Diferencia entre revisiones de «Didacticidades»

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{{gap}}En otras épocas, muy distantes ya, el maestro, magister, magis, el de más conocimientos, mago, como un actor en su escenario, se encumbraba en la cátedra; suntuoso sillón inaccesible para los ignaros, y desde allí, envuelto en su toga omnisciente, desplegaba los principios y profundidades de su sapiencia en torno de un tema de una asignatura del trívium o del cuadrivium, haciendo de la compleja claridad, su halo didascálico con el que instruía.
{{gap}}Así se discurría hablando de gramática, poética o retórica; o de otras ciencias matemáticas, astronómicas, médicas, filosóficas. La Edad Media retumbaba en los gruesos muros de las universidades, productos de esa época, y el reto de aprender coronaba con bachillerías, licenciaturas, maestrías o doctorados a muy pocos favorecidos, no tanto por lo económico, sino por la voluntad de saber desplegada. Las riquezas nunca han sido garantes de los grandes genios; muchos de ellos nacieron en modestas cunas, inclusive hasta miserables.
{{gap}}Por ello, esa experiencia es algo que los normalistas nunca tuvimos, pues aparecimos en tiempos donde la modernidad apenas se asomaba después de la Revolución Francesa. Y nuestra universidad virreinal nunca alcanzó las alturas de las europeas, hasta; tuvo que permanecer cerrada durante muchos años hasta su reapertura porfiriana.
{{gap}}Acaso por eso los normalistas, quienes normarían los saberes que el Estado iba a proporcionar a los hombres libres, iguales y fraternos, no comenzaron en las rutinas universitarias, desde las salvajes y aterrantes novatadas, divertidas para algunos espectadores, hasta las togas y birretes, exhibidoras de cierta pedantería y nostalgias reaccionarias, sino mucho tiempo después frente al pelotón de necesidades de conocimiento, como Aurelianos Buendía que los llevaban a conocer la invención universitaria pedagógica para que los normalistas “ascendieran”.
{{gap}}Y fue entonces cuando los universitarios pedagógicos se llenaron de teorías que con frecuencia fracasaban ante la batalla desoladora de la práctica escolar; frente a la realidad de niños y niñas; de adolescentes y jóvenes, que no coincidía con lo investigado en los escritorios y en los gabinetes.