Diferencia entre revisiones de «Lisis»
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Lisis<br>''o de la amistad|Platón}}
'''Sócrates'''▼
▲Sócrates
Iba de la Academia al Liceo por el camino de las afueras a lo largo de las murallas, cuando al llegar cerca de la puerta pequeña que se encuentra en el origen del Panopo, encontré a Hipotales, hijo de Hierónimo, y a Ctesipo del pueblo de Peanea,
—¿A dónde vas, Sócrates, y de dónde vienes?
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—¿A dónde y con quién quieres que vaya? le respondí.
—Aquí, dijo, designándome frente a la muralla un recinto, cuya puerta estaba abierta. Allá vamos gran número de jóvenes escogidos, para entregarnos a varios ejercicios.
—Pero ¿qué recinto es ese, y de qué ejercicios me hablas?
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Al oír estas palabras, se ruborizó mucho más.
—¡Vaya una cosa singular! Hipotales, dijo Ctesipo. Te ruborizas delante de Sócrates y tienes reparo en descubrir el nombre que quiere saber, cuando por poco tiempo que permanezca cerca de tí, se fastidiará hasta la saciedad de oírtelo repetir. Sí, Sócrates, nos tiene llenos y hasta ensordecidos con el nombre de Lisis; y sobre todo, cuando se excede algo en la bebida, se nos figura, al despertar al día siguiente, estar oyendo el nombre de
—Ese Lisis, le dije, es muy joven a mi entender. Supongo esto, porque al nombrarle tú, no he podido recordarle.
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—Hipotales, le dije, no tengo deseos de oír tus cánticos, ni tus versos, si realmente los has compuesto para ese joven; pero sí querría saber el sentido en que están, para asegurarme de tus disposiciones respecto a la persona amada.
—Ctesipo te lo dirá mejor, respondió, porque debe saberlos perfectamente, puesto que dice tener aturdidos ya los oídos con la historia de mis amores.
—Sí, ¡por los dioses! exclamó Ctesipo, lo sé perfectamente, y es cosa sumamente graciosa. Hipotales es el amante más atento y más preocupado del mundo, y sin embargo, nada dice de sus amores, que otro joven no pueda decir tan bien como él. ¡Esto es muy singular! Él nos canta y nos repite todo lo que se repite y se canta en la ciudad sobre Demócrates y sobre Isis, abuelo suyo, y sobre todos sus antepasados, sus riquezas, sus corceles sin número, sus victorias en Delfos, en el Istmo, en Nemea, en la carrera de los carros y carrera de caballos, y otras historias más viejas aún. Últimamente, Sócrates, nos cantó una pieza sobre la hospitalidad que Hércules había merecido a uno de los abuelos de Lisis, pariente del mismo Hércules, y que había nacido de Júpiter y de la hija del que fundó el barrio de Exonea; leyendas referidas por todas las viejas, que él rebusca, canta, y nos obliga a que se las escuchemos.
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—¿Qué quiere decir eso? Sócrates.
—Es, le dije, que si eres dichoso con tales amores, tus versos y tus cantos redundarán en honor tuyo, es decir, en alabanza del amante que haya tenido la fortuna de conseguir tan gran victoria. Pero si la persona que amas te abandona, cuantas más alabanzas le hayas prodigado, cuanto más hayas celebrado sus grandes y bellas cualidades, tanto más quedarás en ridículo, porque todo ello ha sido inútil. Un amante más prudente, querido mío, no celebraría sus amores antes de haber conseguido la victoria, desconfiando del porvenir, tanto más cuanto que los jóvenes hermosos, cuando se los alaba y se los
—Sí, verdaderamente, dijo.
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—Eso no es difícil, le respondí, pero si pudieras conseguir que tu querido Lisis conversara conmigo, quizá podría darte un ejemplo de la clase de conversación que deberías tener con él, en lugar de esas piezas y esos himnos que dicen que le diriges.
—Nada más fácil; no tienes más que entrar allí con Ctesipo, sentarte y ponerte a conversar; y como se celebra hoy la fiesta de Hermes,
—Corriente, dije yo, y en el acto entré en la palestra con Ctesipo, entrando todos los demás detrás de nosotros.
Cuando llegamos, la función había terminado, y encontramos allí los jóvenes que habían asistido al sacrificio,
Me dirigí a Menexenes, y le dije; hijo de Domofon, ¿cuál de vosotros dos es de más edad?
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—Y entre amigos se dice que todos los bienes son comunes, de suerte que no hay ninguna diferencia entre vosotros, si realmente sois amigos, como decís.
Acto continuo iba a preguntarle cuál era el más justo y el más sabio; pero llegó uno, que obligó a Menexenes a marcharse, so pretexto de que el maestro de palestra le llamaba, porque creo que estaba encargado de la vigilancia del sacrificio. Luego que se retiró Menexenes,
—Dime, Lisis, tu padre y tu madre te quieren mucho; ¿no es así?
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—Entonces tu padre y tu madre, si te aman verdaderamente y quieren tu felicidad, deben hacer los mayores esfuerzos para hacerte dichoso.
—Es claro.
—¿Te dejan, pues, hacer todo lo que quieres, sin regañarte nunca, ni impedirte obrar a tu capricho?
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—Mi pedagogo, que ahí está.
—¿Es esclavo?
—Sí, y propiedad nuestra.
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—Es, respondió, porque aún no tengo la edad, Sócrates.
—Mira, hijo de Demócrates, que acaso la edad no sea la verdadera razón, porque hay cosas, tan importantes
—Sí, respondió.
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—A nosotros, evidentemente.
—Más aún; no permitiría que su hijo se mezclara en
—Sin duda alguna.
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—No, dijo.
—¿Así es, que tu padre no te amará respecto a las cosas en que no le seas útil, y lo mismo sucederá
—Yo lo creo así.
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—Trata de recordar nuestra conversación para repetírsela, y si se te ha olvidado algo, me lo preguntas la primera vez que nos veamos.
—No dejaré de hacerlo, Sócrates, y vive persuadido
—Corriente, puesto que lo exiges; pero es preciso que estés dispuesto a venir en mi auxilio, si Menexenes me hace objeciones, porque ya sabes que es un gran disputador.
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—¿Por qué no preguntarle?
—Es lo que voy a hacer. Menexenes, dije yo entonces, responde, te lo suplico, a la pregunta que te voy a hacer. Hay una cosa que yo deseo desde mi infancia, así como cada hombre tiene sus caprichos; uno quiere tener caballos; otro, perros; otro, oro; otro, honores. Para mí todo esto es indiferente, y no conozco cosa más envidiable en el mundo que tener amigos, y querría más tener un buen amigo que la mejor codorniz,
—Dime, pues, Menexenes, cuando un hombre ama a otro, ¿cuál de los dos se hace amigo del otro? ¿El que ama se hace amigo de la persona amada, o la persona amada se hace amigo del que ama, o no hay entre ellos ninguna diferencia?
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—Sí.
—Y bien, ¿cuál de los dos es el amigo? ¿Es el hombre que ama a otro, sea o no correspondido, y si cabe
—Ni el uno, ni el otro, a mi parecer.
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—Por consiguiente, no son amigos de los caballos aquellos que no se ven correspondidos por los caballos, como no lo son de las codornices, ni de los perros, ni del vino, ni de la gimnasia, ni tampoco de la sabiduría, a menos que la sabiduría no les corresponda con su amor; y así, aunque cada uno de ellos ame todas estas cosas, no por eso es su amigo. Pero entonces falta a la verdad el poeta que ha dicho:
«Dichoso aquel que tiene por amigos sus hijos, caballos ligeros para las carreras, perros para la caza y un hospedaje en países lejanos.»
—No me parece que se equivoca.
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—Sí.
—En este caso, Menexenes, ¿el que es amado es el amigo del que le ama, sea que le corresponda o sea que le aborrezca, como los niños que no advierten ningún género de afección, y, si cabe, aborrecen a sus padres
—Esa es también mi opinión.
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—Si el amigo no es el que ama, ni lo es el que es amado, ni tampoco el hombre que a la vez ama y es amado, ¿qué es lo que debemos deducir de aquí? ¿Existen entre los hombres otras relaciones, de las que pueda deducirse la amistad?
—Yo, Sócrates, no veo ninguna.
—¿Quizá, Menexenes, al comenzar nuestra indagación, tomamos mal camino?
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Queriendo, pues, dar alguna tregua a Menexenes, encantado como estaba yo del deseo de instruirse que manifestaba Lisis, emprendí con éste la conversación.
—Lisis, le dije, creo que tienes razón, y que si hubiéramos dirigido mejor nuestra indagación, no nos habríamos extraviado, como ha sucedido. Dejemos, pues, este camino; porque para mí una indagación se parece a una especie de camino. Vale más volver al que los poetas nos han abierto, porque los poetas hasta cierto punto son nuestros padres y nuestros guías en cuanto a sabiduría. Quizá no han hablado a la ligera cuando han dicho, con motivo de la amistad, que es Dios mismo el que hace los amigos y que atrae los unos hacia los otros. He aquí, poco más o menos, a mi entender, cómo se explican: un Dios conduce el semejante hacia su semejante,
—No, dijo.
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—Pero, dime, ¿han dicho la verdad?
—Quizá.
—Quizá la mitad de la verdad, y quizá la verdad toda entera, respondí a mi vez; pero nosotros no la comprendemos. El hombre malo se nos figura que es enemigo de otro hombre malo, y es tanto más malo, cuanto más se traten y se aproximen, porque encuentra más facilidad de causarle daño. Es imposible que los seres dañinos y los que están expuestos a sus tiros, puedan jamás hacerse amigos. ¿Es esta tu opinión?
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—Ese es mi dictamen, respondió.
—Y el mío, repliqué yo; pero encuentro, sin embargo, alguna dificultad. Veamos pues, ¡por Júpiter! y
—No, es imposible.
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—No lo creo.
—¿Cómo los buenos pueden ser amigos de los buenos, cuando, estando los unos separados de los otros, no se desean mutuamente, puesto que se bastan a sí mismos, y que estando los unos inmediatos a los otros, no se sirven para
—Imposible, dijo.
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—¿Pues cómo?
—He oído en una ocasión ciertas palabras que ahora recuerdo, y son, que lo semejante es lo más hostil posible de lo semejante, y los hombres de bien los más hostiles de los hombres de bien. El que me lo decía tomaba por testigo a Hesiodo, y citaba este verso: «El ollero es por envidia enemigo del ollero, el cantor del cantor, y el pobre de pobre.»
—Para mí, la tesis tiene cierto aire de exactitud.
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—¿Qué quieres decir con eso?
—¡Por Júpiter! yo ya no sé qué decir, porque experimento una especie de vértigo al ver la incertidumbre de nuestros razonamientos. Creo ver también, conforme al
—Yo lo creo también.
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—Necesariamente, a mi parecer.
—Veamos ahora, mis queridos amigos, dije yo, si este
—Jamás.
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—Ciertamente.
—Pero en esté caso, el objeto colorado ¿será el mismo en cuanto al color que lo que es en sí mismo?
—No te entiendo, dijo.
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—En efecto.
—Conforme a esto, podríamos decir que los que son
—Perfectamente.
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—¿Cómo?
—Lo vamos a ver bien pronto; el que ama, ¿ama alguna cosa o no?
—Necesariamente alguna cosa.
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—Luego lo que en sí no es, ni malo, ni bueno, ama lo que le es bueno, a causa de lo que le es malo, y en vista de lo que es bueno.
—Me parece bien.
—El que ama, por consiguiente, ¿ama lo que le es amigo a causa de lo que le es enemigo?
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—Necesariamente.
—Digo ahora, que es preciso tener presente que todas las demás cosas que nosotros amamos, en vista de esta primera, no nos causen ilusión, porque no son más que imágenes, mientras que ese primer principio es el único y primer bien, a decir verdad, que nosotros amamos. He aquí cómo es preciso entenderlo. Cuando se da un gran valor a una cosa, como un padre que prefiere un hijo, por ejemplo, a todos los demás bienes, ¿no habrá otro
—Ciertamente.
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—Me parece que sí.
—¿Lo bueno es amado a causa de lo malo? Sí, por ejemplo, de nuestros tres géneros: lo bueno, lo malo y lo que no es malo, ni bueno, no quedasen más que dos, y el tercero, el mal, llegase a desaparecer, y no
—Me parece bien que sea así.
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—Yo no lo creo, por lo menos, de la manera que ahora lo cuentas.
—¡Por Júpiter! dije yo, si se destruyera el mal ¿no habría hambre, ni sed, ni ningún otro de estos apetitos? o más bien, aún cuando los hombres y los animales fuesen distintos que como son hoy día, la sed ¿no existiría sin ser dañosa? ¿O bien crees tú que la sed, el hambre y los demás apetitos quedarían los mismos no existiendo el mal? Quizá es ridículo hablar de lo que sucedería en semejante caso, ni quién puede saberlo. Pero lo seguro es que, en el estado actual, la sed unas veces es un bien, otras un mal para el que la satisface; ¿no es así?
—En efecto.
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—Pero en verdad, ¿el deseo será la causa de la amistad? El que desea ¿ama el objeto de sus deseos por todo el tiempo que lo desea? En este caso, todo lo que hemos dicho sobre la amistad no es más que un discurso de fantasía, como si fuera un largo poema.
—Podría suceder que así fuera
—En efecto, el que desea, dime, ¿no desea aquello de que tiene necesidad?
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Lisis y Menexenes apenas hicieron signo de asentimiento; pero Hipotales, lleno de gozo, mudaba cada instante de color. Queriendo yo poner en claro esta opinión, dije entonces:
—Si lo conveniente difiere de lo semejante, me parece, Lisis y Menexenes, que hemos encontrado la última palabra de la amistad. Pero si lo conveniente y lo semejante resultan ser una misma cosa, no nos será fácil
—Sí, lo queremos.
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—¿No es claro, que a nada conduce? Me limitaré, pues, como hacen los abogados hábiles en sus defensas, a resumir todo lo que hemos dicho. Si el amigo no es el que ama, ni el que es amado, ni el semejante, ni el contrario, ni lo bueno, ni lo malo, ni ninguna de las demás cosas a que hemos pasado revista, porque por su mucho número no puedo recordarlas todas, si ninguna de estas cosas, repito, es el amigo, entonces nada tengo que decir.
En este acto me vino la idea de provocar a alguno de
Cuando se marchaban, dije a Lisis y Menexenes, que nos habíamos puesto quizá en ridículo ellos y yo, viejo como ya soy, porque los que presenciaron la conversación irán diciendo, que pensábamos ser amigos, y yo lo soy vuestro, y no hemos podido descubrir lo que es el amigo.
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