Diferencia entre revisiones de «El bautismo de Jesús»

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En Poesías de don José Zorrilla

I

Ante el trono de Dios el cielo abierto,
suspendido el dolor en el abismo,
la absorta creación con ojo incierto
se tornó a contemplar en el desierto
el sublime misterio del BAUTISMO.

Juan, el derramador de la semilla
de la palabra santa, de fe lleno
avanzó del Jordán hasta la orilla;
humilde y con el agua a la rodilla
dobló ante él la cerviz el Nazareno.

Juan, llenando una concha de agua pura,
la derramó sobre Jesús entera.
La voz de Jehová tronó en la altura,
y la raza de Adán la mancha impura
perdió de su fatal culpa primera.

II

¡Hostia de expiación, blanco Cordero
jamás contaminado de impureza!
Tú, purificación del orbe entero,
Tú, de limpieza virginal venero,
¿al agua ofreces la inmortal cabeza?

¿Quién se enaltece cuando Tú te inclinas?
¿Quién se cree limpio cuando Tú te bañas?
¿Quién llegará a esas márgenes divinas
que, al beber de sus aguas cristalinas,
no reciba la vida en sus entrañas?

Juez de los mundos, rey del firmamento,
la ribera erial que holló tu planta,
el río amargo cuyo curso lento
bañó tu cuerpo, desde aquel momento
fué dulce manantial, fué tierra santa.

III

Venturoso Jordán, por tu ribera
trasciende aún el incorrupto aroma
que exhaló de Jesús la cabellera;
aún le recibe la gentil palmera
del aura errante que de Ti le toma.

Del cuerpo de Jesús aún te embalsama
el ámbar celestial: aun le respira
el desierto con ansia, y en la llama
del sol, por cuanto de él entorno gira,
el soplo del Señor se desparrama.

El olor de la selva humedecida
por la lluvia, el perfume campesino
de los valles, la esencia desprendida
de las flores, ¿qué son sino perdida
emanación del hálito divino?

IV. PLEGARIA

Jesús, que limpio del borrón infausto
de la culpa mortal del primer hombre,
al viejo mundo de esperanza exhausto,
te viniste a ofrecer en holocausto
de su maldita descendencia en nombre;

Jesús, Hijo de Dios y de María,
lluvia del campo, aroma de las flores,
vida del universo y luz del día,
oye las preces que mi fe te envía
desde la tierra, lecho de dolores.

Lava mi corazón de inclinaciones
torpes, a Ti mi espíritu levanta,
para que no me cierren mis pasiones
las puertas de las célicas mansiones
que me abrió del bautismo el agua santa.


FIN