Diferencia entre revisiones de «Historia del mandadero y las tres doncellas»

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{{encabezado2|[[Las mil y una noches]] <br> PeroHistoria cuandode llegóZobeida, la 14ªmayor nochede las jóvenes|Anónimo}}
 
 
 
PERO CUANDO LLEGO LA 1416ª NOCHE
 
 
Ella dijo:
 
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que ella segundomayor saalukde dijolas ajóvenes lase dueñapuso entre las manos del Emir de lalos Creyentes, y contó su historia del siguiente casamodo:
 
¡Oh, mi señora! Al oír la princesa el ruego de su padre, cogió un cuchillo que tenía unas inscripciones en lengua hebrea, trazó con él un círculo en el suelo, escribió allí varios renglones talismánicos, y después se colocó en medio del círculo, murmuró algunas palabras mágicas, leyó en un libro antiquísimo unas cosas que nadie entendía, y así permaneció breves instantes. Y he aquí que de pronto nos cubrieron unas tinieblas tan espesas, que nos creíamos enterrados bajo las ruinas del mundo. Y súbitamente apareció el efrit Georgirus bajo el aspecto más horrible, las manos como rastrillos, las piernas como mástiles y los ojos como tizones encendidos. Entonces nos aterrorizamos todos, pero la hija del rey le dijo: "¡Oh efrit! no puedo darte la bienvenida ni acogerte con cordialidad". Y contestó el efrit: "¿Por qué no cumples tus promesas? ¿No juraste respetar nuestro acuerdo de no combatirnos ni mezclarte en nuestros asuntos? Mereces el castigo que voy a imponerte. ¡Ahora verás, traidora!" E inmediatamente el efrit se convirtió en un león espantoso, el cual, abriendo la boca en toda su extensión, se abalanzó sobre la joven. Pero ella, rápidamente, se arrancó un cabello, se lo acercó a los labios, murmuró algunas palabras mágicas, y en seguida el cabello se convirtió en un sable afiladísimo. Y dió con él tal tajo al león, que lo abrió en dos mitades. Pero inmediatamente la cabeza del león se transformó en un escorpión horrible, que se arrastraba hacia el talón de la joven para morderla, y la princesa se convirtió en seguida en una serpiente enorme, que se precipitó sobre el maldito escorpión, imagen del efrit, y ambos trabaron descomunal batalla. De pronto, el escorpión se convirtió en un buitre y la serpiente en un águila, que se cernió sobre el buitre, y ya iba a alcanzarlo, después de una hora de persecución, cuando el buitre se transformó en un enorme gato negro, y la princesa en lobo. Gato y lobo se batieron a través del palacio, hasta que el gato, al verse vencido, se convirtió en una inmensa granada roja y se dejó caer en un estanque que había en el patio. El lobo se echó entonces al agua, y la granada, cuando iba a cogerla, se elevó por los aires, pero como era tan enorme cayó pesadamente sobre el mármol y se reventó. Los granos, desprendiéndose uno a uno, cubrieron todo el suelo. El lobo se transformó entonces en gallo, empezó a devorarlos, y ya no quedaba más que uno, pero al ir a tragárselo se le cayó del pico, pues así lo había dispuesto la fatalidad, y fué a esconderse en un intersticio de las losas, cerca del estanque. Entonces el gallo empezó a chillar, a sacudir las alas y a hacernos señas con el pico, pero no entendíamos su lenguaje, y como no podíamos comprenderle, lanzó un grito tan terrible, que nos pareció que el palacio se nos venía encima. Después empezó a dar vueltas por el patio, hasta que vió el grano y se precipitó a cogerlo, pero el grano cayó en el agua y se convirtió en un pez. El gallo se transformó entonces en una ballena enorme, que se hundió en el agua persiguiendo al pez, y desapareció de nuestra vista durante una hora. Después oímos unos gritos tremendos y nos estremecimos de terror. Y en seguida apareció el efrit en su propia y horrible figura, pero ardiendo como un ascua, pues de su boca, de sus ojos y de su nariz salían llamas y humo; y detrás de él surgió la princesa en su propia forma, pero ardiendo también como metal en fusión, y persiguiendo al efrit, que ya nos iba a alcanzar. Entonces, temiendo que nos abrasase, quisimos echarnos al agua, pero el efrit nos detuvo dando un grito espantoso, y empezó a resollar fuego contra todos. La princesa lanzaba fuego contra él, y fué el caso que nos alcanzó el fuego de los dos, y el de ella no nos hizo daño, pero el del efrit sí que nos lo produjo, pues una chispa me dió en este ojo y me lo saltó; otra dió al rey en la cara, y le abrasó la barbilla y la boca, arrancándole parte de la dentadura y otra chispa prendió en el pecho del eunuco y le hizo perecer abrasado.
 
Mientras tanto, la princesa perseguía al efrit, lanzándole fuego encima, hasta que oímos decir: "¡Alah es el único grande! ¡Alah es el único poderoso! ¡Aplasta al que reniega de la fe de Mohamed, señor de los hombres!" Esta voz era de la princesa, que nos mostraba al efrit enteramente convertido en un montón de cenizas. Después llegó hasta nosotros y dijo: "Aprisa, dadme una taza con agua". Se la trajeron, pronunció la princesa unas palabras incomprensibles, me roció con el agua, y dijo: "¡Queda desencantado en nombre del único Verdadero! ¡Por el poderoso nombre de Alah, vuelve a tu primitiva forma!”
 
== HISTORIA DE ZOBEIDA, LA MAYOR DE LAS JOVENES ==M
Entonces volví a ser hombre, pero me quedé tuerto. Y la princesa, queriendo consolarme, me dijo: "¡El fuego siempre es fuego, hijo mío!" Y lo mismo dijo a su padre por sus barbas chamuscadas y sus dientes rotos. Después exclamó: "Oh padre mío! Necesariamente he de morir, pues está escrita mi muerte. Si este efrit hubiese sido una simple criatura humana, lo habría aniquilado en seguida. Pero lo que más me hizo sufrir fué que, al dispersarse los granos de la granada, no acerté a devorar el grano principal, el único que contenía el alma del efrit; pues si hubiera podido tragármelo, habría perecido inmediatamente. Pero ¡ay de mí! tardé mucho en verlo. Así lo quiso la fatalidad del Destino. Por eso he tenido que combatir tan terriblemente contra el efrit debajo de tierra, en el aire y en el agua. Y cada vez que él abría una puerta de salvación, le abría yo otra de perdición, y yo tuve que hacer lo mismo. Y después de abierta la puerta del fuego, hay que morir necesariamente. Sin embargo, el Destino me permitió quemar al efrit antes de perecer yo abrasada. Y antes de matarle, quise que abrazara nuestra fe, que es la santa religión del Islam, pero se negó, y entonces lo quemé. Alah ocupará mi lugar cerca de vosotros, y esto podrá serviros de consuelo".
 
¡Oh Príncipe de los Creyentes! Sabe que me llamo Zobeida; mi hermana, la que abrió la puerta, se llama Amina, y la más joven de todas, Fahima. Las tres somos hijas del mismo padre, pero no de la misma madre. Estas dos perras son otras dos hermanas mías, de padre y madre.
Después de estas palabras empezó a implorar al fuego, hasta que al fin brotaron unas chispas negras que subieron hacia su pecho. Y cuando el fuego le llegó a la cara, lloró y luego dijo: "¡Afirmo que no hay más Dios que Alah, y que Mohamed es su profeta!" No bien había pronunciado estas palabras, la vimos convertirse en un montón de ceniza, próximo al otro montón que formaba el efrit.
 
Al morir nuestro padre nos dejó cinco mil dinares, que se repartieron por igual entre nosotras.
Entonces nos afligimos profundamente. Gustoso habría yo ocupado su lugar, antes de ver bajo tan mísero aspecto a aquella joven de radiante hermosura que tanto quiso favorecerme; pero los designios de Alah son inapelables.
 
Entonces mis hermanas Amina y Fahima se separaron de mí para irse con su madre, y yo y las otras dos hermanas, estas dos perras que aquí ves, nos quedamos juntas. Soy la más joven de las tres; pero mayor que Amina y Fahima, que están entre tus manos.
Al advertir el rey la transformación sufrida por su hija, lloró por ella, mesándose las barbas que le quedaban, abofeteándose y desgarrándose las ropas. Y lo propio hice yo. Y los dos lloramos sobre ella. En seguida llegaron los chambelanes, y los jefes del gobierno hallaron al sultán llorando aniquilado ante los dos montones de ceniza. Y se asombraron muchísimo, y comenzaron a dar vueltas a su alrededor, sin atreverse a hablarle. Al cabo de una hora se repuso algo el rey, y les contó lo ocurrido entre la princesa y el efrit. Y todos gritaron: "¡Alah! ¡Alah! ¡Qué gran desdicha! ¡Qué tremenda desventura!"
 
Al poco tiempo de morir nuestro padre, mis dos hermanas mayores se casaron y estuvieron algún tiempo conmigo en la misma casa. Pero sus maridos no tardaron en prepararse a un viaje comercial; cogieron los mil dinares de sus mujeres para comprar mercaderías, y se marcharon todos juntos, dejándome completamente sola. Estuvieron ausentes cuatro años, durante los cuales se arruinaron mis cuñados, y después de perder sus mercancías, desaparecieron, abandonando en país extranjero a sus mujeres.
En seguida llegaron todas las damas de palacio con sus esclavas, y durante siete días se cumplieron todas las ceremonias del duelo y de pésame.
 
Y mis hermanas pasaron toda clase de miserias y acabaron por llegar a mi casa como unas mendigas. Al ver aquellas dos mendigas, no pude pensar que fuesen mis hermanas, y me alejé de ellas; pero entonces me hablaron, y reconociéndolas, les dije: "¿Qué os ha ocurrido? ¿Cómo os veo en tal estado?" Y respondieron: "¡Oh hermana! Las palabras ya nada remediarían, pues el cálamo corrió por lo que había mandado Alah".<ref> Equivale a "estaba escrito".</ref>
Luego dispuso el rey la construcción de un gran sarcófago para las cenizas de su hija, y que se encendiesen velas, faroles y linternas día y noche. En cuanto a las cenizas del efrit, fueron aventadas bajo la maldición de Alah.
 
La tristeza acarreó al sultán una enfermedad que le tuvo a la muerte. Esta enfermedad le duró un mes entero. Y cuando hubo recobrado algún vigor, me llamó a su presencia y me dijo: "¡Oh, joven!
 
Oyéndolas se conmovió de lástima mi corazón, y las llevé al hammam, poniendo a cada una un traje nuevo, y les dije: "Hermanas mías, sois mayores que yo, y creo justo que ocupéis el lugar de mis padres. Y como la herencia que me tocó, igual que a vosotras, ha sido bendecida por Alah y se ha acrecentado considerablemente, comeréis sus frutos conmigo, nuestra vida será respetable y honrosa, y ya no nos separaremos". Y las retuve en mi casa y en mi corazón.
Antes de que vinieses vivíamos aquí nuestra vida en la más perfecta dicha, libres de los sinsabores de la suerte. Ha sido necesario que tú vinieses y que viéramos tu hermosa letra para que cayesen sobre nosotros todas las aflicciones. ¡Ojalá no te hubiésemos visto nunca a ti, ni a tu cara de mal agüero, ni a tu maldita escritura! Porque primeramente ocasionaste la pérdida de mi hija, la cual, sin duda, valía más que cien hombres. Después, por causa tuya, me quemé lo que tú sabes, y he perdido la mitad de mis dientes, y la otra mitad casi ha volado también. Y por último, ha perecido mi pobre eunuco, aquel buen servidor que fué ayo de mi hija. Pero tú no tuviste la culpa, y mal podrías remediarlo ahora. Todo nos ha ocurrido a nosotros y a ti por voluntad de Alah. ¡Alabado sea por permitir que mi hija te desencantara, aunque ella pereciese! ¡Es el Destino! Ahora, hijo mío, debes abandonar este país, porque ya tenemos bastante con lo que por tu causa nos ha pasado. ¡Alah es quien todo lo decreta! ¡Sal, pues, y vete en paz!"
 
Y he aquí que las colmé de beneficios, y estuvieron en mi casa durante un año completo, y mis bienes eran sus bienes. Pero un día me dijeron: "Realmente, preferimos el matrimonio, y no podemos pasarnos sin él, pues se ha agotado nuestra paciencia al vernos tan solas". Yo les contesté: "¡Oh hermanas! Nada bueno podréis encontrar en el matrimonio, pues escasean los hombres honrados. ¿No probasteis el matrimonio ya? ¿Olvidáis lo que os ha proporcionado?"
Entonces, ¡oh mi señora! abandoné el palacio del rey, sin fiar mucho en mi salvación. No sabía adónde ir. Y recordé entonces todo cuanto me había ocurrido, desde el principio hasta el fin, cómo me habían dejado sano y salvo los árabes del desierto, mi viaje y mis fatigas de un mes, mi entrada en la ciudad como extranjero, el encuentro con el sastre, la entrevista e intimidad tan deliciosa con la joven del subterráneo, el modo de escaparme de las manos del efrit que me quería matar, todo, en fin, sin olvidar mi transformación en mono al servicio después del capitán mercante, mi compra a elevado precio por el rey a consecuencia de mi hermosa letra, mi desencanto, ¡en fin, -todo! Pero más que nada, ¡ay de mí! el último incidente, que me hizo perder un ojo. Pero di gracias a Alah, y dije: "¡Más vale perder un ojo que la vida!" Después de esto, fui al hammam a tomar un baño antes de salir de la ciudad. Entonces, ¡oh señora mía! me afeité la barba para poder viajar seguro en calidad de saaluk. Desde aquella fecha no he dejado ni un día de llorar pensando en las desgracias que sobre mí han caído, y sobre todo en la pérdida de mi ojo izquierdo. Y cada vez que esto me viene a la memoria, el ojo derecho se me llena de lágrimas, que no me dejan ver, aunque nunca me impedirán pensar en estos versos del poeta:
 
Pero no me hicieron caso, y se empeñaron en casarse sin mi consentimiento. Entonces les di el dinero para las bodas y les regalé los equipos necesarios. Después se fueron con sus maridos a probar fortuna.
::¿Conoce Alah misericordioso mi aflicción? ¡Las desdichas pesan e mí, y me he dado cuenta de ellas demasiado tarde!
 
Pero no haría mucho que se habían ido, cuando sus esposos se burlaron de ellas, quitándoles cuanto yo les di y abandonándolas. De nuevo regresaron ambas desnudas en mi casa, y me pidieron mil perdones, diciéndome: "No nos regañes, hermana. Cierto que eres la de menos edad de las tres, pero nos aventajas a todas en razón. Te prometemos no volver a pronunciar nunca la palabra casamiento". Entonces les dije: "¡Oh hermanas mías! Que la acogida en mi casa os sea hospitalaria. A nadie quiero como a vosotras". Y les di muchos besos, y las traté con mayor generosidad que la primera vez.
::¡Pero haré acopio de paciencia frente a mis grandes desventuras, para que el mundo no ignore que he tomado con paciencia algo que es más amargo que la misma paciencia!
 
Así transcurrió otro año entero, y al terminar éste, pensé fletar una nave cargada de mercancías y marcharme a comerciar a Bassra (Bassora). Y efectivamente, dispuse un barco y lo cargué de mercancías y géneros y de cuanto pudiera necesitarse durante la travesía, y dije a mis hermanas: "¡Oh hermanas! ¿Preferís quedaros en mi casa mientras dure el viaje hasta mi regreso, o viajar conmigo?" Y me contestaron: "Viajaremos contigo, pues no podríamos soportar tu ausencia". Entonces las llevé conmigo y partimos todas juntas.
::¡Porque la paciencia tiene su belleza, sobre todo cuando es el hombre piadoso quien la practica! ¡De todos modos, ha de ocurrir lo que haya decidido Alah respecto a cada criatura!
 
Pero antes de zarpar había cuidado yo de dividir mi dinero en dos partes; cogí la mitad; y la otra la escondí, diciéndome: "Es posible que nos ocurra alguna desgracia en el barco, y si logramos salvar la vida, al regresar, si es que regresamos, encontraremos aquí algo útil". Y viajamos día y noche; pero por desgracia, el capitán equivocó la ruta. La corriente nos llevó hasta una mar distinta por completo a la que nos dirigíamos. Y nos impulsó un viento muy fuerte, que duró días. Entonces divisamos una ciudad en lontananza, y le preguntamos al capitán: "¿Cuál es el nombre de esa ciudad adonde vamos?" Y contestó: "¡Por Alah que no lo sé! Nunca la he visto, pues en mi vida había entrado en este mar. Pero, en fin, lo importante es que estamos por fortuna fuera de peligro. Ahora sólo os queda bajar a la ciudad y exponer vuestras mercancías. Y si podéis venderlas, os aconsejo que las vendáis".
::¡Mi misteriosa amada conoce los secretos de mi lecho, y ninguno, aunque sea el secreto de los secretos puede ocultársele!
 
Una hora después volvió a acercársenos, y nos dijo: "¡Apresuraos a desembarcar, para ver en esa población las maravillas del Altísimo!"
::¡Al que diga que hay delicias en este mundo, contestadle que pronto conocerá días más amargos que el jugo de la mirra!
 
Entonces desembarcamos, pero apenas hubimos entrado en la ciudad, nos quedamos asombradas.
Entonces salí de la ciudad aquella, viajé por varios países, atravesé sus capitales, y luego me dirigí a Bagdad, la Morada de Paz, donde espero llegar a ver al Emir de los Creyentes para contarle cuanto me ha ocurrido.
 
Todos los habitantes estaban convertidos en estatuas de piedra negra. Y sólo ellos habían sufrido esta petrificación, pues en los zocos y en las tiendas aparecían las mercancías en su estado normal, lo mismo que las cosas de oro y de plata. Al ver aquello llegamos al límite de la admiración, y nos dijimos: "En verdad que la causa de todo esto debe ser rarísima".
Después de muchos días de viaje, he llegado esta misma noche a Bagdad, y encontré muy perplejo al hermano que está ahí, al primer saaluk, y le dije: "¡La paz sea contigo!" Y él me contestó: "¡Y contigo la paz, y la misericordia de Alah, y todas sus bendiciones!"
 
Y nos separamos, para recorrer cada cual a su gusto las calles de la ciudad, y recoger por su cuenta cuanto oro, plata y telas preciosas pudiese llevar consigo.
Entonces empecé a charlar con él, y se nos acercó el otro hermano, el tercer saaluk, quien, después de desearnos la paz, nos dijo que era extranjero. Y nosotros le dijimos: "También somos extranjeros, y hemos llegado hoy a esta ciudad bendita". Y echamos a andar juntos, sin que ninguno supiera la historia de sus compañeros. Y la suerte y el Destino nos guiaron hasta esta puerta, y entramos en vuestra casa.
 
Yo subí a la ciudadela, y vi que allí estaba el palacio del rey. Entré en el palacio por una gran puerta de oro macizo, levanté un gran cortinaje de terciopelo, y advertí que tolos los muebles y objetos eran de plata y oro. Y en el patio y en los aposentos, los guardias y chambelanes estaban de pie o sentados pero petrificados en vida. Y en la última sala, llena de chambelanes, tenientes y visires, vi al rey sentado en su trono, con un traje tan suntuoso y tan rico, que desconcertaba, y aparecía rodeado de cincuenta mamalik con trajes de seda y en la mano los alfanjes desnudos. El trono estaba incrustado de perlas y pedrería, y cada perla brillaba como una estrella. Os aseguro que me faltó poco para volverme loca.
He aquí, ¡oh mi señora! los motivos de que me veas tuerto y con la barba afeitada".
 
Seguí andando, no obstante, y llegué a la sala del harén, que hubo de parecerme más maravillosa todavía, pues era toda de oro, hasta las celosías de las ventanas. Las paredes estaban forradas de tapices de seda. En las puertas y en las ventanas pendían cortinajes de raso y terciopelo. Y vi por fin, en medio de las esclavas petrificadas, a la misma reina, con un vestido sembrado de perlas deslumbrantes, enriquecida su corona por toda clase de piedras finas, ostentando collares y redecillas de oro admirablemente cincelados.
Entonces la dueña de casa dijo al segundo saaluk: "Tu historia es realmente extraordinaria. Ahora alísate un poco el pelo sobre la cabeza y ve a buscar tu destino por la ruta de Alah".
 
Y se hallaba también convertida en una estatua de piedra negra.
Pero él respondió: "En verdad que no saldré de aquí sin haber oído el relato de mi tercer compañero".
 
Seguí andando, y encontré abierta una puerta, cuyas hojas eran de plata virgen, y más allá una escalera de pórfido de siete peldaños, y al subir esta escalera y llegar arriba, me hallé en un salón de mármol blanco, cubierto de alfombras tejidas de oro, y en el centro, entre grandes candelabros de oro, una tarima también de oro salpicada de esmeraldas y turquesas, y sobre la tarima un lecho incrustado de perlas y pedrería, cubierto con telas preciosas. Y en el fondo de la sala advertí una gran luz, pero al acercarme me enteré de que era un brillante enorme, como un huevo de avestruz, cuyas facetas despedían tanta claridad, que bastaba su luz para alumbrar todo el aposento.
Entonces el tercer saaluk dió un paso y dijo:
 
Los candelabros ardían vergonzosamente ante el esplendor de aquella maravilla, y yo pensé: "Cuando estos candelabros arden, alguien los ha encendido".
 
Continué andando, y hube -de penetrar asombrada en otros aposentos, sin hallar a ningún ser viviente. Y tanto me absorbía esto, que me olvidé de mi persona, de mi viaje, de mi nave y de mis hermanas. Y todavía seguía maravillada, cuando la noche se echó encima. Entonces quise salir del palacio; pero no di con la salida, y acabé por llegar a la sala donde estaba el magnífico lecho y el brillante y los candelabros encendidos. Me senté en el lecho, cubriéndome con la colcha de raso azul bordada de plata y de perlas, y cogí el Libro Noble, nuestro Corán, que estaba escrito en magníficos caracteres de oro y bermellón, e iluminado con delicadas tintas, y me puse a leer algunos versículos para santificarme, y dar gracias a Alah, y reprenderme; y cuando hube meditado en las palabras del Profeta (¡Alah le bendiga!) me tendí para conciliar el sueño, pero no pude lograrlo. Y el insomnio me tuvo despierta hasta medianoche.
 
En aquel momento oí una voz dulce y simpática que recitaba el Corán. Entonces me levanté y me dirigí hacia el sitio de donde provenía aquella voz. Y acabé por llegar a un aposento cuya puerta aparecía abierta. Entré con mucho cuidado, poniendo a la parte de afuera la antorcha que me había alumbrado en el camino, y vi que aquello era un oratorio. Estaba iluminado por lámparas de cristal que colgaban del techo, y en el centro había un tapiz de oraciones extendido hacia Oriente, y allí estaba sentado un hermoso joven que leía el Corán en alta voz, acompasadamente. Me sorprendió mucho, y no acertaba a comprender cómo había podido librarse de la suerte de todos los otros. Entonces avancé un paso y le dirigí mi saludo de paz, y él, volviéndose hacia mí y mirándome fijamente, correspondió a mi saludo. Luego le dije: "¡Por la santa verdad de los versículos del Corán que recitas, te conjuro a que contestes a mi pregunta!"
 
Entonces, tranquilo y sonriendo con dulzura, me contestó: "Cuando expliques quién eres, responderé a tus preguntas". Le referí mi historia, que le interesó mucho, y luego le interrogué por las extraordinarias circunstancias que atravesaba la ciudad. Y él me dijo: "Espera un momento". Y cerró el Libro Noble, lo guardó en una bolsa de seda y me hizo sentar a su lado. Entonces le miré atentamente, y vi que era hermoso como la luna llena; sus mejillas parecían de cristal; su cara tenía el color de los dátiles frescos, y estaba adornado de perfecciones, cual si fuese aquel de quien habla el poeta en sus estrofas:
{{capítulos|[[Las mil y una noches:26|Capítulo 26]]|[[Las mil y una noches:27|Capítulo 27]]|[[Las mil y una noches:28|Capítulo 28]]}}
 
::¡El que lee en los astros contemplaba la noche! ¡Y de pronto surgió ante su mirada la esbeltez del apuesto mancebo! Y pensó:
[[Categoría:Las mil y una noches-Tomo I|027]]
 
::¡Es el mismo Zohal,(Saturno) que dió a este astro la negra cabellera destrenzada, semejante a un cometa!
 
::¡En cuanto al carmesí de sus mejillas, Mirrikh (Marte) fue el encargado de extenderlo! ¡Los rayos penetrantes de sus ojos son las flechas mismas del Arquero de las siete estrellas!
 
::¡Hutared (Mercurio) le otorgó su maravillosa sagacidad y Abylssuha (Venus) su valor de oro!
 
::¡Y el astrólogo no supo qué pensar al verle, y se quedó perplejo! ¡Entonces, inclinándose hacia él, sonrió el astro!
 
Al mirarle, experimentaba una profunda turbación de mis sentidos, lamentando no haberle conocido antes, y en mi corazón se encendían como ascuas. Y le dije: "¡Oh dueño y soberano mío! atiende a mi pregunta". Y él me contestó: "Escucho y obedezco". Y me contó lo siguiente:
 
"Sabe ¡oh mi honorable señora! que esta ciudad era de mi padre. Y la habitaban todos sus parientes y súbditos. Mi padre es el rey que habrás visto en su trono, transformado en estatua de piedra. Y la reina, que también habrás visto, es mi madre. Ambos profesaban la religión de los magos adoradores del terrible Nardún. Juraban por el fuego y la luz, por la sombra y el calor, y por los astros que giran.
 
Mi padre estuvo mucho tiempo sin hijos. Yo nací a fines de su vida, cuando transpuso ya el umbral de la vejez. Y fui criado por él con mucho esmero, y cuando fui creciendo se me eligió para la verdadera felicidad.
 
Había en nuestro palacio una anciana musulmana, que creía en Alah y en su Enviado; pero ocultaba sus creencias y aparentaba estar conforme con las de mis padres. Mi padre tenía en ella gran confianza, y muy generoso con ella la colmaba de su generosidad, creyendo que compartía su fe y su religión. Me confió a ella, y le dijo: "Encárgate de su cuidado; enséñale las leyes de nuestra religión del Fuego y dale una educación excelente atendiéndole en todo".
 
Y la vieja se encargó de mí; pero me enseñó la religión del Islam, desde los deberes de la purificación y de las abluciones, hasta las santas fórmulas de la plegaria. Y me enseñó y explicó el Corán en la lengua del Profeta. Y cuando hubo terminado de instruirme, me dijo: "¡Oh hijo mío! Tienes que ocultar estas creencias a tu padre, profesándolas en secreto, porque si no, te mataría".
 
Callé, en efecto; y no hacia mucho que había terminado mi instrucción, cuando falleció la santa anciana, repitiéndome su recomendación por última vez. Y seguí en secreto siendo un creyente de Alah y de su Profeta. Pero los habitantes de esta ciudad, obcecados por su rebelión y su ceguera, persistían en la incredulidad.
 
Y un día la voz de un muezín invisible retumbó como el trueno, llegando a los oídos más distantes: "¡Oh vosotros, los que habitáis esta ciudad! ¡Renunciad a la adoración del fuego y de Nardún, y adorad al Rey Único y Poderoso!"
 
Al oír aquello se sobrecogieron todos y acudieron al palacio del rey, exclamando: "¿Qué voz aterradora es esa que hemos oído? ¡Su amenaza nos asusta!" Pero el rey les dijo: "No os aterréis y seguid firmemente vuestras antiguas creencias".
 
Entonces sus corazones se inclinaron a las palabras de mi padre, y no dejaron de profesar la adoración del fuego. Y siguieron en su error, hasta que llegó el aniversario del día en que habían oído la voz por primera vez. Y la voz se hizo oír por segunda vez, y luego por tercera vez, durante tres años seguidos. Pero a pesar de ello, no cesaron en su extravío. Y una mañana, cuando apuntaba el día, la desdicha y la maldición cayeron del cielo y los convirtió en estatuas de piedra negra, corriendo la misma suerte sus caballos y sus mulos, sus camellos y sus ganados. Y de todos los habitantes fui el único que se salvó de esta desgracia. Porque era el único creyente.
 
Desde aquel día me consagro a la oración, al ayuno y a la lectura del Corán.
 
Pero he de confesarte, ¡oh mi honorable dama llena de perfecciones! que ya estoy cansado de esta soledad en que me encuentro, y quisiera tener junto a mí a alguien que me acompañase".
 
Entonces le dije:
 
"¡Oh joven, dotado de cualidades! ¿Por qué no vienes conmigo a la ciudad de Bagdad? Allí encontrarás sabios y venerables jeiques versados en las leyes y en la religión. En su compañía aumentarás tu ciencia y tus Conocimientos de derecho divino, y yo, a pesar de mi rango, seré tu esclava y tu cosa. Poseo numerosa servidumbre, y mía es la nave que hay ahora en el puerto abarrotada de mercancías. El Destino nos arrojó a estas costas para que conociésemos la población y ocasionarnos la presente aventura. La suerte, pues, quiso reunirnos".
 
Y no dejé de instarle a marchar conmigo, hasta que aceptó mi ruego.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
 
== Notas del traductor ==
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[[Categoría:Las mil y una noches-Tomo I|027030]]