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La casa era
Una puerta de hierro daba a una calle de regular apariencia; otra pequeña, bastante vieja y que no se abría casi nunca, al campo. Este presentaba en aquella estación, a mediados de la primavera, un bello aspecto con sus verdes espigas, sus encendidas amapolas y sus Poéticas margaritas.
Se celebraba una fiesta en la casa, un gallardo joven tocaba la guitarra.bailaban dos alegres parejas.familiares paseaban por la casa y otros se encontraban sentados en bancos de piedra o sillas rústicas, hablando animadamente. ▼
¿Se celebraba alguna fiesta en aquella morada? Un gallardo joven tocaba la guitarra con bastante gracia y de vez en cuando entonaba una dulce canción. Al compás de la música bailaban dos alegres parejas, mientras un caballero las contemplaba sonriendo, como recordando alguna época no muy lejana en que se hubiera entregado a esas gratas expansiones.
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Lejos del bullicio, sola, triste, contemplando las flores de un rosal, se veía a una joven de incomparable hermosura, vestida de blanco. Era tal su inmovilidad, que de lejos parecía una estatua de mármol.
Tenía el cabello rubio, los ojos negros; era blanca, pálida, con perfectas facciones, manos delicadas, pies de niña.
le dijo el joven ¿Tienes miedo de que tu padre nos oiga? No temas, está lejos, anda paseando con su confidente Raimundo. Hoy burlando su vigilancia, he llegado hasta aquí, porque necesito hablarte. ¿Persiste en su idea de casarte con otro porque no soy bastante rico para unirme contigo? ▼
la mujer le contesto al joven, Viendo que no puedo amar a nadie más que a ti, no me obliga a que me case con otro, quiere que sea monja. ▼
¿Estaba contando sus penas a las rosas? ¿Vivía tan aislada que no tenía a quién referir la causa de su dolor?
el joven le contesta ¿Y lo serás? ▼
Más de un cuarto de hora permaneció en el mismo sitio y en la misma postura, hasta que la sacó de su ensimismamiento un bello joven que se aproximó cautelosamente a ella.
-¿Estás sola? -le preguntó en voz baja.
La mujer se estremeció al oír aquellas palabras y no contestó.
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-Nunca. La vida del convento me espanta, porque en mis oraciones mezclaría sin cesar tu recuerdo al de Dios.
-¿Y cómo sería de otro modo? ¿No te has criado al lado mío? ¿No hemos jugado juntos en nuestra infancia?
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