Diferencia entre revisiones de «El Libro de los Espíritus»

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Para las cosas nuevas se necesitan nuevas palabras. Así lo requiere la claridad en el lenguaje, con el fin de evitar la confusión inseparable del sentido múltiple dado a los mismos términos. Las palabras ''espiritual'', ''espiritualista'' y ''espiritualismo'', tienen una aceptación bien caracterizada, y darles otra nueva para aplicarlas a la doctrina de los espíritus equivaldría a multiplicar las causas de la anfibiología, ya numerosas. En efecto, el espiritualismo es el término opuesto al materialismo, y todo el que cree tiene en sí mismo algo más que materia, es espiritualista; pero no se sigue de aquí que crea en la existencia de los espíritus o en sus comunicaciones con el mundo visible. En vez de las palabras ESPIRITUALISTA y ESPIRITUALISMO, empleamos, para designar esta última creencia, la de ''espiritista'' y ''espiritismo'', cuya forma recuerda el origen y su significado radical, teniendo por lo mismo la ventaja de ser perfectamente inteligibles, y reservamos la palabra ''espiritualismo'' a la acepción que le es propia. Diremos, pues, que la doctrina ''espiritista'' o ''espiritismo'' tiene como principios las relaciones del mundo material con los espíritus o seres del mundo invisible. Los adeptos del espiritismo serían los ''espíritas'' o los ''espiritistas'', si se quiere.
El LIBRO DE LOS ESPÍRITUS contiene, como especialidad, la doctrina ''espiritista'', y como generalidad, se asocia a la doctrina ''espiritualista'', ofreciendo una de sus fases. Por esta razón se ve en la cabecera de su título la frase ''Filosofía espiritualista''.
 
<big><center>II</center></big>
 
Existe otra palabra sobre la cual es igualmente importante que nos entendamos, porque es una de las llaves maestras de toda la doctrina moral y porque es causa de muchas controversias por carecer de una acepción bien deslindada; tal es la palabra ''alma''. La divergencia de opiniones acerca de la naturaleza del alma procede de la aplicación particular que de esta palabra hace cada uno. Un idioma perfecto, en el que cada idea estuviese representada por su palabra peculiar, evitaría muchas discusiones, y con un término para cada cosa, todos nos entenderíamos.
Según unos, el alma es el principio de la vida material orgánica, no tiene existencia propia y cesa cuando la vida cesa. Así piensa el materialismo puro. En este sentido, y por comparación, dicen los materialistas que no tiene alma el instrumento que, por estar rajado, no suena. En esta hipótesis, el alma es efecto y no causa.
Otros creen que el alma es el principio de la inteligencia, agente universal del que cada ser absorbe una parte. Según éstos, todo el Universo no tiene más que una sola alma que distribuye partículas a los diversos seres inteligentes, durante la vida, volviendo, después a la muerte, cada partícula al origen común donde se confunde con el todo, como los arroyos y los ríos vuelven al mar de donde salieron. Difiere esta opinión de la precedente en que, en la hipótesis que nos ocupa, existe en nosotros algo más que materia y algo subsiste después de la muerte; pero es casi como si nada sobreviviese; porque, desapareciendo la individualidad, no tendríamos conciencia de nosotros mismos. Siguiendo esta opinión, el alma universal sería Dios, y todo ser, parte de la Divinidad. Semejante sistema es una de las variaciones del panteísmo.
Según otros, en fin, es un ser moral distinto, independiente de la materia, que conserva su individualidad después de la muerte. Esta acepción es, sin contradicción, la más general, porque, con uno u otro nombre, la idea de este ser que sobrevive al cuerpo se encuentra en estado de creencia instintiva e independiente de toda enseñanza, en todos los pueblos, cualquiera que sea su grado de civilización. Esta doctrina según la cual el alma es ''causa'' y no ''efecto'', es la de los ''espiritualistas''.