Diferencia entre revisiones de «El hombre mediocre (1926)/Capítulo II»

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Son prosaicos. No tienen afán de perfección: la ausencia de ideales impídeles poner en sus actos el grano de sal que poetiza la vida. Satúrales esa humana tontería que obsesionaba a Flaubert insoportablemente. La ha descrito en muchos personajes, tanta parte tiene en la vida real. Homais y Gournisieu son sus prototipos; es imposible juzgar si es más tonto el racionalismo acometivo del boticario librepensador o la casuística untuosa del eclesiástico profesional. Por eso los hizo felices, de acuerdo con su doctrina: "Ser tonto, egoísta, y tener una buena salud, he ahí las tres condiciones para ser feliz. Pero si os falta la primera todo está perdido".
 
Sancho Panza es la encarnación perfecta de esa animalidad humana: resume en su persona las más conspicuas proporciones de tontería, egoísmo y salud. En hora para él fatídica llega a maltratar a su amo, en una escena que simboliza el desbordamiento villano de la mediocridad sobre el idealismo. Horroriza pensar que escritores españoles, creyendo mitigar con ello los estragos de la quijotería, hanse tornado apologistas del grosero Panza. oponiendo su bastardo sentido práctico a los quiméricos ensueños del caballero; hubo quien lo encontró cordial, fiel, crédulo, iluso, en grado que¡ lo hiciera un símbolo ejemplar de pueblos. ¿Cómo no distinguir que el uno tiene ideales y el otro apetitos, el uno dignidad y el otro servilismo, el uno fe y el otro credulidad, el uno delirios originales de su cabeza y el otro absurdas creencias imitadas de la ajena? A todos respondió con honda emoción el autor de la Vida de Don Quijote y Sancho, donde el conflicto espiritual entre el señor y el lacayo se resuelve en la evocación de las palabras memorables pronunciadas por el primero: "asno eres y asno has de ser y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida"; dicen los biógrafos que Sancho lloró, hasta convencerse de que para serlo faltábale solamente la cola. El símbolo es cristiano. La moraleja no lo es menor: frente a cada forjador de ideales se alinean impávidos mil Sanchos, como si para contener el advenimiento de la verdad hubieran de complotarse todas las huestes de la estulticia.
 
El resol de la originalidad ciega al hombre rutinario. Huye de los pensadores alados, albino ante su luminosa reverberación. Teme embriagarse con el perfume de su estilo. Si estuviese en su poder los proscribiría en masa, restaurando la Inquisición o el Terror: aspectos equivalentes de un mismo celo dogmatista.