Diferencia entre revisiones de «El ahogado»

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<div class=Parrafo></div>El bote, arrastrado por la corriente, presentaba a proa a la costa y Sebastián vio de improviso el la azul lejanía destacarse los masteleros de los buques anclados en el puerto. Cortó aquel panorama el hilo de los recuerdos, reanudándose en seguida la historia en la época en que apareció el otro. Un día irrumpió en compañía de unos cunatos calaveras en la Ensenada de los Pescadores. Decíase marinero licenciado de un buque de guerra y mostrábase muy orgulloso de sus aventuras y de sus viajes. Con su fiero aspecto de sus perdonavidas, impúsose por el temor en aquellas pacíficas y sencillas gentes. Muy luego diose en cortejar a Magdalena, mas la joven, a quien repugnaba la aguardentosa figura del valentón, contestó a sus galanteos con el más soberano desprecio.
<div class=Parrafo></div>Un suspiro se escapó del pecho del pescador. Entornó los ojos, y un episodio grabado profundamente en su memoria, se presentó a su imaginación.
<div class=Parrafo></div>Un domingo por la mañana, de vuelta de la misa, marchando las muchachas adelante y los mozos atrás la voz airada de la joven que lo llamaba.
-¡Sebastián, Sebastián!
<div class=Parrafo></div>De un salto salvó el espaco que de ella lo separaba y vio al aborrecido rival que, sujetando por un brazo a la indignada muchacha, trataba, entre las risas de las demás, de cogerla por la cintura.
<div class=Parrafo></div>La escena del pugilato aparecíasele envuelta en una espesa bruma. Todo había sido cosa de un momento. Entre la admiración de todos hizo morder el polvo al cínico galanteador y si no se lo arrancan de entre las manos, habrían allí, robablemente, terminado sus valentías.
<div class=Parrafo></div>Por algún tiempo nada se supo de él hasta que llegó la noticia de que, jurando vengarse de su descalabro, se había embarcado a bordo de un ballenero que zarpaba para una larga expedición a los mares del sur.
<div class=Parrafo></div>Sebastián alzó la cabeza. De la ribera ascendía una ligera niebla que iba perdiéndose en los flancos de la escarpada costa. Ahora venía una época de relativa calma. Entregado con ardor en su trabajo, procuraba reunir el dinero necesario para adquirir una embarcación de más valíaque el diminutocachucho. Mas, esto iba para largoy empezaba a comprender que con sólo el trabajo de sus manos tal vez no la conseguiría nunca. Entonces, la sorda hostilidad de la madre de Magdalena, aquella vieja avarienta y vanidosa a la vez, se hizo de día en día más desembozada y tenaz. Él no era un partido digno para su hija. Con su inexperiencia de muchacho y seguro del afecto de Magdalena, burlábase de aquella oposición. Ahora comprendía cuán torpe había sido al despreciar tan temible adversario. Mas, ya era tarde para remediar el mal. Sólo le restaba la venganza. Al llegar a este punto, un relámpago pareció animar las apagadas pupilas del pecador. En su rostro se dibujó una expresión de amenaza y de cólera intensa y honda. Mas esta exitación fue pasajera y volvió a abismarse en sus reflexiones. La escena de la taberna lo sumió en una profunda meditación. Aunque esa tarde había bebido copiosamente, recordaba todos los detalles. En medio de su embriaguez el padre de la joven había soltado la verdad, brutalmente.