Diferencia entre revisiones de «El sabueso de los Baskerville (Wikisource tr.)/I»

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Línea 15:
—Porque este bastón, aunque originalmente haya sido muy bonito, se ha usado tanto, que apenas puedo imaginarme que lo utilice un médico de ciudad. La gruesa contera de hierro está desgastada, lo cual demuestra que ha caminado mucho con él.<br>
—Suena perfectamente.<br>
—Y, por otra parte, ahí se tiene a los «amigos del C. C. H.». Yo diría que se trata de la Asociación de Cazadores, una asociación local a cuyos miembros posiblemente ha tratado y que, a cambio, le han entregado este pequeño regalo.<br>
—Realmente, se está superando, Watson —diho Holmes, mientras retiraba su silla y encendía un cigarrillo—. Debo decir que, en todas las manifestaciones que tan gentilmente ha hecho acerca de mis pequeño éxitos, normalmente ha subvalorado su propia capacidad. Puede ser que usted no sea luminoso, pero es un conductor lumínico. Hay hombres que, sin estar dotados de genio, poseen una destacada capacidad de estimularlo en otras personas. Confieso, estimado colega, que le debo mucho.<br>
Jamás, hasta ese momento, había dicho tanto, y he de admitir que sus palabras me proporcionaron un intenso placer, ya que con frecuencia me había herido la indiferencia que mostraba ante mi admiración y mis intentos de dar publicidad a sus métodos. Estaba también orgulloso de pensar que había llegado a adquirir tal dominio de sus sistema, que era capaz de aplicarlo de un modo tal que me había valido su aprobació. Cogió entonces el bastón de mis manos y lo examinó a simple vista durante unos minutos. Luego, interesado, dejó su cigarrillo, se acercó a la ventana y examinó nuevamente el bastón con una lupa.<br>
—Interesante, pero elemental —dijo mientras volvía a ocupar el rincón favorito de sus sofá—. Evidentemente, en el bastón hay uno o dos indicios que nos proporcionan la base para llegar a varias deducciones.<br>
—¿Se me ha escapado algo? —le pregunté dándome cierta importancia—. Espero que no haya nada significativo que yo pueda haber dejado de lado.<br>
—Me temo, estimado Watson, que la mayor parte de sus deducciones fueron erróneas. Cuando afirmé que usted me estimulaba, quise decir, francamente, que en ocasiones sus falacias me conducían a la verdad. Y no es que en el presente caso se haya usted equivocado del todo. Este hombre, no cabe duda, es médico rural y camina mucho.<br>
—Entonces yo tenía razón.<br>
—No completamente.<br>
—Pues eso fue todo.<br>
—No, querido Watson, eso no fue todo, en algún modo. Yo sugeriría, por ejemplo, que un regalo para un médico es más probable que proceda de un hospital que de una sociedad de cazadores; y si las iniciales «C. C.» aparecen mencionadas antes de este hospital, esas iniciales, prácticamente, le sugieren a uno Charing Cross.<br>
—Puede ser que usted tenga razón.<br>
—La probabilidad esté en esa dirección. Y si aceptamos este punto como hipótesis de trabajo, disponemos de una nueva base para iniciar la reconstrucción de nuestro desconocido visitante.<br>
—Bien, supongamos que «C. C. H» quiere decir Charing Cross Hospital. ¿Qué otras coasa podemos deducir?<br>
—¿No se le ocurre ninguna? Usted conoce mis métodos. Pues aplíquelos.<br>
—No ocúrreseme más que la evidente conclusión de que este hombre ha ejercido en la ciudad antes de ir al campo.<br>
—Creo yo que podíamos aventurarnos un poco más. Mírelo desde este punto de vista. ¿En qué ocasión es más probable que se hiciese un regalo como éste? ¿Cuando se unirían sus amigos para ofrecerle una muestra de sus buenos deseos? Evidentemente, en el momento en que el doctor Mortimer dejó de prestar sus servicios en el hospital para ejercer libremente. Sabemos que ha habido un cambio de un hospital de la ciudad a un pueblo. En este caso, ¿es llevar demasiado lejos nuestras deducciones si afirmamos que el regalo se hizo con ocasión de dicho cambio?<br>
—Ciertamente eso parece probable.<br>
—Veamos. Usted darase cuenta de que este médico no podía contarse entre el personal de plantilla del hospital, pues, para detentar tal cargo, se requiere que la persona en cuestión tenga una especialidad bien establecida en Londres, y, de ser éste el caso, tal persona no se hubiese retirado al campo. ¿Qué era en ese caso? Si estaba en el hospital, pero todavía no se encontraba entre los miembros del personal de plantilla, no pudo ser sino un interno, es decir, poco más que un estudiante de los últimos cursos. Y se marchó del hospital hace cinco años, la fecha aparece en el bastón. Así pues, querido Watson, desaparece en el aire su grave médico de cabecera de media edad, para dejar su lugar a un hombre joven, de menos de treinta años, amable, sin ambiciones, distraído y dueño de un perro favorito que, de un modo impreciso, describiría como más grande que un terrier y más pequeño que un mastín.<br>
Echeme a reír incrédulo, mientras Sherlock Holmes se reclinaba en el sofá y despedía anillos pequeños de humo que ascendían hacia le techo con suaves ondulaciones.<br>
—No tengo medios de comprobar la veracidad de la segunda parte, pero al menos no es difícil saber algunos detalles sobre la edad y la carrera profesional de nuestro hombre.<br>
De mi pequeño estante dedicado a las cuestiones médicas, tomé el Directorio Médico y busqué su nombre. Había varios Mortimer, pero sólo uno de ellos podía ser nuestro visitante. Leí su ficha en voz alta:<br>
«Mortimer, James, M. R. C. S., 1882, Grimpen, Dartmoor, Devon. Interno en el Charing Cross Hospital desde 1882 hasta 1884. Obtuvo el Premio Jackson de Patología Comparada por su ensayo titulado ''¿Es la enfermedad una reversión?'' Miembro correspondiente de la Sociedad Patológica Suiza. Autor de ''Algunas rarezas del atavismo'' (Lancet, 1882), y ''¿Progresamos?'' («Journal of Psychology», marzo de 1883). Médico titular de las parroquias de Grimpen, Thorsley y High Barrow.»<br>
—Parece que no dice nada de esa sociedad de cazadores —dijo Holmes con una sonrisa maliciosa—, sino de un médico rural, como usted observó astutamente. Creo que mis suposiciones están muy justificadas. Y, si no mal recuerdo, le apliqué los tributos de amable, sin ambiciones y distraído. Mi experiencia me dice que en este mundo sólo un hombre afable recibe obsequios, sólo el que no tiene ambición abandona Londres para ejercer en el campo y sólo un distraído olvida su bastón, y no su trajeta de visita, después de esperar en esta habitación durante una hora.<br>
—¿Y el perro?<br>
—Está habituado a llevar este bastón detrás de su amo. Como el bastón es pesado, el perro lo ha sujetado con fuerza por el centro, donde aparecen muy visibles las señales dentales. Las mandíbulas del perro, como vese en el espacio que emdia entre esas marcas, son, en mi opinión, demasiado grandes para un terrier y demasiado reducidas para un mastín. Podría ser, sí, por Júpiter, es un perro de aguas de pelo rizado.<br>
Habíase levantado y, mientras hablaba, caminaba por la habitación. De pronto se paró en el saliente de la ventana. Había tal timbre de seguridad en su voz, que le miré sorprendido.<br>
—Mi querido amigo, ¿cómo puede estar tan seguro de eso?