Diferencia entre revisiones de «El hombre mediocre (1926)/Capítulo II»

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===='''<center>II. LOS ESTIGMAS DE LA MEDIOCRIDAD INTELECTUAL </center>====
 
En el verdadero hombre mediocre la cabeza es un simple adorno del cuerpo. 111111 Si nos oye decir que sirve para pensar, cree que estamos locos. Diría que lo estuvo Pascal si leyera sus palabras decisivas: "Puedo concebir un hombre sin manos, sin pies; llegaría hasta concebirlo sin cabeza, si la experiencia no me enseñara que por ella se piensa. Es el pensamiento lo que caracteriza al hombre; sin él no podemos concebirlo" (''Pensées''; XXIII). Si de esto dedujéramos que quien no piensa no existe, la conclusión le desternillaría de risa.
 
Nacido sin ''esprit de finesse'', desesperaríase en vano por adquirirlo. Carece de perspicacia adivinadora; está condenado a no adentrarse en las cosas o en las personas. Su tontería no presenta soluciones de continuidad. Cuando la envidia le corroe, puede atornasolarse de agridulces perversidades; fuera de tal caso, diríase que el armiño de su candor no presenta una sola mancha de ingenio.
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La mediocridad intelectual hace al hombre solemne, modesto, indeciso y obtuso. Cuando no le envenenan la vanidad y la envidia, diríase que duerme sin soñar. Pasea su vida por las llanuras; evita mirar desde las cumbres que escalan los videntes y asomarse a los precipicios que sondan los elegidos. Vive entre los engranajes de la rutina.
 
 
===='''<center>III. LA MALEDICENCIA </center>====