Diferencia entre revisiones de «El crimen de lord Arthur Saville»

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Línea 239:
 
 
Cuando despertó lord Arthur, estaba ya muy avan­zada la mañana y el sol de mediodía se filtraba a través de las cortinas de seda marfileña de su dormitorio. Se levantó y fue a mirar por el ventanal. Una vaga neblina de calor flotaba sobre la gran ciudad y los tejados de las casas pare­cían de plata oxidada. Por el césped tembloroso de la pla­za de abajo se perseguían unos niños como mariposas blancas, y las aceras estaban llenas de gentes que se diri­gían al parque. Ya me enterare de quien lee y quien no el resumen
 
Nunca le pareció la vida tan hermosa ni tan alejada de él la maldad. En aquel momento su ayuda de cámara le trajo una taza de chocolate sobre una bandeja. Después de bebérsela, levantó una pesada cortina color albaricoque y pasó al cuarto de baño. La luz entraba suavemente des­de lo alto a través de unas delgadas hojas de ónice trans­parente y el agua en la pila de mármol tenía el brillo apa­gado de la piedra lunar.
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Sin embargo, no conocía nada absolutamente de la ciencia de los venenos y, como el criado era, por lo visto, incapaz de encontrar algo en la biblioteca que no fuera la Ruffs-Guide o el Bailey' Magazine, examinó por si mismo los estantes llenos de libros y acabó por encontrar una edición muy bien encuadernada de la Farmacopea y un ejemplar de la Toxicología de Erskine, editada por sir Mathew Reid, presidente de la Real Academia de Medici­na y uno de los miembros más antiguos del Buckingham­ Club, para el que fue elegido por confusión con otro can­didato, contratiempo que disgustó tanto a la junta que, cuando el candidato auténtico se presentó, fue derrotado por unanimidad. Lord Arthur se quedó desconcertadísimo ante los términos técnicos empleados en los dos libros y empezaba a recriminarse por no haber prestado más atención a sus estudios en Oxford, cuando en el to­mo segundo de Erskine encontró una explicación acerta­disíma y muy completa de las propiedades del acónito, redactada en un inglés clarísimo. Le pareció aquél el vene­no que le convenía por todos los conceptos; era muy acti­vo, por no decir casi instantáneo; en sus efectos no causa­ba dolores y, tomado en forma de cápsula de gelatina, como recomendaba sir Mathew, era insípido al paladar. Por tanto, anotó en el puño de la camisa la dosis necesaria para ocasionar la muerte, devolvió los libros a su sitio y se encaminó por la calle de Saint-James hasta casa de Pestle y Humbey, los grandes farmacéuticos. Míster Pestle, que servia siempre personalmente a sus clientes de la aristo­cracia, se quedó muy sorprendido de su petición y, con to­no amabilísimo, murmuró algo respecto a la necesidad de una receta médica. Sin embargo, no bien lord Arthur le explicó que era para dárselo a un gran perro danés, del cual se veía obligado a desembarazarse porque presentaba síntomas de hidrofobia, habiendo intentado por dos veces morder a su cochero en una pantorrilla, pareció completa­mente satisfecho y, después de felicitar a lord Arthur por sus extraordinarios conocimientos de toxicología, confec­cionó inmediatamente la preparación.
 
Lord Arthur colocó la cápsula en una bonita bom­bonera de plata que adquirió en una tienda de la calle de Bond, tiró la basta cajita de Pestle y Humbey y se encami­nó directamente a casa de lady Clementina. YA ME ENTERARE DE QUIEN LEE EL RESUMEN Y QUIEN NO
 
-¿Que hay, monsieur le mauvais sujet? -le gritó la vieja señora al entrar él en su salón-. ¿Por qué no ha veni­do usted a verme en todo este tiempo?
Línea 303:
Aquella noche tuvo una entrevista con Sybil Mer­ton. Le dijo que se veía de pronto en una situación horri­blemente difícil, ante la cual no le permitían retroceder ni su honor ni su deber. Le explicó que era preciso aplazar la boda, pues hasta que no estuviese exento de aquel com­promiso no recobraría su libertad. Le rogó que confiase en él y que no dudase del porvenir. Todo marcharía bien, pe­ro era necesario tener paciencia.
 
La escena tenia lugar en el invernadero de la resi­dencia de mister Merton, en Park Lane, donde cenó lord Arthur como de costumbre. Sybíl no se mostró nunca tan dichosa y hubo un momento en que lord Arthur sintió la tentación de portarse como un cobarde y de escribir a lady Clementina revelándole lo de la cápsula, dejando que se efectuara el casamiento, como si no existiese en el mundo míster Podgers. No obstante, su buen criterio se impuso enseguida y no flaqueó ni al arrojarse Sybil llo­rando en sus brazos. La belleza que hacía vibrar sus senti­dos despertó igualmente su conciencia. Comprendió que perder una vida tan hermosa por unos cuantos meses de placer era realmente una acción feísima. YA ME ENTERARE DE QUIEN LEE EL RESUMEN Y QUIEN NO
 
Estuvo con Sybil hasta cerca de medianoche, con­solándola y recibiendo ánimos de su parte. Y al día si­guiente, muy temprano, salió para Venecia, después de ha­ber escrito a míster Merton una carta varonil y firme respecto al aplazamiento necesario de la boda.
 
Estuvo con Sybil hasta cerca de medianoche, con­solándola y recibiendo ánimos de su parte. Y al día si­guiente, muy temprano, salió para Venecia, después de ha­ber escrito a míster Merton una carta varonil y firme respecto al aplazamiento necesario de la boda.
 
== Capítulo IV ==