<big>{{Capítulo
|titulo=El arte de amar
|capitulo=Libro Primero
|autor=Ovidio
}}
Si alguien en la ciudad de Roma ignora el arte de<br>
amar, lea mis páginas, y ame instruido por sus versos.<br>
El arte impulsa con las velas y el remo las ligeras<br>
naves, el arte guía los veloces carros, y el amor<br>
se debe regir por el arte. Automedonte sobresalía en<br>
la conducción de los carros y el manejo de las flexibles<br>
riendas; Tifis acreditó su maestría en el gobierno<br>
de la nave de los Argonautas; Venus me ha<br>
escogido por el confidente de su tierno hijo, y espero<br>
ser llamado el Tifis y el Automedonte del amor.<br>
Éste en verdad es cruel, y muchas veces
experimenté<br>
su enojo; pero es niño, y apto por su corta<br>
edad para ser guiado. La cítara de Quirón
educó al<br>
jovenzuelo Aquiles, domando su carácter feroz con<br>
la dulzura de la música; y el que tantas veces
intimidó<br>
a sus compañeros y aterró a los enemigos,
dícese<br>
que temblaba en presencia de un viejo cargado de<br>
años, y ofrecía sumiso al castigo del maestro
aquellas<br>
manos que habían de ser tan funestas a Héctor.<br>
Quirón fué el maestro de Aquiles, yo lo
seré del<br>
amor: los dos niños temibles y los dos hijos de una<br>
diosa. No obstante, el toro dobla la cerviz al yugo<br>
del arado y el potro generoso tiene que tascar el freno;<br>
yo me someteré al amor, aunque me destroce el<br>
pecho con sus saetas y sacuda sobre mí sus antorchas<br>
encendidas.<br>
Cuanto más riguroso me flecha y abrasa con sin<br>
par violencia, tanto más brío me infunde el anhelo<br>
de vengar mis heridas.<br>
Yo no fingiré, Apolo, que he recibido de ti estas<br>
lecciones, ni que me las enseñaron los cantos de las<br>
aves, ni que se me apareció Clío con sus hermanas<br>
al apacentar mis rebaños en los valles de Ascra. La<br>
experiencia dicta mi poema; no despreciéis sus avisos<br>
saludables: canto la verdad. ¡Madre del amor,<br>
alienta el principio de mi carrera! ¡Lejos de mí,
tenues<br>
cintas, insignias del pudor, y largos vestidos<br>
que cubrís la mitad de los pies! Nosotros cantamos<br>
placeres fáciles, hurtos perdonables, y los versos<br>
correrán limpios de toda intención criminal.<br>
Joven soldado que te alistas en esta nueva milicia,<br>
esfuérzate lo primero por encontrar el objeto<br>
digno de tu predilección; en seguida trata de interesar<br>
con tus ruegos a la que te cautiva, y en tercer<br>
lugar, gobiérnate de modo que tu amor viva largo<br>
tiempo. Éste es mi propósito, éste el
espacio por<br>
donde ha de volar mi carro, ésta la meta a la que<br>
han de acercarse sus ligeras ruedas.<br>
Pues te hallas libre de todo lazo, aprovecha la<br>
ocasión y escoge a la que digas: «Tú
sola me places.»<br>
No esperes que el cielo te la envíe en las alas del<br>
Céfiro; esa dicha has de buscarla por tus propios<br>
ojos. El cazador sabe muy bien en qué sitio ha de<br>
tender las redes a los ciervos y en qué valle se esconde<br>
el jabalí feroz. El que acosa a los pájaros,
conoce<br>
los árboles en que ponen los nidos, y el<br>
pescador de caña, las aguas abundantes en peces.<br>
Así, tú, que corres tras una mujer que te profese<br>
cariño perdurable, dedícate a frecuentar los
lugares<br>
en que se reunen las bellas. No pretendo que en su<br>
persecución des las velas al viento o recorras lejanas<br>
tierras hasta encontrarla; deja que Perseo nos traiga<br>
su Andrómeda de la India, tostada por el sol, y el<br>
pastor de Frigia robe a Grecia su Helena; pues Roma<br>
te proporcionará lindas mujeres en tanto número,<br>
que te obligue a exclamar: «Aquí se hallan
reunidas<br>
todas las hermosuras del orbe.» Cuantas mieses<br>
doran las faldas del Gárgaro, cuantos racimos llevan<br>
las viñas de Metimno, cuantos peces el mar, cuantas<br>
aves los árboles, cuantas estrellas resplandecen en el<br>
cielo, tantas .jóvenes hermosas pululan en Roma,<br>
porque Venus ha fijado su residencia en la ciudad<br>
de su hijo Eneas.<br>
Si te cautiva la frescura de las muchachas adolescentes,<br>
presto se ofrecerá a tu vista alguna virgen<br>
candorosa; si la prefieres en la flor de la juventud,<br>
hallarás mil que te seduzcan con sus gracias,
viéndote<br>
embarazado en la elección; y si acaso te agrada<br>
la edad juiciosa y madura, créeme, encontrarás de<br>
éstas un verdadero enjambre. Cuando el sol queme<br>
las espaldas del león de Hércules,
paséate despacio a<br>
la sombra del pórtico de Pompeyo, o por la opulenta<br>
fábrica de mármol extranjero que publica la<br>
munificencia de una madre añadida a la de su hijo, y<br>
no olvides visitar la galería, ornada de antiguas pinturas,<br>
que levantó Livia, y por eso lleva su nombre.<br>
Allí verás el grupo de las Danaides que osaron
matar<br>
a los infelices hijos de sus tíos, y a su feroz padre,<br>
con el acero desnudo. No dejes de asistir a las<br>
fiestas de Adonis, llorado por Venus, ni a las del<br>
sábado que celebran los judíos de Siria, ni pases
de<br>
largo por el templo de Menfis que se alzó a la ternera<br>
vendada con franjas de lino; Isis convierte a muchas<br>
en lo que ella fué para Jove.<br>
Hasta el foro, ¿quién lo creerá?, es
un cómplice<br>
del amor, cuya llama brota infinitas veces entre las<br>
lides clamorosas. En las cercanías del marmóreo<br>
templo consagrado a Venus surge el raudal de la<br>
fuente Appia con dulcísimo murmullo, y allí mil<br>
veces se dejó prender el jurisconsulto en las amorosas<br>
redes, y no pudo evitar los peligros de que defendía<br>
a los demás; allí, con frecuencia, el orador<br>
elocuente pierde el don de la palabra: las nuevas<br>
impresiones le fuerzan a defender su propia causa;<br>
y Venus, desde el templo vecino, se ríe del desdichado<br>
que siendo patrono poco ha, desea convertirse<br>
en cliente; pero donde has de tender tus lazos sobre<br>
todo es en el teatro, lugar muy favorable a la consecución<br>
de tus deseos. Allí encontrarás más de
una a<br>
quien dedicarte, con quien entretenerte, a quien<br>
puedes tocar, y por último poseerla. Como las hormigas<br>
van y vuelven en largas falanges cargadas con<br>
el grano que les ha de servir de alimento, y las abejas<br>
vuelan a los bosques y prados olorosos para libar el<br>
jugo de las flores y el tomillo, así se precipitan en los<br>
espectáculos nuestras mujeres elegantes en tal
número,<br>
que suelen dejar indecisa la preferencia. Más<br>
que a ver las obras representadas, vienen a ser objeto<br>
de la pública expectación, y el sitio ofrece mil<br>
peligros al pudor inocente.<br>
¡Oh Rómulo, tú fuiste el primero que
alborotó<br>
los juegos escénicos con la violencia, cuando el<br>
rapto de las Sabinas regocijó a tus soldados, que<br>
carecían de mujeres! Entonces los toldos no
pendían<br>
sobre el marmóreo teatro, ni enrojecía la escena<br>
el líquido azafrán; con el ramaje que brindaba la<br>
selva del Palatino, dispuesto sin arte, levantábase el<br>
rústico tablado; el pueblo se acomodaba en
graderías<br>
hechas de césped, y el follaje cubría de cualquier<br>
modo las hirsutas cabezas. Cada cual, observando<br>
alrededor, señalaba con los ojos la joven que para
sí<br>
codiciaba, y revolvía muchos proyectos a la callada<br>
en su pecho; y mientras el danzante, a los rudos sones<br>
de la zampoña toscana, golpea cadencioso tres<br>
veces el suelo con los pies, en medio de los aplausos,<br>
que entonces no se vendían, el rey da a su pueblo<br>
la señal de lanzarse sobre la presa. De súbito<br>
saltan de los asientos, y con clamores que delatan su<br>
intención, ponen las ávidas manos en las
doncellas.<br>
Como la tímida turba de palomas huye las embestidas<br>
del águila, como la tierna cordera se espanta en<br>
presencia del lobo, así huyen, aterradas, de aquellos<br>
hombres sin ley que las acometen, y no hubo una<br>
sola que no reflejase la palidez en la cara. El espanto<br>
fué en todas igual, mas no se manifestó de la
misma<br>
manera. Las unas se arrancan los cabellos, las otras<br>
pierden el sentido; éstas guardan un sombrío
silencio,<br>
aquéllas llaman a sus madres; quiénes se lamentan,<br>
quiénes quedan embargadas de estupor,<br>
algunas permanecen inmóviles y no pocas se dan a<br>
la fuga. Las doncellas robadas, presa ofrecida al dios<br>
Genio, desaparecen de allí, y el temor multiplicó
en<br>
muchas los naturales encantos. Si alguna se resiste<br>
tenaz a seguir al raptor, éste la coge en brazos, y<br>
estrechándola contra el ávido seno, la consuela
con<br>
tales palabras: «¿Por qué enturbias con
el llanto tus<br>
lindos ojos? Lo que tu padre es para tu madre, eso<br>
seré yo para ti.» Rómulo, tú
fuiste el único que supo<br>
premiar a los soldados; si me concedes el mismo<br>
galardón, me alisto en tu milicia. Desde entonces<br>
sigue la costumbre en las funciones teatrales, y hoy<br>
todavía son un peligro para las hermosas.<br>
No dejes tampoco de asistir a las carreras de los<br>
briosos corceles; el circo, donde se reúne público<br>
innumerable, ofrece grandes incentivos. Allí no te<br>
verás obligado a comunicar tus secretos con el lenguaje<br>
de los dedos, ni a espiar los gestos que descubran<br>
el oculto pensamiento de tu amada. Nadie te<br>
impedirá que te sientes junto a ella y que arrimes tu<br>
hombro al suyo todo lo posible; el corto espacio de<br>
que dispones te obliga forzosamente, y la 1ey del<br>
sitio te permite tocar a gusto su cuerpo codiciado.<br>
Luego buscas un pretexto cualquiera de conversación,<br>
y que tus primeras palabras traten de cosas<br>
generales. Con vivo interés pregúntale a
quién pertenecen<br>
los caballos que van a correr, y sin vacilación<br>
toma el partido de aquel, sea el que fuere, que<br>
merezca su favor. Cuando se presenten las imágenes<br>
de marfil en la solemne procesión, aplaude con entusiasmo<br>
a la diosa Venus, tu soberana. Si por acaso<br>
el polvo se pega al vestido de la joven, apresúrate a<br>
quitárselo con los dedos, y aunque no le haya
caído<br>
polvo ninguno, haz como que lo sacudes, y cualquier<br>
motivo te incite a mostrarte obsequioso. Si el<br>
manto le desciende hasta tocar el suelo, recógelo sin<br>
demora y quítale la tierra que lo mancha, que bien<br>
pronto recabarás el premio de tu servicio, pues con<br>
su consentimiento podrás deleitar los ojos al descubrir<br>
su torneada pierna. Además, observa si el que<br>
se sienta detrás de vosotros saca demasiado la rodilla<br>
y oprime su ebúrnea espalda. La menor
distinción<br>
cautiva a un ánimo ligero. Fué útil a
muchos<br>
colocar con presteza un cojín o agitar el aire con el<br>
abanico, y deslizar el escabel bajo unos pies delicados.<br>
El circo brinda estas ocasiones al amor naciente,<br>
como la arena del foro que entristecen las<br>
contiendas legales. Allí descendió a pelear mil
veces<br>
el hijo de Venus, y el que contemplaba las heridas<br>
de otro, resultó herido también; y mientras habla,<br>
toca la mano del adversario, apuesta por un combatiente,<br>
y, depositada la fianza, pregunta quién salió<br>
victorioso, solloza al sentir el dardo que se le clava<br>
en el pecho, y, simple espectador del combate, viene<br>
a ser una de sus víctimas.<br>
¿Qué espectáculo iguala en lo
emocionante al<br>
simulacro de una batalla naval en la que César lanza<br>
las naves de Persia contra las de Atenas? Desde uno<br>
y otro mar acuden mozos y doncellas, y el orbe entero<br>
se da cita en Roma. Entre tanta muchedumbre,<br>
¿quién no hallará la mujer de su
predilección? ¡Ah,<br>
cuántos se dejaran abrasar por una hermosa extranjera!<br>
César se dispone a sojuzgar pronto lo que le<br>
falta del orbe, y pronto serán nuestros los
últimos<br>
confines del Oriente. ¡Reino de los parthos, vas a<br>
sufrir rudo castigo¡ ¡Alborozaos, manes de Craso;<br>
estandartes que, a pesar vuestro, pasasteis a poder<br>
de los bárbaros, aquí está vuestro
vengador, acreditado<br>
de insigne caudillo en los primeros encuentros,<br>
pues muy joven obtiene victorias no concedidas a la<br>
juventud! ¡Espíritus apocados, no
preguntéis el día<br>
natal los dioses: el valor de los Césares se adelanta<br>
siempre a la edad, su genio soberano brilló desde los<br>
tiernos años, rebelde a los tardíos pasos del
crecimiento!<br>
Hércules, de niño, ahogó con sus manos<br>
dos serpientes, y ya en la cuna se mostró digno<br>
vástago de Jove. ¡Tú, Baco, que seduces
con tus<br>
gracias juveniles, cuán grande apareciste en la India,<br>
conquistada por tus tirsos victoriosos! Joven príncipe,<br>
combatirás alentado por los auspicios y el valor<br>
de tu padre, y gracias a los mismos reportarás la<br>
victoria; debes ilustrar con hazañas heroicas tu<br>
nombre glorioso, y si hoy eres el príncipe de la juventud,<br>
luego lo serás de la vejez. Hermano generoso,<br>
venga la injuria de tus hermanos; modelo de<br>
hijos, defiende los derechos de tu padre. Tu padre,<br>
que lo es también de la patria, te puso las armas en<br>
la mano; el enemigo arrebató con violencia el reino<br>
al autor de tus días, pero tus dardos serán
sagrados,<br>
y las saetas de aquél sacrílegas; la justicia y
la piedad<br>
combatirán bajo tus enseñas, y el partho, ya
vencido<br>
por su mala causa, lo será asimismo por las armas, y<br>
mi joven héroe añadirá a las del Lacio
las riquezas<br>
del Oriente. ¡Marte, que eres su padre, y tú,
César,<br>
su padre también, prestad ayuda al guerrero, ya que<br>
uno de vosotros es dios, y el segundo lo será presto!<br>
Sí, te lo aseguro: vencerás; yo
cantaré los versos<br>
ofrecidos a tu gloria, y tu nombre resonará en ellos<br>
con sublime acento. A punto de combatir, animarás<br>
las huestes con mis palabras, y ojalá no sean indignas<br>
de tu esfuerzo. Pintaré al partho fugitivo, el
brío<br>
animoso de los romanos, y los dardos que lanza el<br>
enemigo, volviendo las riendas de su caballo. Partho,<br>
si huyes para vencer, ¿qué dejas a los vencidos?<br>
Al fin tu Marte te amedrenta con presagios funestos.<br>
Pronto lucirá el día en que tú, el
más hermoso<br>
de los hombres, aparezcas resplandeciente en el carro<br>
de cuatro blancos corceles. Delante de ti caminarán<br>
los jefes enemigos con los cuellos cargados de<br>
cadenas, sin que puedan, como antes, buscar su salvación<br>
en la fuga; los jóvenes, al lado de las doncellas,<br>
contemplarán regocijados el espectáculo, y este<br>
día feliz ensanchará todos los corazones.
Entonces,<br>
si alguna muchacha te pregunta los nombres de los<br>
vencidos reyes, y cuáles son las tierras, los montes y<br>
los ríos de las imágenes conducidas en triunfo,
res<br>
ponde a todo, aunque no seas interrogado, y afirma<br>
lo que no sabes como si lo supieses perfectamente.<br>
Esa imágen con las sienes ceñidas de
cañas es el<br>
Éufrates; la que sigue, de azulada cabellera, el Tigris;<br>
aquélla, la de Armenia; ésta representa la Persia,<br>
donde nació el hijo de Dánae; estotra, una ciudad<br>
situada en los valles de Aquemenia; aquél y el de<br>
más allá son generales; de algunos
dirás los nombres<br>
verdaderos, si los conoces, y si no, los que puedan<br>
convenirles.<br>
Las mesas de los festines brindan suma facilidad<br>
para introducirse en el ánimo de las bellas, y proporcionan<br>
además de los vinos otras delicias. Allí,<br>
con frecuencia, el Amor de purpúreas mejillas sujeta<br>
con sus tiernos brazos la altiva cabeza de Baco;<br>
cuando el vino llega a empapar las alas de Cupido,<br>
éste queda inmóvil y como encadenado en su<br>
puesto; mas en seguida el dios sacude las húmedas<br>
alas, y entonces, ¡desgraciado del corazón que
baña<br>
en su rocío! El vino predispone los ánimos a
inflamarse<br>
enardecidos, ahuyenta la tristeza y la disipa<br>
con frecuentes libaciones. Entonces reina la alegría;<br>
el pobre, entonces, se cree poderoso, y entonces el<br>
dolor y los tristes cuidados desaparecen de su rugosa<br>
frente; entonces descubre sus secretos, ingenuidad<br>
bien rara en nuestro siglo, porque el dios es<br>
enemigo de la reserva. Allí, muy a menudo, las
jóvenes<br>
dominan al albedrío de los mancebos: Venus,<br>
en los festines, es el fuego dentro del fuego.<br>
No creas demasiado en la luz engañosa de las<br>
lámparas; la noche y el vino extravían el juicio
sobre<br>
la belleza. Paris contempló las diosas desnudas a la<br>
luz del sol que resplandecía en el cielo, cuando dijo<br>
a Venus: «Venus, vences a tus. competidoras.» La<br>
noche oculta las macas, disimula los defectos, y entre<br>
las sombras cualquiera nos parece hermosa. Examina<br>
a la luz del día los brillantes, los trajes de
púrpura,<br>
la frescura de la tez y las gracias del cuerpo.<br>
¿Habré de enumerar todas las reuniones femeninas<br>
en que se sorprende la caza? Antes contaría las arenas<br>
del mar. ¿A qué citar Bayas, que cubre de velas<br>
sus litorales y cuyas cálidas aguas humean con vapores<br>
sulfurosos? Los que salen de allí con el dardo -<br>
mortal en el pecho dicen de ellas: «Estas aguas no<br>
son tan saludables como publica la fama.» Contempla<br>
el ara de Diana en medio del bosque próximo a<br>
nuestros muros y el reino conquistado por el acero<br>
de una mano criminal; aunque la diosa es virgen y<br>
odia las flechas de Cupido, ¡cuántas heridas causa
a<br>
su pueblo y cuántas causará todavía!<br>
Hasta aquí mi Musa, exponiendo sus advertencias<br>
en versos desiguales, te advirtió dónde
encontrarías<br>
una amada y dónde has de tender tus redes;<br>
ahora te enseñará los hábiles recursos
que necesitas<br>
poner en juego para vencer a la que te seduzca.<br>
Quienesquiera que seáis, de esta o de la otra tierra,<br>
prestadme todos dócil atención, y tú,
pueblo, oye mi<br>
palabra, pues me dispongo a cumplir lo prometido.<br>
Primeramente has de abrigar la certeza de que todas<br>
pueden ser conquistadas, y las conquistarás preparando<br>
astuto las redes. Antes cesarán de cantar los<br>
pájaros en primavera, en estío las cigarras y el
perro<br>
del Ménalo huirá asustado de la liebre, antes que<br>
una joven rechace las solícitas pretensiones de su<br>
amador: hasta aquella que juzgues más difícil se<br>
rendirá a la postre; los hurtos de Venus son tan dulces<br>
al mancebo como a la doncella; el uno los oculta<br>
mal, la otra cela mejor sus deseos. Conviene a los<br>
varones no precipitarse en el ruego, y que la mujer,<br>
ya de antemano vencida, haga el papel de suplicante.<br>
En los frescos pastos la vaca llama con sus mugidos<br>
al toro y la yegua relincha a la aproximación del caballo.<br>
Entre nosotros el apetito se desborda menos<br>
furioso y la llama que nos enciende no traspasa los<br>
límites de la naturaleza. ¿Hablaré de
Biblis, que con<br>
cibió por su hermano un amor incestuoso, expiado<br>
valerosamente echándose un lazo al cuello? Mirra<br>
amó a su padre, no como debía amarle una hija, y<br>
convertida en árbol, oculta bajo la corteza su crimen<br>
y hoy nos sirven de perfumes las lágrimas que destila<br>
el tronco oloroso que aun lleva su nombre. Pacía<br>
en los opacos valles del frondoso Ida un toro<br>
blanco, gloria del rebaño, señalado por leve
mancha<br>
negra en la frente; era la única, pues el resto de su<br>
cuerpo igualaba la blancura de la leche. Las terneras<br>
ardientes de Gnosia y Cidón desearon sostenerlo<br>
sobre sus espaldas, y la adúltera Pasifae, que se regocijaba<br>
con la ilusión de poseerlo, concibió un<br>
odio mortal contra las que consideraba más hermosas.<br>
Cuento hechos harto conocidos. Creta, la de las<br>
cien ciudades, y nada escrupulosa en mentir, no osará<br>
negarlo. Dícese que ella misma cortaba con poca<br>
habilidad las hojas recientes de los árboles y las tiernas<br>
hierbas de los prados, ofreciéndoselas al toro;<br>
ella seguía al rebaño sin que la contuviese el
temor<br>
de su esposo, y Minos quedó vencido por el cornudo<br>
animal. ¿De qué te sirve, Pasifae, ponerte
preciosas<br>
vestiduras, si tu adúltero amante desconoce el<br>
valor de esas riquezas? ¿De qué el espejo que
llevas<br>
en tus excursiones por las montañas y para qué,
necia,<br>
cuidas tanto el peinar tus cabellos? Mírate en ese<br>
espejo, y te convencerás de no ser una ternera; mas<br>
¿con qué ardor no desearías que te
naciesen los<br>
cuernos en la frente? Si aun quieres a Minos, renuncia<br>
a torpes ayuntamientos, y si pretendes engañar a<br>
tu esposo, engáñale con un hombre. Pero la reina,<br>
abandonando su tálamo, vaga errante por montes y<br>
selvas como la Bacante soliviantada por el dios de<br>
Aonia. ¡Ah!, ¡cuántas veces
distinguía a una vaca con<br>
ceño iracundo y exclamaba!: «¿Por
qué ésta agrada a<br>
mi dueño? Mira cómo retoza en su presencia sobre<br>
la fresca hierba. Sin duda cree en su imbecilidad estar<br>
así más bella. Dice, y al momento ordena separar<br>
a la inocente del rebaño y someter su cerviz al pesado<br>
yugo, o la obliga a caer ante el ara del sacrificio,<br>
como víctima, y alegre recoge en sus manos las
entrañas<br>
de una rival. Muchas veces aplacó a los númenes<br>
con tan cruentos espectáculos y apostrofaba<br>
así las carnes palpitantes: «Ea, id a cautivar al
que<br>
amo. Ya deseaba convertirse en Europa, ya en la<br>
ninfa Io; en ésta porque se transformó en vaca, en<br>
la otra porque fue arrebatada sobre la espalda de un<br>
toro. El jefe del rebaño se juntó con Pasifae
engañado<br>
por el cuerpo de una vaca de madera, y el<br>
fruto de esta unión descubrió la naturaleza del
padre.<br>
Si la otra Cretense hubiera resistido las persecuciones<br>
de Tiestes, ¡oh, qué difícil es a la
mujer agradar<br>
a un sólo varón! Febo no habría
detenido su<br>
carro y sus corceles en mitad del camino, revolviéndolos<br>
hacia las puertas de la Aurora. La hija de Niso,<br>
por haberle robado sus purpúreos cabellos, cayó<br>
desde la popa de un navío y convirtióse en ave.<br>
Agamenón, que desafió victorioso los peligros de<br>
Marte en la tierra y las borrascas de Neptuno en el<br>
piélago, vino a perecer víctima de su
adúltera esposa.<br>
¿Quién, no ha llorado la suerte de Creusa de
Corinto<br>
y no ha maldecido a la inicua madre bañada en<br>
la sangre de sus hijos? Fénix, la de Amintor,
vertió<br>
torrentes de lágrimas por sus órbitas privadas de<br>
luz, y los caballos espantados destrozaron al infeliz<br>
Hipólito. Fíneo, ¿por qué
saltas los ojos de tus inocentes<br>
hijos? ¡Ay!, tan horrendo castigo caerá un
día<br>
sobre tu cabeza. Tales crímenes hizo cometer la liviandad<br>
femenina, más ardiente que la nuestra y con<br>
más furor en sus arrebatos.<br>
Ánimo, y no dudes que saldrás vencedor en todos<br>
los combates; entre mil apenas hallarás una que<br>
te resista; las que conceden y las que niegan se regocijan<br>
lo mismo al ser rogadas, y dado que te equivoques,<br>
la repulsa no te traerá ningún peligro.
¿Mas<br>
cómo te has de engañar teniendo las nuevas
voluptuosidades<br>
tantos atractivos? Los bienes ajenos nos<br>
parecen mayores que los propios; las espigas son<br>
siempre más fértiles en los sembrados que no nos<br>
pertenecen y el rebaño del vecino se multiplica con<br>
portentosa fecundidad. Ante todo haz por conocer<br>
a la criada de la joven que intentas seducir, para que<br>
te facilite el primer acceso, y averigua si obtiene la<br>
confianza de su señora y es la confidente de sus secretos<br>
placeres; inclínala en tu favor con las promesas<br>
y ablándala con los ruegos; como ella quiera,<br>
conseguirás fácilmente tus deseos. Que ella
escoja el<br>
momento, los médicos suelen también aprovecharlo,<br>
en que el ánimo de su señora, libre de cuitas,
esté<br>
mejor dispuesto a rendirse; el más favorable a tu<br>
pretensión será aquel en que todo le
sonría y le parezca<br>
tan bello como la áurea mies en los fértiles<br>
campos. Si el pecho está alborozado y no lo oprime<br>
el dolor, tiende a dilatarse y Venus lo señorea hasta<br>
el fondo. Ilión, embargada de tristeza, pudo defenderse<br>
con las armas, y en un día festivo introdujo en<br>
su recinto el caballo repleto de soldados. Acomete<br>
la empresa así que la oigas quejarse de una rival, y<br>
esfuérzate en que no quede sin venganza la injuria.<br>
La criada que peina sus cabellos por la mañana, avive<br>
el resentimiento y ayude el impulso de tus velas<br>
con el remo, y dígale suspirando en tenue voz: «
Por<br>
lo que veo, no podrás vengarte del agravio.»
Después<br>
hable de ti con las palabras más persuasivas y<br>
júrele que mueres de un amor que raya en locura;<br>
pero revélate decidido, no sea que el viento calme y<br>
caigan las velas. Como el cristal es frágil, así
se calma<br>
pronto la cólera de la mujer.<br>
Me preguntas si es provechoso conquistar a la<br>
misma sirvienta; en tal caso te expones a graves<br>
contingencias; ésta, después que se entregue, te
servirá<br>
más solícita; aquélla, menos celosa;
la una te<br>
facilitará las entrevistas con su ama, la otra te
reservará<br>
para sí. El bueno o mal suceso es muy eventual.<br>
Aun suponiendo que ella incite tu atrevimiento,<br>
mi consejo es que te abstengas de la aventura.<br>
No quiero extraviarme por precipicios y agudas rocas;<br>
ningún joven que oiga mis avisos se dejará
sorprender;<br>
no obstante, si la criada que recibe y vuelve<br>
los billetes te cautiva por su gracia tanto como por<br>
los buenos servicios, apresura la posesión de la
señora<br>
y siga la de la criada; mas no comiences nunca<br>
por la. conquista de la última. Una cosa te aconsejo,<br>
si tienes confianza en mis lecciones y el viento no se<br>
lleva mis palabras y las hunde en el mar: o no intentes<br>
la empresa, o acábala del todo; así que ella<br>
tenga parte en el negocio, no se atreverá a delatarte.<br>
El pájaro no puede volar con las alas viscosas, el<br>
jabalí no acierta a romper las redes que le envuelven<br>
y el pez queda sujeto por el anzuelo que se le clava;<br>
pero si te propones seducirla, no te retires hasta salir<br>
vencedor. Entonces ella, culpable de la misma falta,<br>
no osará traicionarte, y por ella conocerás los
dichos<br>
y hechos de la que pretendes. Sobre todo, gran discreción;<br>
si ocultas bien tu inteligencia con la criada,<br>
los pasos de tu dueño te serán perfectamente
conocidos.<br>
Grave error el de creer que sólo los pilotos y labriegos<br>
deben consultar el tiempo. No conviene<br>
arrojar fuera de sazón en el campo la semilla que<br>
puede engañar nuestras esperanzas, ni en todo tiempo<br>
librar a los embates de las olas una frágil
embarcación,<br>
ni siempre es de seguros resultados atacar a<br>
una tierna beldad; a veces importa aprovechar la<br>
ocasión favorable, ya se aproxime el día de un
natalicio,<br>
ya el de las calendas de marzo, que Venus se<br>
goza en prolongar. Si el circo resplandece no adornado<br>
como antes con figuras de relieve, sino con los<br>
despojos de los reyes vencidos, difiere algunos días<br>
tu pretensión. Entonces reina el triste invierno y<br>
amenazan las lluviosas Pléyadas; entonces las
tímidas<br>
Cabrillas se sumergen en las aguas del Océano;<br>
no acometas nada de provecho, pues si alguien se<br>
confía entonces a los riesgos de la navegación,
apenas<br>
podrá salvar los ateridos miembros en la tabla<br>
de su bajel hecho piezas. Tus ataques han de comenzar<br>
el día funesto en que las ondas del Allia se<br>
tiñeron con la sangre de los cadáveres romanos o
el<br>
último de cada semana que consagra al reposo y al<br>
culto el habitante de Palestina. Mira con santo horror<br>
el natalicio de tu amada, y como nefastos los<br>
días en que es ineludible el ofrecer presentes. Aunque<br>
lo evites con cautela, te sonsacará algo; la mujer<br>
tiene mil medios para apoderarse del caudal de su<br>
apasionado amante. Un vendedor con la túnica
desceñida<br>
se presentará ante tu dueño deseoso de<br>
comprar, y delante de ti expondrá sus mercaderías.<br>
Ella te rogará que las examines para juzgar tu buen<br>
gusto; después te dará unos besos, y por
último te<br>
pedirá que le compres lo que más le agrade,
jurándote<br>
que con eso quedará contenta por largos años<br>
y diciéndote: «Ahora tengo necesidad de ello y
ahora<br>
se puede comprar a precio razonable.» Si te excusas<br>
con el pretexto de que no tienes en casa el dinero<br>
necesario, te pedirá un billete, y sentirás haber<br>
aprendido a escribir. ¡Cuántas veces te
exigirá el regalo<br>
que se acostumbra en el natalicio y cuántas
renovará<br>
esta fecha al compás de sus necesidades!<br>
¿Qué harás cuando la veas llorar
desolada por una<br>
falsa pérdida y te enseñe las orejas sin los
ricos pendientes<br>
que ostentaban? Las mujeres piden muchas<br>
cosas en calidad de préstamo, y así que las
reciben<br>
se niegan a la devolución. Sales perdiendo y nunca<br>
se tiene en cuenta tu sacrificio. No me bastarían<br>
diez bocas con otras tantas lenguas, si pretendiese<br>
referir los astutos manejos de nuestras cortesanas.<br>
Explota el camino por medio de la cera que barniza<br>
las elegantes tablillas, y que ella sea la primer<br>
anunciadora de la disposición de tu ánimo, que
ella<br>
le diga tus ternuras con las expresiones que usan los<br>
amantes, y seas quien seas, no te sonrojen las más<br>
humildes súplicas. Aquiles, movido por las preces,<br>
entregó a Príamo el cadáver de
Héctor; la voz del<br>
suplicante templa la cólera de los dioses. No economices<br>
el prometer, que al fin no arruina a nadie, y<br>
todo el mundo puede ser rico en promesas. La esperanza<br>
acreditada permite ganar tiempo; en verdad es<br>
una diosa falaz; mas nos complace ser por ella en<br>
gañados. Los presentes que le hubieses hecho
podrían<br>
incitarla a abandonarte, y por lo pronto se<br>
1ucraría con tu largueza sin perder nada. Confíe<br>
siempre en que le vas a dar lo que nunca pensaste;<br>
así un campo estéril burla mil veces la esperanza
del<br>
labrador, así el jugador empeñado en no perder,<br>
pierde a todas horas, y sus ávidas manos no sueltan<br>
los dados que le prometen pingües ganancias. Lo<br>
principal y más dificultoso es alcanzar de gracia los<br>
primeros favores; el temor de darlos sin provecho la<br>
inducirá a seguir concediéndolos como antes;
dirígele<br>
tus billetes impregnados de dulcísimas frases,<br>
con el fin de explorar su disposición y tentar las
dificultades<br>
del camino. Los caracteres trazados sobre<br>
un fruto burlaron a Cidipe, y la imprudente doncella,<br>
leyéndolos, se vió cogida por sus propias
palabras.<br>
Jóvenes romanos, os aconsejo que no aprendáis<br>
las bellas artes con el único objeto de convertiros en<br>
defensores de los atribulados reos; la beldad se deja<br>
arrebatar y aplaude al orador elocuente, lo mismo<br>
que la plebe, el juez adusto y el senador distinguido;<br>
pero ocultad el talento, que el rostro no descubra<br>
vuestra facundia y que en vuestras tablillas no se<br>
lean nunca expresiones afectadas. ¿Quién sino un<br>
estúpido escribirá a su tierna amiga en tono
declamatorio?<br>
Con frecuencia un billete pedantesco<br>
atrajo el desprecio a quien lo escribió. Sea tu razonamiento<br>
sencillo, tu estilo natural y a la vez insinuante,<br>
de modo que imagine verte y oírte al mismo<br>
tiempo. Si no recibe tu billete y lo devuelve sin<br>
leerlo, confía en que lo leerá más
adelante y permanece<br>
firme en tu propósito. Con el tiempo los toros<br>
rebeldes acaban por someterse al yugo, con el tiempo<br>
el potro fogoso aprende a soportar el freno que<br>
reprime su ardor. El anillo de hierro se desgasta con<br>
el uso continuo y la punta de la reja se embota a<br>
fuerza de labrar asiduamente la tierra. ¿Qué
más<br>
duro que la roca y más leve que la onda? Con todo,<br>
las aguas socavan las duras peñas. Persiste, y
vencerás<br>
con el tiempo a la misma Penélope. Troya resistió<br>
muchos años, pero al fin cayó vencida. Si te lee y<br>
no quiere contestar, no la obligues a ello; procura<br>
solamente que siga leyendo tus ternezas, que ya responderá<br>
un día a lo que leyó con tanto gusto. Los<br>
favores llegarán por sus pasos en tiempo oportuno.<br>
Tal vez recibas una triste contestación, rogándote<br>
que ceses de solicitarla; ella teme lo que te ruega y<br>
desea que sigas en las instancias que te prohibe. No<br>
te descorazones, prosigue, y bien pronto verás satis<br>
fechos tus votos. En el ínterin, si tropiezas a tu<br>
amada tendida muellemente en la litera, acércate<br>
con disimulo a su lado, y a fin de que los oídos de<br>
curiosos indiscretos no penetren la intención de tus<br>
frases, como puedas revélale tu pasión en
términos<br>
equívocos. Si se dirige al espacioso pórtico,
debes<br>
acompañarla en su paseo, y ora has de precederla,<br>
ora seguirla de lejos, ya andar de prisa, ya caminar<br>
con lentitud. No tengas reparo en escurrirte entre la<br>
turba y pasar de una columna a otra para llegar a su<br>
lado. Cuida que no vaya sin tu compañía a ostentar<br>
su belleza en el teatro; allí sus espaldas desnudas te<br>
ofrecerán un gustoso espectáculo; allí
la contemplarás<br>
absorto de admiración y le comunicarás, tus
secretos<br>
pensamientos con los gestos y las miradas.<br>
Aplaude entusiasmado la danza del actor que representa<br>
a una doncella, y más todavía al que
desempeña<br>
el papel del amante. Levántate si ella se levanta,<br>
vuelve a sentarte si se sienta, y no te pese<br>
desperdiciar el tiempo al tenor de sus antojos. Tampoco<br>
te detengas demasiado en rizarte el cabello<br>
con el hierro o en alisarte la piel con la piedra pómez;<br>
deja tan vanos aliños para los sacerdotes que<br>
aúllan sus cantos frigios en honor de la madre Cibeles.<br>
La negligencia constituye el mejor adorno del<br>
hombre. Teseo, que nunca se preocupó del peinado,<br>
supo conquistar a la hija de Minos; Fedra enloqueció<br>
por Hipólito, que no se distinguía en lo elegante,<br>
y Adonis, tan querido de Venus, sólo se recreaba en<br>
las selvas. Preséntate aseado, y que el ejercicio del<br>
campo de Marte solee tu cuerpo envuelto en una<br>
toga bien hecha y airosa. Sea tu habla suave, luzcan<br>
tus dientes su esmalte y no vaguen tus pies en el<br>
ancho calzado; que no se te ericen los pelos mal<br>
cortados, y tanto éstos como la barba entrégalos a<br>
una hábil mano. No lleves largas las uñas, que han<br>
de estar siempre limpias, ni menos asomen los pelos<br>
por las ventanas de tu nariz, ni te huela mal la boca,<br>
recordando el fétido olor del macho cabrío. Lo
demás<br>
resérvalo a las muchachas que quieren agradar y<br>
para esos mozos que con horror de su sexo se entregan<br>
a un varón.<br>
Mas ya llama a su poeta Baco, el que ayuda<br>
siempre a los amantes y atiza las llamas en que él<br>
mismo se consume. Ariadna erraba loca por la desierta<br>
arena que ciñe la isla de Naxos combatida por<br>
el mar; apenas sacude el sueño medio cubierta con<br>
la sencilla túnica, con los pies descalzos y sueltos los<br>
rubios cabellos, se dirige a las sordas olas llamando<br>
al cruel Teseo, y un raudal de lágrimas se desliza por<br>
sus frescas mejillas; gritaba y lloraba a la vez, y el<br>
llanto y las voces, lejos de amenguar su belleza,<br>
contribuían a realzarla de un modo extraordinario.<br>
Ya golpeándose el pecho sin cesar con mano despiadada,<br>
gritaba: «El pérfido ha partido;
¿qué será de<br>
mí, qué suerte me espera?» En aquel
momento resuenan<br>
por el extenso litoral los címbalos y los tímpanos<br>
golpeados con frenéticas manos, cae<br>
desvanecida, las últimas palabras expiran en sus labios<br>
y diríase que en su cuerpo no quedaba una gota<br>
de sangre. De súbito aparecen las Bacantes con los<br>
cabellos tendidos por la espalda, y detrás la turba de<br>
los Sátiros que preceden al dios; después el viejo<br>
Sileno, tan borracho, que gracias si se mantiene en<br>
equilibrio cogiéndose a las crines del asno cabizbajo,<br>
persigue a las Bacantes que huyen y le acometen de<br>
improviso; como es tan pésimo jinete, hostiga con<br>
la vara al cuadrúpedo que monta y al fin se apea de<br>
bruces por las orejas del paciente animal. Los Sátiros<br>
entonces gritan: «Levántate, padre Sileno;
levántate.<br>
» Preséntase al fin, en su carro ceñido
de<br>
pámpanos, el dios que gobierna los domados tigres<br>
con riendas de oro. Pálida de terror Ariadna, no<br>
nombra más a Teseo, porque la voz se le hiela en la<br>
garganta; tres veces quiso huir, y el miedo la detuvo<br>
inmóvil otras tantas; estremecióse como las
espigas<br>
estériles agitadas por el viento y la débil
caña que<br>
tiembla en las orillas del húmedo pantano. El dios la<br>
conforta así: «Depón tus temores; yo
seré un<br>
amante más fiel que Teseo, y tú serás,
Ariadna, la<br>
esposa de Baco. El cielo premiará tu dolor; como<br>
una constelación reinarás en el cielo, y las naves<br>
guiarán su rumbo por tu corona de brillantes.»
Dijo,<br>
y para que los tigres no la espantasen desciende del<br>
carro, salta sobre la arena de la playa, que cede a sus<br>
pies, y la arrebata en los brazos, sin que ella pugne<br>
por defenderse; que no es fácil resistir al
poderío de<br>
un inmortal. Unos entonan los cantos de Himeneo,<br>
otros gritan: «Evoe, Evoe», y entre el
común alborozo,<br>
el dios y la joven desposada se reclinan en el<br>
tálamo nupcial.<br>
Así, cuando asistieres a un festín en que abunden<br>
los dones de Baco, si una muchacha que te<br>
atrae se coloca cerca de ti en el lecho, ruega a este<br>
padre de la alegría, cuyos misterios se celebran por<br>
la noche, que los vapores del vino no lleguen a<br>
trastornar tu cabeza. Allí te será permitido
dirigir a<br>
tu bella insinuantes discursos con palabras veladas<br>
que no escaparán a su perspicacia y se los
aplicará a<br>
sí misma; escribe en la mesa con gotas de vino dul<br>
císimas ternuras, en las que tu amiga adivine tu
pasión<br>
avasalladora, y clava en los suyos tus ojos respirando<br>
fuego: un semblante mudo habla a las veces<br>
con singular elocuencia. Arrebata presuroso de su<br>
mano el vaso que rozó con los labios, y bebe por el<br>
mismo lado que ella bebió. Coge cualquiera manjar<br>
que hayan tocado sus dedos, y aprovecha la ocasión<br>
para que tu mano tropiece con la suya; ingéniate,<br>
asimismo, por ganarte al esposo de tu amada; os<br>
será muy útil a los dos el tenerlo por amigo. Si
la<br>
suerte te proclama rey del festín, concédele la
honra<br>
de beber primero y regálale la corona que ciñe tu<br>
cabeza; ya sea tu igual, ya inferior a ti, déjale que<br>
tome de todo antes y no dudes dirigirle las expresiones<br>
más lisonjeras. Con el falso nombre de amigo<br>
se burla multitud de veces sin riesgo a un marido, y<br>
aunque el hecho quede casi siempre impune, no<br>
deja de ser un crimen. En tales casos el procurador<br>
suele ir más lejos de lo que se le encomienda, y se<br>
cree autorizado para traspasar las órdenes que
recibió.<br>
Quiero darte la medida a que te atengas en el beber:<br>
es aquella que no impide al seso ni a los pies<br>
cumplir con su oficio. Evita, en primer término, las<br>
reyertas que provoca el vino, y los puños demasiado<br>
prontos a repartir golpes. Euritión murió por
haber<br>
bebido desatinadamente. Entre el vino y los manjares<br>
sólo ha de reinar la alegría. Si tienes buena voz,<br>
canta; si tus brazos son flexibles, baila, y no descuides,<br>
si las tienes, revelar aquellas dotes que favorecen<br>
la seducción. La embriaguez verdadera<br>
perjudica, y cuando es fingida puede ser útil. Estropee<br>
tu lengua solapada la pronunciación de las voces;<br>
así, lo que hagas o digas fuera de lo regular,<br>
creerán todos que lo ocasiona el exceso de la bebida.<br>
Desea mil felicidades a la señora de tus pensamientos<br>
y al que tiene la dicha de compartir su<br>
tálamo; mas en lo recóndito del alma profiere
contra<br>
este último cien maldiciones. Cuando las mesas<br>
se levantan y los convidados se retiran, aprovecha<br>
las circunstancias del lugar y la confusión de la multitud<br>
para aproximarte a ella; mézclate entre la turba,<br>
colócate sin sentir a su lado, pásale el brazo por<br>
el talle y toca su pie con el tuyo. Esta es la ocasión<br>
de abordarla; lejos de ti el agreste pudor; Venus y la<br>
Fortuna alientan siempre a los audaces.<br>
No esperes que yo te dicte los preceptos de la<br>
elocuencia; rompe atrevido el silencio, y las frases<br>
espontáneas y felices acudirán a tus labios.
Tienes<br>
que representar el papel de un amante y tus palabras<br>
han de quemar como el fuego que te devora; te serán<br>
lícitos todos los argumentos para persuadirla de<br>
tu pasión y serás creído sin
dificultad. Cualquiera se<br>
juzga digna de ser amada y aun la más fea da gran<br>
valor a sus atractivos; mil veces el que simula el<br>
amor acaba por sentirlo de veras y termina por ser<br>
lo que al principio fingía. ¡Oh
jóvenes!, tened tolerancia<br>
con los que se aprestan a engañaros; muchas<br>
veces un falso amor se convierte en verdadero. Esfuérzate<br>
por apoderarte de su albedrío con discretas<br>
lisonjas, como el arroyo filtra sus claras ondas en las<br>
riberas que lo dominan. Prodiga sin vacilación tus<br>
alabanzas a la belleza de su rostro, a la profusión de<br>
sus cabellos, a sus finos dedos y su pie diminuto; la<br>
mujer más casta se deleita cuando oye el elogio de<br>
su hermosura, y aun las vírgenes inocentes dedican<br>
largas horas a realzar sus encantos. ¿Por qué
Juno y<br>
Palas se avergüenzan hoy todavía de no haber
obtenido<br>
el premio en el certamen de los montes de Frigia?<br>
El ave de Juno despliega orgullosa su plumaje,<br>
viéndolo alabado; si lo contemplas en silencio, recoge<br>
sus tesoros. En el certamen de la veloz carrera,<br>
los corceles se encienden con los aplausos que se<br>
tributan a sus cuellos arrogantes y bien peinadas<br>
crines. No seas tímido en prometer; las jóvenes<br>
claudican por las promesas, y pon a los dioses que<br>
quieras como testigos de tu sinceridad. Júpiter desde<br>
lo alto se ríe de los perjurios de los amantes y dispone<br>
que los vientos de Eolia los sepulten en las<br>
olas; por las aguas de Estigia solía jurar con
engaño<br>
ser fiel a Juno, y su mal ejemplo alienta hoy a todos<br>
los perjuros.<br>
Conviene que existan los dioses, y como conviene<br>
creer en su existencia, aportemos a las antiguas<br>
aras las ofrendas del incienso y el vino. Ellos<br>
no yacen sumidos en quietud reposada y semejante<br>
al sueño; vivid en la inocencia y velarán por
vosotros.<br>
Volved el depósito que se os ha confiado,<br>
acatad las piadosas leyes, aborreced el fraude, y que<br>
vuestras manos estén limpias de sangre. Si sois listos,<br>
engañad impunemente a las jóvenes; fuera de<br>
esto observaréis siempre la buena fe. Burlad a las<br>
que pretenden burlaros; casi todas son gente de poca<br>
confianza; caigan presas en los lazos que os tienden.<br>
Es fama que el Egipto, por la sequía que<br>
abrasaba la tierra, vió estériles sus campos
durante<br>
nueve años. Trasio entonces se present6 a Busiris y<br>
le anunció que sería fácil aplacar a
Jove con la sangre<br>
de un extranjero, y Busiris le contestó:
«Tú serás<br>
la primer víctima ofrecida al padre de los dioses, y<br>
como huésped de Egipto, tú nos traerás
el agua.»<br>
Fálaris tostó en el toro de bronce los miembros de<br>
Perilo, su inventor, que experimentó el primero tan<br>
atroz suplicio: uno y otro fueron justos. ¿Qué ley<br>
más equitativa que condenar a los artífices de
tormentos<br>
a morir con su propia invención? Es razonable<br>
castigar a las perjuras con el perjurio, y no<br>
pueden quejarse más que de ellas mismas, puesto<br>
que su ejemplo alienta la falsía.<br>
También son provechosas las lágrimas, capaces<br>
de ablandar al diamante: si te es posible, que vea<br>
húmedas tus mejillas, y si te faltan las
lágrimas, porque<br>
no siempre acuden al tenor de nuestros deseos,<br>
restrégate los ojos con los dedos mojados.
¿Qué<br>
pretendiente listo no sabe ayudar con los besos las<br>
palabras sugestivas? Si te los niega, dáselos contra su<br>
voluntad; ella acaso resista al principio y te llame<br>
malvado; pero aunque resista, desea caer vencida.<br>
Evita que los hurtos hechos a sus lindos labios la<br>
lastimen y que la oigas quejarse con razón de tu rudeza.<br>
El que logra sus besos, si no se apodera de lo<br>
demás, merece por mentecato perder aquello que ya<br>
ha conseguido. Después de éstos,
¡qué poco falta a<br>
la completa realización de tus votos! La estupidez y<br>
no el pudor detiene tus pasos. Aunque diga que la<br>
has poseído con violencia, no te importe; esta violencia<br>
gusta a las mujeres: quieren que se les arranque<br>
por fuerza lo que desean conceder. La que se ve<br>
atropellada por la ceguedad de un pretendiente, se<br>
regocija de ello y estima su brutal acción como un<br>
rico presente, y la que pudiendo caer vencida sale<br>
intacta de la contienda, simula en el aspecto la alegría,<br>
mas en su corazón reina la tristeza. Febe se<br>
rindió a la violencia, lo mismo que su hermana, y los<br>
dos raptores fueron de sus víctimas muy queridos.<br>
Una historia harto conocida, y no por eso indigna<br>
de contarse otra vez, es la de aquella hija del rey<br>
de Seiros, cuyos favores alcanzó el joven Aquiles.<br>
Ya la diosa vencedora de sus rivales en el monte Ida<br>
había mostrado su reconocimiento a Paris, que la<br>
designó como la más hermosa; ya de
extraño reino<br>
había llegado la nuera al palacio de Príamo y los<br>
muros de Ilión encerraban a la esposa de Menelao;<br>
los príncipes griegos juraron vengar la afrenta del<br>
esposo, que si bien de uno solo, recaía por igual<br>
sobre todos. Aquiles ocultaba su sexo con rozagante<br>
vestidura de mujer, cosa torpe en verdad si no obedeciera<br>
a los ruegos de una madre. ¿Qué haces,<br>
nieto de Éaco? No es ocupación digna de ti el
hilar<br>
la lana. Arribarás a la gloria siguiendo otra arte de<br>
Palas. No convienen los canastillos al brazo que ha<br>
de soportar el escudo. ¿Por qué sostienes la rueca<br>
con esa diestra que derribara un día la pujanza de<br>
Héctor? Arroja los husos que devanan el estambre<br>
laborioso, y empuña en tu recia mano la lanza de<br>
Pelias. Por acaso durmieron una noche en el mismo<br>
tálamo Aquiles y la real doncella, que descubrió
con<br>
su estupro el sexo de quien la acompañaba. Ella, no<br>
cabe duda, cedió a fuerza mayor, así hemos de<br>
creerlo; pero tampoco sintió mucho que la fuerza<br>
saliese vencedora, pues cuando el joven apresuraba<br>
la partida, después de trocar la rueca por las armas,<br>
le dijo repetidas veces: «Quédate
aquí.» ¿Dónde está<br>
la violencia? Deidamia, ¿por qué detienes con
palabras<br>
cariñosas al autor de tu deshonra?<br>
Si la mujer por un sentimiento de pudor no revela<br>
la primera su intención, se conforma a gusto<br>
con que el hombre inicie el ataque. Excesiva confianza<br>
pone en las gracias de su persona el mancebo<br>
que espera que la mujer se anticipe al ruego. Es él<br>
quien ha de comenzar, quien ha de dirigirle la palabra,<br>
expresando esas tiernas solicitudes que ella acogerá<br>
con agrado. Para obtener su aquiescencia,<br>
ruega; es lo único que ella exige; declárale el
principio<br>
y la causa de tu inclinación. Júpiter se mostraba<br>
siempre rendido con las antiguas heroínas, y con<br>
todo su poder no consiguió que ninguna se le ofreciese<br>
primero. Mas si ves que tus rendimientos sólo<br>
sirven para hincharla de orgullo, desiste de tu pretensión<br>
y vuelve atrás los pasos. Muchas suspiran<br>
por el placer que huye y aborrecen al que se les<br>
brinda; insta con menos fervor y dejarás de parecerle<br>
importuno. No siempre han de delatar tus agasajos<br>
la esperanza del triunfo; en ocasiones conviene<br>
que el amor se insinúe disfrazado con el nombre de<br>
amistad. He visto más de una mujer intratable sucumbir<br>
a esta prueba, y al que antes era su amigo<br>
convertirse por fin en su amante.<br>
Un cutis muy blanco no dice bien al marino, que<br>
lo debe tener tostado por las aguas salobres y los rayos<br>
del sol, y tampoco al labriego que sin descanso<br>
remueve la tierra a la intemperie con la reja o los<br>
pesados rastrillos; y sería vergonzoso que tu cuerpo<br>
resplandeciese de blancura persiguiendo con afán la<br>
corona del olivo. El amante ha de estar pálido; es el<br>
color que publica sus zozobras, y el que le cuadra,<br>
aunque muchos sigan diferente opinión. Con pálido<br>
rostro perseguía Orión por las selvas a Lirice, y
pálido<br>
estaba Dafnis por los desvíos de una Náyade<br>
cruel. Que la demacración pregone las angustias que<br>
sufres, y no repares en cubrir con el velo de los enfermos<br>
tus hermosos cabellos. Las cuitas, la pena<br>
que nace de un sentimiento profundo y las noches<br>
pasadas en vela aniquilan el cuerpo de las jóvenes;<br>
para lograr tu intento has de convertirte en un ser<br>
digno de lástima, tal que quien te vea exclame al<br>
punto: «Está enamorado.»<br>
¿Lamentaré la confusión que reina al
apreciar lo<br>
justo y lo injusto, o más bien os la aconsejaré?
La<br>
amistad, la buena fe, son entre nosotros nombres<br>
sin sentido. ¡Qué dolor!; es peligroso ensalzar a
la<br>
que amas en presencia del amigo; como estime merecidas<br>
tus alaban zas, trata de quitártela. Mas Patroclo<br>
-dirás- no mancilló el lecho de Aquiles, y<br>
Fedra conservó su pudor al lado de Piritoo.
Pílades<br>
amó castamente a Hermíone, como Febo a Palas,<br>
como los gemelos Cástor y Pólux a su hermana<br>
Helena. Si alguien espera hoy ejemplos semejantes,<br>
espere coger los frutos del tamariz y encontrar la<br>
miel en la corriente de un río. Nos atrae con fuerza<br>
la culpa; cada cual atiende a sus placeres, y le resultan<br>
más intensos gozándolos a costa de un desdichado.<br>
¡Qué maldad!; no es al enemigo al que ha de<br>
temer el amante; guárdate de los que consideras<br>
adictos a tu persona, y vivirás seguro; desconfía
del<br>
pariente, del hermano y del caro amigo, porque todos<br>
te infundirán graves sospechas.<br>
Iba a terminar, pero como son tan varios los<br>
temperamentos de la mujer, hay mil diversas maneras<br>
de dominarla. No todas las tierras producen los<br>
mismos frutos: la una conviene a las vides, la otra a<br>
los olivos, la de más allá a los cereales. Las
disposiciones<br>
del ánimo varían tanto como los rasgos
fisonómicos;<br>
el que sabe vivir se acomoda a la variedad<br>
de los caracteres, y como Proteo, ya se convierte en<br>
un arroyo, fugitivo, ya en un león, un árbol o un<br>
cerdoso jabalí. Unos peces se cogen con el dardo,<br>
otros con el anzuelo, y los más yacen cautivos en las<br>
redes que les tiende el pescador. No uses el mismo<br>
estilo con mujeres de diferentes edades: la cierva<br>
cargada de años ve desde lejos los lazos peligrosos.<br>
Si pareces muy avisado a las novicias y atrevido a las<br>
gazmoñas, unas y otras desconfiarán de ti,
poniéndose<br>
a la defensiva. De ahí que la que teme entregarse<br>
a un mozo digno, venga tal vez a caer en los<br>
brazos de un pelafustán.<br>
He concluído una parte de mi trabajo, otra me<br>
queda por emprender: echemos aquí el áncora que<br>
sujete la nave.
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