Diferencia entre revisiones de «Los guiños del pasado»

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Algo dentro de sí la movía a humedecer las almohadas con un llanto tan prolongado que no se daba cuenta cuándo se quedaba dormida.
A veces en sueños solía ver la regordeta mano de su nana moviéndose en rítmicos semicírculos como para lograr un efecto hipnótico y lograr que la nena se durmiera. Pobrecita, tan pequeñita y abandonada por una madre que le importaba más la lucha por los derechos políticos femeninos que cuidar a su hijita de cuatro meses y un padre empresario que por sus negocios internacionales siempre estaba de viaje ganando el dineral del mundo.
La niña solamente tenía a Doña Nacha, una cuarentonatreintona que la cuidaba de noche y de día como a una verdadera nietecita y cuyo marido era el chofer de su madre. Desde 1980, habían pasado ya treinta años y ahora Susana había aprendido a estar sola en su lujoso departamento de Santa Fe.
La riqueza acumulada por su padre le permitía darse grandes lujos, ante los reproches de su madre que la insultaba diciéndole inútil burguesa que no se preocupaba por salvar a las mujeres de la brutalidad masculina y se mostraba tan indiferente que su progenitora se quedaba con los gritos ahogados de indignación, mientras ella salía del departamento dando portazos burlones.
Su padre le decía: No hagas caso de las loqueras de tu madre. Como yo he sido un buen marido que le permite todo… y cuenta con mucho de mi dinero…
En todo ese tiempo, sólo le había conmovido la separación, hacía cinco años ya, de su ser más cercano y querido: su nana Nachita, quien había regresado a su país a buscar a su esposo que la había dejado en México con el pretexto de ir a cuidar a su madre que estaba grave. Lo encontró muy tranquilo y con la mamá totalmente sana. Sin embargo, él comenzó a maltratarmaltratarla y a correrla. Andate a México. Para qué viniste. Acá me molestás.
El año pasado había descubierto la infidelidad de su marido y lo había matado con gran fiereza junto con la amante en turno. Doña Nacha ya no había podido soportar tantas humillaciones machistas desde que había regresado de México y había estallado en la total descarga de una pistola. Los acribilló en el lecho de la traición. La noticia le rasgo el alma y el recuerdo. Sintió un odio violento por aquel hombre traidor. ¿Cómo era posible que ese individuo hubiera engañado a una mujer tan buena y delicada como Nachita? A los cincuentasesenta años ahora estaba presa por un crimen en una cárcel a las afueras Buenos Aires.
Susana era una mujer moderna que decidía su vida sin ambages; si no le gustaba un empleo, lo abandonaba como sin más. Y había ejercido ya tantos. Se había preparado en las mejores escuelas particulares y despreciaba a los insolentes engreídos de sus riquezas.
Su vida transcurría tan cómoda que lo único que le preocupaba era el recuerdo de su nana y la nostalgia por la cancioncilla que solía cantarle.