Diferencia entre revisiones de «Bodas reales/XX»

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==Bodas reales==
 
===XX===
 
»Volvieron a un trato cariñoso, aunque no muy íntimo, las dos hermanas -prosiguió Doña Cristeta-; pero la enormísima caterva de Muñoces que se nos fue metiendo en la servidumbre, trajo nuevos disgustos. Cuentan que quedó despoblado Tarancón. Los padres, viendo tan bien casado al chico, no habían de ser tan zotes que desperdiciaran la buena ocasión de colocar a todita la familia. Yo me pongo en su caso. A una hermana, la Alejandra, la tuvimos de Camarista; a D. José Muñoz, de Contador del Real Patrimonio, y con ellos vino una reata de parientes, amigos y allegados que no se acaba nunca. Mil desazones ocurrieron, y todo era enojos, piques, desabrimientos; que cuanto más grande es una casa, más fácilmente extienden por ella los malignos la máquina de chismes y enredos. A mi señora la perdió su propio genio desmandado, y de tal modo se descompuso, que ella y su marido el Infante hubieron de salir a destierro, por razón política... ¡Que si Don Francisco de Paula había hocicado o no había hocicado con los del ''Progreso''...! Embustes, hija, pretextos para echarles de aquí. No pude yo seguir a la Infanta porque mi Nicolás, que atacado venía del pecho desde el año anterior, se me agravó en aquellos días, y su enfermera tuve que ser hasta que se le llevó Dios. Fue un dolor, ¡ay! Figúrese usted, Leandra, un hombre como un castillo... Pero vamos al cuento. En París, donde no tenía Doña Luisa Carlota quien le moderase los ímpetus, hizo esta señora ¡pobrecita de mi alma!, desatinos enormes. Perdida toda discreción, no sólo contaba sin rebozo a cuantos oírla querían la historieta de su hermana con el caballero de Tarancón, sino que permitió que alguien la escribiese con tales pormenores y malicias, que ello parecía obra del demonio... Se me olvidaba decir a usted que cuando salió desterrada mi señora, no caí yo en desgracia semejante, pues la Reina Cristina, sabedora de los buenos consejos que yo daba a la Infanta, en la casa me dejó, y sirviéndola yo con rectitud, le di pruebas de mi lealtad a la Real Familia, sin distinción de hermanas. Por esto fue mayor mi rabia cuando me enteraron de las inconveniencias de la otra en París... Vino después la caída de Cristina, despojada de la Regencia por ese pillo de Espartero; la Reinita y su hermana quedaron en Palacio como prisioneras del Progreso, hasta que los buenos vinieron a libertarlas y a poner las cosas de la Nación en su lugar. Volvió a Madrid Doña Luisa Carlota, y yo a su intimidad. ¡Ay, qué arrepentida estaba de sus ligerezas! Tal era su pena, que no debemos atribuir a otra causa su muerte prematura. Y motivos tenía la pobre para desesperarse y poner el grito en el cielo. Reñida con su hermana, ya era punto menos que imposible colocar a uno de sus hijos en el Trono casándole con Isabel II. 'Pero, señora -le decía yo, no menos desconsolada que ella-, ¿por qué no hizo Vuestra Alteza caso de mí, que mil veces tuve el honor de advertirle que previera este matrimonio?'. Y ella bajaba la cabeza humillada, y decía: 'tienes razón: he sido una bestia, sí, Cristeta, una bestia...'. Pero ya no tenía remedio: la Reina Cristina, que no quería ya cuentas con su hermana, hizo la cruz a los hijos de esta, Paco y Enrique, borrándolos de la lista de maridos probables de Isabel. Mi señora, que si no modelo de hermanas, fue madre excelente, devoraba su amargura por la condenación de sus queridos niños, y tanto quiso contener, tanto quiso amarrar su genio dentro del alma para no escandalizar, que de ello le vino el arrebato de sangre que remató su vida. ¡Pobre, desgraciada señora! Si pecó de imprudencia y de ira, le habrá valido contra esos pecados su grande amor de madre, y lo buena y generosa que fue siempre para su servidumbre... En fin, Dios la tenga en su santo seno».
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Ya no hablaron más en la bollería, porque se vino encima la noche, y las dos señoras, con sendos paquetes de ''ciento en boca'', tomaron la vuelta de Jacometrezo para dirigirse, no al domicilio de la Carrasco, sino al de la Socobio, en el número 14 y 16 del Caballero de Gracia, donde habían concertado cenar juntas. Así lo hicieron, esmerándose la palaciega en dar todo el esplendor posible al obsequio, y mientras cenaban y de sobremesa, no cesaron de picotear, hasta que llegó el chico mayor de Carrasco a buscar a su madre. Eran las doce. Casi al mismo tiempo que Doña Leandra entraron en la casa Eufrasia y Lea, que venían del Circo, donde habían visto el estreno de ''Juana la Prie'', de Donizetti, por el gran Moriani. La ópera, según dijeron, era ligerita; Moriani había cantado como un ruiseñor, y la Gruitz lució un traje de superior gusto y elegancia.
 
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