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pero se regresó al Perú sintiendo que la empresa le quedaba grande, que las penas sin pan no había quien las aguantara. Luego vino Pedro de Valdivia[1] y con él, Inés de Suarez. También Quiroga, De Los Ríos, Pinel, Godínez, Delgado, González Marmolejo, Núñez, Céspedes, Martínez de Ribera, Almonacid, Cháves, Cruz, González Cimbrón, Tarabajano, Villarroel, Vergara, Bohón, Jufré...[2] En 1541, un 15 de enero, fundaron Santiago del Nuevo Extremo en el Valle del Mapuche, junto al Cerro Huelén. “... el ejercito de los cristianos... hizo asiento en quince de enero de mil quinientos cuarenta y uno, donde halló un cacique llamado Vitacura, que era indio del Perú y puesto en este valle por el gran inga rey peruano, el cual habiendo conquistado parte del reino de Chile, tenía puestos gobernadores con gente de presidio en todas las provincias hasta el valle de Maipo, que está tres leguas más adelante deste valle de Mapuche...”[3]

Tras este contingente “fundacional” y, coherente con la política poblacional de Carlos V, las postrimerías del siglo XVI y gran parte del XVII son testigos de lo que en lenguaje actual del ACNUR[4] llamamos “reagrupación familiar”. A partir de 1560, cada vez mas mujeres y niños cruzan el Atlántico y bajan por el Pacífico para llegar a Chile a hacer “vida maridable” con los conquistadores llegados desde el Perú. Con ellas viene también un nuevo y distinto contingente de emigrantes. No habiendo ya casi nada nuevo por conquistar, los conquistadores dejan paso a los artesanos y a los comerciantes. En sus equipajes llegan herramientas (azadones, palas, martillos, lenzas, escofinas, garlopas), simientes (trigo, olivas, toronjas, repollo, acelgas, manzanas), animales alimenticios (cerdos, gallinas, ovejas, cabras) y de tiro (mulas, bueyes, asnos). Los caballos, sabido es, formaban parte del conquistador a quien, en un comienzo, los indígenas veían como a centauros barbados.

Por los caminos de la Mesta, la buena nueva de una tierra promisoria recorre la geografía española. Se instala en ferias y mercados. Se infiltra en señoríos y realengos. Cala hondo en tierras de calatravos y alcántaros. Las guerras por un quíteme allá esas pajas de las que Carlos V es adalid y mariscal de campo, la pertinaz sequía que ni las “ad petendam pluviam”[5] consiguen aplacar, la peste que como una guadaña incesante siega vidas y, en definitiva, el hambre y la falta de esperanzas hacen que en el imaginario peninsular se vaya tejiendo un tapiz rebosante de riquezas y honores, situado allende los mares.

España clava una pica en América. Una pica y una cruz. También una rastra de arado y una pala para cavar pozos y abrir zanjas. Trajo gallinas y descubrió el tomate. Plantó trigo y aprendió a majar maíz. Hizo la guerra y trató de vivir en

  1. Ver:
    Thayer Ojeda, Tomás. Valdivia y sus compañeros. Santiago: Academia Chilena de la Historia, 1950
    Roa Urzúa, Luis. La familia de don Pedro de Valdivia. Conquistador de Chile: Estudio histórico. Sevilla: Imprenta de la Gavidia, 1935
    Retamal Ávila, Julio. Descubrimiento y conquista de Chile. 1a. ed. Santiago: Salesiana, 1980
    Larraín Valdés, Gerardo. Pedro de Valdivia. Santiago: Luxemburgo, 1996
  2. Thayer Ojeda, Tomás. Censo Fundacional de Chile
  3. Mariño de Lobera, Pedro. Crónica del Reino de Chile. Ed. Universitaria. Santiago 1970
  4. ACNUR: Alto Comisionado de naciones Unidas para los Refugiados
  5. También “ad petendas pluvias”, término eclesiástico, oración o rogativa para pedir la lluvia
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