Diferencia entre revisiones de «Historia del mandadero y las tres doncellas»

Contenido eliminado Contenido añadido
Sin resumen de edición
Sin resumen de edición
Línea 1:
{{encabezado2|[[Las mil y una noches]] <br> HistoriaPero delcuando mandaderollegó yla las14ª tres doncellasnoche|Anónimo}}
 
 
 
PERO CUANDO LLEGO LA 14ª NOCHE
 
 
Ella dijo:
Había en la ciudad de Bagdad un hombre que era soltero y además mozo de cordel.
 
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el segundo saaluk dijo a la dueña de la casa:
Un día entre los días, mientras estaba en el zoco, indolentemente apoyado en su espuerta, se paró delante de él una mujer con un ancho manto de tela de Mussul, en seda sembrada de lentejuelas de oro y forro de brocato. Levantó un poco el velillo de la cara y aparecieron por debajo dos ojos negros con largas pestañas y ¡qué párpados! Era esbelta, sus manos y sus pies muy pequeños, y reunía, en fin, un conjunto de perfectas cualidades. Y dijo con su voz llena de dulzura: "¡Oh mandadero! coge la espuerta y sígueme". Y el mandadero, sorprendidísimo, no supo si había oído bien, pero cogió la espuerta y siguió a la joven, hasta que se detuvo a la puerta de una casa. Llamó y salió un nusraní,(nazareno, cristiano) que por un dinar le dió una medida de aceitunas, y ella las puso en la espuerta, diciendo al mozo: "Lleva eso y sígueme".
 
¡Oh, mi señora! Al oír la princesa el ruego de su padre, cogió un cuchillo que tenía unas inscripciones en lengua hebrea, trazó con él un círculo en el suelo, escribió allí varios renglones talismánicos, y después se colocó en medio del círculo, murmuró algunas palabras mágicas, leyó en un libro antiquísimo unas cosas que nadie entendía, y así permaneció breves instantes. Y he aquí que de pronto nos cubrieron unas tinieblas tan espesas, que nos creíamos enterrados bajo las ruinas del mundo. Y súbitamente apareció el efrit Georgirus bajo el aspecto más horrible, las manos como rastrillos, las piernas como mástiles y los ojos como tizones encendidos. Entonces nos aterrorizamos todos, pero la hija del rey le dijo: "¡Oh efrit! no puedo darte la bienvenida ni acogerte con cordialidad".
Y el mandadero exclamó: "¡Por Alah! ¡Bendito día!" Y cogió otra vez la espuerta y siguió a la joven. Y he aquí que se paró ésta en la frutería y compró manzanas de Siria, membrillos osmani, melocotones de Omán, jazmines de Alepo, nenúfares de Damasco, cohombros del Nilo, limones de Egipto, cidras sultaní, bayas de mirto, flores de henné, anémonas rojas de color de sangre, violetas, flores de granado y narcisos. Y lo metió todo en la espuerta del mandadero, y le dijo: "Llévalo". <br>
Y contestó el efrit: "¿Por qué no cumples tus promesas? ¿No juraste respetar nuestro acuerdo de no combatirnos ni mezclarte en nuestros asuntos? Mereces el castigo que voy a imponerte. ¡Ahora verás, traidora!"
Y él lo llevó, y la siguió hasta que llegaron a la carnicería, donde dijo la joven: "Corta diez artal de carne".<ref> Artal, plural de ratl, peso que varía, según las comarcas, entre dos onzas y doce.</ref>
E inmediatamente el efrit se convirtió en un león espantoso, el cual, abriendo la boca en toda su extensión, se abalanzó sobre la joven. Pero ella, rápidamente, se arrancó un cabello, se lo acercó a los labios, murmuró algunas palabras mágicas, y en seguida el cabello se convirtió en un sable afiladísimo. Y dió con él tal tajo al león, que lo abrió en dos mitades. Pero inmediatamente la cabeza del león se transformó en un escorpión horrible, que se arrastraba hacia el talón de la joven para morderla, y la princesa se convirtió en seguida en una serpiente enorme, que se precipitó sobre el maldito escorpión, imagen del efrit, y ambos trabaron descomunal batalla. De pronto, el escorpión se convirtió en un buitre y la serpiente en un águila, que se cernió sobre el buitre, y ya iba a alcanzarlo, después de una hora de persecución, cuando el buitre se transformó en un enorme gato negro, y la princesa en lobo. Gato y lobo se batieron a través del palacio, hasta que el gato, al verse vencido, se convirtió en una inmensa granada roja y se dejó caer en un estanque que había en el patio. El lobo se echó entonces al agua, y la granada, cuando iba a cogerla, se elevó por los aires, pero como era tan enorme cayó pesadamente sobre el mármol y se reventó. Los granos, desprendiéndose uno a uno, cubrieron todo el suelo. El lobo se transformó entonces en gallo, empezó a devorarlos, y ya no quedaba más que uno, pero al ir a tragárselo se le cayó del pico, pues así lo había dispuesto la fatalidad, y fué a esconderse en un intersticio de las losas, cerca del estanque. Entonces el gallo empezó a chillar, a sacudir las alas y a hacernos señas con el pico, pero no entendíamos su lenguaje, y como no podíamos comprenderle, lanzó un grito tan terrible, que nos pareció que el palacio se nos venía encima. Después empezó a dar vueltas por el patio, hasta que vió el grano y se precipitó a cogerlo, pero el grano cayó en el agua y se convirtió en un pez. El gallo se transformó entonces en una ballena enorme, que se hundió en el agua persiguiendo al pez, y desapareció de nuestra vista durante una hora. Después oímos unos gritos tremendos y nos estremecimos de terror. Y en seguida apareció el efrit en su propia y horrible figura, pero ardiendo como un ascua, pues de su boca, de sus ojos y de su nariz salían llamas y humo; y detrás de él surgió la princesa en su propia forma, pero ardiendo también como metal en fusión, y persiguiendo al efrit, que ya nos iba a alcanzar. Entonces, temiendo que nos abrasase, quisimos echarnos al agua, pero el efrit nos detuvo dando un grito espantoso, y empezó a resollar fuego contra todos. La princesa lanzaba fuego contra él, y fué el caso que nos alcanzó el fuego de los dos, y el de ella no nos hizo daño, pero el del efrit sí que nos lo produjo, pues una chispa me dió en este ojo y me lo saltó; otra dió al rey en la cara, y le abrasó la barbilla y la boca, arrancándole parte de la dentadura y otra chispa prendió en el pecho del eunuco y le hizo perecer abrasado.
 
Mientras tanto, la princesa perseguía al efrit, lanzándole fuego encima, hasta que oímos decir: "¡Alah es el único grande! ¡Alah es el único poderoso! ¡Aplasta al que reniega de la fe de Mohamed, señor de los hombres!" Esta voz era de la princesa, que nos mostraba al efrit enteramente convertido en un montón de cenizas. Después llegó hasta nosotros y dijo: "Aprisa, dadme una taza con agua". Se la trajeron, pronunció la princesa unas palabras incomprensibles, me roció con el agua, y dijo: "¡Queda desencantado en nombre del único Verdadero! ¡Por el poderoso nombre de Alah, vuelve a tu primitiva forma!”
Y el carnicero cortó los diez artal, y ella los envolvió en hojas de banano, los metió en la espuerta, y dijo: "Llévalo, ¡oh mandadero!" Y él lo llevó así, y la siguió hasta encontrar un vendedor de almendras, al cual compró la joven toda clase de almendras, diciendo al mozo: "Llévalo y sígueme". Y cargó otra vez con la espuerta y la siguió hasta llegar a la tienda de un confitero, y allí compró ella una bandeja y la cubrió de cuanto había en la confitería: enrejados de azúcar con manteca, pastas aterciopeladas perfumadas con almizcle y deliciosamente rellenas, bizcochos llamados sabun, pastelillos, tortas de limón, confituras sabrosas, dulces llamados muchabac, bocadillos huecos llamados lucmet-el-kadí, otros cuyo nombre es assabihzeinab, hechos con manteca, miel y leche. Después colocó todas aquellas golosinas en la bandeja, y la bandeja encima de la espuerta.
 
Entonces volví a ser hombre, pero me quedé tuerto. Y la princesa, queriendo consolarme, me dijo: "¡El fuego siempre es fuego, hijo mío!" Y lo mismo dijo a su padre por sus barbas chamuscadas y sus dientes rotos. Después exclamó: "Oh padre mío! Necesariamente he de morir, pues está escrita mi muerte. Si este efrit hubiese sido una simple criatura humana, lo habría aniquilado en seguida. Pero lo que más me hizo sufrir fué que, al dispersarse los granos de la granada, no acerté a devorar el grano principal, el único que contenía el alma del efrit; pues si hubiera podido tragármelo, habría perecido inmediatamente. Pero ¡ay de mí! tardé mucho en verlo. Así lo quiso la fatalidad del Destino. Por eso he tenido que combatir tan terriblemente contra el efrit debajo de tierra, en el aire y en el agua. Y cada vez que él abría una puerta de salvación, le abría yo otra de perdición, y yo tuve que hacer lo mismo. Y después de abierta la puerta del fuego, hay que morir necesariamente. Sin embargo, el Destino me permitió quemar al efrit antes de perecer yo abrasada. Y antes de matarle, quise que abrazara nuestra fe, que es la santa religión del Islam, pero se negó, y entonces lo quemé. Alah ocupará mi lugar cerca de vosotros, y esto podrá serviros de consuelo".
Entonces el mandadero dijo: "Si me hubieras avisado habría alquilado una mula para cargar tanta cosa". Y la joven sonrió al oírlo. Después se detuvo en casa de un destilador y compró diez clases de aguas: de rosas, de azahar y otras muchas, y varias bebidas embriagadoras, como asimismo un hisopo para aspersiones de agua de rosas almizclada, granos de incienso macho, palo de áloe, ámbar gris y almizcle, y finalmente velas de cera de Alejandría.
Todo lo metió en la espuerta, y dijo al mozo: "Lleva la espuerta y sígueme". Y el mozo la siguió, llevando siempre la espuerta, hasta que la joven llegó a un palacio, todo de mármol, con un gran patio que daba al jardín de atrás. Todo era muy lujoso, y el pórtico tenía dos hojas de ébano, adornadas con chapas de oro rojo.
 
Después de estas palabras empezó a implorar al fuego, hasta que al fin brotaron unas chispas negras que subieron hacia su pecho. Y cuando el fuego le llegó a la cara, lloró y luego dijo: "¡Afirmo que no hay más Dios que Alah, y que Mohamed es su profeta!" No bien había pronunciado estas palabras, la vimos convertirse en un montón de ceniza, próximo al otro montón que formaba el efrit.
La joven llamó, y las dos hojas de la puerta se abrieron. El mandadero vió entonces que había abierto la puerta otra joven, cuyo talle, elegante y gracioso, era un verdadero modelo, especialmente por sus pechos redondos y salientes, su gentil apostura, su belleza y todas las perfecciones de su talle y de todo lo demás. Su frente era blanca como la primera luz de la luna nueva, sus ojos como los ojos de las gacelas, sus cejas como la luna creciente del Ramadán, sus mejillas como anémonas, su boca como el sello de Soleimán, su rostro como la luna llena al salir, sus dos pechos como granadas gemelas. En cuanto a su vientre juvenil, elástico y flexible, se ocultaba bajo la ropa como una carta preciada bajo el rollo que la envuelve.
 
Entonces nos afligimos profundamente. Gustoso habría yo ocupado su lugar, antes de ver bajo tan mísero aspecto a aquella joven de radiante hermosura que tanto quiso favorecerme; pero los designios de Alah son inapelables.
Por eso, a su vista, notó el mozo que se le iba el juicio y que la espuerta se le venía al suelo. Y dijo para sí: "¡Por Alah! ¡En mi vida he tenido un día tan bendito como el de hoy!"
 
Al advertir el rey la transformación sufrida por su hija, lloró por ella, mesándose las barbas que le quedaban, abofeteándose y desgarrándose las ropas. Y lo propio hice yo. Y los dos lloramos sobre ella. En seguida llegaron los chambelanes, y los jefes del gobierno hallaron al sultán llorando aniquilado ante los dos montones de ceniza. Y se asombraron muchísimo, y comenzaron a dar vueltas a su alrededor, sin atreverse a hablarle. Al cabo de una hora se repuso algo el rey, y les contó lo ocurrido entre la princesa y el efrit. Y todos gritaron: "¡Alah! ¡Alah! ¡Qué gran desdicha! ¡Qué tremenda desventura!"
Entonces esta joven tan admirable dijo a su hermana la proveedora y al mandadero: "¡Entrad, y que la acogida aquí sea para vosotros tan amplia como agradable!"
 
En seguida llegaron todas las damas de palacio con sus esclavas, y durante siete días se cumplieron todas las ceremonias del duelo y de pésame.
Y entraron, y acabaron por llegar a una sala espaciosa que daba al patio, adornada con brocados de seda y oro, llena de lujosos muebles con incrustaciones de oro, jarrones, asientos esculpidos, cortinas y unos roperos cuidadosamente cerrados.
 
Luego dispuso el rey la construcción de un gran sarcófago para las cenizas de su hija, y que se encendiesen velas, faroles y linternas día y noche. En cuanto a las cenizas del efrit, fueron aventadas bajo la maldición de Alah.
En medio de la sala había un lecho de mármol incrustado con perlas y esplendorosa pedrería, cubierto con un dosel de raso rojo. Sobre él estaba extendido un mosquitero de fina gasa, también rojo, y en el lecho había una joven de maravillosa hermosura, con ojos babilónicos, un talle esbelto como la letra aleph, y un rostro tan bello, que podía envidiarlo el sol luminoso. Era una estrella brillante, una noble hermosura de Arabia, como dijo el poeta:
 
La tristeza acarreó al sultán una enfermedad que le tuvo a la muerte. Esta enfermedad le duró un mes entero. Y cuando hubo recobrado algún vigor, me llamó a su presencia y me dijo: "¡Oh, joven!
 
Antes de que vinieses vivíamos aquí nuestra vida en la más perfecta dicha, libres de los sinsabores de la suerte. Ha sido necesario que tú vinieses y que viéramos tu hermosa letra para que cayesen sobre nosotros todas las aflicciones. ¡Ojalá no te hubiésemos visto nunca a ti, ni a tu cara de mal agüero, ni a tu maldita escritura! Porque primeramente ocasionaste la pérdida de mi hija, la cual, sin duda, valía más que cien hombres. Después, por causa tuya, me quemé lo que tú sabes, y he perdido la mitad de mis dientes, y la otra mitad casi ha volado también. Y por último, ha perecido mi pobre eunuco, aquel buen servidor que fué ayo de mi hija. Pero tú no tuviste la culpa, y mal podrías remediarlo ahora. Todo nos ha ocurrido a nosotros y a ti por voluntad de Alah. ¡Alabado sea por permitir que mi hija te desencantara, aunque ella pereciese! ¡Es el Destino! Ahora, hijo mío, debes abandonar este país, porque ya tenemos bastante con lo que por tu causa nos ha pasado. ¡Alah es quien todo lo decreta! ¡Sal, pues, y vete en paz!"
¡El que mida tu talle, ¡oh joven! y lo compare por su esbeltez con la delicadeza de una rama flexible, juzga con error a pesar de su talento! ¡Porque tu talle no tiene igual, ni tu cuerpo un hermano!
 
Entonces, ¡oh mi señora! abandoné el palacio del rey, sin fiar mucho en mi salvación. No sabía adónde ir. Y recordé entonces todo cuanto me había ocurrido, desde el principio hasta el fin, cómo me habían dejado sano y salvo los árabes del desierto, mi viaje y mis fatigas de un mes, mi entrada en la ciudad como extranjero, el encuentro con el sastre, la entrevista e intimidad tan deliciosa con la joven del subterráneo, el modo de escaparme de las manos del efrit que me quería matar, todo, en fin, sin olvidar mi transformación en mono al servicio después del capitán mercante, mi compra a elevado precio por el rey a consecuencia de mi hermosa letra, mi desencanto, ¡en fin, -todo! Pero más que nada, ¡ay de mí! el último incidente, que me hizo perder un ojo. Pero di gracias a Alah, y dije: "¡Más vale perder un ojo que la vida!" Después de esto, fui al hammam a tomar un baño antes de salir de la ciudad. Entonces, ¡oh señora mía! me afeité la barba para poder viajar seguro en calidad de saaluk. Desde aquella fecha no he dejado ni un día de llorar pensando en las desgracias que sobre mí han caído, y sobre todo en la pérdida de mi ojo izquierdo. Y cada vez que esto me viene a la memoria, el ojo derecho se me llena de lágrimas, que no me dejan ver, aunque nunca me impedirán pensar en estos versos del poeta:
¡Porque la rama sólo es linda en el árbol y estando desnuda! ¡Mientras que tú eres hermosa de todos modos, y las ropas que te cubren son únicamente una delicia más!
 
::¿Conoce Alah misericordioso mi aflicción? ¡Las desdichas pesan e mí, y me he dado cuenta de ellas demasiado tarde!
 
::¡Pero haré acopio de paciencia frente a mis grandes desventuras, para que el mundo no ignore que he tomado con paciencia algo que es más amargo que la misma paciencia!
Entonces la joven se levantó, y llegando junto a sus hermanas, les dijo: "¿Por qué permanecéis quietas? Quitad la carga de la cabeza de ese hombre". Entonces entre las tres le aliviaron del peso. Vaciaron la espuerta, pusieron cada cosa en su sitio, y entregando dos dinares al mandadero, le dijeron: "¡Oh mandadero! vuelve la cara y vete inmediatamente". Pero el mozo miraba a las jóvenes, encantado de tanta belleza y tanta perfección, y pensaba que en su vida había visto nada semejante. Sin embargo, chocábale que no hubiese ningún hombre en la casa. En seguida se fijó en lo que allí había de bebidas, frutas, flores olorosas y otras cosas buenas, y admirado hasta el límite de la admiración, no tenía maldita la gana de marcharse.
 
::¡Porque la paciencia tiene su belleza, sobre todo cuando es el hombre piadoso quien la practica! ¡De todos modos, ha de ocurrir lo que haya decidido Alah respecto a cada criatura!
Entonces la mayor de las doncellas le dijo: "¿Por qué no te vas? ¿Es que te parece poco el salario?" Y se volvió hacia su hermana, la que había hecho las compras, y le dijo: "Dale otro dinar". Pero el mandadero replicó: "¡Por Alah, señoras mías! Mi salario suele ser la centésima parte de un dinar, por lo cual no me ha parecido escasa la paga. Pero mi corazón está pendiente de vosotras. Y me pregunto cuál puede ser vuestra vida, ya que vivís en esta soledad, y no hay hombre que os haga compañía.
 
::¡Mi misteriosa amada conoce los secretos de mi lecho, y ninguno, aunque sea el secreto de los secretos puede ocultársele!
¿No sabéis que un minarete sólo vale algo con la condición de ser uno de los cuatro de la mezquita? Pero ¡oh señoras mías! no sois más que tres, y os falta el cuarto. Ya sabéis que la dicha de las mujeres nunca es perfecta si no se unen con los hombres. Y, como dice el poeta, un acorde no será jamás armonioso como no reúnan cuatro instrumentos: el arpa, el laúd, la cítara y la flauta. Vosotras, ¡oh señoras mías! sólo sois tres, y os falta el cuarto instrumento: la flauta. ¡Yo seré la flauta y me conduciré como hombre prudente, lleno de sagacidad e inteligencia, artista hábil que sabe guardar un secreto!"
 
::¡Al que diga que hay delicias en este mundo, contestadle que pronto conocerá días más amargos que el jugo de la mirra!
Y las jóvenes le dijeron: "¡Oh mandadero! ¿no sabes tú que somos vírgenes? Por eso tenemos miedo de fiarnos de algo. Porque hemos leído lo que dicen los poetas:
 
Entonces salí de la ciudad aquella, viajé por varios países, atravesé sus capitales, y luego me dirigí a Bagdad, la Morada de Paz, donde espero llegar a ver al Emir de los Creyentes para contarle cuanto me ha ocurrido.
::"Desconfía de toda confidencia, pues un secreto revelado es secreto perdido”.
 
Después de muchos días de viaje, he llegado esta misma noche a Bagdad, y encontré muy perplejo al hermano que está ahí, al primer saaluk, y le dije: "¡La paz sea contigo!" Y él me contestó: "¡Y contigo la paz, y la misericordia de Alah, y todas sus bendiciones!"
Pero el mandadero exclamó: "¡Juro por vuestra vida, ¡oh señoras mías! que yo soy un hombre prudente, seguro y leal! He leído libros y he estudiado crónicas. Sólo cuento cosas agradables, callándome cuidadosamente las cosas tristes. Obro en toda ocasión según dice el poeta:
 
Entonces empecé a charlar con él, y se nos acercó el otro hermano, el tercer saaluk, quien, después de desearnos la paz, nos dijo que era extranjero. Y nosotros le dijimos: "También somos extranjeros, y hemos llegado hoy a esta ciudad bendita". Y echamos a andar juntos, sin que ninguno supiera la historia de sus compañeros. Y la suerte y el Destino nos guiaron hasta esta puerta, y entramos en vuestra casa.
::¡Sólo el hombre bien dotado sabe callar el secreto! ¡Sólo los mejores entre los hombres saben cumplir sus promesas!
 
He aquí, ¡oh mi señora! los motivos de que me veas tuerto y con la barba afeitada".
::¡Yo encierro los secretos en una casa de sólidos candados, donde la llave se ha perdido y la puerta está sellada!"
 
Entonces la dueña de casa dijo al segundo saaluk: "Tu historia es realmente extraordinaria. Ahora alísate un poco el pelo sobre la cabeza y ve a buscar tu destino por la ruta de Alah".
Y escuchando los versos del mandadero, muchas otras estrofas que recitó y sus improvisaciones rimadas, las tres jóvenes se tranquilizaron; pero para no ceder en seguida, le dijeron: "Sabe, ¡oh mandadero! que en este palacio hemos gastado el dinero en enormes cantidades. ¿Llevas tú encima con qué indemnizarnos? Sólo te podremos invitar con la condición de que gastes mucho oro. ¿Acaso no es tu deseo permanecer con nosotras, acompañarnos a beber, y singularmente hacernos velar toda la noche, hasta que la aurora bañe nuestros rostros?" Y la mayor de las doncellas añadió: "Amor sin dinero no puede servir de buen contrapeso en el platillo de la balanza". Y la que había abierto la puerta dijo: "Si no tienes nada, vete sin nada". Pero en aquel momento intervino la proveedora, y dijo: "¡Oh hermanas mías! Dejemos eso, ¡por Alah!, pues este muchacho en nada ha de amenguarnos el día. Además, cualquier otro hombre no habría tenido con nosotras tanto comedimiento. Y cuanto le toque pagar a él, yo lo abonaré en su lugar".
 
Pero él respondió: "En verdad que no saldré de aquí sin haber oído el relato de mi tercer compañero".
Entonces el mandadero se regocijó en extremo, y dijo a la que le había defendido: "¡Por Alah! A ti te debo la primera ganancia del día". Y dijeron las tres: "Quédate, ¡oh buen mandadero! y te tendremos sobre nuestras cabezas y nuestros ojos". Y en seguida la proveedora se levantó y se ajustó el cinturón. Luego dispuso los frascos, clasificó el vino por decantación, preparó el lugar en que habían de reunirse cerca del estanque, y llevó allí cuanto podían necesitar. Después ofreció el vino y todo el mundo se sentó, y el mandadero en medio de ellas, en el vértigo, pues se figuraba estar soñando.
 
Entonces el tercer saaluk dió un paso y dijo:
Y he aquí que la proveedora ofreció la vasija del vino y llenaronla copa y la bebieron, y así por segunda y por tercera vez. Después la proveedora la llenó de nuevo y la presentó a sus hermanas, y luego al mandadero. Y el mandadero, extasiado, improvisó esta composición rimada:
 
::¡Bebe este vino! ¡El es la causa de toda nuestra alegría! ¡El da al que lo bebe fuerzas y salud! ¡El es el único remedio que cura todos los males!
 
::¡Nadie bebe el vino, origen de toda alegría, sin sentir las emociones más gratas! ¡La embriaguez es lo único que puede saturarnos de voluptuosidad!
 
Después besó las manos de las tres doncellas, y vació la copa. En seguida, aproximándose a la mayor, dijo: "¡Oh señora mía! Soy tu esclavo, tu cosa y tu propiedad!" Y recitó estas estrofas. en honor suyo:
 
{{capítulos|[[Las mil y una noches:26|Capítulo 26]]|[[Las mil y una noches:27|Capítulo 27]]|[[Las mil y una noches:28|Capítulo 28]]}}
¡A tu puerta espera de pie un esclavo de tus ojos, acaso el más humilde de tus esclavos!
 
[[Categoría:Las mil y una noches-Tomo I|027]]
¡Pero conoce a su dueña! ¡El sabe cuánta es su generosidad y sus beneficios! ¡Y sobre todo, sabe cómo se lo ha de agradecer!
 
Entonces ella le dijo, ofreciéndole la copa: "Bebe, ¡oh amigo mío! y que la bebida te aproveche y la digieras bien. Que ella te dé fuerzas para el camino de la verdadera salud".
Y el mandadero cogió la copa, besó la mano a la joven, y con una voz dulce y modulada 'cantó quedamente estos versos:
 
¡Yo ofrezco a mi amiga<ref> En el texto original "mi amigo". Los poetas árabes, por eufemismo, usan casi siempre el género masculino al hablar de sus amadas.</ref> un vino resplandeciente como sus mejillas, mejillas tan luminosas, que sólo la caridad de una llama podría compararse con su espléndida vida!
 
 
Ella se digna aceptarlo, pero me dice muy risueña: "¿Cómo quieres que beba mis propias mejillas?"
 
Y yo le digo: "Bebe, oh llama de mi corazón! ¡Este licor son mis lágrimas, su color rojo, mi sangre, y su mezcla en la copa, es toda mi alma!”
 
Entonces la joven cogió la copa de manos del mandadero, se la llevó a los labios y después fue a sentarse junto a sus hermanas. Y todos empezaron a cantar, a danzar y a jugar con las flores exquisitas. Y mientras tanto, el mozo las abrazaba y las besaba. Y una le dirigía chanzas, otra lo atraía hacia ella, y la otra le golpeaba con las flores. Y siguieron bebiendo, hasta que el vino se les subió a la cabeza. Cuando el vino reinó por completo, la joven que había abierto la puerta se levantó, se quitó toda la ropa y se quedó desnuda. Y de un salto echó su alma<ref> En árabe, se emplea la palabra alma, queriendo decir “uno mismo”, “una misma”, etc</ref>
en el estanque y se puso a jugar con el agua, se llenó de ella la boca y roció ruidosamente al mandadero. Esto no le estorbaba para que el agua corriese por todos sus miembros y por entre sus muslos juveniles. Después salió del estanque, se echó sobre el pecho del mandadero, y extendiéndose luego boca arriba, dijo señalando a la cosa situada entre sus muslos: "¡Oh mi querido! ¿Sabes cómo se llama esto?"
 
Y contestó el mozo: "¡Ah ...! ¡ah ... ! ordinariamente suele llamarse la casa de la misericordia".
 
Pero ella exclamó: "¡Yu! ¡Yu! ¿No te da vergüenza tu ignorancia?" Y le cogió del pescuezo y empezó a darle golpes.
 
Entonces dijo él: "¡Basta! ¡basta! Se llama la vulva". Y repitió ella: "Tampoco es así". Y el mandadero dijo: "Pues tu pedazo de atrás". Y ella repitió: "Otra cosa". Y dijo él: "Es tu zángano". Pero ella, al oírlo, golpeó al joven con tal fuerza, que le arañó la piel. Y entonces él dijo: "Pues dime cómo se llama". Y ella contestó: "La albahaca de los puentes". Y exclamó el mozo: "¡Ya era hora! ¡Alabado sea Alah! y él te guarde, ¡oh mi albahaca de los puentes!"
 
Después volvió a circular la copa y la subcopa. En seguida la segunda joven se desnudó y se metió en el estanque, e hizo lo mismo que su hermana. Salió después, se echó en el regazo del mozo, y
señalando con el dedo hacia sus muslos y a la cosa situada entre los muslos, preguntó: "¿Cuál es el nombre de esto, luz de mis ojos?" Y él dijo: "Tu grieta". Pero ella exclamó: "¡Qué palabras tan abominables dice este hombre!" Y le abofeteó con tal furia, que retembló toda la sala. Y después dijo él: "Entonces será la albahaca de los puentes". Pero ella replicó: "No es eso, no es eso". Y volvió a darle golpes. Entonces preguntó el mozo: "¿Pues cuál es su nombre?" Y contestó ella: "El sésamo descortezado". Y él exclamó: "¡Para ti sean, ¡oh el más descortezado entre los sésamos! las mejores bendiciones!"
 
Después se levantó la tercera joven, se desnudó y se metió en el estanque, donde hizo como sus hermanas, y luego se vistió, y fue a tenderse entre las piernas del mandadero, y le dijo, señalando hacia sus partes delicadas: "Adivina su nombre". Entonces él le dijo: "Se llama, esto, se llama lo otro".
 
Y numerando con los dedos, decía: "El estornino mudo, el conejo sin orejas, el polluelo sin voz, el padre de la blancura, la fuente de las gracias". Y por fin, en vista de sus protestas, acabó preguntando, para que no le pegara más: "¿Pues cuál es su nombre?"
 
Y ella contestó: "El khan (la posada) de Aby-Mansur".
 
Entonces el mandadero se levantó, se despojó de sus vestiduras y se metió en el agua. ¡Y su espalda sobrenadaba majestuosa en la superficie! Se lavó todo el cuerpo como se habían lavado las doncellas, y después salió del baño y fue a echarse en el regazo de la más joven, apoyó los pies en el regazo de la otra hermana, y señalando a su virilidad, preguntó a la mayor de todas: "¿Sabes, ¡oh soberana mía! cuál es su nombre?"
 
Al oír estas palabras, las tres se echaron a reír tan a gusto, que cayeron sobre sus posaderas, y exclamaron: "¡Tu zib!" Y él dijo: "No es eso, no es eso". Y les dió a cada una un mordisco. Entonces dijeron: "¡Tu herramienta!" Y él contestó: "Tampoco es eso". Y a cada una les dió un pellizco en un seno. Y ellas, asombradas, replicaron: "Sí que es tu herramienta, porque está ardiente; sí que es tu zib, porque se mueve". Y el mozo seguía negando, con un movimiento de cabeza, y luego las besaba, las mordía, las pellizcaba y las abrazaba, y ellas reían a más no poder, hasta que acabaron por decirle: "¿Cómo se llama, pues?" Entonces él meditó un momento, se miró entre los muslos, guiñó los ojos, y señalando a su zib, dijo: "¡Oh señoras mías! vais a oír lo que acaba de decirme este niño: "Me llaman el macho poderoso y sin castrar, que pace la albahaca de los puentes, se deleita con raciones de sésamo descortezado y se alberga en la posada de Aby-Mansur".
 
Y se rieron las tres tan descompasadamente al oírle, que de nuevo doblaron sobre sus partes traseras. Después siguieron bebiendo en la misma copa hasta que comenzó a anochecer.
 
Las jóvenes dijeron al mandadero: "Ahora vuelve la cara y vete, y así veremos la anchura de tus hombros". Pero el mozo exclamó: "¡Por Alah, señoras mías! ¡Más fácil sería a mi alma salir del cuerpo, que a mí dejar esta casa! ¡Juntemos esta noche con el día, y mañana podrá cada uno ir en busca de su destino por el camino de Alah!"
 
Entonces intervino nuevamente la joven proveedora: "Hermanas, por vuestra vida, invitémosle a pasar la noche con nosotras y nos reiremos mucho con él, porque es una mala persona sin pudor, y además muy gracioso". Y dijeron entonces al mandadero: "Puedes pasar aquí la noche con la condición de estar bajo nuestro dominio y no pedir ninguna explicación sobre lo que veas ni sobre cuanto ocurra". Y él respondió: "Así sea, ¡oh señoras mías!" Y ellas añadieron: "Levántate y lee lo que está escrito encima de las puertas". Y él se levantó, y encima de la puerta vió las siguientes palabras, escritas con letras de oro:
 
No hables nunca de lo que no te importe si no oirás cosas que no te gusten.
 
Y el mandadero dijo: "¡Oh señoras mías! os pongo por testigo de que no he de hablar de lo que no me importe".
 
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
 
 
 
== Notas del traductor ==
<references/>
 
 
 
{{capítulos|[[Las mil y una noches:19|Capítulo 19]]|[[Las mil y una noches:20|Capítulo 20]]|[[Las mil y una noches:21|Capítulo 21]]}}
 
[[Categoría:Las mil y una noches-Tomo I|020]]