Diferencia entre revisiones de «El maniquí de mimbre: I»

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Y como Roux no admitía el calificativo, el catedrático replicó:
 
—Yo me entiendo. Llamo "«héroe"» a todo el que ciñe una espada. Si, además, lo hubieran obligado a llevar una gorra de pelo, entonces lo llamaría "«héroe famoso"». Lo menos que merecen los mozos elegidos para que se maten en un poco de adulación. Se paga barato su oficio. Celebraría mucho, amigo mío, que no se inmortalizase usted por un acto heroico, y que debiera únicamente a sus conocimientos de la métrica latina las alabanzas de los hombres. El amor que le tengo a mi patria me inspira este deseo. La historia me ha enseñado que sólo aparecen los actos heroicos en las derrotas y en los desastres. Roma, pueblo menos belicoso de lo que se dice y vencido con frecuencia, no tuvo un Decio hasta los mayores apuros. En Maratón, el heroísmo de Cinégiro responde al punto flaco de los atenienses, los cuales pudieron contener al Ejército bárbaro, pero no pudieron evitar que se embarcara con toda la Caballería persa de regreso en la llanura. Tampoco parece probado que los persas mostrasen mucho arrojo en aquella batalla.
 
Roux dejó su sable en un rincón del estudio, fue a sentarse cerca de su maestro, que le había ofrecido una silla, y dijo:
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—Dije que los bárbaros sólo fueron contenidos por Milcíades. En cuanto a los romanos, fácil es comprender que no eran esencialmente invasores, porque hicieron conquistas provechosas y durables, al revés de los verdaderos héroes, que todo lo conquistan y nada conservan.
 
"»También es conveniente observar que la Roma de los reyes no admitió a los extranjeros como soldados, hasta que en tiempo del bondadoso rey Servio Tulio, poco satisfechos los ciudadanos de disfrutar ellos solos el honor de las fatigas y de los peligros, invitaron a los extranjeros domiciliados en la ciudad. Hay héroes, pero no pueblos heroicos, ni ejércitos heroicos. El soldado sólo avanza bajo pena de muerte. El servicio militar fue odioso hasta entre los pastores del Lacio, que ganaron para Roma el imperio del mundo y la gloria de los dioses. Tan pesados y molestos juzgaban los arreos, que su nombre, arumna, significó pronto fatiga, cansancio agotamiento, miseria, desdicha, desastre. Bien conducidos, resultaban, si no héroes, útiles jornaleros y soldados; poco a poco invadieron el mundo, y lo cubrieron de carreteras y de malecones. Los romanos no perseguían la gloria, porque no era su fuerte la imaginación. Sólo sostuvieron guerras por intereses de los cuales no podían prescindir. Fue su triunfo el de la paciencia y el de la sensatez.
 
"»Déjanse arrastrar los hombres por la influencia más poderosa. Entre los soldados, como entre todas las muchedumbres, la influencia más poderosa es el miedo. Avanzan contra el enemigo porque de todo lo que temen, es lo que menos temor les causa.
 
"»El arte de la guerra consiste en ordenar las tropas de tal modo, que no puedan huir. Los ejércitos de la República vencieron porque se mantenían con extremado rigor las costumbres del antiguo régimen, relajadas en los campamentos de los aliados. Nuestros generales del año segundo eran sargentos La Ramee, y hacían fusilar diariamente media docena de reclutas para infundir aliento a los demás; como dijo Voltaire, "les comunicaba así un impulso patriótico".
 
—Es posible —repuso Roux—. Pero también existe otra razón: el goce instintivo de la fusilería. Ya sabe usted, mi estimado maestro, que no soy un animal destructor ni partidario del militarismo; tengo ideas humanitarias muy avanzadas, y supongo que la fraternidad universal debe ser la obra del socialismo triunfante. Profeso el amor de la Humanidad, y, sin embargo, al echarme un fusil a la cara, quisiera disparar sobre todo bicho viviente. Lo llevamos en la sangre...