Diferencia entre revisiones de «La Ilíada (Luis Segalá y Estalella)/Canto II»

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== vv. 1 y ss. ==
 
Las demás deidades y los hombres que en carros combaten durmieron toda la noche, pero Zeus no probó las dulzuras del sueño, porque su mente buscaba el medio de honrar a Aquileo y causar gran matanza junto a las naves aqueas. Al fin, creyendo que lo mejor sería enviar un pernicioso sueño al Atrida Agamemnón, pronunció estas aladas palabras:
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== vv. 8 y ss. ==
 
—Anda, pernicioso Hipno, encamínate a las veleras naves aqueas, introdúcete en la tienda de Agamemnón Atrida, y dile cuidadosamente lo que voy a encargarte. Ordénale que arme a los aqueos de larga cabellera y saque toda la hueste: ahora podría tomar a Troya la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Hera con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza a los troyanos.
 
 
 
== vv. 16 y ss. ==
 
Tal dijo. Partió el Hipno al oír el mandato, llegó en un instante a las veleras naves aqueas, y hallando dormido en su tienda al Atrida Agamemnón —alrededor del héroe habíase difundido el sueño inmortal— púsose sobre la cabeza del mismo, y tomó la figura de Néstor, hijo de Neleo, que era el anciano a quien aquél más honraba. Así transfigurado, dijo el divino Hipno:
 
 
== vv. 24 y ss. ==
 
—¿Duermes, hijo del belicoso Atreo domador de caballos? No debe dormir toda la noche el príncipe a quien se han confiado los guerreros y a cuyo cargo se hallan tantas cosas. Préstame atención, pues vengo como mensajero de Zeus; el cual, aun estando lejos, se interesa mucho por ti y te compadece. Armar te ordena a los aqueos de larga cabellera y sacar toda la hueste: ahora podrías tomar la ciudad de anchas calles de los troyanos, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Hera con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza a los troyanos por la voluntad de Zeus. Graba mis palabras en tu memoria, para que no las olvides cuando el dulce sueño te abandone.
 
 
== vv. 35 y ss. ==
 
Dijo, se fue y dejó a Agamemnón revolviendo en su espíritu lo que no debía cumplirse. Figurábase que iba a tomar la ciudad de Troya aquel mismo día. ¡Insensato! No sabía lo que tramaba Zeus, quien había de causar nuevos males y llanto a los troyanos y a los dánaos por medio de terribles peleas. Cuando despertó, la voz divina resonaba aún en torno suyo. Incorporóse, y, habiéndose sentado, vistió la túnica fina, hermosa, nueva; se echó el gran manto, calzó sus pies con bellas sandalias y colgó del hombro la espada tachonada con argénteos clavos. Tomó el imperecedero cetro de su padre y se encaminó hacia las naves de los aqueos, de broncíneas corazas.
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== vv. 48 y ss. ==
 
Subía la divinal Eos al vasto Olimpo para anunciar el día a Zeus y a los demás dioses, cuando Agamemnón ordenó que los heraldos de voz sonora convocaran a junta a los aqueos de larga cabellera. Convocáronlos aquéllos, y éstos se reunieron en seguida.
 
 
 
== vv. 53 y ss. ==
 
Pero celebróse antes un consejo de magnánimos próceres junto a la nave del rey Néstor, natural de Pilos. Agamemnón los llamó para hacerles una discreta consulta:
 
 
== vv. 56 y ss. ==
 
—¡Oh, amigos! Dormía durante la noche inmortal, cuando se me acercó un Hipno divino muy semejante al ilustre Néstor en la forma, estatura y natural. Púsose sobre mi cabeza y profirió estas palabras:
 
 
== vv. 60 y ss. ==
 
—¿Duermes, hijo del belicoso Atreo, domador de caballos? No debe dormir toda la noche el príncipe a quien se han confiado los guerreros y a cuyo cargo se hallan tantas cosas. Préstame atención, pues vengo como mensajero de Zeus, el cual, aun estando lejos se interesa mucho por ti y te compadece. Armar te ordena a los aqueos de larga cabellera y sacar toda la hueste: ahora podrías tomar a Troya, la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Hera con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza a los troyanos por la voluntad de Zeus. Graba mis palabras en tu memoria. Dijo, fuese volando, y el dulce sueño me abandonó. Ea, veamos cómo podremos conseguir que los aqueos tomen las armas. Para probarlos como es debido, les aconsejaré que huyan en las naves de muchos bancos; y vosotros, hablándoles unos por un lado y otros por, el opuesto, procurad detenerlos.
 
 
== vv. 76 y ss. ==
 
Habiéndose expresado en estos términos, se sentó. Seguidamente levantóse Néstor, que era rey de la arenosa Pilos, y benévolo les arengó diciendo:
 
 
== vv. 79 y ss. ==
 
—¡Amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Si algún otro aqueo nos refiriese el sueño, lo creeríamos falso y desconfiaríamos aún más; pero lo ha tenido quien se gloria de ser el más poderoso de los aqueos. Ea, veamos cómo podremos conseguir que los aqueos tomen las armas.
 
 
== vv. 84 y ss. ==
 
Dichas estas palabras, salió del consejo. Los reyes que llevan cetro se levantaron, obedeciendo al pastor de hombres, y la gente del pueblo acudió presurosa. Como de la hendedura de un peñasco salen sin cesar enjambres de abejas, que vuelan arracimadas sobre las flores primaverales y unas revolotean a este lado y a otras a aquél, así las numerosas familias de guerreros marchaban en grupos, por la baja ribera, desde las naves y tiendas a la junta. En medio, la Feme, mensajera de Zeus, enardecida, les instigaba a que acudieran, y ellos se iban reuniendo.
 
 
== vv. 95 y ss. ==
 
Agitóse la junta, gimió la tierra y se produjo tumulto, mientras los hombres tomaron sitio. Nueve heraldos daban voces para que callaran y oyeran a los reyes, alumnos de Zeus. Sentáronse al fin, aunque con dificultad, y enmudecieron tan pronto como ocuparon los asientos. Entonces se levantó el rey Agamemnón, empuñando el cetro que Hefesto hiciera para el soberano Jove Cronión —éste lo dio al mensajero Argifontes; Hermes lo regaló al excelente jinete Pélope, quien, a su vez, lo entregó a Atreo, pastor de hombres; Atreo al morir lo legó a Tiestes, rico en ganado, y Tiestes lo dejó a Agamemnón para que reinara en muchas islas y en todo el país de Argos—, y descansando el rey sobre el arrimo del cetro, habló así a los argivos:
 
 
== vv. 110 y ss. ==
 
—¡Amigos, héroes dánaos, ministros de Ares! En grave infortunio envolvióme Zeus. ¡Cruel! Me prometió y aseguró que no me iría sin destruir la bien murada Ilión, y todo ha sido funesto engaño; pues ahora me ordena regresar a Argos, sin gloria, después de haber perdido tantos hombres. Así debe de ser grato al prepotente Zeus, que ha destruido las fortalezas de muchas ciudades y aun destruirá otras, porque su poder es inmenso. Vergonzoso será para nosotros que lleguen a saberlo los hombres de mañana. ¡Un ejército aqueo tal y tan grande, hacer una guerra vana e ineficaz! ¡Combatir contra un número menor de hombres y no saberse aun cuándo la contienda tendrá fin! Pues si aqueos y troyanos, jurando la paz, quisiéramos contarnos y reunidos cuantos troyanos hay en sus hogares y agrupados nosotros en décadas, cada una de éstas eligiera un troyano para que escanciara el vino, muchas décadas se quedarían sin escanciador. En tanto superan los aqueos a los troyanos que en Ilión moran! Pero han venido en su ayuda hombres de muchas ciudades, que saben blandir la lanza, me apartan de mi propósito y no me permiten, como quisiera, tomar la populosa ciudad de Troya. Nueve años del gran Zeus transcurrieron ya; los maderos de las naves se han podrido y las cuerdas están deshechas; nuestras esposas e hijitos nos aguardan en los palacios; y aún no hemos dado cima a la empresa para la cual vinimos. Ea, obremos todos como voy a decir: Huyamos, en las naves a nuestra patria, pues ya no tomaremos a Troya, la de anchas calles.
 
 
== vv. 142 y ss. ==
 
Así dijo: y a todos los que no habían asistido al consejo se les conmovió el corazón en el pecho. Agitóse la junta como las grandes olas que en el mar Icario levan el Euro y el Noto cayendo impetuosos de las nubes amontonadas por el padre Zeus. Como el Céfiro mueve con violento soplo un campo de trigo y se cierne sobre las espigas, de igual manera se movió toda la junta. Con gran gritería y levantando nubes de polvo, corren hacia los bajeles; exhórtanse a tirar de ellos para botarlos al mar divino; limpian los canales; quitan los soportes y el vocerío de los que se disponen a volver a la patria llega hasta el cielo.
 
 
== vv. 155 y 156 ==
 
Y efectuárase entonces, antes de lo dispuesto por el destino, el regreso de los argivos, si Hera no hubiese dicho a Atenea:
 
 
== vv. 157 y ss. ==
 
—¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égida! ¡Indómita deidad! ¿Huirán los argivos a sus casas, a su tierra, por el ancho dorso del mar, y dejarán como trofeo a Príamo y a los troyanos la argiva Helena, por la cual tantos aqueos perecieron en Troya, lejos de su patria? Ve en seguida al ejército de los aqueos, de broncíneas corazas, detén con suaves palabras a cada guerrero y no permitas que boten al mar los corvos bajeles.
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== vv. 166 y ss. ==
 
De este modo habló. Atenea, la diosa de los brillantes ojos, no fue desobediente. Bajando en raudo vuelo de las cumbres del Olimpo, llegó presto a las naves aqueas y halló a Odiseo, igual a Zeus en prudencia, que permanecía inmóvil y sin tocar la negra nave de muchos bancos, porque el pesar le llegaba al corazón y al alma. Y poniéndose a su lado, díjole Atenea, la de los brillantes ojos:
 
 
 
== vv. 173 y ss. ==
 
—¡Hijo de Laertes, de jovial linaje! ¡Odiseo, fecundo en recursos! ¿Huiréis a vuestras casas, a la patria tierra, embarcados en las naves de muchos bancos, y dejaréis como trofeo a Príamo y a los troyanos la argiva Helena, por la cual tantos aqueo, perecieron en Troya, lejos de su patria? Ve en seguida al ejército de los aqueos y no cejes: detén con suaves palabras a cada guerrero y no permitas que boten al mar los corvos bajeles.
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== vv. 182 y ss. ==
 
Dijo. Odiseo conoció la voz de la diosa; tiró el manto, que recogió el heraldo Euríbates de Itaca, que le acompañaba; corrió hacia el Atrida Agamemnón, para que le diera el imperecedero cetro paterno; y con éste en la mano, enderezó a las naves de los aqueos, de broncíneas corazas.
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== vv. 188 y 189 ==
 
Cuando encontraba a un rey o a un capitán eximio, parábase y le detenía con suaves palabras :
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== vv. 190 y ss. ==
 
—¡Ilustre! No es digno de ti temblar como un cobarde. Detente y haz que los otros se detengan también. Aun no conoces claramente la intención del Atrida: ahora nos prueba, y pronto castigará a los aqueos. En el consejo no todos comprendimos lo que dijo. No sea que, irritándose, maltrate a los aqueos; la cólera de los reyes, alumnos de Zeus, es terrible, porque su dignidad procede del próvido Zeus, y éste los ama.
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== vv. 198 y 199 ==
 
Cuando encontraba a un hombre del pueblo gritando, dábale con el cetro y le increpaba de esta manera:
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== vv. 200 y ss. ==
 
—¡Desdichado! Estate quieto y escucha a los que te aventajan en bravura, tú, débil e inepto para la guerra, no eres estimado ni en el combate ni en el consejo. Aquí no todos los aqueos podemos ser reyes; no es un bien la soberanía de muchos; uno solo sea príncipe, uno solo rey: aquel a quien el hijo del artero Cronos dio cetro y leyes para que reine sobre nosotros.
 
 
 
== vv. 207 y ss. ==
 
Así Odiseo, obrando como supremo jefe, se imponía al ejército; y ellos se apresuraban a volver de las tiendas y naves a la junta, con gran vocerío, como cuando el oleaje del estruendoso mar brama en la anchurosa playa y el ponto resuena.
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== vv. 211 y ss. ==
 
Todos se sentaron y permanecieron quietos en su sitio, a excepción de Tersites, que, sin poner freno a la lengua, alborotaba. Ese sabía muchas palabras groseras para disputar temerariamente, no de un modo decoroso, con los reyes; y lo que a él le pareciera, hacerlo ridículo para los argivos. Fue el hombre más feo que llegó a Troya, pues era bizco y cojo de un pie; sus hombros corcovados se contraían sobre el pecho, y tenía la cabeza puntiaguda y cubierta por rala cabellera. Aborrecíanle de un modo especial Aquileo y Odiseo a quienes zahería; y entonces, dando estridentes voces, insultaba al divino Agamemnón. Y por más que los aqueos se indignaban e irritaban mucho contra él, seguía increpándole a voz en grito:
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== vv. 225 y ss. ==
 
—¡Atrida! ¿De qué te quejas o de qué careces? Tus tiendas están repletas de bronce y tienes muchas y escogidas mujeres que los aqueos te ofrecemos antes que a nadie cuanto tomamos alguna ciudad. ¿Necesitas, acaso, el oro que un troyano te traiga de Ilión para redimir al hijo que yo u otro aqueo haya hecho prisionero? ¿O, por ventura, una joven con quien goces del amor y que tú solo poseas? No es justo que siendo el jefe, ocasiones tantos males a los aqueos. ¡Oh cobardes, hombres sin dignidad, aqueas más bien que aqueos! Volvamos en las naves a la patria y dejémosle aquí, en Troya, para que devore el botín y sepa si le sirve o no nuestra ayuda; ya que ha ofendido a Aquileo, varón muy superior, arrebatándole la recompensa que todavía retiene. Poca cólera siente Aquileo en su pecho y es grande su indolencia; si no fuera así, Atrida, éste sería tu último ultraje.
 
 
== vv. 243 y ss. ==
 
Tales palabras dijo Tersites, zahiriendo a Agamemnón, pastor de hombres. El divino Odiseo se detuvo a su lado; y mirándole con torva faz, le increpó duramente:
 
 
== vv. 246 y ss. ==
 
—¡Atrida! ¿De qué te quejas o de qué careces? Tus tiendas están repletas de bronce y tienes muchas y escogidas mujeres que los aqueos te ofrecemos antes que a nadie cuanto tomamos alguna ciudad. ¿Necesitas, acaso, el oro que un troyano te traiga de Ilión para redimir al hijo que yo u otro aqueo haya hecho prisionero? ¿O, por ventura, una joven con quien goces del amor y que tú solo poseas? No es justo que siendo el jefe, ocasiones tantos males a los aqueos. ¡Oh cobardes, hombres sin dignidad, aqueas más bien que aqueos! Volvamos en las naves a la patria y dejémosle aquí, en Troya, para que devore el botín y sepa si le sirve o no nuestra ayuda; ya que ha ofendido a Aquileo, varón muy superior, arrebatándole la recompensa que todavía retiene. Poca cólera siente Aquileo en su pecho y es grande su indolencia; si no fuera así, Atrida, éste sería tu último ultraje. Tales palabras dijo Tersites, zahiriendo a Agamemnón, pastor de hombres. El divino Odiseo se detuvo a su lado; y mirándole con torva faz, le increpó duramente:
—¡Tersites parlero! Aunque seas orador fecundo, calla y no quieras disputar con los reyes. No creo que haya un hombre peor que tú entre cuantos han venido a Ilión con los Atridas. Por tanto, no tomes en boca a los reyes, ni los injuries, ni pienses en el regreso. No sabemos aún con certeza cómo esto acabará y si la vuelta de los aqueos será feliz o desgraciada. Mas tú denuestas al Atrida Agamemnón porque los héroes dánaos le dan muchas cosas; por esto le zahieres. Lo que voy a decir se cumplirá: Si vuelvo a encontrarte delirando como ahora, que Odiseo no conserve la cabeza sobre los hombros ni sea llamado padre de Telémaco si echándote mano, no te despojo del vestido (el manto y la túnica que cubren tus vergüenzas) y no te envío lloroso de la junta a las veleras naves después de castigarte con afrentosos azotes.
 
 
== vv. 265 y ss. ==
 
Tal dijo, y con el cetro diole un golpe en la espalda y los hombros. Tersites se encorvó, mientras una gruesa lágrima caía de sus ojos y un cruento cardenal aparecía en su espalda por bajo del áureo cetro: Sentóse, turbado y dolorido; miró a todos con aire de simple, y se enjugó las lágrimas. Ellos, aunque afligidos, rieron con gusto y no faltó quien dijera a su vecino:
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== vv. 272 y ss. ==
 
—¡Oh dioses! Muchas cosas buenas hizo Odiseo, ya dando consejos saludables, ya preparando la guerra; pero esto es lo mejor que ha realizado entre los argivos: hacer callar al insolente charlatán, cuyo ánimo osado no le impulsará en lo sucesivo a zaherir con injuriosas palabras a los reyes.
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== vv. 278 y ss. ==
 
De tal modo hablaba la multitud. Levantóse Odiseo, asolador de ciudades, con el cetro en la mano (Atenea, la de los brillantes ojos, que, transfigurada en heraldo, junto a él estaba, impuso silencio para que todos los aqueos, desde los primeros hasta los últimos, oyeran el discurso y meditaran los consejos), y benévolo les arengó diciendo:
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== vv. 284 y ss. ==
 
—¡Atrida! Los aqueos, oh rey, quieren cubrirte de baldón ante todos los mortales de voz articulada y no cumplen lo que te prometieron al venir de la Argólide, criadora de caballos: que no te irías sin destruir la bien murada Ilión. Cual si fuesen niños o viudas, se lamentan unos con otros y desean regresar a su casa. Y es, en verdad, penoso que hayamos de volver afligidos. Cierto que cualquiera se impacienta al mes de estar separado de su mujer, cuando ve detenida su nave de muchos bancos por las borrascas invernales y el mar alborotado; y nosotros hace ya nueve años, con el presente, que aquí permanecemos. No me enfado, pues, porque los aqueos se impacienten junto a las cóncavas naves; pero sería bochornoso haber estado aquí tanto tiempo y volvernos sin conseguir nuestro propósito. Tened paciencia, amigos, y aguardad un poco más, para que sepamos si fue verídica la predicción de Calcante. Bien grabada la tenemos en la memoria, y todos vosotros, los que no habéis sido arrebatados por las Moiras, sois testigos de lo que ocurrió en Aulide cuando se reunieron las naves aqueas que tantos males habían de traer a Príamo y a los troyanos. En sacros altares inmolábamos hecatombes perfectas a los inmortales junto a una fuente y a la sombra de un hermoso plátano a cuyo pie manaba el agua cristalina. Allí se nos ofreció un gran portento. Un horrible dragón de roja espalda, que el mismo Olímpico sacara a la luz, saltó de debajo del altar al plátano. En la rama cimera de éste hallábanse los hijuelos recién nacidos de un ave, que medrosos se acurrucaban debajo de las hojas; eran ocho, y con la madre que los parió, nueve. El dragón devoró a los pajarillos, que piaban lastimeramente; la madre revoloteaba quejándose, y aquel volvióse y la cogió por el ala, mientras ella chillaba. Después que el dragón se hubo comido al ave y a los polluelos, el dios que lo hiciera aparecer obró en él un prodigio: el hijo del artero Cronos transformólo en piedra, y nosotros, inmóviles, admirábamos lo que ocurría. De este modo, las grandes y portentosas acciones de los dioses interrumpieron las hecatombes. Y en seguida Calcante, vaticinando, exclamó:
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== vv. 323 y ss. ==
 
—¿Por qué enmudecéis, aqueos de larga cabellera? El próvido Zeus es quien nos muestra ese prodigio grande, tardío, de lejano cumplimiento, pero cuya gloria jamás perecerá. Como el dragón devoró a los polluelos del ave y al ave misma, los cuales eran ocho, y con la madre que los dio a luz, nueve, así nosotros combatiremos allí igual número de años, y al décimo tomaremos la ciudad de anchas calles. Tal fue lo que dijo y todo se va cumpliendo. ¡Ea, aqueos de hermosas grebas, quedaos todos hasta que tomemos la gran ciudad de Príamo!
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== vv. 333 y ss. ==
 
De tal suerte habló. Los argivos, con agudos gritos que hacían retumbar horriblemente las naves, aplaudieron el discurso del divino Odiseo. Y Néstor, caballero gerenio, les arengó diciendo: