Diferencia entre revisiones de «Lisis»

Contenido eliminado Contenido añadido
mSin resumen de edición
mSin resumen de edición
Línea 1:
{{encabezado2|
Lisis<br>''o de la amistad|Platón}}
'''Sócrates'''
<div style="background-color: #EFEFEF; text-indent: 1cm; padding: 2em 4em 2em 4em; border: 2px dashed #444444; font-family: Georgia, Arial">
Sócrates
 
Iba de la Academia al Liceo por el camino de las afueras a lo largo de las murallas, cuando al llegar cerca de la puerta pequeña que se encuentra en el origen del Panopo, encontré a Hipotales, hijo de Hierónimo, y a Ctesipo del pueblo de Peanea,{1} en medio de un grupo numeroso de jóvenes. Hipotales, que me había visto venir, me dijo:
 
—¿A dónde vas, Sócrates, y de dónde vienes?
Línea 14 ⟶ 13:
—¿A dónde y con quién quieres que vaya? le respondí.
 
—Aquí, dijo, designándome frente a la muralla un recinto, cuya puerta estaba abierta. Allá vamos gran número de jóvenes escogidos, para entregarnos a varios ejercicios. [222]
 
—Pero ¿qué recinto es ese, y de qué ejercicios me hablas?
Línea 40 ⟶ 39:
Al oír estas palabras, se ruborizó mucho más.
 
—¡Vaya una cosa singular! Hipotales, dijo Ctesipo. Te ruborizas delante de Sócrates y tienes reparo en descubrir el nombre que quiere saber, cuando por poco tiempo que permanezca cerca de tí, se fastidiará hasta la saciedad de oírtelo repetir. Sí, Sócrates, nos tiene llenos y hasta ensordecidos con el nombre de Lisis; y sobre todo, cuando se excede algo en la bebida, se nos figura, al despertar al día siguiente, estar oyendo el nombre de [223] Lisis. Y todavía es disimulable, cuando sólo lo hace en prosa en la conversación, pero no se limita a esto, sino que nos inunda con sus piezas en verso. Y lo intolerable es el oírle cantar en loor de su querido con una voz admirable; sin embargo, nos precisa a escucharle. Y ahora viene ruborizándose al oír tus preguntas.
 
—Ese Lisis, le dije, es muy joven a mi entender. Supongo esto, porque al nombrarle tú, no he podido recordarle.
Línea 62 ⟶ 61:
—Hipotales, le dije, no tengo deseos de oír tus cánticos, ni tus versos, si realmente los has compuesto para ese joven; pero sí querría saber el sentido en que están, para asegurarme de tus disposiciones respecto a la persona amada.
 
—Ctesipo te lo dirá mejor, respondió, porque debe saberlos perfectamente, puesto que dice tener aturdidos ya los oídos con la historia de mis amores. [224]
 
—Sí, ¡por los dioses! exclamó Ctesipo, lo sé perfectamente, y es cosa sumamente graciosa. Hipotales es el amante más atento y más preocupado del mundo, y sin embargo, nada dice de sus amores, que otro joven no pueda decir tan bien como él. ¡Esto es muy singular! Él nos canta y nos repite todo lo que se repite y se canta en la ciudad sobre Demócrates y sobre Isis, abuelo suyo, y sobre todos sus antepasados, sus riquezas, sus corceles sin número, sus victorias en Delfos, en el Istmo, en Nemea, en la carrera de los carros y carrera de caballos, y otras historias más viejas aún. Últimamente, Sócrates, nos cantó una pieza sobre la hospitalidad que Hércules había merecido a uno de los abuelos de Lisis, pariente del mismo Hércules, y que había nacido de Júpiter y de la hija del que fundó el barrio de Exonea; leyendas referidas por todas las viejas, que él rebusca, canta, y nos obliga a que se las escuchemos.
Línea 74 ⟶ 73:
—¿Qué quiere decir eso? Sócrates.
 
—Es, le dije, que si eres dichoso con tales amores, tus versos y tus cantos redundarán en honor tuyo, es decir, en alabanza del amante que haya tenido la fortuna de conseguir tan gran victoria. Pero si la persona que amas te abandona, cuantas más alabanzas le hayas prodigado, cuanto más hayas celebrado sus grandes y bellas cualidades, tanto más quedarás en ridículo, porque todo ello ha sido inútil. Un amante más prudente, querido mío, no celebraría sus amores antes de haber conseguido la victoria, desconfiando del porvenir, tanto más cuanto que los jóvenes hermosos, cuando se los alaba y se los [225] ensalza, se llenan de presunción y de vanidad. ¿No piensas tú así?
 
—Sí, verdaderamente, dijo.
Línea 96 ⟶ 95:
—Eso no es difícil, le respondí, pero si pudieras conseguir que tu querido Lisis conversara conmigo, quizá podría darte un ejemplo de la clase de conversación que deberías tener con él, en lugar de esas piezas y esos himnos que dicen que le diriges.
 
—Nada más fácil; no tienes más que entrar allí con Ctesipo, sentarte y ponerte a conversar; y como se celebra hoy la fiesta de Hermes,{2} y los jóvenes y los adultos se reúnen todos en ese sitio, no dejará Lisis [226] de acercarse a tí. Si no, Lisis está muy ligado con Ctesipo por medio de su primo Menexenes, que es su compañero favorito, y si de suyo no lo hace, Menexenes le llamará.
 
—Corriente, dije yo, y en el acto entré en la palestra con Ctesipo, entrando todos los demás detrás de nosotros.
 
Cuando llegamos, la función había terminado, y encontramos allí los jóvenes que habían asistido al sacrificio,{3} todos con trajes de fiesta y jugando a la taba. Los más estaban entregados a sus juegos en el atrio exterior; unos jugaban a pares y nones en un rincón del cuarto del vestuario con gran número de tabas, que sacaban de unos cestillos; y otros, manteniéndose en pie alrededor de ellos, hacían el papel de espectadores. Entre los primeros estaba Lisis, de pie, en medio de jóvenes de todas edades, con su corona en la cabeza, y dejaba ver en su semblante la belleza asociada a cierto aire de virtud. Nosotros fuimos a colocarnos frente a aquel punto, donde había algunos asientos, y nos pusimos a hablar unos con otros. Lisis, volviendo la cabeza, dirigía muchas veces sus miradas hacia nosotros, y era evidente que deseaba aproximarse, pero por timidez no se atrevía a hacerlo solo; cuando Menexenes entró, retozando, desde el atrio al local donde nosotros estábamos, y viéndonos a Ctesipo y a mí, se aproximó para sentarse con nosotros. Lisis, conociendo su intención, le siguió, y se colocó a su lado, y los demás concurrieron igualmente. Hipotales, advirtiendo entonces que el grupo en torno nuestro engrosaba, vino a su vez a ocultarse detrás de los otros, puesto de pie y colocado de manera que no pudiese ser visto por Lisis por temor de serle importuno. En esta actitud escuchó nuestra conversación. [227]
 
Me dirigí a Menexenes, y le dije; hijo de Domofon, ¿cuál de vosotros dos es de más edad?
Línea 120 ⟶ 119:
—Y entre amigos se dice que todos los bienes son comunes, de suerte que no hay ninguna diferencia entre vosotros, si realmente sois amigos, como decís.
 
Acto continuo iba a preguntarle cuál era el más justo y el más sabio; pero llegó uno, que obligó a Menexenes a marcharse, so pretexto de que el maestro de palestra le llamaba, porque creo que estaba encargado de la vigilancia del sacrificio. Luego que se retiró Menexenes,{4} me dirigí a Lisis.
 
—Dime, Lisis, tu padre y tu madre te quieren mucho; ¿no es así?
Línea 136 ⟶ 135:
—Entonces tu padre y tu madre, si te aman verdaderamente y quieren tu felicidad, deben hacer los mayores esfuerzos para hacerte dichoso.
 
—Es claro. [228]
 
—¿Te dejan, pues, hacer todo lo que quieres, sin regañarte nunca, ni impedirte obrar a tu capricho?
Línea 174 ⟶ 173:
—Mi pedagogo, que ahí está.
 
—¿Es esclavo? [229]
 
—Sí, y propiedad nuestra.
Línea 198 ⟶ 197:
—Es, respondió, porque aún no tengo la edad, Sócrates.
 
—Mira, hijo de Demócrates, que acaso la edad no sea la verdadera razón, porque hay cosas, tan importantes [230] como las que hemos referido, que a mi parecer tus padres te dejarán ejecutar sin reparar en tus pocos años. Por ejemplo, cuando quieren que se les lea o se les escriba alguna cosa, es seguro que serás tú el primero a quien se dirijan en casa, ¿no es así?
 
—Sí, respondió.
Línea 226 ⟶ 225:
—A nosotros, evidentemente.
 
—Más aún; no permitiría que su hijo se mezclara en [231] nada, y a nosotros nos dejaría obrar, aún cuando quisiéramos echar la sal a puñados.
 
—Sin duda alguna.
Línea 250 ⟶ 249:
—No, dijo.
 
—¿Así es, que tu padre no te amará respecto a las cosas en que no le seas útil, y lo mismo sucederá [232] con todos los hombres, los unos respecto de los otros?
 
—Yo lo creo así.
Línea 274 ⟶ 273:
—Trata de recordar nuestra conversación para repetírsela, y si se te ha olvidado algo, me lo preguntas la primera vez que nos veamos.
 
—No dejaré de hacerlo, Sócrates, y vive persuadido [233] de ello. Pero pregunta por lo menos a Menexenes, sobre cualquier otro objeto, porque querría no dejar de escucharte hasta la hora de volver a casa.
 
—Corriente, puesto que lo exiges; pero es preciso que estés dispuesto a venir en mi auxilio, si Menexenes me hace objeciones, porque ya sabes que es un gran disputador.
Línea 296 ⟶ 295:
—¿Por qué no preguntarle?
 
—Es lo que voy a hacer. Menexenes, dije yo entonces, responde, te lo suplico, a la pregunta que te voy a hacer. Hay una cosa que yo deseo desde mi infancia, así como cada hombre tiene sus caprichos; uno quiere tener caballos; otro, perros; otro, oro; otro, honores. Para mí todo esto es indiferente, y no conozco cosa más envidiable en el mundo que tener amigos, y querría más tener un buen amigo que la mejor codorniz,{5} el mejor gallo, y lo que [234] es más, ¡por Júpiter! el más hermoso caballo y el más precioso perro del mundo; sí, ¡por el Can! ¡yo preferiría un amigo a todo el oro de Darío, y a Darío mismo; tan apetecible y tan digna me parece la amistad! Y me llama la atención una cosa, y es que, siendo Lisis y tú tan jóvenes, hayáis tenido la fortuna de adquirir tan pronto un bien tan grande, tú, Menexenes, inspirando a Lisis un afecto tan vivo y tan precoz, y tú, Lisis, que a tu vez has sabido conquistar a Menexenes. Con respecto a mí, estoy tan distante de tal fortuna, que ni sé cómo un hombre se hace amigo de otro hombre. Aquí tienes la razón porque te lo pregunto y te lo pregunto a ti, que tienes que saberlo.
 
—Dime, pues, Menexenes, cuando un hombre ama a otro, ¿cuál de los dos se hace amigo del otro? ¿El que ama se hace amigo de la persona amada, o la persona amada se hace amigo del que ama, o no hay entre ellos ninguna diferencia?
Línea 318 ⟶ 317:
—Sí.
 
—Y bien, ¿cuál de los dos es el amigo? ¿Es el hombre que ama a otro, sea o no correspondido, y si cabe [235] aborrecido? ¿Es el hombre que es amado? ¿o bien no es, ni el uno, ni el otro, puesto que no se aman ambos recíprocamente?
 
—Ni el uno, ni el otro, a mi parecer.
Línea 332 ⟶ 331:
—Por consiguiente, no son amigos de los caballos aquellos que no se ven correspondidos por los caballos, como no lo son de las codornices, ni de los perros, ni del vino, ni de la gimnasia, ni tampoco de la sabiduría, a menos que la sabiduría no les corresponda con su amor; y así, aunque cada uno de ellos ame todas estas cosas, no por eso es su amigo. Pero entonces falta a la verdad el poeta que ha dicho:
 
«Dichoso aquel que tiene por amigos sus hijos, caballos ligeros para las carreras, perros para la caza y un hospedaje en países lejanos.»{6}
 
—No me parece que se equivoca.
Línea 340 ⟶ 339:
—Sí.
 
—En este caso, Menexenes, ¿el que es amado es el amigo del que le ama, sea que le corresponda o sea que le aborrezca, como los niños que no advierten ningún género de afección, y, si cabe, aborrecen a sus padres [236] cuando se les corrige, y que en ningún momento están más predispuestos en contra de éstos que cuando los manifiestan estos mismos mayor cariño?
 
—Esa es también mi opinión.
Línea 370 ⟶ 369:
—Si el amigo no es el que ama, ni lo es el que es amado, ni tampoco el hombre que a la vez ama y es amado, ¿qué es lo que debemos deducir de aquí? ¿Existen entre los hombres otras relaciones, de las que pueda deducirse la amistad?
 
—Yo, Sócrates, no veo ninguna. [237]
 
—¿Quizá, Menexenes, al comenzar nuestra indagación, tomamos mal camino?
Línea 378 ⟶ 377:
Queriendo, pues, dar alguna tregua a Menexenes, encantado como estaba yo del deseo de instruirse que manifestaba Lisis, emprendí con éste la conversación.
 
—Lisis, le dije, creo que tienes razón, y que si hubiéramos dirigido mejor nuestra indagación, no nos habríamos extraviado, como ha sucedido. Dejemos, pues, este camino; porque para mí una indagación se parece a una especie de camino. Vale más volver al que los poetas nos han abierto, porque los poetas hasta cierto punto son nuestros padres y nuestros guías en cuanto a sabiduría. Quizá no han hablado a la ligera cuando han dicho, con motivo de la amistad, que es Dios mismo el que hace los amigos y que atrae los unos hacia los otros. He aquí, poco más o menos, a mi entender, cómo se explican: un Dios conduce el semejante hacia su semejante,{7} y se lo hace conocer. ¿No oíste nunca este dicho vulgar?
 
—No, dijo.
Línea 388 ⟶ 387:
—Pero, dime, ¿han dicho la verdad?
 
—Quizá. [238]
 
—Quizá la mitad de la verdad, y quizá la verdad toda entera, respondí a mi vez; pero nosotros no la comprendemos. El hombre malo se nos figura que es enemigo de otro hombre malo, y es tanto más malo, cuanto más se traten y se aproximen, porque encuentra más facilidad de causarle daño. Es imposible que los seres dañinos y los que están expuestos a sus tiros, puedan jamás hacerse amigos. ¿Es esta tu opinión?
Línea 410 ⟶ 409:
—Ese es mi dictamen, respondió.
 
—Y el mío, repliqué yo; pero encuentro, sin embargo, alguna dificultad. Veamos pues, ¡por Júpiter! y [239] comprobemos mis sospechas. ¿Lo semejante es el amigo de lo semejante, en tanto que es semejante, y que a título de tal le es útil? O más bien, examinemos la cosa bajo otro punto de vista. ¿Lo semejante ofrece a su semejante alguna ventaja, que no pueda sacar de sí mismo, o causarle un daño, que no pueda de suyo experimentar? O de otra manera, ¿lo semejante puede esperar de su semejante alguna cosa, que no pueda esperar igualmente de sí mismo? Si así es, ¿para qué seres semejantes han de aproximarse el uno al otro, no debiendo sacar de ello ninguna utilidad? ¿Es esto posible?
 
—No, es imposible.
Línea 442 ⟶ 441:
—No lo creo.
 
—¿Cómo los buenos pueden ser amigos de los buenos, cuando, estando los unos separados de los otros, no se desean mutuamente, puesto que se bastan a sí mismos, y que estando los unos inmediatos a los otros, no se sirven para [240] nada recíprocamente? ¿Cuál es el medio de que tales gentes se puedan estimar entre sí?
 
—Imposible, dijo.
Línea 454 ⟶ 453:
—¿Pues cómo?
 
—He oído en una ocasión ciertas palabras que ahora recuerdo, y son, que lo semejante es lo más hostil posible de lo semejante, y los hombres de bien los más hostiles de los hombres de bien. El que me lo decía tomaba por testigo a Hesiodo, y citaba este verso: «El ollero es por envidia enemigo del ollero, el cantor del cantor, y el pobre de pobre.»{8} Y añadía, que en todas las cosas los seres, que se parecen más, son los más envidiosos, los más rencorosos y los más hostiles entre sí; mientras que los que más se diferencian, son necesariamente más amigos. El pobre lo es del rico, el débil del fuerte, a causa de los socorros que esperan, como lo es el enfermo del médico. El ignorante por la misma razón busca y ama al sabio. La misma persona sostenía su tesis con abundancia de razones, diciendo que tan distante está que lo semejante sea amigo de lo semejante, que sucede todo lo contrario, puesto que todo ser desea, no el ser que se le parece, sino el que es opuesto a su naturaleza. Así lo seco, es amigo de lo húmedo, lo frío de lo caliente, lo amargo de lo dulce, lo agudo de lo obtuso, lo vacío de lo lleno, lo lleno de lo vacío, y así de todo lo demás, porque lo contrario ofrece un alimento a su contrario, mientras que lo semejante, nada puede aprovechar de lo semejante.{9} Y esto lo sostenía con mucha [241] soltura y en lenguaje agradable. ¿Qué juicio formáis vosotros dos?
 
—Para mí, la tesis tiene cierto aire de exactitud.
Línea 486 ⟶ 485:
—¿Qué quieres decir con eso?
 
—¡Por Júpiter! yo ya no sé qué decir, porque experimento una especie de vértigo al ver la incertidumbre de nuestros razonamientos. Creo ver también, conforme al [242] antiguo adagio, que la amistad reside quizá en la belleza.{10} Pero nuestro objeto es como los fantasmas delicados, ligeros e incoercibles, y he aquí por qué tenemos tanta dificultad en deslindarle. En fin, digo que lo bueno es bello. ¿Y tú qué piensas?
 
—Yo lo creo también.
Línea 510 ⟶ 509:
—Necesariamente, a mi parecer.
 
—Veamos ahora, mis queridos amigos, dije yo, si este [243] razonamiento nos conduce al término que deseamos. Fijémonos, por ejemplo, en el cuerpo. Cuando está sano, no tiene ninguna necesidad de medicina, porque se basta a sí mismo, y el hombre sano jamás amará al médico sino en razón de su salud; ¿no es así?
 
—Jamás.
Línea 542 ⟶ 541:
—Ciertamente.
 
—Pero en esté caso, el objeto colorado ¿será el mismo en cuanto al color que lo que es en sí mismo? [244]
 
—No te entiendo, dijo.
Línea 574 ⟶ 573:
—En efecto.
 
—Conforme a esto, podríamos decir que los que son [245] ya sabios, sean dioses u hombres, no pueden amar la sabiduría, así como no pueden amarla los que, a fuerza de ignorar el bien, se han hecho malos, porque, ni los ignorantes, ni los malos aman la sabiduría. Restan aquellos, que no estando absolutamente exentos, ni de mal, ni de ignorancia, no están, sin embargo, pervertidos hasta el punto de no tener conciencia de su estado, y que son aún capaces de dar razón de lo que no saben. Estos, que no son, ni buenos, ni malos, aman la sabiduría, mientras que los que son del todo buenos o del todo malos no pueden amarla. En efecto, hemos demostrado antes que lo contrario no es amigo de su contrario, ni lo semejante de lo semejante, ¿lo recordareis?
 
—Perfectamente.
Línea 590 ⟶ 589:
—¿Cómo?
 
—Lo vamos a ver bien pronto; el que ama, ¿ama alguna cosa o no? [246]
 
—Necesariamente alguna cosa.
Línea 632 ⟶ 631:
—Luego lo que en sí no es, ni malo, ni bueno, ama lo que le es bueno, a causa de lo que le es malo, y en vista de lo que es bueno.
 
—Me parece bien. [247]
 
—El que ama, por consiguiente, ¿ama lo que le es amigo a causa de lo que le es enemigo?
Línea 662 ⟶ 661:
—Necesariamente.
 
—Digo ahora, que es preciso tener presente que todas las demás cosas que nosotros amamos, en vista de esta primera, no nos causen ilusión, porque no son más que imágenes, mientras que ese primer principio es el único y primer bien, a decir verdad, que nosotros amamos. He aquí cómo es preciso entenderlo. Cuando se da un gran valor a una cosa, como un padre que prefiere un hijo, por ejemplo, a todos los demás bienes, ¿no habrá otro [248] objeto al que este padre dé también un gran valor como resultado de su amor al hijo? Si le dicen que su hijo bebió la cicuta, ¿no dará un gran valor al vino, si cree que el vino puede salvarle?
 
—Ciertamente.
Línea 686 ⟶ 685:
—Me parece que sí.
 
—¿Lo bueno es amado a causa de lo malo? Sí, por ejemplo, de nuestros tres géneros: lo bueno, lo malo y lo que no es malo, ni bueno, no quedasen más que dos, y el tercero, el mal, llegase a desaparecer, y no [249] atacase ni al cuerpo ni al alma, ni a ninguna de estas cosas que hemos llamado, ni buenas, ni malas ¿no es cierto que lo bueno no nos serviría de nada, y que se nos haría inútil? No existiendo nada que nos perjudicase, ninguna necesidad tendríamos del socorro de lo bueno. En este concepto sería del todo evidente que a causa del mal únicamente es como nosotros buscaríamos el bien, y que no le amaríamos sino como remedio del mal, siendo el mal nuestra enfermedad, porque, cuando no existe el mal, no hay necesidad de remedios. Digo, pues, que lo bueno es de tal naturaleza, que nosotros que estamos entre el bien y el mal, no podemos amarle sino a causa del mal, y que en sí mismo no es de ninguna utilidad.
 
—Me parece bien que sea así.
Línea 694 ⟶ 693:
—Yo no lo creo, por lo menos, de la manera que ahora lo cuentas.
 
—¡Por Júpiter! dije yo, si se destruyera el mal ¿no habría hambre, ni sed, ni ningún otro de estos apetitos? o más bien, aún cuando los hombres y los animales fuesen distintos que como son hoy día, la sed ¿no existiría sin ser dañosa? ¿O bien crees tú que la sed, el hambre y los demás apetitos quedarían los mismos no existiendo el mal? Quizá es ridículo hablar de lo que sucedería en semejante caso, ni quién puede saberlo. Pero lo seguro es que, en el estado actual, la sed unas veces es un bien, otras un mal para el que la satisface; ¿no es así? [250]
 
—En efecto.
Línea 732 ⟶ 731:
—Pero en verdad, ¿el deseo será la causa de la amistad? El que desea ¿ama el objeto de sus deseos por todo el tiempo que lo desea? En este caso, todo lo que hemos dicho sobre la amistad no es más que un discurso de fantasía, como si fuera un largo poema.
 
—Podría suceder que así fuera [251]
 
—En efecto, el que desea, dime, ¿no desea aquello de que tiene necesidad?
Línea 766 ⟶ 765:
Lisis y Menexenes apenas hicieron signo de asentimiento; pero Hipotales, lleno de gozo, mudaba cada instante de color. Queriendo yo poner en claro esta opinión, dije entonces:
 
—Si lo conveniente difiere de lo semejante, me parece, Lisis y Menexenes, que hemos encontrado la última palabra de la amistad. Pero si lo conveniente y lo semejante resultan ser una misma cosa, no nos será fácil [252] sustraernos a la objeción propuesta ya, de que lo semejante es inútil a lo semejante, a causa de su misma identidad; y por otra parte sostener que el amigo no es útil, es un absurdo. ¿Queréis, para no alucinarnos con nuestros propios discursos, que demos por concedido, que lo conveniente y lo semejante son diferentes entre sí?
 
—Sí, lo queremos.
Línea 790 ⟶ 789:
—¿No es claro, que a nada conduce? Me limitaré, pues, como hacen los abogados hábiles en sus defensas, a resumir todo lo que hemos dicho. Si el amigo no es el que ama, ni el que es amado, ni el semejante, ni el contrario, ni lo bueno, ni lo malo, ni ninguna de las demás cosas a que hemos pasado revista, porque por su mucho número no puedo recordarlas todas, si ninguna de estas cosas, repito, es el amigo, entonces nada tengo que decir.
 
En este acto me vino la idea de provocar a alguno de [253] más edad, pero en el mismo momento, dirigiéndose a nosotros como demonios los pedagogos de Lisis y Menexenes, con los hermanos de éstos, los llamaron para volver a casa, porque era ya tarde. Desde luego, todos los que estábamos allí presentes quisimos retenerlos, pero bien pronto, sin hacer aprecio de nosotros, se pusieron furiosos, y continuaron llamando los jóvenes en su lenguaje semi-bárbaro; y como parecía que habían bebido con algún exceso a causa de las fiestas, y no estaban por lo tanto en disposición de escucharnos, cedimos al fin, y cortamos la conversación.
 
Cuando se marchaban, dije a Lisis y Menexenes, que nos habíamos puesto quizá en ridículo ellos y yo, viejo como ya soy, porque los que presenciaron la conversación irán diciendo, que pensábamos ser amigos, y yo lo soy vuestro, y no hemos podido descubrir lo que es el amigo.
</div>
 
[[Categoría:ES-L]]