Diferencia entre revisiones de «El sabueso de los Baskerville (Wikisource tr.)/I»

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—Está habituado a llevar este bastón detrás de su amo. Como el bastón es pesado, el perro lo ha sujetado con fuerza por el centro, donde aparecen muy visibles las señales dentales. Las mandíbulas del perro, como vese en el espacio que emdia entre esas marcas, son, en mi opinión, demasiado grandes para un terrier y demasiado reducidas para un mastín. Podría ser, sí, por Júpiter, es un perro de aguas de pelo rizado.<br>
Habíase levantado y, mientras hablaba, caminaba por la habitación. De pronto se paró en el saliente de la ventana. Había tal timbre de seguridad en su voz, que le miré sorprendido.<br>
—Mi querido amigo, ¿cómo puede estar tan seguro de eso?<br>
—Simplemente, porque estoy viendo el perro a la misma puerta de nuestra casa, y aquí tenemos el timbrazo de su dueño. No se vaya, Watson, por favor. Es hermano profesional suyo, y la presencia de usted puede servirme de ayuda. Este es el momento dramático del destino, Watson, cuando en la escalera oye uno unas pisadas que se aproximan a nuestra vida y no se sabe si lo hacen para bien o para mal. ¿Qué requiere el doctor James Mortimer, el hombre de ciencia, de Sherlock Holmes, el especialista del crimen? ¡Pase!<br>
La apariencia de nuestro visitante me sorprendió, ya que había esperado que se tratase de un típico médico rural. Era muy alto, delgado, con una larga nariz picuda que surgía entre dos ojos grises y penetrantes, bastante juntos, cuyo brillo percibíase tras las gafas con montura de oro que llevaba. Su modo de vestir reflejaba su profesión, pese a que llevaba una levita deslucida y unos pantalones deshilachados. Aunque era joven, su larga espalda ya estaba curvada, caminaba con la cabeza inclinada hacia delante y su aspecto general reflejaba una curiosa benevolencia. Así que hubo entrado, sus ojos se fijaron en el bastón que Holmes tenía en sus manos y se apresuró hacia él con una exclamación de alegría.<br>
—Me alegro muchísimo —dijo—. No sabía si lo había olvidado aquí o en la oficina naval. No me gustaría perder este bastón por nada del mundo.<br>
—Ya veo que se trata de un regalo —dijo Holmes.<br>
—Sí, señor.<br>
—¿Del Hospital de Charing Cross?<br>
—Unos amigos que tuve allí me lo regalaron con ocasión de mi matrimonio.<br>
—¡Vaya, vaya, eso no está bien! —dijo Holmes, al tiempo que movía la cabeza.<br>
El doctor Mortimer miró atentamente a través de sus gafas, atónito.<br>
—¿Por qué no está bien?<br>
—Sólo porque usted ha dado al traste con nuestras pequeñas deducciones. ¿Dice que fue con motivo de su boda?<br>
—Sí, señor. Al casarme dejé el hospital y, con él, toda esperanza de tener una consulta propia. Me era necesario crear un hogar propio.<br>
—Pues no nos hemos equivocado tanto, después de todo —dijo Holmes—. Y ahora, doctor Mortimer...<br>
—Míster, señor, míster..., un humilde M. R. C. S.<br>
—Y un hombre de mente precisa, evidentemente.<br>
—Un aficionado en el terreno científico, míster Holmes, que se limita simplemente a recoger las conchas en las orillas del gran océano desconocido. Supongo que me estoy dirigiendo a míster Sherlock Holmes y no a...<br>
—No, aquí mi amigo, el doctor Watson.<br>
—Mucho gusto. He oído mencionar su nombre en conexión con el de su amigo. Usted me interesa mucho, míster Holmes. Apenas hubiese esperado un cráneo tan dolicocéfalo y un desarrollo supraorbital tan marcado. ¿Le importaría si paso el dedo por la fisura de su parietal? Hasta que se pueda disponer del original, un molde de su cráneo sería un adorno digno de cualquier museo antropológico. No es mi intención ser grosero, pero lo confieso que envidio su cráneo.<br>
Sherlock Holmes señaló un asiento a nuestro singular visitante.<br>
—Comprendo que usted es un entusiasta en su modo de pensar, señor, del mismo modo que yo lo soy en el mío —dijo—. Por sus falanges, observo que lía sus propios cigarrillos. No dude en encender uno.<br>
Holmes permanecía en silencio, pero sus profundas miradas me hicieron ver el interés que despertaba en él nuestro curioso compañero.<br>
—Supongo, caballero —dijo al fin—, que el honor de sus visitas de anoche y de hoy no se debe puramente a su deseo de examinar mi cráneo.<br>
—No, señor, no; aunque me alegro de haber tenido la oportunidad de hacer también eso. Vine averle, míster Holmes, porque reconozco que no soy un hombre práctico y porque de pronto se me ha planteado un problema extraordinario y de suma gravedad. Reconociendo que usted es el segundo mejor experto de Europa...<br>
—¡Vaya, caballero! ¿Me permite que le pregunte quién es el primero? —exclamó Holmes con cierta aspereza.<br>
—Al hombre de mente precisa y científica siempre le ha atraído extraordinariamente la labor de ''monsieur'' Bertillon.<br>
—¿No sería mejor, entonces, que le consultase a él?<br>
—Hice referencia, señor, a la mente precisa y científica. Pero hay que reconocer que, como hombre práctico, usted es el único. Espero, señor, no haber inadvertidamente...<br>
—Un poco
 
[[en:The Hound of the Baskervilles/Chapter 1]]