Diferencia entre revisiones de «La de los tristes destinos»

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Línea 361:
Corría el Express hacia el Escorial. En el corto hueco que dejaban los apilados baúles, preparó el conductor su descanso, extendiendo la manta sobre unas cajas. En sitio conveniente puso la cartera con las hojas de ruta, y el breve lío de su ropa y efectos particulares; después encendió la pipa, y ordenando a Ibero que frente a él y en el baúl más próximo se sentase, le habló con esta cordial franqueza: «Dices que no recuerdas cuándo y dónde me conociste. Pues yo te avivaré la memoria. Fue en San Sebastián. Te trajo al tren el capitán Lagier, que es mi amigo... Fuimos amigos antes que tú nacieras. Él es de Elche, yo de Torrevieja. Miguel Polop, para servirte. Mi padre era también capitán de barco, y yo empecé a ganarme la vida embarcando sal... pero esto no hace al caso... Como decía, vino Ramón contigo; te tomó billete para Miranda, y me encargó que cuidase de ti porque eras algo alocado y no sabías andar en trenes».
 
-Ya, ya me acuerdo -dijo gozoso Santiago-. Y usted en Miranda me tomó el billete para Cenicero... A mi pueblo iba yo... Hoy también iría; pero el maldito Gobierno ha dado en perseguirme... En Madrid no está nadie seguro...
 
-La seguridad empieza en este camino, joven. Estos raíles ya no son España, sino Francia. Por aquí va saliendo la revolución a trabajar fuera, y por aquí la traeremos triunfante... Y ahora que nadie nos oye, como no sean los conejos que andan en esos matojos, gritemos: «¡Abajo todo lo existente, todo, todo!...». ¿Verdad, joven, que esto está perdido? Dentro de España y fuera de ella no oye uno más que... «Esa Señora es imposible...». Y yo digo: por aquí han de salir, huyendo de la quema, todos los españoles que valen... ¡eso! No hace muchos días que sacamos a Sagasta. ¿Sabes tú cómo? Pues entró a las dos por la portería, acompañado de don Ernesto Polack. Llevaba gorra de ingeniero... Se le metió en el breck... La máquina enganchó el breck, y se hizo una maniobra para ponerlo a la cabecera... Total: que salió el hombre casi sin ningún tapujo. Con él iban dos... La policía no se metió con nadie... y yo, que iba en mi furgón como voy ahora, al salir de agujas grité: ¡viva la Libertad!... También ahora lo grito, para que el viento y los conejos se enteren: «¡Viva Prim! ¡Gobierno de España, camarilla de Isabel, fastidiaros y jeringaros!, ¡eso!».
Línea 375:
-No, señor: me equivoqué. Lo subimos, y ahora no hay quien lo baje... Venga por aquí... ¿Le digo a la señorita que irá usted?... Desde que le vio, la pobre no sosiega, no vive... Esta es la berlina... No sé si el señor Marqués ha despertado... Por si acaso, mire con disimulo.
 
Sin ningún disimulo, más bien descaradamente, miró Santiago, y vio el rostro de Teresa casi pegado al cristal... pero cuidando de no chafarse la nariz. Era como una bella estampa en su marco. Destacábase la hermosura de sus ojos, que ofendidos, reconvenían; amorosos, perdonaban... En un segundo recriminaron, imploraron... Ibero vio además en los labios de Teresa modulación rápida de palabras... Pero no pudo descifrar lo que su amiga quería decirle, porque entró el Mixto por el otro lado, y el Express pitó anunciando su salida. ¡Señores, al tren...!
 
 
 
== Capítulo VIII ==