Diferencia entre revisiones de «Feuerbach: oposición entre las concepciones materialista e idealista: I»

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== en proceso... ==
Feuerbach
Oposición entre las concepciones materialista e idealista
(Primer Capitulo de La Ideología Alemana)<ref>"La
Idelogía Alemana". Crítica de la novísima filosofía alemana,
representada por Feuerbach, B. Bauer y Stirner y del socialismo alemán
representado por sus diversos profetas" es una obra conjunta de Carlos
Marx y Federico Engels, escrita en Bruselas entre 1845 y 1846. En ella
desplegaron por primera vez en todos los aspectos la concepción
materialista de la historia.
El manuscrito de "La Ideología Alemana" de Marx y Engels constaba de
dos tomos, el primero de los cuales contenía la crítica de la filosofía
posthegeliana, y el segundo, la crítica del «socialismo verdadero».
En el primer capítulo del primer tomo se expone el contenido positivo fundamental de toda la obra.
Por eso el primer capítulo es el más importante de todos y tiene significado independiente.
El manuscrito del primer capítulo consta de tres partes en borrador y dos, pasadas en limpio, del comienzo del mismo.
De acuerdo con ello, el texto del capítulo se divide en cuatro partes.
La primera parte del mismo es la segunda variante de la copia en limpio
con la adición de la primera variante de lo que no se utilizó en la
segunda, la segunda parte es el núcleo primordial de toda la obra. La
tercera y cuarta partes son digresiones teóricas pasadas del capítulo
sobre Stirner (tercer capítulo del primer tomo). En esta edición, el
orden de los textos va según el folleto ruso: C. Marx y F. Engels.
"Feuerbach. La oposición de las concepciones materialista e idealista".
(Nueva publicación del primer capítulo de "La Ideología Alemana").
Moscú, 1966.
Todos los encabezamientos y adiciones necesarias de la editorial van
entre corchetes, así como también los números de las páginas del
manuscrito. Los folios de la segunda copia en limpio, que es la
fundamental, están numerados por Marx y Engels y señalados con la letra
«f» y una cifra: [f. 1], etc. Las páginas de la primera copia en limpio
no tienen numeración del autor y están indicadas con la letra «p» y una
cifra [p. 1], etc. Las páginas de las tres partes del borrador,
numeradas por Marx, se indican con una simple cifra
[1], etc.</ref>
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[I]
 
[f.
1] Según anuncian los ideólogos alemanes, Alemania ha pasado en estos últimos años por una revolución sin igual.
El proceso de descomposición del sistema hegeliano, que comenzó con Strauss <ref>Se
refiere a la obra fundamental de D. F. Strauss "Das Leben Jesu" ("La
vida de Jesús"), Bd. 1-2, Tübingen, 1835-1836, que puso comienzo a la
crítica filosófica de la religión y a la división de la escuela
hegeliana en viejos hegelianos y jóvenes hegelianos.</ref>,
se ha desarrollado hasta convertirse en una fermentación universal, que
ha arrastrado consigo a todas las «potencias del pasado». En medio del
caos general, han surgido poderosos reinos, para derrumbarse de nuevo
en seguida, han brillado momentáneamente héroes, sepultados nuevamente
en las tinieblas por otros rivales más audaces y más poderosos. Fue
ésta una revolución junto a la cual la francesa <ref>Se alude a la revolución burguesa de fines del siglo XVIII en Francia.</ref> es un juego de chicos, una lucha ecuménica al lado de la cual
palidecen y resultan ridículas las luchas de los diádocos <ref>Diadocos:
generales de Alejandro Magno que se enzarzaron al fallecer éste, en enconada lucha por el poder.
A lo largo de esta lucha (fines del siglo IV y comienzos del siglo III a.
de n.
e.), la monarquía de Alejandro, que era, en sí, una agrupación administrativo-militar efímera, se dividió en varios Estados.</ref>.
Los principios se desplazaban, los héroes del pensamiento se derribaban
los unos a los otros con inaudita celeridad, y en los tres años que
transcurrieron de 1842 a 1845 se removió el suelo de Alemania más que
antes en tres siglos.
 
Y todo esto ocurrió, según dicen, en los dominios del pensamiento puro.
 
Trátase, sin duda, de un acontecimiento interesante:
del proceso de putrefacción del espíritu absoluto.
Al apagarse la última chispa de vida, las diversas partes de este caput mortuum <ref>Literalmente, cabeza muerta, aquí, restos mortales.
(N.
de la Edit.)</ref>
entraron en descomposición, dieron paso a nuevas combinaciones y
formaron nuevas sustancias. Los industriales de la filosofía, que hasta
aquí habían vivido de la explotación del espíritu absoluto, arrojáronse
ahora sobre las nuevas combinaciones. Cada uno se dedicó afanosamente a
explotar el negocio de la parcela que le había tocado en suerte. No
podía por menos de surgir la competencia. Al principio, ésta tenía un
carácter bastante serio, propio de buenos burgueses. Más tarde, cuando
ya el mercado alemán se hallaba abarrotado y la mercancía, a pesar de
todos los esfuerzos, no encontraba salida en el mercado mundial, los
negocios empezaron a echarse a perder a la manera alemana acostumbrada,
mediante la producción fabril y adulterada, el empeoramiento de la
calidad de los productos y la adulteración de la materia prima, la
falsificación de los rótulos, las compras simuladas, los cheques
girados en descubierto y un sistema de crédito carente de toda base
real. Y la competencia se convirtió en una enconada lucha, que hoy se
nos ensalza y presenta como un viraje de la historia universal, origen
de los resultados y conquistas más formidables.
 
Para apreciar en sus debidos términos toda esta charlatanería de
tenderos filosóficos que despierta un saludable sentimiento nacional
hasta en el pecho del honrado burgués alemán; para poner plásticamente
de relieve la mezquindad, la pequeñez provinciana de todo este
movimiento joven hegeliano y, sobre todo, el contraste tragicómico
entre las verdaderas hazañas de estos héroes y las ilusiones suscitadas
en torno a ellas, necesitamos contemplar siquiera una vez todo el
espectáculo desde un punto de vista situado fuera de los ámbitos de
Alemania <ref>Luego, en la primera variante de la copia en limpio viene el siguiente texto
tachado:
 
«[p. 2] Anteponemos por eso a la crítica
especial de los representantes individuales de este movimiento ciertas
observaciones generales que elucidan las premisas ideológicas comunes a
todos ellos. Estas observaciones serán suficientes para caracterizar el
punto de vista de nuestra crítica en la medida en que esto es necesario
para comprender y argumentar unas u otras críticas sucesivas. Dirigimos
estas observaciones [p. 3] precisamente a Feuerbach porque es el único
que ha dado, aunque sólo sea en cierta medida, un paso adelante y cuyos
trabajos pueden examinarse de bonne foi [de buena fe].
 
1.
La ideología en general, y la ideología alemana en particular
 
A. Conocemos sólo una ciencia, la ciencia de
la historia. Se puede enfocar la historia desde dos ángulos, se puede
dividirla en historia de la naturaleza e historia de los hombres. Sin
embargo, las dos son inseparables: mientras existan los hombres, la
historia de la naturaleza y la historia de los hombres se condicionan
mutuamente. La historia de la naturaleza, las llamadas ciencias
naturales, no nos interesa aquí, en cambio tenemos que examinar la
historia de los hombres, puesto que casi toda la ideología se reduce ya
bien a la interpretación tergiversada de esta historia, ya bien a la
abstracción completa de la misma. La propia ideología no es más que uno
de tantos aspectos de esta historia».
 
A continuación, en la primera variante de la
copia en limpio sigue un texto no tachado acerca de las premisas para
la concepción materialista de la historia. En la presente edición, este
texto se inserta más adelante, como § 2, en la variante fundamental
(segunda) de la copia en limpio (véase págs. 15-16) (N. de la Edit.)</ref>.
 
 
[1.]&#8212; La ideología en general, y la ideología alemana en particular
 
[f. 2] La crítica alemana no se ha salido, hasta en estos esfuerzos
suyos de última hora, del terreno de la filosofía. Y, muy lejos de
entrar a investigar sus premisas filosóficas generales, todos sus
problemas brotan, incluso sobre el terreno de un determinado sistema
filosófico, del sistema hegeliano. No sólo sus respuestas, sino también
las preguntas mismas, entrañan un engaño. La dependencia respecto de
Hegel es la razón de por qué ninguno de estos modernos críticos ha
intentado siquiera una crítica omnímoda del sistema hegeliano, por
mucho que cada uno de ellos afirme haberse remontado sobre Hegel. Su
polémica contra Hegel y la de los unos contra los otros se limita a que
cada uno de ellos destaque un aspecto del sistema hegeliano, tratando
de enfrentarlo, a la par, contra el sistema en su conjunto y contra los
aspectos destacados por los demás. Al principio, tomábanse ciertas
categorías hegelianas puras y auténticas, tales como las de sustancia y
autoconciencia <ref>Las categorías fundamentales de F.
Strauss y de B.
Bauer.
(N.
de la Edit.)</ref>, para profanarlas más tarde con nombres más vulgares, como los de Género, el Unico, el Hombre
<ref>Las categorías fundamentalos de L.
Feuerbach y M.
Stirner.
(N.
de la Edit.)</ref>, etc.
 
Toda la crítica filosófica alemana desde Strauss hasta Stirner se limita a la crítica de las ideas religiosas <ref>Luego viene
tachado en el manuscrito: «que se ha presentado pretendiendo asumir el
papel de salvadora absoluta del mundo en la lucha contra todos los
males. La religión se ha interpretado y examinado siempre como la causa
última de todas las relaciones contrarias a estos filósofos, como el
enemigo principal». (N. de la Edit.)</ref>.
Se partía de la religión real y de la verdadera teología. Se
determinaba de distinto modo en el curso ulterior qué era la conciencia
religiosa, la idea religiosa. El progreso consistía en incluir las
ideas metafísicas, políticas, jurídicas, morales y de otros tipos,
supuestamente imperantes, en la esfera de las ideas religiosas o
teológicas, explicando asimismo la conciencia política, jurídica o
moral como conciencia religiosa o teológica y presentando al hombre
político, jurídico o moral y, en última instancia, «al hombre», como el hombre religioso.
Tomábase como premisa el imperio de la religión.
Poco a poco, toda relación dominante se explicaba como una relación religiosa y se convertía en culto:
el culto del derecho, el culto del Estado, etc.
Por todos partes se veían dogmas, nada más que dogmas, y la fe en ellos.
El mundo era canonizado en proporciones cada vez mayores, hasta que, por último, el venerable San Max <ref>Max Stirner.
(N.
de la Edit.)</ref>
pudo santificarlo en bloque y darlo por liquidado de una vez por todas.
 
Los viejos hegelianos lo comprendían todo una vez que lo reducían a una de las categorías lógicas de Hegel.
Los jóvenes hegelianos lo criticaban
todo sin más que deslizar debajo de ello ideas religiosas o declararlo
como algo teológico. Los jóvenes hegelianos coincidían con los viejos
hegelianos en la fe en el imperio de la religión, de los conceptos, de
lo general, dentro del mundo existente. La única diferencia era que los
unos combatían como usurpación ese imperio que los otros reconocían y
aclamaban como legítimo.
 
Y, como para estos jóvenes hegelianos las representaciones, los
pensamientos, los conceptos y, en general, los productos de la
conciencia por ellos sustantivada eran considerados como las verdaderas
ataduras del hombre, exactamente lo mismo que los viejos hegelianos
veían en ellos los auténticos nexos de la sociedad humana, era lógico
que también los jóvenes hegelianos lucharan y se creyeran obligados a
luchar solamente contra estas ilusiones de la conciencia. En vista de
que, según su fantasía, las relaciones entre los hombres, todos sus
actos y su modo de conducirse, sus trabas y sus barreras, son otros
tantos productos de su conciencia, los jóvenes hegelianos formulan
consecuentemente ante ellos el postulado moral de que deben trocar su
conciencia actual por la conciencia humana, crítica o egoísta <ref>Trátase de L.
Feuerbach, B.
Bauer y M.
Stirner.
(N.
de la Edit.)</ref>,
derribando con ello sus barreras. Este postulado de cambiar de
conciencia viene a ser lo mismo que el de interpretar de otro modo lo
existente, es decir, de reconocerlo por medio de otro interpretación.
Pese a su fraseología que supuestamente «hace estremecer el mundo», los
jóvenes hegelianos son, en realidad, los mayores conservadores. Los más
jóvenes entre ellos han descubierto la expresión adecuada para designar
su actividad cuando afirman que sólo luchan contra «frases» <ref>"Pensamientos que hacen estremecer el mundo", expresión de un artículo
anónimo de la revista "Wigand's Vierteljahrsschrift" de 1845, t. IV,
pág. 327.
 
"Wigand's Vierteljahrsschrift" (Revista trimestral de Wigand), publicación filosófica de los jóvenes hegelianos;
la editaba O.
Wigand en Leipzig de 1844 a 1845.
Colaboraban en ella B.
Bauer, Max Stirner, L.
Feuerbach y otros.</ref>.
Pero se olvidan de añadir que a estas frases por ellos combatidas no
saben oponer más que otras frases y que, al combatir solamente las
frases de este mundo, no combaten en modo alguno el mundo real
existente. Los únicos resultados a que podía llegar esta crítica
filosófica fueron algunos esclarecimientos en el campo de la historia
de la religión, harto unilaterales por lo demás, sobre el cristianismo;
todas sus demás afirmaciones se reducen a otras tantas maneras de
adornar su pretensión de entregarnos, con estos esclarecimientos
insignificantes, descubrimientos de alcance histórico-mundial.
 
A ninguno de estos filósofos se le ha ocurrido siquiera preguntar
por el entronque de la filosofía alemana con la realidad de Alemania,
por el entronque de su crítica con el propio mundo material que la
rodea <ref>En el manuscrito de la variante fundamental de la copia en limpio, el resto de
la página está en blanco.
Luego, en la siguiente comienza el texto que en la presente edición se reproduce como § 3.
(N.
de la Edit.)</ref>.
 
[2.
Premisas de las que arranca la concepción materialista de la historia] <ref>El texto de este párrafo ha sido tomado de la primera variante de la copia en
limpio.
(N.
de la Edit.)</ref>.
 
[p. 3] Las premisas de que partimos no son arbitrarias, no son
dogmas, sino premisas reales, de las que sólo es posible abstraerse en
la imaginación. Son los individuos reales, su acción y sus condiciones
materiales de vida, tanto aquellas con que se han encontrado ya hechas,
como las engendradas por su propia acción. Estas premisas pueden [p. 4]
comprobarse, consiguientemente, por la vía puramente empírica.
 
La primera premisa de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos humanos vivientes <ref>Luego sigue en el manuscrito un texto tachado:
«El primer acto histórico de estos individuos, merced al que se distinguen de los animales, no consiste en que piensan, sino en que
comienzan a producir los indispensables medios de subsistencia».
(N.
de la Edit.)</ref>.
El primer estado que cabe constatar es, por tanto, la organización
corpórea de estos individuos y, como consecuencia de ello, su relación
con el resto de la naturaleza. No podemos entrar a examinar aquí,
naturalmente, ni la contextura física de los hombres mismos ni las
condiciones naturales con que los hombres se encuentran: las
geológicas, las oro-hidrográficas, las climáticas y las de otro tipo <ref>Luego
sigue en el manuscrito un texto tachado: «Ahora bien, estas condiciones
no determinan sólo la organización corporal inicial, espontánea, de los
hombres, sobre todo las diferencias raciales entre ellos, sino también
su desarrollo sucesivo &#8212;o la falta de desarrollo&#8212; hasta nuestros días»
(N. de la Edit.)</ref>.
Toda historiografía tiene necesariamente que partir de estos
fundamentos naturales y de la modificación que experimentan en el curso
de la historia por la acción de los hombres.
 
Podemos distinguir ios hombres de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera.
Pero los hombres mismos comienzan a ver la diferencia entre ellos y los animales tan pronto comienzan a producir sus medios de vida,
paso este que se halla condicionado por su organización corpórea.
Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material.
 
El modo de producir los medios de vida de los hombres depende, ante
todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que se
encuentran y que hay que reproducir.
 
[p. 5] Este modo de producción no debe considerarse solamente en el
sentido de la reproducción de la existencia física de los individuos.
Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad de estos
individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos.
Los individuos son tal y como manifiestan su vida.
Lo que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo de cómo producen.
Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción.
 
Esta producción sólo aparece al multiplicarse la población.
Y presupone, a su vez, un trato [Verkehr] <ref>El término de «Verkehr» (trato) en "La Ideología Alemana" tiene un
contenido muy amplio. Incluye la comunicación material y espiritual de
individuos, grupos sociales y países enteros. Marx y Engels muestran en
su obra que el trato material entre las personas, sobre todo en el
proceso de producción, es la base de todo otro trato. En los términos Verkehrsform, Verkehrsweise, Verkehrsverhältnisse,
Produktions- und Verkehrsverhältnisse
(«forma de trato», «modo de trato», «relaciones de trato», «relaciones
de producción y trato»), que se usan en la "Ideología Alemana",
encontró expresión el concepto de relaciones de producción que, por
entonces, Marx y Engels tenían en proceso de formación.</ref> entre los individuos.
La forma de esté intercambio se halla condicionada, a su vez, por la producción <ref>Aquí termina la primera variante de la copia en limpio.
Lo que sigue en la presente edición es texto de la variante fundamental de la copia en limpio.
(N.
de la Edit.)</ref>.
 
[3.
Producción y trato.
División del trabajo y formas de propiedad:
tribal, antigua y feudal]
 
[f. 3] Las relaciones entre unas naciones y otras dependen del
grado en que cada una de ellas haya desarrollado sus fuerzas
productivas, la división del trabajo y el trato interior. Es éste un
hecho generalmente reconocido. Pero, no sólo las relaciones entre una
nación y otra, sino también toda la estructura interna de cada nación
depende del grado de desarrollo de su producción y de su trato interior
y exterior. Hasta qué punto se han desarrollado las fuerzas productivas
de una nación lo indica del modo más palpable el grado hasta el que se
ha desarrollado en ella la división del trabajo. Toda nueva fuerza
productiva, cuando no se trata de una simple extensión cuantitativa de
fuerzas productivas ya conocidas con anterioridad (como ocurre, por
ejemplo, con la roturación de tierras) trae como consecuencia un nuevo
desarrollo de la división del trabajo.
 
La división del trabajo dentro de una nación se traduce, ante todo,
en la separación del trabajo industrial y comercial con respecto al
trabajo agrícola y, con ello, en la separación de la ciudad y el campo
y en la oposición de sus intereses. Su desarrollo ulterior conduce a
que el trabajo comercial se separe del industrial. Al mismo tiempo, la
división del trabajo dentro de estas diferentes ramas acarrea, a su
vez, la formación de diversos sectores entre los individuos que
cooperan en determinados trabajos. La posición que ocupan entre sí
estos diferentes sectores se halla condicionada por el modo de aplicar
el trabajo agrícola, industrial y comercial (patriarcalismo,
esclavitud, estamentos, clases). Y las mismas relaciones se revelan, al
desarrollarse el trato, en las relaciones entre diferentes naciones.
 
Las diferentes fases de desarrollo de la división del trabajo son
otras tantas formas distintas de la propiedad; o, dicho en otros
términos, cada etapa de la división del trabajo determina también las
relaciones de los individuos entre sí, en lo tocante al material, el
instrumento y el producto del trabajo.
 
La primera forma de la propiedad es la propiedad de la tribu <ref>El término «Stamm», que se traduce en "La Ideología Alemana» por
«tribu», tenía en la ciencia de los años 40 del siglo XIX un
significado más amplio que en la actualidad. Implicaba conjunto de
personas que procedían de un mismo antecesor y abarcaba los conceptos
modernos de «gens» y «tribu». La definición exacta y la distinción de
estos conceptos se dio por primera vez en el libro de L. Morgan "La
sociedad antigua" (1877). Al sintetizar los resultados de las
investigaciones de Morgan, Engels desplegó en todos los aspectos el
contenido de los conceptos «gens» y «tribu» en su obra "El origen de la
familia, la propiedad privada y el Estado" (1884) (véase la presente
edición, t. 3).</ref>.
Esta forma de propiedad corresponde a la fase incipiente de la
producción en que un pueblo vive de la caza y la pesca, de la ganadería
o, a lo sumo, de la agricultura. En este último caso, la propiedad
tribal presupone la existencia de una gran masa de tierras sin
cultivar. En esta fase, la división del trabajo se halla todavía muy
poco desarrollado y no es más que la extensión de la división natural
de trabajo existente en el seno de la familia. La estructura social, en
esta etapa, se reduce también, por tanto, a una ampliación de la
familia: a la cabeza de la tribu se hallan sus patriarcas, luego los
miembros de la tribu y, finalmente, los esclavos. La esclavitud latente
en la familia va desarrollándose poco a poco al crecer la población y
las necesidades, al extenderse el intercambio exterior y al aumentar
las guerras y el comercio de trueque.
 
La segunda forma está representada por la antigua propiedad comunal
y estatal, que brota como resultado de la fusión de diversas tribus
para formar una ciudad, mediante acuerdo voluntario o por
conquista, y en la que sigue existiendo la esclavitud. Junto a la
propiedad comunal, va desarrollándose ya la propiedad privada
mobiliaria, y más tarde la inmobiliaria, pero como forma anormal,
supeditada a aquélla. Los ciudadanos del Estado sólo en cuanto
comunidad pueden ejercer su poder sobre los esclavos que trabajan para
ellos, lo que ya de por sí los vincula a la forma de la propiedad
comunal. Es la propiedad privada comunal de los ciudadanos activos del
Estado, obligados con respecto a los esclavos a permanecer unidos en
este tipo natural de asociación. Esto explica por qué toda la
estructura de la sociedad asentada sobre estas bases, y con ella el
poder del pueblo, decaen a medida que va desarrollándose la propiedad
privada inmobiliaria. La división del trabajo aparece aquí más
desarrollada. Nos encontramos ya con la oposición entre la ciudad y el
campo y, más tarde, con la oposición entre Estados que representan, de
una parte, los intereses de la vida urbana y, de otra, los de la vida
rural; dentro de las mismas ciudades, con la oposición entre la
industria y el comercio marítimo. Las relaciones de clases entre
ciudadanos y esclavos han adquirido ya su pleno desarrollo.
 
Con el desarrollo de la propiedad privada surgen aquí las mismas
relaciones con que nos encontraremos en la propiedad privada de los
tiempos modernos, aunque en proporciones más extensas. De una parte,
aparece la concentración de la propiedad privada, que en Roma comienza
desde muy pronto (una prueba de ello la tenemos en la ley agraria
licinia <ref>La ley agraria de los tribunos populares romanos Licinio y Sexto, adoptada
en el año 367 a.
de n.
e., prohibía a los ciudadanos romanos poseer más de 500 yugadas (unas 125 ha) de tierra de fondo público (ager publicus).</ref>)
y que, desde las guerras civiles, sobre todo bajo los emperadores,
avanza muy rápidamente; de otra parte, y en relación con esto, la
transformación de los pequeños campesinos plebeyos en proletariado que,
sin embargo, dada su posición intermedia entre los ciudadanos
poseedores y los esclavos, no llega a adquirir un desarrollo
independiente.
 
La tercera forma es la propiedad feudal o por estamentos.
Del mismo modo que la Antigüedad partía de la ciudad y de su pequeña comarca, la Edad Media tenía como punto de partida el campo
.
Este cambio de punto de arranque hallábase condicionado por la
población con que se encontró la Edad Media: una población escasa,
diseminada en grandes áreas y a la que los conquistadores no aportaron
gran incremento. De aquí que, al contrario de lo que había ocurrido en
Grecia y en Roma, el desarrollo feudal se iniciara en un terreno mucho
más extenso, preparado por las conquistas romanas y por la difusión de
la agricultura, al comienzo relacionada con ellas. Los últimos siglos
del Imperio romano decadente y su conquista por los propios bárbaros
destruyeron una gran cantidad de fuerzas productivas; la agricultura
veíase postrada, la industria languideció por la falta de mercados, el
comercio cayó en el sopor o se vio violentamente interrumpido y la
población rural y urbana decreció. Estos factores preexistentes y el
modo de organización de la conquista par ellas condicionado hicieron
que se desarrollara, bajo la influencia de la estructura del ejército
germánico, la propiedad feudal. También ésta se basa, como la propiedad
de la tribu y la comunal, en una comunidad [Gemeinwesen],
pero frente a ésta no se hallan ahora, en cuanto clase directamente
productora, los esclavos, como ocurría en la sociedad antigua, sino los
pequeños campesinos siervos de la gleba. Y, a la par con el desarrollo
completo del feudalismo, aparece el antagonismo del campo con respecto
a la ciudad. La estructura jerárquica de la propiedad territorial y, en
relación con ello, las mesnadas armadas, daban a la nobleza el poder
sobre los siervos. Esta estructura feudal era, lo mismo que lo había
sido la propiedad comunal antigua, una asociación frente a la clase
productora dominada; lo que variaba era la forma de la asociación y la
relación con los productores directos, ya que las condiciones de
producción eran distintas.
 
A esta estructura feudal de la posesión de tierras correspondía en las ciudades
la propiedad corporativa, la organización feudal de la artesanía. Aquí,
la propiedad estribaba [f. 4], fundamentalmente, en el trabajo
individual de cada uno. La necesidad de asociarse para hacer frente a
la nobleza rapaz asociada; la necesidad de disponer de locales en el
mercado comunes en una época en que el industrial era, al propio
tiempo, comerciante; la creciente competencia de los siervos que huían
de la gleba y afluían en tropel a las ciudades prósperas y
florecientes, y la estructura feudal de todo el país hicieron surgir
los gremios;
los pequeños capitales de los artesanos individuales, reunidos poco a
poco por el ahorro, y la estabilidad del número de éstos en medio de
una creciente población, hicieron que se desarrollara el sistema de
oficiales y aprendices, engendrando en las ciudades una jerarquía
semejante a la que imperaba en el campo.
 
Por tanto, durante la época feudal, la forma fundamental de la
propiedad era la propiedad territorial con el trabajo de los siervos a
ella vinculados, de una parte y, de otra, el trabajo propio con un
pequeño capital que dominaba sobre el trabajo de los oficiales de los
gremios. La estructura de ambas formas hallábase determinada por las
condiciones limitadas de la producción, por el escaso y rudimentario
cultivo de la tierra y por la industria artesana. La división del
trabajo se desarrolló muy poco, en el período floreciente del
feudalismo. Todo país llevaba en su entraña la oposición entre la
ciudad y el campo; es cierto que la estructura de los estamentos se
hallaba muy ramificada y acusada, pero fuera de la separación entre
príncipes, nobleza, clero y campesinos, en el campo, y maestros,
oficiales y aprendices, y muy pronto la plebe de los jornaleros, en la
ciudad, no encontramos otra división importante. En la agricultura, la
división del trabajo veíase entorpecida por el cultivo parcelado, junto
al que surgió después la industria a domicilio de los propios
campesinos; en la industria, no existía división del trabajo dentro de
cada oficio, y muy poca
entre unos oficios y otros. La división entre la industria y el
comercio se encontró ya establecida de antes en las viejas ciudades,
mientras que en las nuevas sólo se desarrolló más tarde, al entablarse
entre las ciudades contactos y relaciones.
 
La agrupación de territorios importantes más extensos para formar
reinos feudales era una necesidad, tanto para la nobleza propietaria de
tierras como para las ciudades. De aquí que a la cabeza de la
organización de la clase dominante, de la nobleza, figurara en todas
partes un monarca <ref>En el manuscrito, la parte restante de la página está en blanco.
Luego en la página siguiente comienza el resumen de la esencia de la concepción materialista de la historia.
La cuarta forma (burguesa) de propiedad se examina más adelante, en la parte IV del capítulo, §§ 2-4.
(N.
de la Edit.)</ref>.
 
[4.
Esencia de la concepción materialista de la historia. El ser social y la conciencia social]
 
[f.
5] Nos encontramos, pues, con el hecho de que determinados individuos que se dedican de un determinado modo a la producción <ref>En la variante inicial se dice:
«determinados individuos, guardando determinadas relaciones de producción».
(N.
de la Edit.)</ref>,
contraen entre sí estas relaciones sociales y políticas determinadas.
La observación empírica tiene necesariamente que poner de relieve en
cada caso concreto, empíricamente y sin ninguna clase de embaucamiento
y especulación, la relación existente entre la estructura social y
política y la producción. La estructura social y el Estado brotan
constantemente del proceso de vida de determinados individuos; pero de
estos individuos, no como puedan presentarse ante la imaginación propia
o ajena, sino tal y como realmente
son; es decir, tal y como actúan y como producen materialmente y, por
tanto, tal y como desarrollan sus actividades bajo determinados
límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su
voluntad <ref>Luego
viene tachado en el manuscrito: «Las ideas que se forman estos
individuos son ya bien ideas de su relación con la naturaleza, ya bien
de sus relaciones entre sí, ya bien ideas acerca de lo que son ellos
mismos. Es claro que en todos estos casos dichas ideas son una
expresión consciente &#8212;efectiva o ilusoria&#8212; de sus verdaderas relaciones
y actividad, de su producción, de sus contactos, de su organización
social y política. Admitir lo contrario sólo es posible en el caso de
que, cuando además del espíritu de los individuos efectivos y
materialmente condicionados, se presupone algún espíritu especial más.
Si la expresión consciente de las verdaderas relaciones de estos
individuos es ilusoria, si estos últimos ponen de cabeza su realidad en
sus ideas, es también consecuencia de la limitación del modo de su
actividad material y de sus relaciones sociales, que se desprenden de
ello». (N. de la Edit.)</ref>.
 
La producción de las ideas, las representaciones y la conciencia
aparece, al principio, directamente entrelazada con la actividad
material y el trato material de los hombres, como el lenguaje de la
vida real. La formación de las ideas, el pensamiento, el trato
espiritual de los hombres se presentan aquí todavía como emanación
directa de su comportamiento material. Y lo mismo ocurre con la
producción espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la
política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica,
etc., de un pueblo. Los hombres son los productores de sus
representaciones, de sus ideas, etc., pero se trata de hombres reales y
activos tal y como se hallan condicionados por un determinado
desarrollo de sus fuerzas productivas y por el trato que a él
corresponde, hasta llegar a sus formas más lejanas <ref>La
variante inicial dice: «Los hombres son los productores de sus
representaciones, ideas, etc., precisamente los hombres, condicionados
por el modo da producción de su vida material, por su trato material y
por el continuo desarrollo de éste en la estructura social y política».
(N. de la Edit.)</ref>.
La conciencia [das Bewusstsein] jamás puede ser otra cosa que el ser consciente [das bewusste
Sein], y el ser de los hombres es su proceso de vida real. Y si en toda
la ideología, los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en
la cámara oscura, este fenómeno proviene igualmente de su proceso
histórico de vida, como la inversión de los objetos al proyectarse
sobre la retina proviene de su proceso de vida directamente físico.
 
Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana,
que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra
al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se
representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado,
representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de
carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de
su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los
reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida. También las
formaciones nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres son
sublimaciones necesarias de su proceso material de vida, proceso
ampíricamente registrable y ligado a condiciones materiales. La moral,
la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de
conciencia que a ellos correspondan pierden, así, la apariencia de su
propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio
desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material
y su trato material cambian también, al cambiar esta realidad, su
pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la
que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia.
Desde el primer punto de vista, se parte de la conciencia como si fuera
un individuo viviente; desde el segundo punto de vista, que es el que
corresponde
a la vida real, se parte del mismo individuo real viviente y se
considera la conciencia solamente como su conciencia.
 
Y este modo de considerar las cosas posee sus premisas. Parte de
las condicionas reales y no las pierde de vista ni por un momento. Sus
premisas son los hombres, pero no tomados en un aislamiento y rigidez
fantástica, sino en su proceso de desarrollo real y empíricamente
registrable, bajo la acción de determinadas condiciones. En cuanto se
expone este proceso activo de vida, la historia deja de ser una
colección de hechos muertos, como lo es para los empíricos, todavía
abstractos, o una acción imaginaria de sujetos imaginarios, como lo es
para los idealistas.
 
Allí donde termina la especulación, en la vida real, comienza
también la ciencia real y positiva, la exposición de la acción
práctica, del proceso práctico de desarrollo de los hombres. Terminan
allí las frases sobre la conciencia y pasa a ocupar su sitio el saber
real. La filosofía independiente pierde, con la exposición de la
realidad, el medio en que puede existir. En lugar de ella, puede
aparecer, a lo sumo, un compendio de los resultados más generales,
abstraídos de la consideración del desarrollo histórico de los hombres.
Estas abstracciones de por sí, separadas de la historia real, carecen
de todo valor. Sólo pueden servir para facilitar la ordenación del
material histórico, para indicar la sucesión de sus diferentes
estratos. Pero no ofrecen en modo alguno, como la filosofía, receta o
patrón con arreglo al cual puedan aderezarse las épocas históricas. Por
el contrario, la dificultad comienza allí donde se aborda la
consideración y ordenación del material, sea de una época pasada o del
presente, la exposición real de las cosas. La eliminación de estas
dificultades hállase condicionada por premisas que en modo alguno
pueden darse aquí, pues se derivan siempre del estudio del proceso de
vida real y de la acción de los individuos en cada época. Destacaremos
aquí algunas de estas abstracciones, para oponerlas a la ideología,
ilustrándolas con algunos ejemplos históricos <ref>Aquí termina la variante fundamental (segunda) de la copia en limpio.
En la presente edición siguen tres partes del manuscrito original.
(N.
de la Edit.)</ref>].
[[Categoría: Feuerbach: oposición entre las concepciones materialista e idealista]]