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{{encabezado|Vida de San Millán|[[San Braulio]]|}}
 
''Braulio, indigno obispo, al varón de Dios y mi Señor y hermano Fronimiano, salud.''
 
<div class=Parrafo>En tiempo de mi señor y hermano mayor Juan, obispo, de piadosa recordación, maestro de la vida y doctrina común y santa, obedeciendo así a los ruegos de éste, como a tus órdenes, había intentado y estaba decidido a escribir, según mis escasos conocimientos y mi salud lo permitían, la vida del bienaventurado Millán, presbítero, único Padre y Patrón, y singularmente elegido por Cristo en nuestros tiempos, conforme a la fiel noticia adquirida por la declaración de los testigos Citonato, abad venerble, Sofronio y Geroncio, presbíteros, y de Potamia, mujer religiosa de santa memoria. Mas porque al principio sólo había anotado sus virtudes, procurando qué decir, se interrumpió la obra por el descuido de los sirvientes ; y ocupado después en varios negocios, y por la mudanza de los tiempos, había casi desistido de mi propósito, de modo que, aun cuando tú me hicieras fuerza, no me aplicara yo a ello.
 
Pero ahora, paréceme que por voluntad divina, queriendo ver un códice por cierta cosa que se me había ocurrido, y habiendo mandado lo buscasen, revolviéndose para ello una gran multitud de libros, fueron halladas las notas sin que nadie las buscase; pues no habiendo esperanzas de encontrarlas, ninguna intención había de buscarlas. Mas porque dice el Profeta: «Fui hallado por los que no me buscaban», mi corazón se alegró y se regocijaron mis entrañas, no por el trabajo de la antorcha encendida, sino por el gozo de la dracma hallada. Creyendo finalmente que esto era por divina dispensación, me resolví a hacerlo, ya para recibir el fruto de la obediencia, ya para satisfacer a vuestra continua petición.
 
Por tanto, dicté, como pude, y escribí en lenguaje sencillo y claro, como conviene a tales asuntos, un pequeño librito de la vida del mismo Santo, con el fin de que pueda leerse sin cansancio en la celebración de su Misa; y lo he mandado a ti, mi señor, y he procurado poner al frente del libro esta mi carta sujetándolo a tu censura para ,que lo examines con objeto de que, conocido por ti solo, si algo no te agradare, o lo enmiendes o lo repruebes; y si está bien, lo conserves, lo comuniques a quien quieras, y des por mí gracias a nuestro Criador, de quien son todas las cosas buenas. A mí tocó el obedecer; a ti corresponde ahora el publicarlo, si lo juzgares digno. Mas una cosa te pido, y es que si encuentras en él algo que deba corregirse, lo enmiendes antes de que se publique, y no lo reprendas antes de que veas en él lo que da gusto. Y supuesto que viven todavía el varón santísimo Citonato, presbítero, y Geroncio, quiero que estos mismos reconozcan primero todo cuanto en él escribí, para que discutiéndolo entre ellos, si no me he equivocado en los nombres ni en las cosas, lo confirmen.
Al fin del librito he añadido aquellos hechos milagrosos obrados en el mismo lugar, según me los contasteis el año pasado, y los refiero como de vosotros los oí. También he mandado el himno de la festividad del mismo Santo, como me rogaste, compuesto en versos yámbicos de seis pies. He considerado superfluo añadir el sermón, pareciéndome que no hay exhortación más eficaz que el referir sus virtudes, y que, ocupando ya tanto tiempo la lectura de la vida, si se añadiere el sermón, cansaría los ánimos de los oyentes.
Ruego, pues, encarecidamente que cuanto he hecho sea grato, lo mismo a ti, cuyos mandatos he obedecido, Como al Santo, de quien los antedichos varones, excitados por el amor de sus virtudes, declararon lo que habían visto, y habiendo experimentado vosotros lo mismo todos los días, alcanzasteis el que lo escribiese, impulsado yo para hacer lo que me mandasteis por el deseo del premio que había de recibir. He mandado también a mi querido hijo Eugenio, diácono, que se hiciese Misa común para la misma solemnidad, creyendo lo hará como si yo lo hieciese; pues éste de quien me sirvo en todos mis consejos y determinaciones, hará mi oficio en honor de aquel varón beatísimo; considerando juntamente que debe disfrutar también del premio de estas cosas quien me acompaña en todas las demás.
La gracia de Cristo se digne guardar incólume a vuestra beatitud, y se acuerde de mí.
 
 
(VIDA Y MILAGROS DEL GLORIOSISIMO SAN MILLAN)
 
Así como la novedad del asunto persuade a referir las obras insignes de milagros del varón apostólico y santísimo Millán, presbítero, hechas en nuestros tiempos, así también espanta la inmensidad de lo que hay que decir. ¿Con qué estilo podrá el que está dado a las cosas de la tierra tratar las obras de un varón celestial, que si se compara con los varones de los siglos pasados es brillante como estrella de primera magnitud, y si con los del presente, es ilustre en virtudes inimitables ? Y creo que si en la narración se empleasen las fuentes ciceronianas, y brotando éstas en manantiales de elocuencia se esparciesen copiosamente, y la abundancia de palabras se condensara en múltiples sentencias, ni aun así podrían explicarse todas las gracias y milagros que desde que comenzó a despreciar el mundo, y no sólo hasta su muerte, sino siempre obró y obra por su mediación Cristo, que es el Hacedor de maravillas.
Cuando me fijo en esto, el temor se apodera de mi ánimo, habiendo en mí no riqueza, sino pobreza de ciencia; no fecundidad, sino infecundidad de palabras ; pues ni siquiera sé cuán poco es lo que sé. Quítame, sin embargo, el temor la verdad de la promesa de Cristo, que nos instruye diciéndonos : «Abre tu boca y yo la llenaré». En otra parte: «El Señor dará palabra muy poderosa a los que evangelizan». y también aquello: «No sois vosotros los que habláis , sino el Espiritu de vuestro Padre es el que habla en vosotros».
Todo esto me protege a maravilla; y así, desechado el temor, cobra aliento el ánimo; y véase cómo se propone entrar a paso firme por donde antes temblaba, confiado, ¡Oh, Cristo!, en tu gran poder; pues Tú, que diste al jumento que hablase con palabras de hombre, puedes conceder al hombre que hable en términos convenientes. Añádese a esto que el fin a que aspiro y el motivo de mi esperanza, por más que parezca tenerlos asegurados, no los he de álcanzar sino por premio de esta obra y trabajo, con lo cual como con nitro pueda lavar mi alma mancihada y harto sucia, según aquello que con mucha elegancia dijo uno de los antiguos Padres; «Esta obra, sí, esta obra tal vez me librará del fuego».
Aún falta expresar el último motivo por que preferí confiar todo esto a pobres páginas que encubrirlo con lento silencio; y es que en estas verdades el prolongado callar de los antecesores no perjudicase al asentimiento que deben prestarles los que vengan después.
Mas para decir algo a los que se empeñan en hacer ostentación de su elocuencia, sepan que deben tenerse en poco las ,bufonadas de los detractores ; pues a los cristianos humildes y pequeños no les propone el derecho eclesiástico que sigan la vana verbosidad. ni la ligereza de la inquietud humana, ni, finalmente, la vanagloria de mostrarse en público, sino la gravedad sobria, modesta y justa de la verdad. A fe que es mejor decir verdades con poca erudición que mentiras con mucha elocuencia: lo cual se entiende muy bien en los Evangelios del Salvador,que se predican al pueblo en estilo sencíllo. ¿Será por eso que yo, llevado de mi impericia desprecie la elocuencia de los varones prudentes ? De ningún modo; lo que repruebo es la inveterada ligereza de la gente mordaz. Pues no pienso que los varones honestos, prudentes y graves hayan de incomodarse conmigo por el poco gusto de esta obra, puesto que saben que en la casa del Señor debe ofrecerse aquello que cada uno puede, y que le es acepta hasta la ofrenda de las cosas de menos valor. Pero aun a las personas que de elocuencia se precian, si quisieran tratar este asunto, no sólo no les faltaría materia, como antes he dicho, sino que no podrían explicarlo todo, Por lo cual, aunque aprendí algo de las letras humanas, en manera a:lguna quise aprovecharme aquí de ellas, por no causar dificultad en el entenderlo a los menos instruidos, ni turbar los reales de Israel con el lenguaje de Jericó.
Habiendo, pues, de decir lo que me propuse, quiero advertir al que leyere u oyere, que no preste a ello su atención con la avidez curiosa de la palabra, sino lleno de espíritu religioso; pues si espera saciarse de palabras, no pase adelante, porque gastaría el tiempo en vano. Mas si desea conocer lo que voy a decir, lléguese a oírlo con devoción; y sepa ante todo que se refieren aquí algunos hechos que todos debemos imitar, pero también se refieren ciertas cosas tan propias y exclusivas de aquel varón santísimo, que nadie sin daño de sí mismo podría proponérselas para imitarlas ; las cuales, sin embargo, deben ser incentivos para que, admirados alabemos a Dios, porque a la generalidad le conviene guardar preceptos generales, y sólo han de goza:r de especiales dones aquellos a quienes el Todo Poderoso mandó que se diesen. Y esto es conforme a lo que juzgan los jurisconsultos respecto a los beneficios que se hacen por mandamiento de los príncipes.
Ni volveré a repetir lo dicho arriba, ni ensalzaré a sus abuelos o bisabuelos, como hacen los retóricos ; pues, aun según éstos, más los merece quien nació de humildes padres, si con sus buenas obras ennobleció la bajeza de su alcurnia.
 
§ 1. DEL PRINCIPIO DE SU CONVERSIÓN
Ayudando, pues, a nuestros intentos Jesucristo y las oraciones del mismo varón santo, comencemos también nosotros por el principio de su conversión, describiendo su vida desde que tuvo casi veinte años de edad: porque los venerables sacerdotes de la Iglesia de Cristo Citonato, Sofronio y Geroncio, presbíteros de santa y purísima vida, a quienes no da la Iglesia poco mérito, nos contaron fielmente lo que vieron. A estos fidelísimos testigos agrégase el testimonio de la muy religiosa Potamia, de santa memoria, que con la nobleza de su vida realzó la nobleza de su linaje. Estos cuatro escogí por testigos de los milagros que hizo en vida, además de los testimonios que pueblos y provincias dan de esto, como lo acredita casi toda España. Por eso necesariamente omitimos aquellos que por su frecuencia se han hecho casi cotidianos; porque, como antes dijimos, no es posible escrirbirlos todos : y si alguno desea saberlos, ciertamente que mejor los creería viéndolo por sí mismo. Pues, como empecé a decir, los sobredichos testigos refirieron que su conversión y vida fue así.
El que había de ser pastor de hombres era pastor de ovejas, y guiábalas a lo más escondido de los montes. Y, como es costumbre de pastores, llevaba consigo una citara para que, asistiendo a la guarda de su ganado, el decaimiento no se apoderase del alma ociosa y no ocupada en algún ejercicio. Como llegase al lugar ordenado por Dios, le vino un sueño del cielo, porque aquel artífice de los puros corazones, con grande artificio suele hacer su oficio;. y convirtió el material de la citara en instrumento de letras, y levantó el alma de un pastor a la contemplación de cosas soberanas. En despertando, trató de consagrarse a la vida celestial, y dejando los campos, caminó para el yermo.
 
§ 2. DE CÓMO SE FUE EN BUSCA DE CIERTO MONJE QUE ESTABA EN EL CASTILLO BILIBIENSE
Por fama que había, supo de cierto monje llamado Felices, varón santísimo, de quien ventajosamente podía ser discípulo, y que moraba entonces en el castillo de Bilibio. Poniéndose en camino, llegó a él, y sujetándose con ánimo resuelto bajo su disciplina, aprendió de qué manera podía dirigirse con paso firme al reino de los cielos. Esto me parece que es una lección para nosotros, a fin de que sepamos que ninguno sin maestro puede caminar rectamente a la vida bienaventurada. No lo hizo este varón, ni Cristo instruyó por sí mismo a San Pablo, ni quiso el poder divino que Samuel prescindiera de ello; pues a este Santo le mandó que fuese al ermitaño, y mandó que Pablo fuese a Ananías y Samuel a Helí, aunque ya el mismo Señor se había manifestado a ellos por medio de milagros y de palabras.
 
§ 3. DE CÓMO LLEGÓ AL SITIO DONDE AHORA ESTÁ SU ORATORIO
Después que el ermitaño le instruryó muy bien en los caminos de la vida, copiosamente rico de reglas y tesoros de salvación, abundante en gracia de doctrina, volvió a su patria; y así llegó no lejos de la villa de Berceo, al sitio donde ahora está su cuerpo glorioso; sin que allí permaneciese mucho tiempo, porque vio que le era gran embarazo la multitud de gente que allí acudía a él.
 
§ 4. DE CÓMO SE FUE AL YERMO
Caminó al sitio más elevado, dirigiendo alegre sus pasos por terrenos escabrosos. El espíritu estaba pronto; de modo que, no solamente con el corazón, sino también con el cuerpo, caminando por el valle de las lágrimas de virtud en virtud, pareciese que subía de alguna manera la escala de Jacob. y cuando llegó a lo más apartado y escondido del monte Distercio, y estuvo tan próximo a la cumbre cuanto lo permitían la temperatura y los bosques, hecho huésped de los collados, privado de la compañía de los hombres, solamente disfrutaba de los consuelos de los ángeles, habitando alli casi por espacio de cuarenta años. Las luchas visibles e invisibles, las varias y arteras tentaciones, y las asechanzas que de parte del antiguo engañador de las almas allí sufriera, sólo pueden conocerlo bien aquellos que, consagrándose a la virtud, las experimentan en si mismos. Entretanto, él dirigía todo su afecto, todo su deseo, todos sus impulsos, sus pasos todos, hacia donde se había propuesto el firme propósito de su devoción santa. ¡Oh, inmenso don! ¡Oh varón singular! ¡Alma aventajadísima, tan entregada a la contemplación, que parecía que el mundo nada tenía que ver con ella! ¡Cuántas veces, según conjeturo, ardiendo en él la llama del amor divino, entre aquella espesísímas y altísimas selvas, en las elevadísimas cumbres de los collados, y en la cima que parecían avanzar hasta los cielos, decía en voz alta a Cristo: «Ay de mí, que mi peregrinación en la tierra se va haciendo muy larga». ¡Cuánta veces exclamaba entre sollozos y suspiros: «Deseo morir y estar con Cristo»! ¡Cuántas otras, grandemente conmovida su alma, plañía diciendo: «Mientras vivo en este cuerpo estoy distante del Señor y fuera de mi patria»!
Y el Santo, aterido de frío, abandonado en soledad, impregnado por la inclemencia de las lluvia, atormentado por la fuerza de los vientos, soportaba, no sólo con paciencia, sino hasta con alegría y anhelo, el rigor de los fríos, la tristeza de la soledad, lo torrencial de la lluvia y la aspereza de los vientos, escudado con el amor de Dios, contemplando los sufrimientos de Jesucristo y fortalecido con la gracia del Espíritu Santo. Mas así como la ciudad situada en el monte no puede estar oculta mucho tiempo, así la fama de su santidad se extendió tanto, que llegó a noticia de casi todos.
 
§ 5. QUE EL OBISPO DIDIMO LE CONFIRIÓ EL CUIDADO DE UNA IGLESIA
Como también llegase esto a noticia de Dídimo, obispo entonces de Tarazona, acósale queriendo conferirle las sagradas órdenes, porque estaba en terreno de su jurisdicción. Desde luego le pareció a Millán cosa dura y grave el huir y oponerse, como duro y grave le parecía el que de su soledad, que era para él un cielo, le volviesen al mundo. Finalmente: creíase menos hábil para ejercer el pesado oficio de sacerdote, y pasar de la vida contemplativa a la activa ; pero, después de todo, a pesar suyo, fue obligado a obedecer, por lo cual se le confirió el cargo de cura de la iglesia de Berceo. Dejando entonces aquellas ocupaciones a que suelen dedicarse en nuestros tiempos algunos de nuestra clase, desempeñaba santamente su cargo. Contra su gusto había entrado en la nueva vida; pero en ella observaba un rezo no interrumpido; absteníase de alimento durante semanas enteras ; velaba continuamente; era su prudencia verdadera, su esperanza cierta, grande su frugalidad, benigna su justicia, sólida su paciencia, y, para decirlo en pocas palabras, perseveraba infatigable en gran moderación, absteniéndose enteramente de hacer nada malo. Había escogido también en los prados de la inefable divinidad flores de sabiduría, de modo que no habiendo aprendido de memoria sino apenas hasta el salmo VIII. adelantábase incomparablemente a los filósofos del mundo, siendo mucho más excelente que ellos en ciencia, prudencia e ingenio. Y así debía ser, pues lo que aquéllos consiguieron humanamente por el estudio, a éste se lo dio divinamente la gracia del cielo. Ciertamente, fue, a mi juicio, muy semejante en su vocación a los santos Antonio y Martín, en la vida y en los milagros. Y, omitiendo otras muchas cosas, diré que entre sus ocupaciones eclesiásticas propúsose ante todo valerosa y diestramente desterrar cuanto antes le fuera posible la avaricia de la casa del Señor ; y por eso los bienes eclesiásticos, la sustancia de Cristo, distribuíalos entre los pobres, que son las entrañas de Jesucristo, haciendo así a la Iglesia de Cristo opulenta, no en riquezas materiales, sino en virtudes ; no en rentas, sino en religión; no en intereses, sino en cristianos; pues sabía que ante Dios no sería juzgado por la pérdida de los bienes temporales, sino por la pérdida de las almas.
 
§ 6. DE CÓMO LOS CLÉRIGOS LE ACUSARON ANTE EL SOBREDICHO OBISPO
Por eso alguno de sus clérigos, como suele ser costumbre de los que son muy malos, le hicieron comparecer en presencia del sobredicho obispo, para acusarle por los daños que infería a la hacienda ; y, querellándose, dijeron que en la administración del Santo había venido tan a menos lo que la Iglesia percibía, que era un verdadero perjuicio. Arde el ánimo del prelado en llamas de ira; ciégale la envidia de las virtudes del Santo. Fijando su mirada en el varón de Dios, le reprende duramente; y aunque con la pasión y cólera había dicho muchas cosas, el insigne varón de Dios permanecía inmóvil en su acostumbrada tranquilidad, fortalecido con la santidad y amparado con su paciencia. Quitándole entonces el cargo que antes tenía, pasó inocente el resto de su vida en el sitio que ahora se llama su oratorio.
Hasta aquí he hablado de su conversión y de su vida. y aunque fueron más hermosas las gracias que estuvieron ocultas (las nuevas peleas que le señaló el Señor, y en fe y en verdad manifiesta nos las enseñó San Pablo, maestro de las gentes), que las que por medio de varios dones de virtudes se hicieron públicas, aun éstas fueron en tanto número, que no todas pueden escribirse; sin embargo, diremos ya los milagros con que el mismo Santo se hizo glorioso, si bien continuando la narración con estilo humilde, por Jesucristo nuestro Señor, etc.
 
§ 7. DE CÓMO EL DIABLO EN FIGURA HUMANA LUCHÓ CON ÉL
Sucedió que cierto día el enemigo del género humano salió al camino a este atleta del Rey eterno, dirigiéndole estas palabras . «Si quieres saber quién de los dos puede más probemos las fuerzas, entremos en lucha». Aún no había, acabado de decirlo, cuando asió del Santo, tocándole visible y corporalmente, y fatigándole largo rato, de modo que casi le hacía vacilar. Mas tan pronto como el Santo pidió socorro a Jesús el favor divino aseguró sus vacilantes pasos, y al punto ahuyentó al ángel apóstata, que se evaporó en el aire.
Si alguno tuviera esto por increíble, es decir que el demonio, siendo espíritu, pudiera ser tocado, aparte del sentido místico, explique cómo de Jacob refieren las divinas páginas que luchó con el ángel, si bien éste era ángel,bueno. Lo que yo digo es que no necesitó Satanás tanta audacia para tentar al siervo como para tentar al Señor, a Millán como a Cristo, al hombre como a Dios, a la criatura como al Criador.
 
§ 8. DEL MONJE ARMENTARIO A QUIEN SANÓ DE UNA HINCHAZÓN
Mas viniendo a lo que me había propuesto referir, acaeció que cierto monje llamado Armentario padecía de dureza e hinchazón de vientre, y vino devoto a que le curase el santo; éste aplicó la mano al sitio dolorido e hizo sobre él la señal de la cruz, desapareciendo al punto la enfermedad, y Armentario, recobrada la salud, bendijo al Señor.
 
§ 9. DE UNA MUJER PARALITICA QUE SE LLAMABA BÁRBARA
Llevaron a su presencia cierta mujer llamada Bárbara, de tierra de Amaya, baldada y muy afligida por la parálisis; y la oración del Santo le restituyó la salud, que hacía mucho tiempo había perdido.
 
§ 10. DE OTRA MUJER COJA
También le suplicaron que curase a otra mujer del mismo territorio, a quien traían y llevaban en un carro, porque, como hacía largo tiempo que estaba coja, no podía servirse de los pies. Era esto en los días de la Cuaresma, y por reverencia a este tiempo no quería el Santo ver a la enferma; pues en tales días recogíase a su celdita y no acostumbraba a ver a nadie, sino a uno de los suyos, que le llevaba un pobre y muy escaso alimento con que sustentar la vida. Pues, como he dicho, no queriendo verla, insta ella ardientemente que, al menos, le permita besar su báculo; y escuchando esto apiadado el varón de Dios, al punto lo dirigió hacia donde estaba la mujer, quien, viendo que se le dirigía, lo veneró y lo besó. Afirmados y consolidados sus pies, se levantó sana y, agradecida por el don divino, marchó al instante gozosa.
 
§ 11. DE CÓMO RESTITUYÓ LA VISTA A UNA CRIADA DEL SENADOR SICORIO
Mucho tiempo hacía que estaba ciega una criada del senador Sicorio: pidióle al Santo que le restituyese la vista; luego, el varón de Dios, orando y tocándole los ojos, le consiguió la salud por favor de Cristo. Hizo ella gustosa lo que le mandaron y, recobrada la vista, vio con luz clarísima todos los objetos.
 
§ 12. DE CÓMO SANÓ A UN DIÁCONO QUE ESTABA ENDEMONIADO
Un demonio insolentísimo se apoderó terriblemente de cierto diácono, el que, asido por varios hombres, fue llevado a presencla. del Santo para ser curado. Enfurecido y arrebatado por el frenesí, padecía de locura: el beatísimo varón mandó al espíritu inmundo que se apartase del obseso, y al instante el desobediente aprendió a obedecer; afligido con penas invisibles, fue lanzado del cuerpo donde había hecho su morada y, dejando al hombre, prorrumpió éste con palabras en divinas alabanzas.
 
§ 13. QUE EL SANTO LIBRÓ DEL DEMONIO AL SIERVO DE UN TAL TUENCIO
Un tal Tuencio tenía un siervo llamado Sibila, de quien se habían posesionado los espíritus inmundos: su familia le llevó al Santo varón, el cual, en viéndole, preguntó cuántos demonios eran los que allí estaban; éstos dijeron que eran cinco, y cada uno se manifestó con su nombre. Mandóles en virtud de Jesucristo que saliesen, y al punto salieron todos con gran terror y estrépito. Curado el hombre, volvió felizmente a su casa.
 
§ 14. QUE CURÓ A OTRO ENERGÚMENOJ SIERVO DEL CONDE EUGENIO
Curó también con la incomparable virtud de la divina omnipotencia a un siervo del conde Eugenio, que estaba poseso y afligido del demonio, por más que el enemigo se creía con derecho a él, porque hacía mucho tiempo que le había invadido.
 
§ 15. DE NEPOCIANO, SENADOR, Y DE SU MUJER PROSERIA, QUE ESTABAN ENDEMONIADOS, Y LOS SANÓ
¿Qué diré ahora de los senadores Nepociano y Proseria ? Así como tenían la dicha de estar unidos por el matrimonio, tenían la desgracia de padecer juntamente la posesión del diablo; de manera que parecía que un solo demonio habitaba en los dos cuerpos, y creía el maldito tener afirmado su derecho por doble posesión. Cuán patente fuese la salud que recobraron, se conoce porque se divulgó tanto que, a no ser por el temor de que con el transcurso de los siglos se olvidase, parecería inútil referirlo aquí; puesto que no hay entre los cántabros quien no pudiera haberlo visto u oído. Llevados, pues, aquellos posesos a nuestro Millán, manda el Santo al inmundo enemigo dejar los cuerpos de Nepociano y Proseria ; y no pudiendo el diablo oponerse al imperio del Santo, es obedecido el mandato. Ambos, viéndose libres, alabaron al Rey de los cielos.
 
§ 16. DE LA HIJA DEL CURIAL MÁXIMO, LIBRADA DEL DEMONIO
También el demonio había acometido con recio choque a una hija del curial Máximo, llamada Columba, y apoderándose de ella produciéndole espasmos. Sin que la paciente lo advirtiese, fue puesta delante del siervo de Dios, con grandes esperanzas de que la sanaría. y haciéndole el Santo la señal de la cruz en la frente, fue al punto echado y arrojado el demonio, alcanzando ella el consuelo de la salud.
 
§ 17. DE CÓMO EL DEMONIO FUE LANZADO DE LA CASA DE HONORIO, SENADOR DE PARPALINES
Habíase apoderado un demonio insoportable y revoltoso de la casa del senador Honorio, y tan abominablemente habitaba allí, que de continuo hacía mil suciedades y torpezas, sin que nadie pudiera sufrir semejante morador. Muchas veces, estando el dueño de la casa sentado a la mesa con sus huéspedes, el inmundo espíritu metía en las viandas porquerías y huesos de animales muertos; otras muchas veces, cuando por la noche estaban todos descansando, cogía los vestidos de hombres y mujeres y los colgaba del techo, como si fueran trapos sucios. No sabía Honorio qué hacerse, por más que quería salir de tal situación; pero entre sus angustias se animó informado de los milagros que hacía ese santo varón, y cobrando esperanzas mandó a llamarlo, enviándole medios de transporte para que fuese. Llegan los mensajeros y le suplican que vaya y eche al demonio del modo que pueda. Al fin. fatigado de sus ruegos, fue, no en los vehículos que Honorio había mandado, sino a pie, para manifestar de esta manera el poder de Dios. Cuando llegó a Parpalines, pues allí sucedía el caso, vio que era cierto todo lo que le habían contado, y hasta él mismo tuvo que sufrir allí algo. Prescribe el Santo que se ayune; hace que se reúnan los sacerdotes que habitan en Parpalines, y al tercer día, cumplido el ayuno que había prescrito, bendice la sal y la mezcla en el agua, según el rito eclesiástico, y comenzó a rociar la casa con agua bendita. Entonces el enemigo salió precipitadamente de lo más escondido de la casa, y viéndose separado y lanzado del sitio en que estaba de asiento, apedreó al Santo; pero amparado éste con escudo inexpugnable, ningún daño sufrió. Ahuyentado finalmente el demonio, y vomitando llamas con hedor muy repugnante, se fue al desierto. y así los moradores de la casa quedaron gozosos, viéndose salvos por la oración del Santo.
 
§ 18. DE CÓMO DIOS LE PROTEGÍA
¿Qué más? Tan santo era aquel varón, tanto le cuidaba el poder divino, y tenía tanto imperio de autoridad suprema, que concurriendo a él muchedumbre de energúmenos, no solamente no manifestaba el más mínimo rastro de temor, sino que él solo se encerraba con todos ellos en el sitio donde por la gracia de Dios los había de curar, y sucedía con frecuencia que una vez acostado hacían los energúmenos esfuerzos por abrasarlo, llevando hasta su cama teas encendidas, las cuales aplicadas allí perdían su virtud de quemar; mas ellos, insistiendo en lo mismo, pasaban la noche trabajando en vano. Así, pues, cuando el Santo notaba lo que hacían, a su imperio atábanse unos a otros aquellos enajenados, y de este modo sus manos prestaban ayuda para que nada malo sucediese a pesar de que sus corazones estaban llenos de maldad. Tampoco debo callar lo que ya veo que por sí está patente al mundo.
 
§ 19. DEL MADERO QUE CRECIÓ POR LA ORACIÓN DEL SANTO
Hablo de aquel madero que, labrado por la mano de los operarios, llevó para que sirviese en la construcción de un granero, y que, medido con los otros que en la obra se habían empleado, resultó más corto que los demás : lo cual, advertido por el Santo, mandó a los carpinteros que comiesen con ánimo tranquilo, y él se retiró a implorar la misericordia del Creador; y habiendo concluido a la hora de sexta su oración, hecha como solía, y aun de un modo especial, entendió que había conseguido lo que deseaba, y volviendo a los trabajadores, les dijo: «No penséis que habéis perdido el jornal porque resulte inútil el trabajo que tuvisteis al labrar el madero: colocad lo donde le corresponde». Levantándolo, pues, y poniéndolo donde les mandó, hallan que es más largo que los otros maderos, porque había crecido más de un palmo. En el sitio donde lo colocaron hizo el Santo una señal, que hasta hoy se ve patente. De modo que, gracias a su oración, ni los operarios trabajaron inútilmente, ni perdieron el premio de su trabajo.
Aquel madero hasta hoy es un remedio para los enfermos devotos, y es tan célebre por sus muchas virtudes, que casi todos los días se aplica para dar salud a los que padecen. De ahí que sería nunca acabar si quisiera decir, aunque brevemente, todos los milagros de curaciones que de allí claramente provienen. Pero ya me parece justo decir algo de su liberalidad y castidad.
 
§ 20. DE CÓMO DIO A LOS POBRES LAS MANGAS DE SU TÚNICA Y SU CAPA
Acudiendo a él en cierta ocasión multitud de pobres pidiéndole la limosna con que acostumbraba a socorrerles, o porque realmente carecía, o porque en aquel momento no tenía a mano nada que darles, fiel siempre a su natural compasión, cortándose las mangas de su túnica, se las ofreció generosamente junto con la capa que usaba. Entonces uno de ellos, más atrevido, como suele acontecer entre mendigos, adelantándose a los demás, tomó las prendas y se las vistió. ¡Oh, segundo Martín, que en el pobre vistió a Cristo! Y con razón consiguieron los dos el mismo premio, porque a los dos animaba el mismo espíritu. Y, sin embargo, para que no quedara sin castigo el atrevimiento que el pobre manifestó ante varón tan respetable, los demás compañeros, al ver lo que hizo, tuvieron envidia, e indignados por semejante descaro, se alzaron con sus báculos; todos a una dieron contra él, y cada uno, saciando la ira, le golpeó; de manera que llevó el castigo merecido por su imprudencia. Hablaré también de otro caso, que yo quisiera que lo oyesen los avaros, para que no pensasen demasiado en el día de mañana.
 
§ 21. DE CÓMO CON UN POCO DE VINO SACIÓ A MULTITUD DE GENTE
Acaeció reunirse concurso de pueblo en ocasión en que el varón bienaventurado tenía muy poco vino: mas comolos que buscan al Señor no carecerán de nada, cuentan que con un sextario de vino sació abundantemente a una gran muchedumbre de personas. y confiesan que otra vez sucedió un caso aún más portentoso, concediéndolo nuestro Señor Jesucristo.
 
§ 22. DE CÓMO FALTANDO MANJARES PARA LOS HUÉSPEDES, FUERON LLEVADOS SÚBITAMENTE
Era tanta la fama de santidad del hombre de Dios, que todos los días concurrían a él multitudes de personas que iban a verlo. Tuvo sus razones para obligar con mucho empeño a unos huéspedes a que se detuvieran ya que por caridad tomasen alimento. Cuando esto supo con certeza su ministro, dice que nada había quedado que poderles dar de comer. El Santo reprende suavemente al ministro, le llama hombre de poca fe, y suplica a Cristo que proporcione el necesario alimento. Apenas había expresado su deseo, cuando súbitamente entraron por las puertas los vehículos abundantemente cargados de provisiones que enviaba el senador Honorio. El amado de Dios recibió lo que le enviaban y dio gracias al Creador de todas las cosas porque se había dignado escucharle; puso ante los huéspedes lo que necesitaban, y mandó reservar lo demás para los que después viniesen. Pues de tal modo conciliaba su generosidad y su previsión, que a niguna hora del día pudiera faltar la mesa para alimentar a los huéspedes.
Y por otra parte era consigo tan parco, que siempre se le veía sobrio en el alma y consumido en el cuerpo. No atendía solamente con alimento corporal a los que iban a él, sino que alimentaba también sus almas con el pan de la doctrina: pues era tan elegante en sus comparaciones, y tan ingenioso en persuadir la vida espiritual, que todo el que por cualquier circunstancia se acercaba a él, ibase mejorado y gozoso; porque nunca el Santo dejó de enseñar con su ejemplo y con sus palabras. y, para no extenderme demasiado, alcanzó la palma de la victoria, vencida su carne, de manera que el viento constante de los rigores que usaba consigo encendía el holocausto de su cuerpo, e impedía al mismo tiempo que le quemase el fuego de las pasiones.1 (nota 1.- Dos metáforas biblicas emplea San Braulio en este pasaje. Refiérese la primera a la visión que tuvo Jeremias de una olla o caldera hirviente que venia de la parte del Aquilón o Norte; metáfora tomada de las calderas en que se cocia la carne de las victimas ofrecidas a Dios. La segunda creo que se refiere al horno que mandó encender Nabucodonosor, adonde fueron arrojados los tres niños, sin que el fuego les tocase en parte alguna, porque el ángel del Señor hizo que en medio del horno soplase un viento fresco y húmedo que los recreaba. La cláusula de San Braulio, literalmente traducida, dice asi: «y para no extenderme demasiado: vencida la carne alcanzó la palma de la victoria, de tal modo que su Aquilón, nunca vencido, encendiese la olla, ni suministrase alimentos de fuego de Nabucodonosor» ) Nota del padre Minguella.
 
§ 23. DE CÓMO LOS DEMONIOS LE ECHARON EN CARA QUE MORASE CON MUJERES
También los demonios, despechados porque los lanzaba de los energúmenos, valiéndose de su astuta malicia, querían atacarle con injurias ; y como no hallaban nada que oponer al siervo de Cristo, solamente se esforzaron en echarle en cara el que morase con las vírgenes de Cristo: empleando el enemigo sus antiguas y arteras mañas; que a quien no puede derribar con sus obras, procura al menos tiznar su fama, y cuando no puede subyugar la conciencia de uno, infama su vida. Es decir, que ofrece por este medio ejemplos de consuelo a los que tiene enredados con sus caricias, haciéndoles que crean que no hay ninguno bueno, para que desesperen de encontrar a quien puedan imitar en la virtud; y de ese modo arbitran un remedio de su pena diciendo: «Si no hay ninguno inocente, ¿qué extraño es que yo no lo sea?». y hacen del mal de muchos consuelo de su mal. ¿Qué puede aprovecharte, inventor de males, el infamar a los siervos de Cristo, cuando el Señor, su Redentor, les promete el reino de los cielos, por más que en el mundo sean glorificados o deshonrados, tengan acá buena fama o la tengan mala ?
Por lo demás, es cierto que el Santo, dado hasta en su senectud a obras de abstinencia y de caridad, habitaba con las sagradas vírgenes ; y siendo de ochenta y más años, apretado de dolor y trabajo, aceptaba cariñoso, como podía hacerlo un padre, el que le cuidasen las siervas de Dios. Mas, como antes he dicho, estaba ya tan lejos de los incentivos carnales, que ni vestigio siquiera de movimiento deshonesto experimentaba en aquella edad: pues había llegado a tanta vejez y a tal punto de necesidad que, estando hidrópico, permitía que aquellas santas mujeres 1avasen su cuerpo, permaneciendo siempre muy ajeno de sentir nada ilícito.
Ciertamente que esto es un beneficio especial que hallamos concedido a pocos, y de que nadie debe hacer experiencia, no sea que el peligro suceda a la temeridad; porque cada uno debe perseverar delante de Dios en la vocación a que ha sido llamado: que David dice: « Porque no anduve en cosas grandes, ni en aquellas que excedisen mi capacidad» : pues aquel que se atreva a hacer lo que Dios no le ha concedido que haga, anda en cosas que exceden su capacidad.
 
§ 24. DE CÓMO LOS LADRONES LE ROBARON SU CABALLEJO
Para que los ladrones teman también y no vuelvan a sus hurtos, referiré que dos sujetos llamados Sempronio y Toribio, tentados e instigados por el demonio, y con intención de robar, vinieron al sitio donde el siervo de Dios habitaba. y como del justo está escrito: «No se acercarán a ti los males ni el castigo se aproximará a tu tabernáculo», aunque el Señor permitió a aquellos ladrones que se acercasen para su propio castigo y escarmiento, no permitió que el mal que intentaban perjudicase al Santo; antes bien, por disposición divina, ellos experimentaron en sí mismos el perjuicio.
Fue el caso que estos ladrones, habiendo llegado a la pobre habitación del Santo hombre y hallando fuera al animal en que solía ir a la iglesia, lo robaron furtivamente. Pero no disfrutaron mucho de su robo, pues al poco tiempo volvieron, perdida la luz de los ojos, pidiendo perdón al Santo y devolviendo el animal. El santo de Dios recibió el caballejo, se reprendió a sí mismo el haberlo tenido, y enseguida lo vendió, distribuyendo el importe entre los pobres ; mas no restituyó la vista a los ladrones, obrando en esto, a mi juicio, con prudencia, porque, de no seguir ciegos, tal vez hubieran seguido cometiendo semejantes delitos, y si en adelante quisieran hacer algo parecido, les denunciase al punto la señal con que quedaban marcados, y la fama con que habían manchado sus nombres.
Por lo demás, ¿quién creería que el Santo no pudo conseguirles de Dios el que les restituyese la vista, cuando sabemos que en vida y después de muerto alcanzó muchas veces el que por su intercesión diera el Señor vista a los ciegos ? Después de todo, más llevadero fue para ellos pagar la pena de su pecado en esta vida que pagarla en la otra, según aquello: «Mejor es entrar en el reino de los cielos no teniendo más que un ojo, que irse con los dos al infiemo».
 
§ 25. DE CÓMO LE FUE REVELADA SU MUERTE
Casi un año antes de su muerte, el centésimo de su vida, habiéndole sido revelado, que llegaba el término de sus trabajos y había de gozar de la santísimas promesa del Omnipotente, trató de más rigurosa vida: y el que había consumido su cuerpo a fuerza de ayunos y vigilias, soldado veterano, comienza de nuevo nueva milicia, ,para que su fin fuese más ilustre; porque esto es ante Dios mejor y más laudable, diciendo El mismo: «El que perseverare hasta el fin, ése se salvará».
 
§ 26. DE CÓMO PROFETIZÓ LA DESTRUCCIÓN DE CANTABRIA
El mismo año, en los días de Cuaresma, le fue revelada también la destrucción de Cantabria; por lo cual, enviando un mensajero, manda que el Senado se reúna para el día de Pascua. Reúinense todos en el día marcado; cuenta él lo que había visto, y les reprende sus crímenes, homicidios, hurtos, incestos, violencias y demás vicios, y predícales que hagan penitencia. Todos le escuchan respetuosamente, pues todos le veneraban como a discípulo de nuestro Señor Jesucristo; pero uno, llamado Abundancio, dijo que el Santo chocheaba por su ancianidad: mas él le avisó que por sí mismo experimentaría la verdad de su anuncio, y el suceso lo confirmó después, porque murió al filo de la vengadora espada de Leovigildo. El cual, entrando allí por dolo y perjurio, se cebó también en la sangre de los demás, por no haberse arrepentido de sus perversas obras ; pues sobre todos pendía igualmente la ira de Dios.
 
§ 27. DE SU MUERTE Y ENTIERRO
Acercándose la hora de su muerte, llamó al santísimo Aselo, presbítero, con quien vivía en compañía, y en su presencia aquella alma felicísima, libre del cuerpo, fue al cielo. Entonces, por diligencia de aquel beatísimo varón, llevado su cuerpo con mucho acompañamiento de religiosos, fue depositado en su oratorio, donde está.
Adiós, adiós, bienaventurado Emiliano: libre ya del trabajo de los mortales, goza de tu bienaventuranza en compañía de los Santos ; y acordándote de tu biógrafo, el inútil Braulio, socórreme, alcanzando que por tu medio consiga el perdón, yo que no puedo huir de mis pecados propios, y págame en esto lo que por ti he hecho: que sean oídos mis ruegos por la intercesión de aquel cuyas virtudes he descrito, y en el último juicio sea hallado digno con aquellos a quienes, aunque indigno, presido en mi cargo pastoral.
Siento tener que dar fin a este librito; mas ya que hemos hablado de los milagros que el Santo obró en vida, ¿por qué no decir algo de los que obró después de su muerte ? Aduciré dos o tres que nos han sido referidos por testimonio de otros, y que para hacerlos más creibles constan en escritura autorizada.
 
§ 28. QUE ANTE SU SEPULCRO RECIBIERON VISTA DOS CIEGOS
Díjose que se añadirían a este librito cuántos fueron los ciegos que ante su sepulcro recibieron la vista, cuántos los energúmenos que fueron librados y los curados de diversas enfermedades desde que murió este Santo hasta nuestros días; pero solamente creí digno de estampar por escrito que poco después de su tránsito dos ciegos recobraron la vista.
 
§ 29. DE LA LÁMPARA QUE POR VIRTUD DIVINA SE ENCONTRÓ LLENA DE ACEITE Y ENCENDIDA
 
En el año próximo pasado, siendo la víspera de la fiesta de San Julián mártir, como faltase el aceite para aderezar las luces, no pudo ser encendida la lámpara; mas levantándose a maitines, la hallaron tan llena de aceite y tan luciente, que no sólo ardió hasta la mañana, sino que con la abundancia de lo que sobró, el milagro produjo otros milagros.
 
§ 30. DE CIERTA MUJER CIEGA Y COJA QUE SANÓ UNGIÉNDOLA CON EL ACEITE DE AQUELLA LAMPARA
Fue, pues, llevada allí cierta mujer que se llamaba Eufrisia, del lugar de Banonico, coja y ciega; pero firme e ilustrada por la fe, según de aquí se colige. Ungida en los ojos y en sus pies, al punto, con el favor divino, consiguió ver y andar. Los que ven lo que en nuestros días sucede, motivo tienen para creer los milagros que se han referido por relación de testigos. Finalmente, sábese el lugar donde vive, y es bien conocida la persona que estuvo mucho tiempo enferma, y ahora está sana.
 
§ 31. DE UNA NIÑA QUE, LLEVADA MUERTA A SU ORATORIO, RESUCITÓ AL PUNTO
Otra vez, cierta niña, como de cuatro años de edad, del lugar del Prado, que no está lejos de su oratorio, presa de enfermedad, púsola ésta a las puertas de la muerte. Sus padres, movidos por la devoción, y temiendo perder a su hija, convinieron en que debía ser llevada ante el sepulcro del bienaventurado varón de Dios, y marchando, la vieron espirar en el camino. No por eso desmayó su fe: llévanla muerta, la depositan junto al altar cuando ya anochecía, y retíranse de allí sin dejar a nadie. Pasadas tres horas vuelven, al mismo tiempo que oprimidos de tristeza, con ansia de ver lo que había sucedido, y qué era lo que el Creador había querido hacer de aquella niña. Hallan viva a la que habían dejado muerta; y no solamente viva, sino jugueteando con el mantel del altar. Engrandecen a Cristo, criador de todas las cosas, que miró benignamente su devoto dolor.
He aquí en los tiempos últimos, en nuestra edad, otro Eliseo, cuyos huesos muertos dan vida a los miembros exánimes, sin más diferencia sino que aquéllos, huyendo temerosos, echaron el cadáver en el sepulcro de Elíseo, y éstos, trayendo el cadáver, lo pusieron en el sepulcro de Santo, llenos de confianza 2.(nota 2: Refiérese en el Libro de los Reyes, 13, 20-121, que murió Eliseo y sepultáronle. Aquel mismo año entraron por el país los guerrilleros de Moab. y unos hombres que iban a enterrar a un muerto, viendo a los guerrilleros echaron el cadáver en el sepulcro de Eiliseo, y al punto que tocó los huesos de Elíseo, el muerto resucitó y se puso en pie. -Nota del padre Minguella-). Y es de considerar en esto que uno y el mismo es el Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento, Jesucristo Nuestro Señor, el solo Hacedor de maravillas, que en otro tiempo escondió la esperanza de la dulzura. para los que le temían, porque amedrentados y no afianzados aún en el amor, que echa fuera el temor, puesto que el temor lleva pena. en sí mismo, vivían bajo el temor de la ley; pero ahora, en la ley de gracia, hace maravillas perfectas en favor de los que esperan en él, porque están apoyados en su confianza. El poder divino que resucita los muertos siempre es el mismo; pero en los dos casos de que se trata se manifestó de distinta manera por la diferencia de tiempos y por los diferentes motivos que tuvieron los que llevaban uno y otro cadáver. Aquéllos, los que lo arrojaron al sepulcro de Eliseo, lo hicieron para enterrarlo; éstos, los que lo pusieron junto al sepulcro del Santo, con la esperanza de que fuese resucitado. Por aquí se ve cuánta es la gloria de que los santos gozan en el cielo, cuando el Omnipotente Señor obra en sus sepulcros cosas tan maravillosas.
Hemos cumplido lo que prometimos: resta finalizar nuestro trabajo expresando nuestra acción de gracias a Cristo, Rey de los cielos; pues con su ayuda e inspiración hemos comenzado y concluido este opúsculo. El nos ha concedido que contemplemos la vida de los varones santos, para consuelo de nuestras miserias presentes; Jesucristo, que vive con Dios Padre y el Espíritu Santo, uno por todos los siglos de los siglos.</div>
Se acabó el libro de la vida de San Millán.</div>