Diferencia entre revisiones de «Volanterías»
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<span id="3">'''UN LECTOR OPINA.'''</span>
Volanterías, un libro de cuentos; volanterías, multitud de especies que vagan en la imaginación y que impiden fijar la atención en alguna; Volanterías, personajes carentes de crónicas que se deslizan en el anonimato, que se confunden, que se ocultan para esconder su aparente
Seres repetibles infinitamente a quienes no se ha dedicado un verso, una relato y, en ocasiones, las más, ni una palabra. Seres anónimos que se eternizan en un México de venas abiertas como expresaba Eduardo Galeano. De un México victimado por economías transplantadas por ineficiencias burocráticas, ineptitudes o ambiciones sin medida y, actualmente, por economías neoliberales empequeñecedoras , faltas de toda sensibilidad.
Los personajes de Volanterías que Domínguez Hidalgo, ¿imaginador fantasioso?, la faceta que de él, tan versátil, se abre a la literatura, nos presenta en su peculiar estilo intermitente, son acaso quienes fueron arrojados a la vorágine de lo deshumanizado, a la peor pobreza, la de espíritu. Seres de "vida monótona, carentes de belleza. Triste existencia, estéril jardín. Árida montaña de dolores"... "los olvidados". Antihéroes de su propia epopeya cotidiana.
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DISEÑOS... TAL VEZ PROYECTOS...
QUE NO SE CUMPLIRÁN...
HISTORIETAS IRRETENIBLES... HISTORIALES
HISTORIAS SIN MEMORIALES... HISTORIAS...
HISTORIAS DE CADA DÍA... VIEJOS DISCURSOS
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—¡Oh! ¡Qué enorme vacío vemos y sentimos. —murmuraron.
—Nosotros aún no entendemos... ni nadie nos entiende... En nuestra escasa caminata hemos visto tanto que... nos espanta y nos rebela; nos revela y nos consume: nos deprime y nos agota. ¿Para qué vivir...? ¿Para qué...? ¿Para qué continuar por este valle desolado y fatuo que aparece ante nuestros ojos? ¿Para qué prorrogar la ruta que nunca ha conducido al paraíso de los mitos y que tantos han torcido y borroneado? ¿Para qué tanta vanidad, si nada es perenne al hombre? Ni su fuerza ni su debilidad y cuando cree abrir sus brazos, ya son sombra con que forma su cruz.
—¿Cuándo volverá lo que ha quedado tan lejano...? ¿O cuándo alcanzaremos lo que creímos tan cercano? ¿Y cómo
—¡Cuándo! ¡Cómo! —gritaron con desespero, con ansia infinita, con pavor fecundo... Y sus voces se perdieron en la inmensidad como un ruego... y allá en las alturas se convirtieron en florida música, guitarras electrizadas, percusiones coloridas... reunión de humos. Y los jóvenes comenzaron a cantar para distraerse y olvidar. Olvidar entre risueñas poses y vestuarios melancólicos su confusión, su íntimo torbellino, su pánico. Y al mezclarse entre lo común, sin miedo a la cotidianidad, su vaguedad insaciable los enredaba en viciosos círculos, en triángulos escatológicos, en cuadrángulos petrificantes; como vagabundos hospedados en cualquier sitio, sin importarles nada, despojados de raíces, sin cavar cimientos; desprendidos infructos de generaciones sin más entusiasmo que un narcótico suicidio. Y aullaban...como coyotes hambrientos abandonados al aquelarre de las herencias.
Y bailaron y cantaron hasta el anochecer en lucubraciones maravillosas. La luna, la plateada y pobretona luna de menguante, adornaba el cosmos mostrando con desgano su blanca desnudez. Ellos, súbitamente, se
—¿Qué somos...? ¿Qué hacemos...? ¿A qué vinimos a este mundo...? ¿Y para qué...? ¿De qué sirve todo esto? ¿Qué es la bondad? ¿Y el amor...? ¿Y el sacrificio? ¿Y el deber? ¿Y la injusticia? ¿Y Dios...? -dijeron de pronto enardecidos, frenéticos, anhelantes... —Ya no existen paladines. ¿O en verdad acaso han existido? ¡Perjurios! ¡Puede ser que nunca los haya habido. Todos han sido apariencias de linternas acomodaticias y convenencieras. ¡Mentiras con vestuarios de certezas que nos encadenan y nos han diseñado desde niños los cerebros convenientes! ¿Quién se ha preocupado por nuestra desolación, si ellos mismos se encuentran abismados? ¡Nadie ha sido héroe! No hay grandes hombres ni mujeres en los telares de la historia, sólo costureras tarántulas para su gulas de poder y oro...¿Y los sabios? Siempre fueron silenciados.— Cuando callaron, cual agotados, varios principiaron a meditar en voz alta...
—¡Debemos vivir en castidad!
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—¡Eso! ¡Eso debe ser! ¡Libres de hipocresías y convencionalismos irracionales, subjetivos y estupidizantes!
—Mas entonces viviríamos como animales... ¡Pura biología!
—Sólo al principio; luego nos
—¿Y si no podemos...?
—¡Debemos!
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Qué lástima me da ese hombre! Siempre parado silenciosamente en esa esquina suplicando una limosna o alguna ayuda... ¡Cómo duele! Con tanto progreso y ver esto aún. Todo el santo día se la pasa ahí. Y pocos lo socorren. Si no fuera por la pierna que le falta, tal vez yo pudiera conseguirle empleo en la oficina, aunque fuera de mozo, pero así...¿cómo?
Hoy es mi día de pago... cuando regrese le daré unos centavos. Además hay bastante comida de ayer. Se la obsequiaré. Al fin que estoy sola en casa y hasta mañana regresarán del pueblo mis padres. Haré una acción buena.
Y
La mañana era fría. El sol apenas lograba destacar detrás de las nubes que oprimían al cielo esmogoso y presagiaban las tormentas vespertinas del verano. Las calles iniciaban el diario ajetreo, eterno peregrinar del hombre a la búsqueda de un sustento artificioso y se aglomeraban las indiferencias en los intereses de cada quien.
—Una caridá par' este pobre miserable. Una caridá por el amor de Dios...
Y algunos al pasar junto al individuo harapiento y sucio; demacrado y abundante de barba, negra y espesa; de dientes escasos, amarillentos y podridos; de labios carnosos y amoratados; delgado de cuerpo, mediana la estatura y lisiado de una pierna, extendían la mano, como compadecidos, para darle unas monedas. El hombre susurraba agradecido entre una mueca de alegría y desprecio, tal cual si se sintiera humillado ante su situación.▼
▲delgado de cuerpo, mediana la estatura y lisiado de una pierna, extendían la mano, como compadecidos, para darle unas monedas. El hombre susurraba agradecido entre una mueca de alegría y desprecio, tal cual si se sintiera humillado ante su situación.
▲—¡Pinches codos! decía.
Y veía alejarse con una mirada de odio y rencor a quienes lo habían socorrido, como si experimentara una intensa amargura, una larga envidia por saber que ellos sí eran felices, que ellos sí podían tener todo lo que se vendía y que eran capaces de combatir abiertamente en esa lid perruna por comprar lo deseado, seguros y confiados de sí mismos...o por lo menos así parecían.
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<span id="17">'''NIEBLA.'''</span>
Tantas veces había escuchado de labios de su patrón y de todos los demás que trabajaban en el taller donde hacía ya más de cinco años se desempeñaba como aprendiz, aquellos comentarios burlones, maliciosos, descarnados y bestiales, que Adolfo se inquietaba al oirlos.
Adolfo era un muchacho de diecisiete años. Cuando apenas había terminado la primaria, impulsado por las necesidades económicas que asediaban a su hogar, tuvo la idea de buscarse un trabajo en el cual ganara algunos centavos para dárselos a su madre y así, facilitar el camino de la superación a sus hermanos menores.
Mas sus padres no querían verlo de simple chalán. Ellos anhelaban lo mejor para su hijo según les decía la experiencia. Una profesión, aunque sencillamente costeada, pero lograda a fuerza de voluntad.
Y en un principio, Adolfo continuó en el estudio; pero las exigencias aumentaban cada día: Libros, instrumentos, útiles, uniformes, cuotas... ¡Y aquello costaba tan caro! Y el dinero, que como siempre, no rendía.
Con tristeza contenida vio la imposibilidad de proseguir y tuvo que abandonar la secundaria a los pocos meses de haberla iniciado. Su padre le había conseguido un buen empleo de aprendiz en un taller mecánico. No le pagarían gran cosa, pero lo poco que le dieran, serviría de aliciente a la economía hogareña. Además, Adolfo pensaba ante todo en sus hermanos. Ellos sí debían satisfacer los deseos de sus padres, y para eso, él iba a trabajar lo más que pudiera. Se destrozaría físicamente, si era necesario, con tal de lograr aquellos fines.
Y sumergido en tales sentimientos se afanaba en su labor, y nada dejaba de hacer con gusto, con cuidado, con empeño. Aquella mente, en verdad, estaba invadida de los más puros y elevados pensamientos, como todas las de los jóvenes sensibles y aún no programados.
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La casa en donde vivían, se había transformado desde que él trabajaba. Ya no era la misma de su niñez. Parecía nueva. Todo había sido cambiado mediante el esfuerzo conjunto de sus padres y de sus hermanos. De la vecindad entera, aquella era la familia más progresista...
Adolfo era el más joven del taller. Cuando
Después de recibir el pago semanal lo invitaban. Se divertiría:
—Anda, güey, vente con nosotros. Ni pareces hombre...
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—¡Ándale! Échate las tres..! ¿A poco te' ogas con el humo?
—¡Órale! ¡Vamos...! No seas pinche rajón.. ¿O te pegan en tu casa?
—No puedo... en verdad... No tengo dinero... y nunca.
—¡Voy... voy...! ¡Mírenlo... mírenlo! 'ora nos sale el muy puro... ¡Puro marica! Qué se me hace que tú...
—¿Bueno... qué se traen conmigo?
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—¡Déjalo! No le gustan las viejas ni el trago ni la fumadera... Debía llamarse Adolfita. Me gustaría que le pusieras una inyección pa'que sintiera lo que es chipocludo. A ver si así se vuelve cabrón...
Y Adolfo se angustiaba... y dudaba de sí mismo... Con suerte era cierto lo que los demás afirmaban de él. ¡No era hombre! Y se sentía avergonzado.
▲cho del oficio y dondequiera podría encontrar chamba. Se decidía, pero luego ... (Y si me salgo de aquí y por más que le busque no encuentro. Tengo que aguantarme. Ahora que Roberto va a entrar a la universidad y que Ramón pasa a segundo de arquitectura, necesitamos más lana... y Luisa ya va a cumplir sus quince años... ¡No! ¡No puedo salirme! No debo... ¡Que digan lo que quieran y que se vayan al demonio! Y Adolfo seguía inexorable.
Veintiún años. Vibraciones sin medida. Y sentir que se apoderaba de si un algo inédito. Sus concepciones ideales se tambalearon. La realidad le aturdía. "Estoy hasta la madre de tantas burletas y humillaciones.
Desde entonces fue cambiando. Una tarde, frente a sus hermanos que lo consideraban el modelo, le dijo a su padre, que le había llamado la atención por sus comportamientos recientes.
—¡Ya me tienen harto! ¡Me han
—Al fin te me portas como macho, Adolfo. ¡Ya era tiempo!
—¡Vete a la chingada y no me jodas!
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—¡Juega el pollo! Me cai que sí... —y salieron del taller. Ambos fumaban como si la vida total les perteneciera...
En la perfumada cama corriente de un
—'Ora sí ya ni lo dudo... Las viejas andan tras de ti como las moscas tras elpulque... Me cai de madre. El sábado te chupaste dos botellas de tequila y como si nada... —dijo uno de sus grandes cuates.
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-¡Ah, jijos! Saliste bueno.. —exclamó el mayor de los del taller—. Y nosotros que te creíamos putón.
Adolfo, que ajustaba el motor de un automóvil, sonreía con vanidad; ufano y orgulloso como que fingía no escuchar los comentarios de admiración prodigados por sus compañeros de trabajo. Y sonreía... Sonreía.
Ahora sí estaba seguro de sentirse todo un hombre. Esta fama sí le satisfacía. Y un rictus de amargura se diseñaba en su rostro confundiéndose con el esfuerzo de apretar un amortiguador
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Una mujer llora...
Tres chiquillos duermen el plácido sueño de la niñez. De improviso, como si no quisiera, la puerta rechina y se abre con lentitud... La mujer corta su llanto y mira aparecer la figura tambaleante de un hombre que se diluye como quien no quiere en el interior de la rústica habitación.
—¡Al fin
—Shhhh... —responde él, con el clásico dedo índice tembloroso al borde de los babeados labios—. Vas a despertar a los escuincles...
—Otra vez t'emborrachastes y te gastastes toda la raya, Aureliano...
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<span id="31">'''LOS ÚLTIMOS DÍAS DE POMPEYA.'''</span>
Tengo que llegar a tiempo. No quiero que vaya a
Aquella tarde... en casa de Renata, cuando estaba a punto de abandonar la fiesta, llegó.
Aún resuenan en mi cerebro las palabras que nunca debió haber pronunciado. Cómo recuerdo aquella sensación tan estremecedora cuando sentí sus viriles manos que apretaban las mías... Cómo me excité...
—Encantado de conocerla. No sabe cómo me ha impresionado su belleza de mujer madura... Es como si un halo de misterio la rodeara...
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