Diferencia entre revisiones de «El Discreto/Realce III»

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En un carro y en un trono, fabricado éste de conchas de tortugas, arrastrado aquél de rémoras, iba caminando la Espera por los espaciosos campos del Tiempo al palacio de la Ocasión.
 
Procedía con majestuosa pausa, como tan hechura de la Madurez, sin jamás apresurarse ni apasionarse; recostada en dos cojines, que la presentó la Noche, sibilas<ref>''sibila:'' «mujer sabia a quien los antiguos atribuyeron espíritu profético.» (DRAE).</ref> mudas del mejor consejo en el mayor sosiego.<ref>Aconsejarse del cojín, que es «sibila muda» en el sosiego de la noche, es paralelo al dicho moderno «consultar con la almohada».</ref> Aspecto venerable, que lo hermosean más los muchos días; serena y espaciosa frente, con ensanches de sufrimiento; modestos ojos entre cristales de disimulación; la nariz grande, prudente desahogo de los arrebatamientos de la irascible y de las llamaradas de la concupiscible; pequeña boca con labios de vaso atesorador, que no permiten salir fuera el menor indicio del reconcentrado sentimiento porque no descubra cortedades del caudal;<ref>''caudal:'' entendimiento, juicio, es decir, inteligencia. Véase realce II, nota 2.</ref> dilatado el pecho, donde se maduran y aun podrecen<ref>''podrecer:'' «pudrir» (DRAE).</ref>
los secretos, que se malogran comúnmente por aborto; capaz estómago, hecho a grandes bocados y tragos de la fortuna, de tan grande buche, que todo lo digiere; sobre todo, un corazón de un mar, donde quepan las avenidas de pasiones y donde se contengan las más furiosas tempestades, sin dar bramidos, sin romper sus olas, sin arrojar espumas, sin traspasar ni un punto los límites de la razón. Al fin, toda ella de todas maneras grande: gran ser, gran fondo y gran capacidad.