Diferencia entre revisiones de «Satiricón: 26,7-78»

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No se demoró mucho Stico y entró bien pronto con una cubierta blanca y una túnica consular. Trimalcio nos las hizo tocar para que viésemos que estaban tejidas de rica lana, y añadió sonriendo: —Ten mucho cuidado, Stico, de que las ratas o los gusanos no la roan o manchen, porque si tal sucede te haré quemar vivo. Quiero ser sepultado con pompa, a fin de que el pueblo bendiga mi memoria—. Diciendo esto, rompió un tarro de esencia de nardo e hizo que nos perfumasen a todos. —Espero, dijo, que este perfume me cause tanto placer después de muerto como el quo experimento ahora al olerlo—. Después hizo echar vino en un gran vaso, y:—Figuraos, nos dijo, que habéis sido invitados a mis funerales—. Las frecuentes libaciones ya nos causaban náuseas, y Trimalcio, aunque borracho perdido, lo notó, haciendo entrar en la sala, para procurarnos un nuevo placer, a un coro; después, colocándose en un lecho de parada, la cabeza apoyada en una pila de cojines:—Suponed, exclamó, que estoy muerto, y hacedme una bella oración fúnebre.— Los coros empezaron una canción fúnebre y el favorito del lapidario Habinas, que era quizás el más honrado de la cuadrilla, comenzó a acompañarlos con sones agudos que pretendían imitar la flauta. Los guardias de la región oyendo aquellos berridos, creyeron que se había incendiado la casa de Trimalcio, y, llenos de celo, rompiendo puertas, se precipitaron de pronto en el comedor tumultuosamente con odres llenos de agua y hachas. Nosotros, aprovechando la oportunidad, y bajo un frívolo pretexto, nos despedimos de Agamenón, y nos escapamos a toda prisa, como quien huye de un verdadero incendio.
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