Diferencia entre revisiones de «Consolación a Helvia»

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===XVII===
 
Hasta ahora he callado tu consuelo más grande; tu hermana, ese pecho fidelísimo en el que depositas todas tus penas como en el tuyo; esa alma maternal para todos nosotros. Con ella has confundido tus lágrimas; sobre su corazón has recobrado la vida. En tus afectos se inspiró siempre, pero cuando se trata de mí, no se aflige únicamente por ti. En sus brazos fui a Roma; en su maternal seno convalecí de larga enfermedad; ella fue la que puso en juego su favor para conseguirme la cuestura; y la que no podía sostener sin timidez una conversación o saludo en voz alta, por su cariño hacia mí triunfó de su modestia. Ni su vida retirada, ni su cortedad, que podría llamarse campesina si se considera la petulancia de muchas mujeres, ni su quietud, ni la tranquilidad de sus costumbres apacibles y solitarias la impidieron mostrarse hasta ambiciosa por mí. He ahí, querida madre, el consuelo que puede confortarte: únete cuanto puedas a esa hermana y retenla en estrecho abrazo. Los entristecidos suelen huir de lo que más aman, para que nada turbe su dolor: tú debes refugiarte en ella y con todos tus pensamientos: ora quieras conservar el luto de tu alma, ora quieras despojarte de él, en ella encontrarás fin o compañera a tu dolor. Pero si conozco bien la prudencia de esa mujer perfectísima, no consentirá que te consumas en inútil aflicción, y te citará su propio ejemplo, del que yo fuífui testigo. En medio de peligrosa navegación perdió a su amado esposo, nuestro tío, al que se había unido siendo virgen: sin embargo, pudo soportar a la vez el dolor y el temor, y triunfando de la tempestad, náufraga valerosa, salvó su cuerpo. ¡Oh, cuántas mujeres hay cuyas bellas acciones se pierden en la oscuridad! Si hubiese vivido en aquellas edades antiguas en que la sencillez sabía admirar las virtudes, ¡cuántos ingenios se hubiesen disputado la gloria de celebrar una esposa que, olvidando su debilidad, despreciando el mar, tan temible hasta para los más intrépidos, entrega su cabeza a los peligros por una sepultura, y ocupada completamente en los funerales de su espesoesposo, no piensa en los suyos! Los poetas han ensalzado en sus versos a la que se ofreció a la muerte en lugar de su esposo; sin embargo, mayor mérito existe en buscar la sepultura con peligro de la vida: el amor es más grande cuando con igual peligro consigue menos. Que nadie se admire ahora por qué durante diez y seis años que su esposo gobernó el Egipto, jamás se presentase en público, jamás recibiese en su casa a nadie de la provincia, jamás solicitase nada de su marido, ni consintiera que la pidiesen nada a ella misma. Así aquella provincia locuaz e ingeniosa para ultrajar a sus prefectos, en la que aquellos mismos que evitaron las faltas no pudieron escapar a la difamación, le celebra como único modelo de perfección; y, lo que era más difícil aún para hombres que se complacen en los sarcasmos, hasta con peligro de la vida, reprimieran la intemperancia de su lengua, y hoy mismo deseen alguno que se lo parezca, aunque no se atreven a esperarlo. Mucho es haber obtenido durante diez y seis años la aprobación de aquella provincia; pero es mucho más haber sido ignorada. No refiero estos detalles para celebrar todos sus méritos, porque sería aminorarlos mencionarlos tan ligeramente; sino para hacerte apreciar la grandeza de alma de una mujer a la que, ni la ambición ni la avaricia, compañeras y azote de todo poder, consiguieron dominar; de una mujer a la que el temor de la muerte, cuando esperaba el naufragio en su desamparada nave, no impidió abrazarse al cadáver de su esposo y cuidar, no de cómo le salvaría, sino de cómo lo llevaría al sepulcro. Necesario es que muestres igual valor, sustraigas tu ánimo al dolor y obres de modo que nadie te suponga arrepentida de tu maternidad. Sin embargo, como a pesar de lo que hagas, tu pensamiento se dirigirá siempre hacia mí y ningún hijo tuyo se presenta con tanta frecuencia a tu memoria, no porque les ames menos, sino porque es natural llevar más veces la mano a la parte dolorida, he aquí cómo debes pensar de mí: me encuentro alegre y contento como en los mejores días: nuestros mejores días son aquellos en que el ánimo, libre de todo cuidado, emprende cómodamente los trabajos, y en tanto, encuentra placer en los estudios ligeros, en tanto ávido de verdad se eleva para contemplar su naturaleza y la del universo. Primeramente examina las tierras y su posición; en seguida las leyes del mar que las rodea, sus flujos y reflujos alternos; y después contempla el intervalo que media entre el cielo y la tierra, lleno de asombros, y ese espacio en el que estallan con fragor los truenos, los rayos, el soplo de los vientos y las nubes que lanzan la nieve y el granizo: después de pasear por las regiones inferiores, álzase a las superiores, goza del magnífico espectáculo de las cosas divinas, y recordando su eternidad, camina en medio de lo que fue y de lo que será en todos los siglos.</div>
 
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