mío, debo decirte que ahora no tengo gana de recuperar lo que te he prestado ni de darte lo que llevo conmigo. Es cosa decidida, y el Destino lo ha dispuesto así. Porque, desde que nos separamos, ha ocurrido algo que impide para en lo sucesivo todo cambio entre nosotros". Y la antigua joven preguntó: "¿Y qué es ¡oh gran genni! lo que nos impide a ambos recuperar nuestro respectivo sexo?" El contestó: "Has de saber ¡oh antigua joven! que te he esperado aquí mucho tiempo, velando delicadamente por el depósito que me habías confiado a cambio del mío; y no perdoné nada para conservarlo en su estado encantador de virginidad y de candor, cuando he aquí que, un día, un genni, intendente de estos dominios, pasó por la selva y vino a verme. Y por mi nuevo olor comprendió que yo era portador de un sexo que él no sabía que tuviese. Y experimentó por mí un amor violento; y excitó en mí el mismo sentimiento, recíprocamente. Y se unió conmigo de la manera ordinaria, y rompió el sello de la virginidad que tenía en depósito. Y experimenté cuanto experimenta una mujer en circunstancia semejante; y hasta observé que el placer sentido por las mujeres es mucho más durable y de calidad más delicada que el sentido por los hombres. Y actualmente no puedo recobrar mi sexo, porque estoy encinta de mi esposo el intendente; y si, por desgracia, consintiera yo en volver a ser hombre y tuviese que parir, siendo hombre, al hijo que llevo en mi seno, sin duda moriría de dolor y con el vientre desgarrado. Y ya sabes el acontecimiento que me obliga de por vida a guardar lo que me has prestado. Así, pues, por tu parte, guarda lo que te he prestado yo. Y demos gracias a Alah que lo ha efectuado todo sin daño ni contratiempo, y que ha permitido se realice entre nosotros este cambio que no lesiona a nadie".
 
Y el rey, tras de contar esta historia a sus dos hijos mayores delante de su hermano Nurgihán, continuó: "Así, pues, nada es imposible para la omnipotencia del Creador. Y El, que de tal suerte ha podido convertir a una joven en un joven, y a un genni varón en mujer encinta, también ha podido poner la curación de mi vista en el corazón de una rosa". Y después de hablar así, echó de su presencia a sus dos hijos mayores y retuvo consigo al joven Nurgihán, colmándole de atenciones y pruebas de ternura. Y esto es lo referente a ellos.
 
Pero he aquí lo que atañe a la princesa Cara de Lirio, la joven de China, dueña de la rosa marina:
 
Cuando el perfumador del cielo puso en la ventana de Oriente la bandeja de oro del sol llena del alcanfor de la aurora, la princesa Cara de Lirio abrió sus ojos encantadores y salió de su lecho. Y arregló su peinado, anudó su cabellera, y se dirigió muy lentamente, balanceándose con gracia, al pilón en que se hallaba la rosa marina. Porque cada mañana su primer pensamiento y su primera visita eran para su rosa. Y cruzó el jardín, cuya atmósfera estaba tan perfumada como el almacén de un mercader de sahumerios, y cuyos frutos eran en los árboles otras tantas redomas de azúcar suspendidas al aire. Y por la mañana de aquel día era más hermosa que todas las mañanas, y el cielo alquimista tenía color de vidrio y de turquesa. Y a cada paso de la joven del cuerpo de rosa parecían nacer flores, y el polvo que alzaba la cola de su traje era un colirio para los ojos del ruiseñor...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 958ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
... y el polvo que alzaba la cola de su traje era un colirio para los ojos del ruiseñor.
Y llegó de aquel modo al borde del pilón, y posó los ojos en el sitio que ocupaba su querida rosa. Pero no vió ni rastro de ella y no percibió su olor. Entonces, aniquilada de dolor, estuvo a punto de disolverse como el oro en el crisol, y de amustiarse como un capullo a impulso del simún de la pena. Y en el mismo momento, para colmo de desdicha, observó que el anillo que llevaba al dedo era un anillo extraño, y que había desaparecido la sortija que llevaba desde hacía años.
 
Así es que, acordándose de la desnudez en que se hallaba mientras dormía, y pensando que los ojos de un extraño habían violado impunemente todo el misterio encantador de su persona, quedó sumida en un océano de confusión. Y volvió a toda prisa a su pabellón de rubíes, y se estuvo llorando sola todo el día. Tras de lo cual, con la reflexión, le asaltaron pensamientos razonables, y se dijo: "Ciertamente, es falso el refrán que dice:
 
"No se pueden seguir las huellas de lo que no deja huellas; porque si se siguen, no se deja huella tras de sí mismo".
 
Y asimismo, nada hay tampoco más embustero que este otro refrán:
 
"Cuando se busca un objeto perdido, es preciso que uno mismo se pierda para encontrarlo".
 
Porque yo, tan débil y tan joven como soy, quiero desde este instante ¡por Alah! ponerme en busca del raptor de mi rosa y conocer el motivo de su latrocinio. Y le castigaré por haberse atrevido a posar la mirada de su deseo en mi virginidad de princesa adormecida".
 
Dijo, y al instante se puso en camino, agitando las alas de la impaciencia, seguida de sus jóvenes esclavas, a quienes había vestido de guerreros.
 
Y a fuerza de caminar, preguntando por doquiera durante el viaje, acabó por llegar sin contratiempo al Scharkistán, reino de Zein El-Muluk, padre de Nurgihán.
Y al entrar en la capital vió por todas partes los paveses de fiesta, que debían durar un año entero; y a cada puerta oyó resonar instrumentos de música y manifestaciones de alegría. Y deseosa de saber el motivo de aquellos regocijos, preguntó, disfrazada siempre de hombre, cuál era la causa de la general alegría que reinaba entre los habitantes de la ciudad. Y le contestaron: "El rey estaba ciego; pero su hijo, el excelente, el hermoso Nurgihán, ha conseguido, después de trabajos infinitos, traerle la rosa marina de la joven de China. Y el simple contacto de esta rosa milagrosa con los ojos del rey le ha devuelto la vista. Y se le han tornado los ojos luminosos como estrellas. Y con este motivo, ha ordenado el rey que la gente se entregase al placer y al regocijo durante un año entero, a costa del tesoro del reino, y que a cada puerta se dejasen oír sin interrupción los instrumentos musicales, desde por la mañana hasta por la noche".
 
Y en el límite de la alegría por tener al fin noticias precisas de su rosa, Cara de Lirio empezó a tomar un baño en el río para reponerse de las fatigas del viaje. Luego, poniéndose otra vez sus ropas de hombre, se dirigió al palacio del rey, caminando con gracia por los zocos. Y quienes miraban a aquel joven quedaban borrados de admiración, como las huellas de pasos en la arena. Y los bucles acaracolados de sus cabellos retorcían el corazón de los espectadores.
 
Y así llegó al jardín, y vió, en el estanque de oro puro, su rosa marina abierta como antaño en medio de la preciosa agua de rosas, encanto de los ojos y bálsamo del olfato. Y tras de la alegría producida por aquel encuentro, se dijo: "Ahora voy a esconderme debajo de los árboles para ver al impúdico que ha arrebatado la rosa de mi jardín y la sortija de mi dedo".
 
Y en seguida llegó junto al estanque de la rosa el joven cuyos ojos, copas de embriaguez, turbaban a los más cuerdos con los dulces destellos de sus miradas; cada una de cuyas pestañas brillaba como la hoja curva de un puñal; cuyos bucles de almizcle negro mareaban los corazones como el nardo; cuyas mejillas, hermosas y lozanas, sin ningún afeite, superaban en todos sentidos a las mejillas empolvadas de las vírgenes, cuyas tentadoras sonrisas eran dardos; cuyo porte era noble y delicado a la vez; cuya comisura izquierda de los labios estaba adornada de una manchita redondeada con arte, y cuyo pecho, blanco y liso, era como una tableta de cristal y albergaba un corazón despierto y arrojado.
 
Y al verle, Cara de Lirio cayó en una especie de desvanecimiento y casi perdió la razón. Pues por algo ha dicho el poeta:
 
¡Si el arco de las cejas dispara en una asamblea las flechas de sus miradas, sólo hieren éstas con su punta al corazón digno de amor!
 
Y cuando Cara de Lirio recobró el sentido, se frotó los ojos miró a todos lados, y ya no vió al joven. Y se dijo: "He aquí que el ladrón de mi rosa también a mí acaba de robarme el alma y el corazón. No solamente ha roto con la piedra de la seducción la redoma preciosa de mi honor, sino que ha herido mi corazón solapadamente con la flecha del amor. ¡Ay! lejos de mi país y de mi madre, ¿adónde iré ahora y a quién me quejaré para pedir justicia por todos sus desaguisados?"
 
Y con el corazón abrasado de pasión, fué en busca de sus mujeres. Y poniéndose en medio de ellas, tomó un cálamo y un papel, y escribió a Nurgihán una carta, que lió, con el anillo, a su doncella favorita, encargándole entregara ambos objetos entre las propias manos del joven príncipe. Y la joven, en un abrir y cerrar de ojos, llegó junto a Nurgihán, y le encontró sentado y en actitud de soñar con su señora Cara de Lirio. Y después de zalemas respetuosas, le entregó la carta y el anillo de que la encargó la confianza de la princesa. Y Nurgihán, en el límite de la emoción, reconoció el anillo. Y abrió la carta y leyó lo que sigue:
 
"Después de la alabanza al Ser libre del "cómo" y del "por qué", que ha dado a las vírgenes la gracia y la belleza, y a los jóvenes los ojos negros de la seducción, encendiendo en el corazón de unos y otros la lámpara del amor, adonde va a abrasarse la cordura como una mariposa.
 
"He aquí que me muero de amor por tus ojos lánguidos y que el fuego de la pasión me devora por dentro y por fuera. ¡Ah! cuán falso es el proverbio que dice: "Los corazones se entienden". Porque yo me consumo y tú no sabes nada. ¿Qué, respuesta me darías si te preguntara por qué me has asesinado con tu apostura encantadora?
 
"Pero no escribas más, ¡oh cálamo mío! que bastante me he entregado ya a un dolor amoroso".
 
Con la lectura de esta carta, el fuego del amor chispeó bajo la ceniza del corazón de Nurgihán, e impaciente como el mercurio, tomó él en su mano cálamo y papel y contestó con las líneas siguientes:
 
"¡A la que está por encima de todas las bellas de cuerpo de plata, y el arco de cuyas cejas es un sable entre las manos de un guerrero ebrio!”
 
"¡O mujer encantadora, cuya frente semejante al planeta Zohra, excita la envidia de las bellezas de la China! El contenido de tu carta aviva las heridas de mi corazón aislado, que palpitará por ti mientras aparezcan granos de belleza en el rostro de la luna llena.
 
"En mis heridas ha caído una chispa de tu corazón, y el relámpago de mi deseo ha brillado sobre tus mieses. Sólo quien ama conoce el encanto que se experimenta en consumirse. Y heme aquí como un pollo a medio degollar que se arrastra por el suelo día y noche, y no tardará en perecer si no se le remata pronto.
 
"¡Oh Cara de Lirio! no cae sobre tu rostro el velo, sino que tú misma eres ese velo para ti misma. Sal de ese velo y avanza. Porque es el corazón cosa admirable, y no obstante su exigüidad, el Creador ha establecido en él Su morada.
 
"Pero ¡oh encantadora! no debo hablar con más claridad ni confiar más secretos a mi cálamo, ya que no debe admitirse el cálamo en el harén de los secretos de amantes".
 
Luego el príncipe Nurgihán dobló la carta de amor, la puso el sello de sus ojos, y se la entregó a la joven portadora, encargándole que dijera de viva voz a su señora Cara de Lirio las cosas delicadas que no había podido expresar él por escrito. Y la favorita partió sin tardanza y llegó a presencia de su señora.
 
Y la encontró sentada, con sus ojos de narciso lánguido, y cada una de sus pestañas habíase convertido en una fuente...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 959ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
... Y la encontró sentada, con sus ojos de narciso lánguido, y cada una de sus pestañas habíase convertido en una fuente. Y la abordó sonriendo, y le dijo: "¡Oh rosa del zarzal de la alegría! ¡ojalá recaiga sobre mí la causa que te impulsa a lavar con lágrimas preciosas la flor de tu rostro, de modo que estés siempre satisfecha y risueña! He aquí que te traigo una buena noticia". Y le entregó la respuesta de Nurgihán, acompañándola de las explicaciones amables que le había dado para su señora el hermoso joven.
 
Y cuando Cara de Lirio se enteró de la carta y oyó de boca de su favorita las cosas delicadas que no había podido expresar por escrito el hermoso raptor Nurgihán, se levantó consolada, y permitió a sus doncellas que la arreglaran y la aderezaran y la vistieran.
 
Entonces aquellas jóvenes encantadoras pusieron a contribución toda su habilidad para hacer brillar a su señora. La peinaron y la perfumaron, pasando los peines por su cabellera con tanto arte, que el almizcle de Tartaria evaporábase de envidia ante el buen olor que exhalaba ella, y los corazones bailaban en los pechos al ver la trenza espléndida que le caía hasta los riñones, trenzada como las palmas en los días de fiesta. Y le pusieron luego al talle un ceñidor de muselina roja, cada hilo del cual estaba tejido para cazar corazones. Después la envolvieron en una gasa rosa que dejaba ver el color del cuerpo, y en un calzón de amplitud real, de tejido más espeso, a propósito para subyugar al mundo. Y adornaron de perlas la raya que separaba sus cabellos, de modo que al verlo las estrellas de la Vía Láctea quedaron cubiertas de confusión. Y en su frente pusieron una brillante diadema, que la tornó tan brillante que podría creerse en la aparición de una nueva luna en el cielo. Y la dejaron tan bella y tan maravillosa, que cualquiera se quedaría, contemplándola, inmóvil de asombro como ante las pinturas de un muro. Pero aún la embellecía más su propia belleza que todos estos adornos.
 
Y cuando estuvo ataviada de tal suerte, se presentó con el corazón palpitante, entre los árboles del jardín, allí donde la sombra era más densa. Y al verla, Nurgihán desmayóse por el pronto, de tan violenta como era la sensación que experimentó. Pero en seguida, por obra del olor del suave aliento de Cara de Lirio, Nurgihán abrió los ojos, y se irguió en el apogeo de la dicha, contemplando a su amiga. Y por su parte, Cara de Lirio encontró al joven tan conforme a la imagen que se había grabado ella en la hoja de su corazón, que no había entre uno y otra ni un asomo de diferencia. Y separó el velo de la retención, y puso ante su bienamado cuanto le había llevado en calidad de presente: las perlas de sus dientes, los rubíes de sus labios, preferibles a pétalos de rosa, sus brazos de plata, el rayo de luna de su sonrisa, el oro de sus mejillas, el almizcle de su aliento, superior al almizcle de Tartaria, las almendras de sus ojos, el ámbar negro de sus bucles, la manzana de su barbilla, los diamantes de sus miradas y las treinta y seis posturas plásticas de su cuerpo virginal. Y el amor apretó sus ligaduras sobre los dos encantadores pechos y sobre las dos frentes jóvenes. Y nadie supo lo que aquella noche sucedió, en la espesura de la sombra, entre aquellos dos jóvenes hermosos.
 
Pero como el amor y el almizcle no pueden permanecer ocultos, los padres no tardaron en estar al corriente de lo que ocurría entre ambos amantes, y se apresuraron a unirlos por el matrimonio. Y su vida transcurrió con dicha, compartida entre el amor y el espectáculo de la rosa marina.
 
¡Loores a Alah, que hace florecer las rosas y unirse los corazones de los enamorados, al Todopoderoso, al Altísimo! Y la bendición y la plegaria para nuestro señor y soberano Mahomed, príncipe de los Enviados, y para todos los suyos, Amén.
 
Y cuando Schehrazada hubo contado esta historia, se calló. Y su hermana, la tierna Doniazada, exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡cuán dulces y encantadoras y deliciosas en su frescura son tus palabras! ¡Y qué admirable es esa historia de la rosa marina y de la joven de China! ¡Oh! ¡por favor, ya que hay tiempo todavía, apresúrate a contarnos algo que se le parezca!" Y Schehrazada sonrió y dijo: "Está bien, y lo que quiero contar es mucho más admirable, ¡oh pequeñuela! Pero en verdad que no lo contaré sin que antes me lo permita nuestro amo el rey".
 
Y dijo Schahriar: "¿Acaso dudas del gusto que en ello tengo, ¡oh Schehrazada ! ? ¿Y podría yo pasar en adelante ni una noche sin tus palabras en mis oídos y sin tu vista en mis ojos?"
 
Y Schehrazada dió las gracias con una sonrisa, y dijo: "En ese caso, contaré
la HISTORIA DEL PASTEL HILADO CON MIEL DE ABEJAS Y DE LA ESPOSA CALAMITOSA DEL ZAPATERO REMENDÓN".
 
 
 
== HISTORIA DEL PASTEL HILADO CON MIEL DE ABEJAS Y DE LA ESPOSA CALAMITOSA DEL ZAPATERO REMENDÓN ==
 
Y dijo:
 
Se cuenta entre lo que se cuenta, ¡oh rey del tiempo! que en la ciudad fortificada de El Cairo había un zapatero remendón de natural excelente y con todas las simpatías. Y se ganaba la vida componiendo babuchas viejas. Se llamaba Maruf, y estaba afligido por Alah el Retribuidor (¡exaltado sea en toda circunstancia!) de una esposa calamitosa macerada en la pez y en la brea, y que se llamaba Fattumah. Pero sus vecinos habíanla apodado la "Boñiga caliente"; porque en verdad que era un emplasto insoportable para el corazón de su esposo el zapatero remendón y un azote negro para los ojos de quienes se acercaban a ella. Y aquella calamitosa usaba y abusaba de la bondad y de la paciencia de su hombre, y le insultaba y le injuriaba mil veces al día y no le dejaba descansar de noche. Y el infortunado llegó a temer la maldad de ella y a temblar por sus fechorías, pues era un hombre tranquilo, prudente, sensible y celoso de su reputación, aunque humilde y de condición pobre.
 
Y para evitar escándalos y gritos, tenía costumbre de gastar cuanto ganaba, satisfaciendo así las exigencias de su seca, mala y áspera mujer. Y si, por desgracia, le ocurría que no ganase en la jornada bastante, durante toda la noche resonaban en sus oídos y le abrumaban la cabeza escenas espantosas, sin tregua ni remisión. Y de tal modo, le hacía pasar ella noches más negras que el libro de su destino. Y podría aplicársele el dicho del poeta:
 
¡Cuántas noches sin alma me paso al lado de la polilla patuda de mi esposa!
 
¡Ah! ¡lástima que en la noche fúnebre de mis bodas no le hubiese dado una copa de veneno frío para hacerle estornudar su alma!
 
Entre otras aflicciones sufridas por aquel Job de la paciencia...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== Y CUANDO LLEGO LA 960ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
... Entre otras aflicciones sufridas por aquel Job de la paciencia, he aquí lo que le sucedió.
 
Pues que su esposa fué a buscarle un día, -¡Alah aleje de nosotros días parecidos!- y le dijo: "¡Oh Maruf! quiero que esta noche, al volver a casa, me traigas un pastel de kenafa hilado con miel de abejas". Y el pobre Maruf contestó: "¡Oh hija del tío! si Alah el Generoso quiere ayudarme a ganar el dinero necesario para comprar la kenafa con miel de abejas, sin duda te la compraré, por encima de mi cabeza y de mis ojos. El caso es que hoy ¡por el Profeta! (¡con El la plegaria y la paz!) no tengo la menor moneda. Pero Alah es misericordioso y nos allanará las cosas difíciles". Y la endemoniada exclamó: "¿Qué estás hablando de la intervención de Alah en tu favor? ¿Acaso crees que, para satisfacer mis ganas de pastel, voy a esperar a que la bendición de Alah vaya a ti o no vaya a ti? No, por vida mía, no me agrada esa manera de hablar. Ganes o no ganes en la jornada, necesito una onza de kenafa hilada con miel de abejas; y en modo alguno consentiré que se quede sin satisfacer cualquier deseo mío. Y si, por tu desdicha, vuelves a casa esta noche sin la kenafa, haré que para su cabeza sea la noche más negra que el Destino que te puso entre mis manos". Y el infortunado Maruf suspiró: "¡Alah es Clemente y Generoso y El es mi único recurso!" Y el pobre salió de su casa, y le rezumaban la pena y la aflicción en la piel de la frente.
 
Y fué a abrir su tienda en el zoco de los zapateros remendones, y alzando sus manos al cielo, dijo: "¡Te suplico, Señor, que me hagas ganar el importe de una onza de esa kenafa, y en la noche próxima me libre de la perversidad de esa mala mujer!"
Pero, por más que esperó en su miserable tienda, nadie fué a llevarle trabajo; de modo que al fin de la jornada no había ganado ni con qué comprar el pan de la cena. Entonces, con el corazón encogido y lleno de espanto por lo que le esperaba de su mujer, cerró su tienda y emprendió tristemente el camino de su casa. Y he aquí que, al cruzar los zocos, pasó precisamente por delante de la tienda de un pastelero que vendía kenafa y otros pasteles, al cual conocía y le había compuesto calzado en otras ocasiones. Y el pastelero vió que Maruf iba lleno de desesperación y con la espalda agobiada como bajo el fardo de una pesada pena. Y le llamó por su nombre, y entonces vió que tenía los ojos anegados en lágrimas y el rostro pálido y deplorable. Y le dijo: "¡Oh maese Maruf! ¿por qué lloras? ¿Y cuál es la causa de tu pena? ¡Ven! Entra aquí a descansar y a contarme qué desgracia te aflige". Y Maruf se acercó al hermoso escaparate del pastelero, y después de las zalemas, dijo: "¡No hay recurso más que en Alah el Misericordioso! El Destino me persigue y me niega el pan de la cena". Y como el pastelero insistiera para saber pormenores precisos, Maruf le puso al corriente de la exigencia de su mujer y de la imposibilidad de comprar no solamente la kenafa consabida, sino ni siquiera un simple pedazo de pan, por falta de ganancia en la jornada.
 
Cuando el pastelero hubo oído estas palabras de Maruf, se rió con bondad, y dijo: "¡Oh maese Maruf! ¿me dirás, al menos, cuántas onzas de kenafa desea que le lleves la hija de tu tío?". El zapatero contestó: "Puede que tenga bastante con cinco onzas". El pastelero añadió: "No hay inconveniente. Voy a fiarte cinco onzas de kenafa, y ya me darás su importe cuando descienda sobre ti la generosidad del Retribuidor". Y del bandejón donde nadaba la kenafa entre manteca y miel, cortó un voluminoso pedazo que pesaba bastante más de cinco onzas, y se lo entregó a Maruf, diciéndole: "Esta kenafa hilada es un pastel digno de servirse en las bandejas de un rey. Debo decirte, sin embargo, que no está azucarada con miel de abejas, sino con miel de caña de azúcar; porque de esta manera resulta más sabrosa". Y el pobre Maruf, que no sabía la diferencia que hay entre la miel de abejas y la de caña de azúcar, contestó: "Se agradece de mano de la generosidad". Y quiso besar la mano del pastelero, que se negó a ello vivamente, y que le dijo además: "Este pastel está destinado a la hija de tu tío; pero tú ¡oh Maruf! no vas a quedarte sin cenar nada. Mira, toma este pan y este queso, beneficio de Alah, y no me des las gracias por ello, pues no soy más que su intermediario". Y entregó a Maruf, al mismo tiempo que el sublime pastel, un panecillo reciente, hueco y oloroso, y una rueda de queso blanco envuelto en hojas de higuera. Y Maruf, que en toda su vida había poseído tanto de una vez, no sabía ya qué hacer para dar gracias al caritativo pastelero, y acabó por marcharse, alzando los ojos al cielo para ponerle por testigo de su gratitud a su bienhechor.
 
Y llegó a su casa, cargado con la kenafa, con el hermoso panecillo y con la rueda de queso blanco. Y en cuanto entró, gritóle su mujer con voz agria y amenazadora: "¿Qué, has traído la kenafa?". El contestó: "¡Alah es generoso. Hela aquí". Y puso ante ella el plato que le había prestado el pastelero, donde se mostraba, con toda su hermosura de pastel fino, la kenafa tostada e hilada.
 
Pero no bien posó los ojos en el plato, la calamitosa lanzó un grito estridente de indignación, golpeándose las mejillas, y dijo: "¡Alah maldiga al Lapidado! ¿No te dije que me trajeras una kenafa preparada con miel de abejas? ¡Y he aquí que, para mofarte de mí, me traes una cosa hecha con miel de caña de azúcar! ¿Acaso creías que ibas a engañarme y que no descubriría yo la superchería? ¡Ah, miserable! por lo visto, quieres matarme de deseos reconcentrados". Y el pobre Maruf, aterrado por toda aquella cólera que a la sazón estaba lejos de prever, balbuceó excusas con temblorosa voz, y dijo: "¡Oh hija de gentes de bien! no he comprado esta kenafa, pues mi amigo el pastelero, a quien Alah ha dotado de un corazón caritativo, ha tenido piedad de mi estado, y me la ha fiado sin fijar plazo para el pago". Pero la espantosa diablesa exclamó: "Cuanto estás diciendo no es más que palabrería, y no le doy ningún crédito. Toma, quédate con tu kenafa con miel de caña de azúcar. ¡Yo no la como!" Y así diciendo, le tiró a la cabeza el plato de kenafa, continente y contenido, y añadió: "¡Levántate ahora, ¡oh alcahuete! y ve a buscarme kenafa preparada con miel de abejas". Y juntando la acción a la palabra, le asestó en la mandíbula un puñetazo tan terrible, que le rompió un diente, y la sangre le corrió por la barba y el pecho.
 
Ante esta última agresión de su esposa, enloquecido y perdiendo por fin la paciencia, Maruf hizo un ademán rápido, golpeando ligeramente en la cabeza a la diablesa. Y ésta, más furiosa todavía por aquella manifestación inofensiva de su víctima, se precipitó sobre él y le agarró por la barba a manos llenas, y se colgó a plomo de aquella barba, gritando a plenos pulmones: "¡Socorro, ¡oh musulmanes! que me asesina...!
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 961ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
... Y ésta, más furiosa todavía por aquella manifestación inofensiva de su víctima, se precipitó sobre él y le agarró por la barba a manos llenas, y se colgó a plomo de los pelos de aquella barba, gritando a plenos pulmones: "¡Socorro, ¡oh musulmanes! que me asesina!" Y a sus gritos acudieron los vecinos, e intervinieron entre ambos, y a duras penas libraron la barba del desgraciado Maruf de los dedos crispados de su calamitosa esposa. Y vieron que tenía el rostro ensangrentado, la barba manchada y un diente roto, sin contar los pelos de la barba que hubo de arrancarle aquella mujer furiosa. Y conociendo ya de larga fecha su indigna conducta para con el pobre hombre, y al ver también las pruebas que demostraban palpablemente que una vez más era él víctima de aquella calamitosa, la sermonearon y la dirigieron discursos razonables, que hubiesen llenado de vergüenza y corregido para siempre a cualquiera que no fuese ella. Y tras de regañarla así, añadieron: "¡Todos nosotros acostumbramos a comer con gusto la kenafa preparada con miel de caña de azúcar; y la encontramos mucho mejor que la preparada con miel de abejas! ¿Dónde está, pues, el crimen que ha cometido tu pobre marido para merecer tantos malos tratos como le infliges, y para que le rompas un diente y le arranques la barba?" Y la maldijeron con unanimidad, y se fueron por su camino.
 
No bien se marcharon, la terrible diablesa se dirigió a Maruf, que durante toda aquella escena había permanecido silencioso en su rincón, y le dijo en voz tan baja como odiosa: "¡Ah! ¿conque te dedicas a amotinar en contra mía a los vecinos? Está bien. Pero ya verás lo que va a ocurrirte". Y fué a sentarse no lejos de allí, mirándole con ojos de tigresa, y meditando contra él proyectos aterradores.
 
Y Maruf, que lamentaba sinceramente su ligero movimiento de impaciencia, no sabía qué hacer para calmarla. Y se decidió a recoger la kenafa que yacía en el suelo entre los cascotes del plato, y limpiándola cuidadosamente, se la ofreció con timidez a su esposa, diciéndole: "Por tu vida, ¡oh hija del tío! come, a pesar de todo, un poco de esta kenafa, y mañana, si Alah quiere, te traeré de la otra". Pero ella le rechazó de un puntapié, gritándole: "Vete de ahí con tu pastel. ¡oh perro de los zapateros remendones! ¿Crees que voy a tocar lo que te produce tu oficio de alcahuete de las pastelerías? ¡Inschalah! ya me arreglaré mañana para dejarte más ancho que largo".
 
Entonces, rechazado de tal suerte en su postrera tentativa de avenencia, el desgraciado pensó en aplacar el hambre que le torturaba desde por la mañana, pues no había comido nada en todo el día. Y se dijo: "Ya que ella no quiere comerse esta kenafa excelente, me la comeré yo". Y se sentó ante el plato, y se puso a comer aquel delicado manjar que le acariciaba el gaznate agradablemente. Luego la emprendió con el panecillo hueco y con la rueda de queso, y no dejó ni rastro en la bandeja. ¡Eso fué todo! Y su mujer le miraba hacer con ojos llameantes, y no cesaba de repetirle a cada bocado: "¡Ojalá se te detenga en el gaznate y te ahogue!", o también: "¡Haga Alah que se te vuelva veneno destructor que consuma tu organismo!" y otras amenidades parecidas. Pero Maruf, hambriento, continuaba comiendo concienzudamente sin decir palabra, lo cual acabó por convertir en paroxismo el furor de la esposa, que se levantó de pronto aullando como una poseída, y tirándole a la cara todo lo que encontró a mano, fué a acostarse, insultándole en sueños hasta por la mañana.
 
Y después de aquella mala noche, Maruf se levantó muy temprano; y vistiéndose a toda prisa, fué a su tienda con la esperanza de que aquel día le favoreciese el Destino. Y he aquí que, al cabo de algunas horas, fueron dos agentes de policía a detenerle por orden del kadí, y le arrastraron por los zocos, con los brazos atados a la espalda, hasta el tribunal. Y con gran estupefacción por su parte, Maruf se encontró delante del Kadí con su esposa, que tenía un brazo lleno de vendas, la cabeza envuelta en un velo ensangrentado, y llevaba en sus dedos un diente roto. Y en cuanto el kadí vió al aterrado zapatero remendón, le gritó: `¡Acércate! ¿No temes que te castigue Alah el Altísimo por hacer sufrir tan malos tratos a esa pobre mujer, esposa tuya, hija de tu tío, y por romperle tan cruelmente el brazo y los dientes?"
 
Y Maruf, que en su terror había deseado que la tierra se abriese y le tragase, bajó la cabeza, lleno de confusión, y guardó silencio. Porque su amor a la paz y su deseo de poner a salvo su honor y la reputación de su mujer impulsándole a no hacer cargos a la maldita acusándola y revelando sus fechorías, para lo cual hubiera podido llamar como testigos a todos los vecinos, si preciso fuera. Y el kadí, convencido de que aquel silencio era prueba de la culpabilidad de Maruf, ordenó a los ejecutores de las sentencias que le derribaran y le administraran cien palos en la planta de los pies. Lo cual fué ejecutado en el acto ante la maldita, que se derretía de gusto.
 
Al salir del tribunal, apenas podía arrastrarse Maruf. Y como prefería morir de muerte roja antes que regresar a su casa y volver a ver el rostro de la calamitosa, se metió en una casa en ruinas que erguíase a orillas del Nilo, y allí, rodeado de privaciones y de desamparo, esperó a curarse de los golpes que le habían hinchado los pies y las piernas. Y cuando al fin pudo levantarse, se inscribió como marinero a bordo de una dahabieh que iba por el Nilo. Y llegado que hubo a Damieta, partió en una falúa, colocándose de restaurador de velas, y confió su destino al Dueño de los destinos.
 
Al cabo de varias semanas de navegación, la falúa fué asaltada por una tempestad espantosa, y zozobró, hundiéndose en el fondo del mar, el continente con el contenido. Y naufragó y murió todo el mundo. Y Maruf naufragó también, pero no murió. Porque Alah el Altísimo veló por él y le libró de ahogarse, poniéndole al alcance de la mano un trozo del palo mayor. Y Maruf se agarró a él, y consiguió ponerse a horcajadas encima, gracias a los esfuerzos extraordinarios de que le hicieron capaz el peligro y el apego al alma, que es preciosa. Y se puso entonces a batir el agua con sus pies, a manera de remos, en tanto que las olas jugueteaban con él y le hacían inclinarse tan pronto a la derecha como a la izquierda. Y así estuvo luchando contra el abismo durante un día y una noche. Tras de lo cual, le arrastraron el viento y las corrientes hasta la costa de un país en que se alzaba una ciudad de casas bien construidas.
 
Y en un principio quedó tendido en la playa sin movimiento y como desmayado. Y no tardó en dormirse con un sueño profundo. Y cuando se despertó, vió inclinado sobre él a un hombre magníficamente vestido, detrás del cual estaban dos esclavos con los brazos cruzados. Y el hombre rico miraba a Maruf con atención singular. Y cuando vió que se había despertado por fin, exclamó: "Loores a Alah, ¡oh extranjero! y bien venido seas a nuestra ciudad". Y añadió: "Por Alah sobre ti, date prisa a decirme de qué país eres y de qué ciudad, pues en lo que te queda de ropa creo notar que eres del país de Egipto". Y Maruf contestó: "Es verdad, ¡oh mi señor! que soy un habitante entre los habitantes del país de Egipto, y la ciudad de El Cairo es la ciudad donde he nacido y donde residía". Y el hombre rico le preguntó, con la voz conmovida: "¿Y será indiscreción preguntarte en qué calle de El Cairo residías?" El aludido contestó: "En la calle Roja, ¡oh mi señor!" El otro preguntó: "¿Y qué personas conoces en esa calle? ¿Y cuál es tu oficio, ¡oh hermano mío!?".
 
El aludido contestó: "Tengo el oficio y profesión ¡oh mi señor! de zapatero remendón de calzado viejo. En cuanto a las personas que conozco, son las gentes vulgares de mi especie, aunque muy honorables y respetables. Y si quieres saber sus nombres, he aquí algunos". Y le enumeró los nombres de diversas personas conocidas suyas que habitaban en el barrio de la calle Roja. Y el hombre rico, cuyo rostro iba iluminándose de alegría a medida que se hacía más concreta la conversación habida entre ellos, preguntó: "Y conoces ¡oh hermano mío! al jeique Ahmad, el mercader de perfumes?" El zapatero contestó: "¡Alah prolongue sus días! Es mi vecino de pared por medio". El hombre rico preguntó: "¿Está bueno?" El zapatero contestó: "Está bueno, gracias a Alah". El hombre rico preguntó: "¿Cuántos hijos tiene ahora?". El zapatero contestó: "Los que antes: tres. ¡Alah se los conserve! Mustafá, Mohammad y Alí". El hombre rico preguntó: “¿Qué hacen?" El zapatero contestó: "Mustafá, el mayor, es maestro de escuela en una madrassah. Está reconocido como sabio, que se sabe de memoria todo el Libro Santo, y puede recitarlo de siete maneras diferentes. El segundo, Mohammad, es droguero y mercader de perfumes, como su padre, que le ha abierto una tienda cerca de la suya para celebrar el nacimiento de un hijo que ha tenido. En cuanto a Alí, el pequeño (¡Alah le colme con sus más escogidos dones!), era mi camarada de la niñez, y nos pasábamos los días jugando juntos y haciendo mil trastadas a los transeúntes. Pero un día mi amigo Alí hizo lo que hizo con un mancebo cofto, hijo de nazarenos, que fué a quejarse a sus padres por haber sido humillado y violentado de la peor manera. Y mi amigo Alí, para evitar la venganza de aquellos nazarenos, emprendió la fuga y desapareció. Y no volvió a verle nadie más, aunque ya hace de esto veinte años. Alah le preserva y aleje de él los maleficios y las calamidades!".
 
A estas palabras, el hombre rico echó de pronto los brazos al cuello de Maruf, y le estrechó contra su pecho, llorando, y le dijo: "¡Loado sea Alah, que reúne a los amigos! Yo soy Alí, tu camarada de la niñez. ¡Oh Maruf! el hijo del jeique Ahmad el droguero de la calle Roja...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 962ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
"... ¡Loado sea Alah, que reúne a los amigos! Yo soy Alí, tu camarada de la niñez, ¡oh Maruf! el hijo del jeique Ahmad el droguero de la calle Roja".
 
Y después de los transportes de la más viva alegría por una y otra parte, le rogó que le contara cómo se encontraba en aquella playa. Y cuando se enteró de que Maruf había estado sin comer un día y una noche, le hizo subir con él a las ancas de su mula, y le transportó a su morada, que era un palacio espléndido. Y le trató magníficamente. Y a pesar del deseo que tenía de charlar con él, hasta el día siguiente no fué a verle, pudiendo al fin conversar con él largo y tendido. Y así fué como supo todos los tormentos que había sufrido el pobre Maruf desde el día de su matrimonio con su calamitosa esposa y cómo había preferido dejar su tienda y su país a permanecer por más tiempo expuesto a las fechorías de aquella diablesa. Y también se enteró de la paliza que hubo de recibir su amigo, y de cómo naufragó y estuvo a punto de morir ahogado.
 
Y a su vez, Maruf se enteró por su amigo Alí de que la ciudad en que se encontraban actualmente era la ciudad de Khaitán, capital del reino de Sohatán. Y también se enteró de que Alah había favorecido a su amigo Alí en los negocios de compra y venta, y le había tornado en el mercader más rico y el notable más respetado de toda la ciudad de Khaitán.
 
Luego, cuando dieron libre curso a sus expansiones, el rico mercader Alí dijo a su amigo: "¡Oh hermano mío Maruf! has de saber que los bienes que me deparó el Retribuidor no son más que un depósito del Retribuidor entre mis manos. Así, pues, ¿qué mejor manera de colocar ese depósito que confiándote buena parte de él, a fin de que lo hagas fructificar?" Y empezó por darle un saco de mil dinares de oro, le hizo vestir trajes suntuosos, y añadió: "Mañana por la mañana montarás en mi mula más hermosa y te presentarás en el zoco, donde me verás sentado entre los mercaderes más importantes. Y a tu llegada me levantaré para salir a tu encuentro, y me mostraré solícito contigo, y tomaré las riendas de tu mula, y te besaré las manos dándote todas las pruebas posibles de honor y de respeto. Y esta conducta mía te proporcionará al instante gran consideración. Y haré que se te ceda una vasta tienda, cuidando de llenarla de mercaderías. Y luego te haré entablar conocimiento con los notables y los mercaderes más importantes de la ciudad. Y fructificarán tus negocios, con ayuda de Alah, y alejado de la calamitosa hija de tu tío, llegarás al límite del desahogo y del bienestar". Y Maruf, sin poder encontrar expresiones bastantes para manifestar a su amigo todo su reconocimiento, se inclinó para besarle la orla del traje. Pero el generoso Alí se defendió de ello vivamente y besó a Maruf entre ambos ojos, y continuó charlando con él de unas cosas y de otras, relativas a su pasada infancia, hasta la hora de dormir.
 
Y al día siguiente, Maruf, vestido con magnificencia y ostentando toda la apariencia de un rico mercader extranjero, montó en una soberbia mula baya, ricamente enjaezada, y se presentó en el zoco a la hora indicada. Y entre él y su amigo Alí tuvo lugar con toda exactitud la escena convenida. Y todos los mercaderes quedaron llenos de admiración y de respeto por el recién llegado, sobre todo cuando vieron al ilustre mercader Alí besarle la mano y ayudarle a apearse de la mula, y cuando le vieron a él mismo sentarse con gravedad y lentitud en el sitio que de antemano le había preparado su amigo Alí delante de la nueva tienda. Y fueron todos a interrogar a Alí en voz baja, diciéndole: "¡Indudablemente, tu amigo es un mercader ilustre!" Y Alí les miró con conmiseración, y contestó: "¡Ya Alah! ¿decís un mercader ilustre? Pero si es uno de los primeros mercaderes del Universo, y tiene en el mundo entero más almacenes y depósitos de los que el fuego podría consumir. Y sus asociados y sus agentes y sus oficinas son numerosas en todas las ciudades de la tierra, desde el Egipto y el Yemen hasta la India y los límites extremos de la China. ¡Ah! ya veréis qué clase de hombre es, cuando os sea dado conocerle más íntimamente.
 
Y en vista de estas seguridades, formuladas con el tono de la más exacta verdad y con el acento más convencido, los mercaderes formaron el mejor concepto acerca de Maruf. Y rivalizaron por hacerle zalemas y cumplidos y darle bienvenidas. Y tuvieron a mucha honra el invitarle a cenar todos, unos tras otros, mientras él sonreía con gesto complaciente y se excusaba por no poder aceptar, pues que ya era huésped de su amigo el mercader Alí. Y el síndico de los mercaderes fué a visitarle, lo cual era contrario en absoluto a la costumbre, que exige sea el recién llegado quien haga la primera visita; y se apresuró a ponerle al corriente de la cotización de las mercancías y de las diversas producciones del país. Y luego, para demostrarle que estaba bien dispuesto a servirle y a hacer circular las mercancías que hubiera traído consigo de los países lejanos, le dijo: "¡Oh mi señor! sin duda habrás traído muchos fardos de paño amarillo. Porque aquí hay una predilección particular por el paño amarillo". Y Maruf contestó sin vacilar: "¿Paño amarillo? ¡Mucho, desde luego!" Y el síndico preguntó: "¿Y tienes mucho paño rojo sangre de gacela?" Y Maruf contestó con seguridad: "¡Ah! en cuanto al paño rojo sangre de gacela, quedaréis satisfechos. Porque los hay de la especie más fina en mis fardos". Y a todas las preguntas análogas, Maruf costeaba siempre: "¡Traigo grandes existencias!" Y entonces le preguntó el síndico tímidamente: "¿Querrías ¡oh mi señor! enseñarme algunas muestras?" Y Maruf, sin amilanarse por la dificultad, respondió con amabilidad. ¡Claro que sí! ¡En cuanto llegue mi caravana!" Y explicó al síndico y a los mercaderes congregados que dentro de unos días esperaba la llegada de una inmensa caravana de mil camellos cargados con fardos de mercancías de todos los colores y todas las variedades. Y la asamblea se asombró prodigiosamente y se maravilló ante el relato de la próxima llegada de aquella fantástica caravana.
 
Pero su admiración no tuvo límites y superó a toda expresión cuando fueron testigos del hecho siguiente. En efecto, mientras hablaban de tal suerte, abriendo ojos maravillados ante el relato de la llegada de la caravana, se acercó un mendigo al sitio en que estaban y tendió la mano por turno a cada cual. Y unos le dieron una moneda, a otros media, y la mayoría, sin darle nada, se limitó a contestar sencillamente: "¡Alah te socorra!" Y Maruf, cuando el mendigo se acercó a él, sacó un gran puñado de dinares de oro y lo puso en la mano del mendigo con tanta naturalidad como si le hubiese dado una moneda de cobre. Y tan absortos quedaron los mercaderes, que reinó en la reunión un silencio imponente y se les confundió el espíritu y se les deslumbró el entendimiento. Y pensaron: "¡Ya Alah, cuán rico debe ser este hombre para mostrarse tan generoso!". Y de aquella manera se atrajo Maruf, de un instante a otro, un gran crédito y una reputación maravillosa de riqueza y de generosidad.
 
Y la fama de su liberalidad y de sus modales admirables llegó a oídos del rey de la ciudad, el cual mandó al punto llamar a su visir, y le dijo: "¡Oh visir! va a llegar aquí una caravana cargada de inmensas riquezas y que pertenece a un maravilloso mercader extranjero. Pero no quiero que esos bribones de mercaderes del zoco, que ya son demasiado ricos, se aprovechen de la tal caravana. Mejor será, por tanto, que me beneficie de ella yo, con mi esposa, tu señora y mi hija la princesa". Y el visir, que era hombre lleno de prudencia y de sagacidad, contestó: "No hay inconveniente. Pero ¿no te parece ¡oh rey del tiempo! que sería preferible esperar la llegada de esa caravana antes de tomar las medidas oportunas?" Y el rey se enfadó, y dijo: "¿Estás loco? ¿Y desde cuándo se busca carne en casa del carnicero cuando la han devorado los perros? Date prisa a hacer venir cuanto antes a mi presencia al rico mercader extranjero, con objeto de que me entienda yo con él respecto al particular". Y el visir vióse obligado, a despecho de su nariz, a ejecutar la orden del rey.
 
Y cuando Maruf llegó a presencia del rey, se inclinó profundamente, y besó la tierra entre sus manos, y le hizo un cumplimiento delicado. Y el rey se asombró de su lenguaje escogido y de sus maneras distinguidas, y le dirigió varias preguntas acerca de sus negocios y de sus riquezas. Y Maruf se limitaba a contestar, sonriendo: "Ya lo verá nuestro señor el rey, y quedará satisfecho cuando llegue la caravana". Y el rey se mostró entusiasmado, como todos los demás; y deseoso de saber hasta dónde alcanzaban los conocimientos de Maruf, le enseñó una perla de un tamaño y un brillo maravilloso, que costaba mil dinares lo menos, y le dijo: "¿Tienes perlas de esta especie en los fardos de tu caravana?" Y Maruf tomó la perla, la contempló con aire despectivo, y la tiró al suelo como un objeto sin valor; y poniéndola el talón encima, la pisó con toda su fuerza y la despachurró tranquilamente. Y exclamó el rey, estupefacto: "¿Qué has hecho, ¡oh hombre!? ¡Acabas de romper una perla de mil dinares!" Y Maruf, sonriendo, contestó: "¡Sí, ciertamente, ése era su precio! Pero tengo yo sacos y sacos llenos de perlas infinitamente más gruesas y más hermosas que ésa en los fardos de mi caravana".
 
Y todavía aumentaron el asombro y la codicia del rey ante aquel discurso; y pensó: "¡Vaya! Es preciso que tome por esposo de mi hija a este hombre prodigioso..."
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 963ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
"¡... Vaya! Es preciso que tome por esposo de mi hija a este hombre prodigioso".
Y se encaró con Maruf, y le dijo: "¡Oh honorabilísimo y distinguidísimo emir! ¿quieres aceptar de mí, como presente, como motivo de tu llegada a nuestro país, a mi hija única, servidora tuya? ¡Y la uniré a ti con los lazos del matrimonio, y a mi muerte reinarás en el reino!" Y Maruf, que se mantenía en actitud modesta y reservada, contestó con acento lleno de discreción: "La proposición del rey honra al esclavo que se halla entre sus manos. ¿Pero no crees ¡oh soberano mío! que será mejor esperar, para la celebración del matrimonio, a que llegue mi caravana? Porque la dote de una princesa como tu hija exige de parte mía grandes gastos que no me hallo en estado de hacer en este momento. Pues tendré que pagarte a ti, su padre, como dote de la princesa, lo menos doscientas mil bolsas de mil dinares cada una. Además, habré de distribuir mil bolsas de mil dinares a los pobres y a los mendigos en la noche de bodas, otras mil bolsas a los portadores de regalos y mil bolsas más para los preparativos del festín. También tendré que regalar un collar de cien perlas grandes a cada una de las damas del harén, y entregar como homenaje a ti y a mi tía la reina una cantidad inestimable de joyas y de suntuosidades. Pero todo eso, ¡oh rey del tiempo! no puede hacerse razonablemente mientras no llegue mi caravana".
 
Y el rey, más deslumbrado que nunca con aquella prodigiosa enumeración, y entusiasmado en lo más profundo de su alma de la reserva, la delicadeza de sentimiento y la discreción de Maruf, exclamó: "¡No, por Alah! Yo solo tomaré a mi cargo todos los gastos de las bodas. En cuanto a la dote de mi hija, ya me la pagarás cuando llegue la caravana. Pues quiero absolutamente que te cases con mi hija lo más pronto posible. Y puedes tomar del tesoro del reino todo el dinero que necesites. Y no tengas ningún escrúpulo en hacerlo, que cuanto me pertenece te pertenece".
 
Y en aquella hora y en aquel instante llamó a su visir y le dijo: "Ve ¡oh visir! a decir al jeique al-islam que venga a hablar conmigo. Porque quiero ultimar hoy mismo el contrato de matrimonio del emir Maruf con mi hija". Y el visir, al oír estas palabras del rey, bajó la cabeza con un aire de desagrado. Y como el rey se impacientara, se acercó a él y le dijo en voz baja: "¡Oh rey del tiempo, no me gusta este hombre, y su aspecto no me dice nada bueno. Por tu vida, espera al menos, para darle en matrimonio tu hija, a que tengamos alguna certeza respecto a su caravana. ¡Pues, hasta el presente, no tenemos más que palabras y palabras! Además, una princesa como tu hija ¡oh rey! pesa en la balanza más que lo que pueda tener en su mano este hombre desconocido".
 
Y al oír estas palabras, el rey vió ennegrecerse el mundo ante su rostro, y gritó al visir: "¡Oh traidor execrable que odias a tu amo! no hablas así, tratando de disuadirme de ese matrimonio, más que porque deseas casarte tú mismo con mi hija. ¡Pero eso está muy lejos de tu nariz! Cesa, pues, de querer sembrar en mi espíritu la turbación y la duda respecto a ese admirable hombre rico de alma delicada, de maneras distinguidas, pues si no, mi indignación por tus pérfidos discursos te dejará más ancho que largo". Y añadió, muy excitado: "¿0 acaso quieres que mi hija se me quede en los brazos, envejecida y desdeñada por los pretendientes? ¿Podré encontrar jamás yerno semejante a éste, perfecto en todos sentidos, y generoso y reservado y encantador, que sin duda alguna amará a mi hija, y le regalará cosas maravillosas, y nos enriquecerá a todos, desde el más grande al más pequeño? ¡Vamos, anda, y ve a buscar al jeique al-islam!"
 
Y el visir se marchó, con la nariz alargada hasta los pies, a buscar al jeique al-islam, que al punto fué a palacio y se presentó al rey. Y acto seguido extendió el contrato de matrimonio.
 
Y se adornó e iluminó la ciudad entera, por orden del rey. Y no había por doquiera más que festejos y regocijos. Y Maruf, el zapatero remendón, aquel pobre que había visto la muerte negra y la muerte roja y probado todas las calamidades, se sentó en un trono en el patio del palacio. Y presentóse ante él una multitud de bailarinas, de luchadores, de tañedores de instrumentos, de tamborileros, de saltimbanquis, de bufones y de alegres charlatanes, para divertirle y divertir al rey y a los grandes de palacio. Y desplegaron toda su destreza y sus talentos. Y Maruf hizo que el propio visir le llevara sacos y sacos llenos de oro, y se puso a coger dinares y a arrojarlos a puñados a todo aquel pueblo tamborileante, danzante y ululante. Y el visir, muriéndose de despecho, no tenía ni un instante de reposo, obligado a llevar sin tregua nuevos sacos de oro.
 
Y aquellas diversiones y aquellas fiestas y aquellos regocijos duraron tres días y tres noche; y el cuarto día por la tarde fué el día de las bodas y de la penetración. Y el cortejo de la recién casada era de una magnificencia inusitada, porque así lo había querido el rey; y a su paso, cada dama colmaba a la princesa de regalos que iban recogiendo las mujeres del séquito. Y de tal modo se la condujo a la cámara nupcial, en tanto que Maruf decía para sí: "¡Vaya, vaya, vaya! ¡Suceda lo que suceda! ¿A mí qué me importa? Así lo ha querido el Destino. No hay que huir ante lo inevitable. ¡Cada cual lleva su destino atado al cuello! Todo esto te ha sido escrito en el libro de la suerte, ¡oh remendón de calzado viejo! ¡oh vapuleado por tu mujer! ¡oh Maruf! ¡oh mono!"
 
Y el caso es que, cuando se retiraron todos y Maruf se encontró solo en presencia de su esposa la joven princesa, acostada perezosamente bajo el mosquitero de seda, se sentó en el suelo, y golpeándose las manos una contra otra, aparentó ser presa de violenta desesperación. Y como permaneciera en aquella actitud sin moverse, la joven sacó la cabeza por el mosquitero...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
== PERO CUANDO LLEGO LA 964ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
... la joven sacó la cabeza por el mosquitero, y dijo a Maruf: "¡Oh mi hermoso señor! ¿por qué te quedas ahí lejos de mí, presa de la tristeza?" Y lanzando un suspiro, contestó Maruf con esfuerzo: "¡No hay recurso ni poder más que en Alah el Todopoderoso!" Y ella le preguntó, emocionada: "¿A qué viene esa exclamación, ¡oh mi señor!? ¿Me encuentras fea o contrahecha, o acaso es otra la causa de tu pena? ¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¡Habla y no me ocultes nada, ya sidi!" Y Maruf contestó, lanzando un nuevo suspiro: "¡Todo esto, ya lo ves, es culpa de tu padre!". Y ella preguntó: "¿Qué es eso? ¿Y de qué tiene culpa mi padre?" El dijo: "¿Cómo? ¿No has notado que me he mostrado avaro, de una avaricia sórdida, contigo y con las damas de palacio? ¡Ay! ¡muy culpable es tu padre por no haberme permitido esperar a la llegada de mi caravana para casarme! Entonces te habría regalado algunos collares de cinco o seis sartas de perlas gordas como huevos de paloma, algunos hermosos trajes como no los tienen las hijas de los reyes, y algunas joyas no del todo indignas de tu rango. Además, hubiera podido mostrar una mano menos cerrada a tus padres y a tus invitados. Pero ¿cómo ha de ser? tu padre me ha comprometido con su idea de llevar las cosas demasiado de prisa; y con ello ha cometido para conmigo una acción análoga a la que comete el que quema la hierba verde aún". Pero la joven le dijo: "Por vida tuya, no te apenes así por esas pequeñeces; y no te desazones más. Levántate ya, quítate la ropa, y ven pronto a mi lado para que nos deleitemos juntos. Y desecha todas esas ideas de regalos y otras cosas parecidas que nada tienen que ver con lo que debemos hacer esta noche. En cuanto a la caravana y a las riquezas, me tienen sin cuidado. ¡Lo que yo te pido ¡oh galán! es mucho más sencillo y más interesante que eso! Animo, pues, y consolida tus riñones para el combate". Y Maruf contestó: "¡Está bien! ¡allá va! ¡allá va!"
 
Y así diciendo, se desnudó prestamente y avanzó, apuntando a la princesa por debajo del mosquitero. Y se echó al lado de aquella tierna joven, pensando: "¡Soy yo mismo, Maruf, soy yo mismo, el antiguo remendón de calzado de la calle Roja de El Cairo! ¿Dónde estaba y dónde estoy?"
 
Y acto seguido tuvo lugar la refriega de piernas y de brazos, de muslos y de manos. Y se inflamó el combate. Y Maruf puso la mano en las rodillas de la joven, que se irguió al punto y refugióse en su regazo. Y el labio habló en su lengua a su hermano; y llegó la hora que hace olvidarse al niño de su padre y de su madre. Y la estrechó con fuerza contra él para exprimir toda la miel y que todas las libaciones fuesen directas. Y la deslizó la mano por debajo de la axila izquierda, y al punto se enderezaron los músculos vitales de él y se ofrecieron las partes vitales de ella. Y apoyó él su mano izquierda en el pliegue de la ingle derecha de ella, y al punto gimieron todas las cuerdas de ambos arcos. Entonces la golpeó entre los dos senos, y de repente el golpe repercutió entre los dos muslos, no se sabe cómo. Y en seguida se ciñó a la cintura las dos piernas de la princesa, y apuntó al atrevido en las dos direcciones, gritando: "A mí, ¡oh padre de los besadores!" Y rellenó lo que tenía que rellenar, y encendió la mecha, y enhebró la aguja e hizo deslizarse a la anguila en el fuego que chisporrotea, utilizando todas las tranquillas, mientras sus ojos decían: "¡Brilla!", su lengua decía: "¡Chilla!", sus dientes decían "¡Desportilla!", su mano derecha decía: "¡Haz cosquillas!", su mano izquierda decía: "¡Pilla!" sus labios decían: "¡Chiquilla!" y su barrenilla decía: "Menea tu quilla, ¡oh mimosilla muchachilla! ¡oh perla en la orilla! estírate y encógete en tu silla, ¡oh bienamada costilla!" Y así diciendo, la ciudadela quedó agujereada por las cuatro junturas, y se desarrolló la heroica aventura, sin mataduras, pero con anchas desgarraduras; sin amarguras, pero con mordeduras; sin fisuras, pero con rompeduras, ensanchaduras y rozaduras; sin pavura ni dolorosa cura ni curvatura, pero con rechinar de coyunturas del cabalgador de buena estatura y de la montura de hermosa figura, y todo se llevó a cabo con desenvoltura y con mucha premura. ¡Loores al Dueño de las criaturas que a la joven la madura para todas las posturas, y al joven le hace don de su fuerte natural con vistas a la futura progenitura!
 
Y tras de una noche pasada enteramente en las delicias de los abrazos, de las succiones y de los restregones, Maruf se decidió por fin a ir al hammam, acompañado por los suspiros de contento y de sentimiento de la joven. Y después de tomar su baño, y ponerse un traje magnífico, se fué al diván, y se sentó a la diestra de su tío el rey, padre de su esposa, para recibir los cumplimientos y felicitaciones de los emires y de los grandes. Y con la propia autoridad mandó buscar a su enemigo el visir, y le ordenó que distribuyera ropones en honor a todos los presentes e hiciera dádivas innumerables a los emires y a las esposas de los emires, a los grandes de palacio y a sus esposas, a los guardias y a sus esposas, y a los eunucos, grandes y pequeños, jóvenes y viejos. Además, hizo traer sacos de dinares, y se puso a sacar de ellos el oro a puñados y a repartirlo entre cuantos le deseaban. Y de este modo todo el mundo le bendijo y le amó e hizo votos por su prosperidad y su larga vida.
 
Y de tal suerte transcurrieron veinte días, empleados por Maruf en hacer dádivas incalculables de día, y en refocilarse a su antojo de noche con su esposa la princesa, que estaba prendada apasionadamente de él.
 
Al cabo de aquellos veinte días, durante los cuales no se tuvo la menor noticia de la caravana de Maruf, las prodigalidades y locuras de Maruf habían ido tan lejos, que una mañana quedó completamente agotado el tesoro, y al abrir el armario de los sacos, el visir observó que estaba absolutamente vacío y que ya no quedaba nada que coger. Entonces, en el límite de la perplejidad, y con el alma llena de furor reconcentrado, fué a presentarse entre las manos del rey, y le dijo: "Alah aleje de nosotros las malas noticias, ¡oh rey! Pero a fin de no incurrir, con mi silencio, en tus reproches justificados, debo decirte que el tesoro del reino está completamente exhausto, y que la maravillosa caravana de tu yerno el emir Maruf no ha llegado todavía para llenar los sacos vacíos". Y el rey, al oír estas palabras, dijo un poco preocupado: "¡Sí, por Alah! la verdad es que esa caravana se retrasa un tanto. Pero llegará, ¡inschalah!" Y el visir sonrió, y dijo: "¡Alah te colme con sus gracias, ¡oh mi señor! y prolongue tus días! ¡Pero el caso es que hemos caído en las calamidades peores desde que llegó a nuestro país el emir Maruf! Y en el estado actual de cosas, no veo puerta de salida para nosotros. ¡Porque, de un lado, está vacío el tesoro, y de otro, tu hija es ya la esposa de ese extranjero, de ese desconocido! ¡Alah nos guarde del Maligno, del Lejano, del Maldito, del Lapidado! ¡Nuestra situación es una situación muy mala!" Y el rey, que ya empezaba a inquietarse y a impacientarse, contestó: "Tus palabras me cansan y me pesan sobre mi entendimiento. En lugar de discurrir de ese modo, harías mejor en indicarme el medio de remediar la situación, y sobre todo, en probarme que mi yerno, el emir Maruf, es un impostor o un embustero". Y el visir contestó: "Verdad dices, ¡oh rey! y ésa es una idea excelente. Hay que probar antes de condenar. Pero, para saber la verdad, nadie podrá prestarnos un concurso rnás precioso que tu hija la princesa. Porque nadie está tan cerca del secreto del marido como la esposa. Hazla, pues, venir aquí, con el fin de que yo pueda interrogarla desde el otro lado de la cortina que nos separa, e informarme así acerca de lo que nos interesa". Y el rey contestó "No hay inconveniente. ¡Y por vida de mi cabeza, que si llega a probarse que mi yerno nos ha engañado, le haré morir con la muerte peor y le daré a gustar la defunción más negra!"
 
Y al punto mandó que rogaran a su hija la princesa que se presentase en la sala de reunión. Y ordenó correr entre ella y el visir una ancha cortina, detrás de la cual se sentó ella. Y todo esto se dijo, combinó y ejecutó en ausencia de Maruf.
 
Y cuando hubo reflexionado en sus preguntas y combinado su plan, el visir dijo al rey que estaba dispuesto. Y por su parte, la princesa dijo a su padre, desde detrás de la cortina: "Heme aquí, ¡oh padre mío! ¿Qué deseas de mí?" El rey contestó: "Que hables con el visir". Y preguntó ella entonces al visir: "Pues bien, visir, ¿qué quieres?" El visir dijo: "¡Oh mi señora! debes saber que el tesoro del reino está completamente vacío, debido a los gastos y prodigalidades de tu esposo el emir Maruf. Además, no tenemos noticias de la asombrosa caravana, cuya llegada nos ha anunciado con tanta frecuencia. Así es que tu padre el rey, inquieto por tal estado de cosas, ha creído que sólo tú podrías ilustrarnos respecto al particular, diciéndonos lo que piensas de tu esposo, y el efecto que ha producido en tu espíritu, y las sospechas que hayan concebido acerca de él durante estas veinte noches que ha pasado contigo".
 
Al oír estas palabras del visir, la princesa contestó desde detrás de la cortina: "¡Alah colme con sus gracias al hijo de mi tío, el emir Maruf! ¿Qué pienso de él? Pues ¡por mi vida! nada más que cosas buenas. No hay en la tierra nervio de confitura que sea comparable al suyo en dulzura, sabor y gusto. Desde que soy su esposa engordo y me hermoseo, y todo el mundo, maravillado de mi buena cara, dice a mi paso: "¡Alah la preserve del mal de ojo y la libre de los envidiosos y de los embaucadores!" ¡Ah! Maruf, el hijo de mi tío, es una pasta de delicias, constituye mi alegría y yo constituyo la suya. ¡Alah nos deje al uno para el otro!"
 
Y al oír aquello, el rey se encaró con el visir, a quien se le alargaba la nariz, y le dijo: "¡Ya lo ves! ¿Qué te había dicho yo? ¡Mi yerno Maruf es un hombre admirable, y tú, por tus sospechas, mereces que te empale!" Pero el visir, volviéndose hacia la cortina, preguntó: "¿Y la caravana, ¡oh mi señora!? ¿y la caravana que no llega?" Ella contestó: "¿Y a mí qué me importa eso? Llegue o no llegue, ¿aumentaría o disminuiría mi dicha?" Y el visir dijo: "¿Y quién te alimentará ahora que los armarios del tesoro están vacíos? ¿Y quién atenderá a los gastos del emir Maruf?" Ella contestó: "Alah es generoso y no abandona a sus adoradores". Y el rey dijo al visir: "Tiene razón mi hija. Cállate". Luego dijo a la princesa: "No obstante, ¡oh amada de tu padre! procura saber, por el hijo de tu tío, el emir Maruf, la fecha aproximada en que cree que llegará su caravana. Quisiera saberlo sencillamente para reglamentar nuestros gastos y ver si ha lugar a crear nuevos impuestos que llenen el vacío de nuestros armarios". Y la princesa contestó: "¡Escucho y obedezco! Los hijos deben obediencia y respeto a sus padres. Esta misma noche interrogaré al emir Maruf, y te contaré lo que me diga".
 
Y a la caída de la noche, cuando la princesa, como de costumbre, fué a refocilarse al lado de Maruf, y él se refociló al lado de la joven, ella le puso la mano en la axila para interrogarle, y más dulce que la miel, y mimosa y lagotera y tierna y acariciadora como todas las mujeres que tienen algo que pedir y que obtener...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== Y CUANDO LLEGO LA 965ª NOCHE ==
 
Ella dijo:
 
... Y a la caída de la noche, cuando la princesa, como de costumbre, fué a refocilarse al lado de Maruf, y él se refociló al lado de la joven, ella le puso la mano en la axila para interrogarle, y más dulce que la miel, y mimosa y lagotera y tierna y acariciadora como todas las mujeres que tienen algo que pedir y que obtener, le dijo "¡Oh luz de mis ojos! ¡oh fruto de mi hígado! ¡oh núcleo de mi corazón y vida y delicias de mi alma! los fuegos de tu amor han invadido por completo mi seno. Y estoy dispuesta a sacrificar por ti mi vida y compartir tu suerte, sea cual sea. Pero ¡por mi vida sobre ti! no ocultes nada a la hija de tu tío. Dime, pues, por favor, a fin de que lo guarde yo en lo más secreto de mi corazón, por qué motivo no ha llegado todavía esa gran caravana de que están hablando siempre mi padre y su visir. Y si tienes cualquier vacilación o cualquier duda sobre el particular, confíate a mí con toda sinceridad, y yo me dedicaré a buscar la manera de alejar de ti todo sinsabor". Y tras de hablar así, le besó, y le estrechó contra su pecho, y se dejó derretir en sus brazos. Y Maruf de pronto se echó a reír a carcajadas, y contestó: "¡Oh querida! ¿por qué andar con tantos rodeos para preguntarme una cosa tan sencilla? Porque estoy dispuesto a decirte la verdad, sin poner dificultad ninguna, y a no ocultarte nada".
 
Y se calló por un instante para tragar saliva, y prosiguió: "Has de saber, en efecto, ¡oh querida mía! que no soy mercader, ni dueño de caravanas, ni poseedor de riqueza alguna u otra calamidad parecida. Porque en mi país no era yo más que un pobre zapatero remendón, casado con una apestosa mujer llamada Fattumah, la -Boñiga caliente, que era un emplasto para mi corazón y un azote negro para mis ojos. Y me sucedió con ella tal y cual cosa". Y se dedicó a contar a la princesa toda la historia de lo que le pasó con su esposa en El Cairo, y lo que le ocurrió como consecuencia del incidente de la kenafa hilada con miel de abejas. Y no le ocultó nada, y no omitió ningún detalle de cuanto le había sucedido a partir de aquel momento hasta su naufragio y el encuentro con su camarada de infancia, el generoso mercader Alí. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo.
 
Cuando la princesa hubo oído el relato de aquella historia de Maruf, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero. Y Maruf también se echó a reír, y dijo: "Alah es el Dispensador de los destinos. Y tú estabas escrita en mi suerte, ¡oh dueña mía!" Y ella le dijo: "En verdad ¡oh Maruf! que estás ducho en astucias, y nadie puede compararse a ti en listeza, en sagacidad, en delicadeza y en buen humor. Pero qué dirá mi padre, y sobre todo qué dirá su visir, enemigo tuyo, si llegan a saber la verdad de tu historia y la invención de la caravana? Indudablemente, te harán morir; y yo moriré de dolor junto a ti. Por lo pronto, pues, vale más que abandones el palacio y te retires a cualquier país lejano, mientras yo veo la manera de arreglar las cosas y explicar lo inexplicable".
 
Y añadió: "Por consiguiente, toma estos cincuenta mil dinares que poseo, monta a caballo y vete a vivir en un paraje escondido, dándome a conocer tu retiro, a fin de que a diario pueda yo despacharte un correo que te dé noticias mías y me traiga las tuyas. Y ése es ¡oh querido mío! el partido mejor que podemos tomar en esta ocasión". Y Maruf contestó: "En ti confío, ¡oh dueña mía! y me pongo bajo su protección". Y ella le besó e hizo con él la cosa acostumbrada hasta media noche.
 
Entonces le dijo que se levantara, le puso un traje de mameluco, y le dió el mejor caballo de las caballerizas de su padre. Y Maruf salió de la ciudad, aparentando ser un mameluco del rey, y se marchó por su camino. Y eso es lo que aconteció por el momento.
 
Pero he aquí ahora lo relativo a la princesa, al rey, al visir y a la caravana invisible.
 
Al día siguiente, muy temprano, el rey sentóse en la sala de reunión, con el visir a su lado. Y mandó llamar a la princesa para informarse por ella de lo que le había recomendado que se enterara. Y como la víspera, la princesa se puso detrás de la cortina que la separaba de los hombres, y preguntó: "¿Qué ocurre, ¡oh padre mío!?" El rey preguntó: "Y bien, hija mía. ¿Qué has sabido y qué tienes que decirnos?" Y ella contestó: "¿Qué tengo que decir, ¡oh padre mío!? ¡Ah! ¡que Alah confunda al Maligno, al Lapidado! ¡Y ojalá maldijera al propio tiempo a los calumniadores, y ennegreciera el rostro de brea de tu visir, que ha querido ennegrecer mi rostro y el de mi esposo el emir Maruf!" Y el rey preguntó: "¿Y cómo es eso? ¿Y por qué?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¿cómo es posible que otorgues tu confianza a ese hombre nefasto que lo ha puesto en juego todo para desacreditar en tu espíritu al hijo de mi tía?" Y se calló un instante, como sofocada de indignación, y añadió: "Has de saber, en efecto, ¡oh padre mío! que sobre la faz de la tierra no hay otro hombre tan íntegro, tan recto y tan verídico como el emir Maruf (¡Alah le colme con sus gracias!). He aquí lo ocurrido desde el instante en que te dejé: A la caída de la noche, en el momento en que mi bienamado esposo entraba en mi aposento, ocurrió que el eunuco que tengo a mi servicio solicitó hablarnos para comunicarnos una cosa que no admitía dilación. Y se le introdujo, y llevaba una carta en la mano. Y nos dijo que acababan de entregarle aquella carta diez mamalik extranjeros, ricamente vestidos, que deseaban hablar con su amo Maruf. Y mi esposo abrió la carta y la leyó; luego me la dió y yo la leí también. Era el propio jefe de la gran caravana que esperáis con tanta impaciencia. Y el jefe de la caravana, que tiene a sus órdenes, para acompañar al convoy, quinientos jóvenes mamalik, semejantes a los diez que esperaban a la puesta, explicaba en aquella carta que durante el viaje habían tenido la mala suerte de encontrarse con una horda de beduinos desvalijadores, asaltadores de caminos, que les habían salido al paso. De ahí proviene el primer motivo del retraso en llegar la caravana. Y decía que después de triunfar de aquella horda, algunos días más tarde les atacó de noche otra banda de beduinos mucho más numerosa y mejor armada. Y de ello resultó un combate, en que la caravana, desgraciadamente, perdió cincuenta mamalik muertos, doscientos camellos y cuatrocientos fardos de mercancías valiosas.
 
"Al saber tan desagradable noticia, mi esposo, lejos de mostrarse conmovido, rompió la carta, sonriendo, sin pedir más explicaciones a los diez esclavos que esperaban a la puerta, y me dijo: "¿Qué suponen esos cuatrocientos fardos y esos doscientos camellos perdidos? Si eso apenas representa una pérdida de novecientos mil dinares de oro. En verdad que no merece que se hable de ello, y sobre todo que te preocupes tú por semejantes cosas, querida mía. La única molestia que nos ocasiona se reduce a que tengo que ausentarme unos días para apresurar la llegada del resto de la caravana". Y se levantó, riendo, y me estrechó contra su pecho, y se despidió de mí, mientras yo derramaba las lágrimas de la separación. Y se fué, recomendándome de nuevo que tranquilizara mi corazón y refrescara mis ojos. Y al ver desaparecer a aquel núcleo de mi corazón, asomé la cabeza por la ventana que da al patio y vi a mi bienamado charlando con los diez jóvenes mamalik, hermosos como lunas, que habían llevado la carta. Y montó a caballo, y salió del palacio al frente de ellos, para apresurar la llegada de las caravanas".
 
Y tras de hablar así, la joven princesa se sonó ruidosamente, como una persona que ha llorado una ausencia, y añadió con voz repentinamente irritada: "Está bien, padre mío; dime qué habría sucedido si hubiese tenido yo la indiscreción de hablar a mi esposo, como me habías aconsejado que hiciera, impulsado por tu visir de brea. Sí, ¿qué habría sucedido? ¡Mi esposo me miraría en adelante con ojos despectivos y desconfiados, y no me amaría ya, y hasta me odiaría, y con justicia, ciertamente! ¡Y todo por culpa de las suposiciones ofensivas y de las sospechas injuriosas de tu visir, esa barba de mal agüero!" Y habiendo hablado así detrás de la cortina, la princesa se levantó, y se marchó haciendo mucho ruido y demostrando mucha ira. Y entonces se encaró el rey con su visir, y le gritó: "¡Ah, hijo de perro! ¿ves lo que nos sucede por culpa tuya? ¡Por Alah, que no se lo que me detiene aún para dejarte más ancho que largo! ¡Pero atrévete una sola vez siquiera a volver a sospechar de mi yerno Maruf, y ya verás lo que te espera!" Y le lanzó una mirada atravesada, y levantó el diwán. ¡Y esto es lo referente a ellos!
 
Pero he aquí lo que atañe a Maruf.
 
Cuando salió de la ciudad de Khaitán, que era la capital del rey, padre de la princesa, y viajó unas horas por las llanuras desiertas, empezó a sentir que le rendía la fatiga, pues no estaba acostumbrado a montar en caballos de reyes, y su oficio de zapatero no era el más a propósito para tornarse un día en jinete tan espléndido como a la sazón era. Y además, no dejaban de inquietarle las consecuencias de la cosa; y empezaba a arrepentirse amargamente de haber dicho la verdad a la princesa. Y se decía: "He aquí que ahora te ves reducido a errar por los caminos, en vez de deleitarte en los brazos de tu mantecosa esposa, cuyas caricias te habían hecho olvidar a la calamitosa Boñiga caliente de El Cairo ...
 
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.