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Revisión del 21:36 17 jul 2014

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Con la copa en alto, los ojos cerrados,
llego hasta la mesa de los convidados,
con la copa en alto, la copa dorada,
en donde agoniza toda desangrada
la última ilusión.
Con la copa en alto toda corazón,
me acerco al banquete loco de la Vida.
Gota a gota cae en mi alma la hiel,
pero por virtud rara y atrevida
conservo en los labios un sabor de miel...


A trueque de todo mi dolor de triste,
por la Primavera fresca que me viste,
porque a los veinte años reinta la ley santa
que si un ave muere hay otra que canta,
levanto la copa que es mi primavera,
precoz en sus frutos, triste y altanera
con blancuras místicas y rojo arrebol,
donde se confunden la nieve y el sol.


Me llego a la vida triste y confiada
en mi previsión de no esperar nada,
me llego a la vida, por mirar el vuelo
del ave que pena por llegar al cielo,
por seguir la fiesta
de la Primavera, por ver la Esperanza,
la loca Esperanza, que en cuanto la orquesta
inicia un acorde, de nuevo se lanza.
Me llego serena, teniendo en el pecho
más de algún ensueño, del todo deshecho.
Porque sé que sobre el obscuro abismo
vierten las estrellas todo su lirismo.
Porque sé que sobre los rosales muertos
las aves celebran sus dulces conciertos.
Y es por eso que alzo llena de arrogancia
la colpa de mi alma que es toda fragancia,
y frente a la Vida, frente a la tristeza,
brindo por la hora triunfal de belleza,
en la que nos llega el dolor de amar,
y el noble dolor,
de unas infinitas ansias de volar,
con el alma toda convertida en flor...


Brindo por la hora tristemente larga
en la que la pena honda nos amarga,
brindo por la pena, porque prende alas
que nos llevan lejos de las horas malas.
Brindo por la herida roja que el destino
puso como antorcha frente a mi camino.
Brindo por mi alma, que surge radiosa
de la santa hoguera,
donde se ha extinguido toda mi quimera,
toda mi quimera blanca y luminosa.