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Atalaya de la vida humana
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-Señor, el buen matrimonio de paz, donde hay amor igual y conforme condición, es una gloria, es gozar en la tierra del cielo, es un estado para los que lo eligen deseando salvarse con él, de tanta perfeción, de tanto gusto y consuelo, que para tratar dél sería necesario referirse de boca de uno de los tales. Mas quien como yo hice del matrimonio granjería, no sabré qué responder tampoco, sino que pago aquel pecado con esta pena. Mujeres hay que verdaderamente reducirán a buen término y costumbres, con su sagacidad y blandura, los hombres más perversos y desalmados que tiene la tierra; y otras, por el contrario, que harán perder la paciencia y sufrimiento al más concertado y santo. Véase por Job el estado en que la suya lo puso, cómo lo persiguió y cuánto le importó asirse de Dios para sólo defenderse della, más que de todas las más persecuciones. Y así, estando en cierta conversación tres amigos, dijo el uno: «Dichoso aquel que pudo acertar a casar con buena mujer.» El otro respondió: «Harto más dichoso es el que la perdió presto, si la tuvo mala.» Y el tercero dijo:«Por mucho más dichoso tengo a el que ni la tuvo buena ni mala.» Lo que aprieta una mujer importuna y de mala digestión, dígalo el provenzal que, cansado ya de sufrir la suya y no teniendo modo ni sciencia para corregirla, por escabullirse della sin escándalo, acordó de irse a holgar con toda su casa y gente a una hacienda que tenía en el campo, para la cual se había de pasar por una ladera de un monte que pasa por junto del Ródano, río caudaloso, que por aquella parte, por ser estrecha y pasar por entre dos montes, va muy hondo y con furiosa corriente. Acordó de tener tres días que no bebió gota de agua una mula en que su mujer había de ir. Y cuando llegaron a parte que la mula devisó el agua, no fueron poderosos de tenerla, que bajándose por la ladera abajo de una en otra peña, llegó al río. De donde, no siendo posible volver a subir ni tenerse, fue forzoso dar ambos dentro dél, quedando la mujer ahogada. Y la mula salió a nado con mucha dificultad lejos de allí, tan cansada y sin tiento que ya no podía tenerse sobre sus pies. Para los que nunca supieron del matrimonio y lo desean, pudiérales traer a propósito lo que les pasó a los tordos un verano, después [de] la cría.
 
 
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Juntóse dellos una bandada espesa, que cubrían los aires, y hecha compañía, se partieron juntos a buscar la vida. Llegaron a un país de muchas huertas con frutales y frescuras, donde se quisieron quedar, pareciéndoles lugar de mucha recreación y mantenimientos; mas, cuando los moradores de aquella tierra los vieron, armaron redes, pusiéronles lazos y poco a poco los iban destruyendo. Viéndose, pues, los tordos perseguidos, buscaron otro lugar a su propósito y halláronlo tal como el pasado; mas acontencióles también lo mismo y también huyeron con miedo del peligro. Desta manera peregrinaron por muchas partes, hasta que casi todos ya gastados, los pocos que dellos quedaron acordaron de volverse a su natural. Cuando sus compañeros los vieron llegar tan gordos y hermosos, les dijeron: «¡Ah, dichosos vosotros y míseros de nós, que aquí nos estuvimos y, cuales veis, estamos flacos! Vosotros venís que da contento veros, la pluma relucida, medrados de carne, que ya no podéis de gordos volar con ella, y nosotros cayéndonos de pura hambre.» A esto le respondieron los bienvenidos: «Vosotros no consideráis más de la gordura que nos veis, que si pasásedes por la imaginación los muchos que de aquí salimos y los pocos que volvemos, tuviérades por mejor vuestro poco sustento seguros, que nuestra hartura con tantos peligros y sobresaltos.» Los que ven los gustos del matrimonio y no pasan de allí a ver que de diez mil no escapan diez, tuvieran por mejor su seguro estado de solos, que los trabajos y calamidades de los mal acompañados.
 
 
 
 
 
 
 
 
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En esto se llegó la hora de comer y, puesta la mesa, servimos la vianda, según era costumbre, teniendo yo siempre los ojos puestos en las manos de mi amo, para ejecutarle los pensamientos. Mas cuanto en esto velaba, se desvelaba mi enemigo Soto en destruirme; pues, cuando más no pudo, compró a puro dinero su venganza. Hízose amigo con un criado, paje y tal como él, pues el interese lo corrompió contra mí. Prometióle unas gentiles medias de punto que tenía hechas, y dijo que se las daría si cuando alguna vez pudiese, sirviendo a la mesa hurtase alguna pieza de plata della y la llevase a esconder abajo en mi despensilla, sin que yo lo sintiese. Que haría en esto dos cosas: la primera, ganaría las medias que por ello le ofrecía; y lo segundo, él y sus compañeros volverían en su antigua privanza, derribándome a mí della. No le pareció mal a el mozo y, hallándose aquel día con la ocasión de bajar abajo, se llevó en las manos un trincheo, el cual escondió, alzando el tabladillo, en las cuadernas. Después de levantada la mesa, queriendo recoger la plata para limpiarla, hallándolo menos, hice diligencia buscándolo y, como no lo hallase, di noticia de cómo me faltaba, para que se hiciese diligencia en buscarlo por los criados de la popa. El capitán y mi amo creyeron a los principios la verdad; mas, como era testimonio levantado por mi enemigo Soto, luego pasó la palabra, que le oyeron decir que yo con la privanza lo habría hurtado y quería dar a los otros la culpa por quedarme con él.