Diferencia entre revisiones de «Napoleón en Chamartín/II»
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<p>¿Y qué me diréis si os aseguro que D. Diego, a pesar de sus atractivos y de su dinero, no había podido rendir a la Zaina? ¡Oh inflexible ley de los hados que en aquella ocasión dispusieron que la Zaina fuese esclava en cuerpo y alma de otro galán, al cual de antiguo mis lectores conocen, y no es otro que el propio don Juan de Mañara, por segunda vez presentado en el escenario de estas historias! Pues sí; el Sr. de Mañara, como la muerte, lo mismo ponía el pie en <i>pauperum tabernas</i> que en <i>regumque turres</i>; y aunque era persona de alta posición por aquellos días, y estaba a punto de ser nombrado regidor de Madrid, sus preferencias en materia de costumbres y de amor, íbanse del lado de lo que Horacio llamó <i>tabernas</i>, y en castellano podemos nombrar ahora con la misma palabra. Por las noches, este caballero, lo mismo que D. Diego, se vestían de majos, y... aquí viene ahora la coyuntura de describir la casa de la Zaina y su gente, con las fiestas y bailes y el refresco aparatoso que les ponía fin; pero como aún me resta por manifestar un poquito de lo referente a D. Diego y a su vida, principal objeto que en este comienzo del libro me propuse, dejo aquello para después y sigo diciendo que el hijo de doña María, bien solo, bien acompañado de Santorcaz, iba de tertulia alguna vez a las librerías principales, que era donde más se hablaba de política. </p>
<p>No sé si recordaré todas las tiendas de libros que había entonces en Madrid; pero sí puedo asegurar que casi igualaba su número al de las que ahora existen, y las más concurridas eran las de Hurtado, Villarreal, Gómez Escribano, Bengoechea, Quiroga y Burguillos (antes Fuentenebro) en la calle de las Carretas; la de la viuda de Ramos, en la carrera de San Jerónimo; la de Collado, en la calle de la Montera; la de Justo Sánchez, en la de las Veneras; la de Castillo, frente a San Felipe el Real, y el puesto de Casanova, en la plazuela de Santo Domingo. En estas tiendas se reunían
<p>Como yo me metía bonitamente en todas partes, también me daba una vuelta por las librerías, bien acompañando a D. Diego, bien solo, echándomelas de gran patriota, y en la de las Veneras, me acuerdo que dije una noche muy estupendas cosas que me valieron calurosos aplausos. ¡Ay! allí conocí al sombrerero Avrial y a Quintana, el mochuelo y el mirlo, el cisne y el ganso de aquellos tiempos literarios, tan turbados, tan confusos, tan varios y antitéticos en grandeza y pequeñez como los políticos. Parece, en verdad, mentira que Moratín y Rabadán, que Comella y Meléndez hayan vivido en un mismo siglo. Pero España es así. </p>
<p>Tampoco dejaba D. Diego de concurrir al teatro alguna que otra vez, porque era muy de patriotas el ir a la representación de las famosas comedias de circunstancias <i>La alianza de España e Inglaterra, con tonadilla</i>, y <i>Los patriotas de Aragón y bombeo de Zaragoza</i>, que en aquellos días se representaban con frenético éxito. Y para que nada faltase en el círculo de relaciones de aquel joven ilustre, también asomaba las narices por el cuarto de Pepilla González, actriz famosa, si bien un día puso punto final a sus visitas porque le hicieron no sé qué ingeniosa burla. </p>
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