Diferencia entre revisiones de «La de los tristes destinos»

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Línea 449:
La primera diligencia de Santiago fue escribir a su padre, exponiéndole su triste situación y pidiéndole algunos dineros para... reblandecer el duro pan del destierro. Cumplido este deber, o llámese necesidad, puso toda su mente en aquel honesto ideal amoroso que era norte y luminar de su vida. No atreviéndose a ir a San Juan de Luz por temor a la policía francesa, trató de adquirir por sus compañeros de hospedaje alguna noticia del bárbaro Galán y de la bella Saloma. Ninguna luz obtuvo de las primeras investigaciones; mas al cabo de dos días un guipuzcoano apodado Chori, que iba y venía casi diariamente llevando géneros a la frontera, le aseguró que el fiero coronel, con su hija y una monja francesa, se habían ido a Pau y de allí a Olorón. Entendía el tal Chori que Galán no estaba emigrado, o que se había puesto a las órdenes del Comandante general de Jaca, para vigilar a los españoles que conspiraban en la frontera. Con esto, vio Santiago alejada, desleída en opacas brumas su más cara ilusión, y se desalentó enormemente. La vida se le desorganizaba; el Destino le entorpecía con enormes piedras la derecha vía, allanándole los senderos tortuosos conducentes a lo desconocido. En tal estado de ánimo, la imagen de Teresa asaltó su mente con ímpetu, posesionándose de ella como sitiador que penetra en una plaza de la cual huyen sus defensores.
 
Por cierto que le sorprendía la tardanza en recibir el anunciado aviso de la bella -89- pecadora. Tantas prisas en el tren, y tanto allá voy, allá iré, y luego nada. ¡Señor!, ¿habría cambiado de cuadrante, y sus locas pasiones, movidas del viento, miraban a otro punto? ¡Oh inconstancia de la mujer! ¿Quién fía en el vuelo de estas destornilladas avecillas? Y como la privación, o el incumplimiento de las promesas femeninas, aviva el deseo, el pobre Iberito no pensaba más que en Teresa, y en contar las lentas horas de su tardanza... Triste era su vida, al octavo día de residir en Bayona. Por distraerse, trató de poner interés en la política, y pasaba algunos ratos en el café Farnier, lugar de cita y del gran mosconeo de los emigrados, que siempre zumbaban la misma cantinela.
 
En Farnier tuvo Ibero el gusto de encontrar una noche al gran Chaves, recién llegado: era siempre el conspirador temerario, incansable, dispuesto a sacrificar su vida cien veces por la bella y fantástica Libertad. Díjole que en Madrid imperaba la furiosa reacción, y que España sería pronto un presidio, no suelto, sino atado, si no se levantaban hasta las piedras contra tan asquerosa tiranía; mostró y repartió papeles clandestinos que había traído, injuriosos versos, aleluyas indecentes, caricaturas en que aparecían las personas reales en infernal zarabanda con monjas y obispos... Como le dijese Santiago que no había podido entregar las tres cartas que trajo, por haberse ausentado don Salvador Damato y don Jesús Clavería, y no conocer la residencia del Marqués de Albaida, encargose Chaves de aquella comisión, añadiendo: «Sé dónde vive el Marqués; Clavería y Damato están en París: pronto volverán. Dame las cartas que te dio don Manolo Tarfe por encargo de Muñiz, y yo respondo de que llegarán a su destino; que para estas cosas, cuando tú vas, pobre chico, yo estoy de vuelta». Hablaron luego del fusilamiento de los infelices oficiales Mas y Ventura en Barcelona, señal evidente de la ferocidad reaccionaria. Al comentar el trágico suceso, los emigrados se despojaban de toda sensibilidad, y antes que compadecer a las víctimas celebraban su sacrificio, porque el riego de sangre, según ellos, fecundaba el surco de la Libertad. ¡Víctimas, víctimas, que de ellas tomaba la Revolución su coraje!
Línea 473:
-Pues yo -dijo Teresa, que, sentada con su saquito en la falda, contaba su dinero- tengo tres mil novecientos reales... casi cuatro mil... Con lo tuyo y lo mío juntos, somos riquísimos. Además, mis alhajas, que llevo aquí, valen algo. Las fundiremos cuando no haya otra cosa. Seremos económicos; ¿verdad, pirata mío, que seremos económicos y arregladitos? Pues con arreglo, podremos vivir largo tiempo en un pueblecito bonito y retirado... Reúne tú todo el dinero y guárdalo, que al marido le corresponde administrar los bienes matrimoniales. Vámonos, huyamos... ocultémonos donde no tengamos más compañía que nuestra felicidad.
 
Entraron en el coche, y rebosando de gozo, admirados de cuanto veían, llegaron a Cambo, donde comieron... Mas con ser aquel un lindo y ameno lugar, no les pareció bastante escondido, y en el mismo coche siguieron risueños, gorjeando, hasta una aldeíta llamada Itsatsou... Allí se posaron; allí eligieron una rama para su nido los pobres pájaros emigrantes. En aquella espesura nemorosa, no lejos del Paso de Roldán (Roncesvalles), les deja el discreto historiador.
 
 
 
 
 
 
== Capítulo X ==