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 En su obscura posición y al servicio de los españoles le sorprendió el movimiento de 1810; se adhirió sin vacilar y reconoció el gobierno constituído en Buenos Aires. Su alma, empero, abrigaba una doble aspiración: quería la independencia de América, una América libre de todo extranjero yugo, pero anhelaba igualmente la autonomía de la patria uruguaya. Artigas deseaba que se reconociera la personalidad política de la Banda Oriental, como entonces se decía, la cual no había de ser una provincia dependiente de Buenos Aires, sino un Estado aparte. Sostenía la conveniencia de una Federación, pero si ésta no se establecía optaba en absoluto por la independencia.

 Figuró Artigas en el primer asedio de Montevideo (1811), durante el cual se le acusó de díscolo, ambicioso y turbulento por sus continuas querellas y reyertas con sus compañeros de armas. El gobierno constituído en Buenos Aires cerraba pacientemente los ojos á las arbitrariedades del caudillo, pues la situación de aquél era asaz delicada y la influencia de Artigas demasiada útil para prescindir de ella. La revolución no estaba en el caso todavía de enajenarse fuerzas ni siquiera voluntades.

 Montevideo capituló el 20 de junio de 1810 y Artigas fué ascendido á general. Proclamado por sus secuaces « patriarca de la Federación », exigió y obtuvo de Posadas la evacuación inmediata por los vencedores de lo que él llamaba la patria Oriental.

 Retiráronse los argentinos, quedándose él con sus patriotas. Pero si él había sido elevado de simple guerrillero á general, sus fuerzas no habían pasado de guerrillas á tropas regulares con organización y disciplina. Seguían, pues, siendo unas partidas irregulares y cometiendo desmanes que les enajenaban muchas simpatías. Y no se convirtieron en temibles hordas, por la autoridad que en ellas ejercía el jefe que las mandaba. La influencia de Artigas en su gente cada vez era mayor.

 Uno de los biógrafos de tan discutido personaje, escribe : « Á principios de 1815, derrotó Artigas á una división en el Guayabo (cerros de Asurunguá), quedando dueño de la posición y arbitro del país. Las atrocidades cometidas entonces