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<big>{{Capítulo
|titulo=El arte de amar
|capitulo=Libro Primero
|autor=Ovidio
}}
 
 
 
Si alguien en la ciudad de Roma ignora el arte de<br>
amar, lea mis p&aacute;ginas, y ame instruido por sus versos.<br>
El arte impulsa con las velas y el remo las ligeras<br>
naves, el arte gu&iacute;a los veloces carros, y el amor<br>
se debe regir por el arte. Automedonte sobresal&iacute;a en<br>
la conducci&oacute;n de los carros y el manejo de las flexibles<br>
riendas; Tifis acredit&oacute; su maestr&iacute;a en el gobierno<br>
de la nave de los Argonautas; Venus me ha<br>
escogido por el confidente de su tierno hijo, y espero<br>
ser llamado el Tifis y el Automedonte del amor.<br>
&Eacute;ste en verdad es cruel, y muchas veces
experiment&eacute;<br>
su enojo; pero es ni&ntilde;o, y apto por su corta<br>
edad para ser guiado. La c&iacute;tara de Quir&oacute;n
educ&oacute; al<br>
jovenzuelo Aquiles, domando su car&aacute;cter feroz con<br>
la dulzura de la m&uacute;sica; y el que tantas veces
intimid&oacute;<br>
a sus compa&ntilde;eros y aterr&oacute; a los enemigos,
d&iacute;cese<br>
que temblaba en presencia de un viejo cargado de<br>
a&ntilde;os, y ofrec&iacute;a sumiso al castigo del maestro
aquellas<br>
manos que hab&iacute;an de ser tan funestas a H&eacute;ctor.<br>
Quir&oacute;n fu&eacute; el maestro de Aquiles, yo lo
ser&eacute; del<br>
amor: los dos ni&ntilde;os temibles y los dos hijos de una<br>
diosa. No obstante, el toro dobla la cerviz al yugo<br>
del arado y el potro generoso tiene que tascar el freno;<br>
yo me someter&eacute; al amor, aunque me destroce el<br>
pecho con sus saetas y sacuda sobre m&iacute; sus antorchas<br>
encendidas.<br>
Cuanto m&aacute;s riguroso me flecha y abrasa con sin<br>
par violencia, tanto m&aacute;s br&iacute;o me infunde el anhelo<br>
de vengar mis heridas.<br>
Yo no fingir&eacute;, Apolo, que he recibido de ti estas<br>
lecciones, ni que me las ense&ntilde;aron los cantos de las<br>
aves, ni que se me apareci&oacute; Cl&iacute;o con sus hermanas<br>
al apacentar mis reba&ntilde;os en los valles de Ascra. La<br>
experiencia dicta mi poema; no despreci&eacute;is sus avisos<br>
saludables: canto la verdad. &iexcl;Madre del amor,<br>
alienta el principio de mi carrera! &iexcl;Lejos de m&iacute;,
tenues<br>
cintas, insignias del pudor, y largos vestidos<br>
que cubr&iacute;s la mitad de los pies! Nosotros cantamos<br>
placeres f&aacute;ciles, hurtos perdonables, y los versos<br>
correr&aacute;n limpios de toda intenci&oacute;n criminal.<br>
Joven soldado que te alistas en esta nueva milicia,<br>
esfu&eacute;rzate lo primero por encontrar el objeto<br>
digno de tu predilecci&oacute;n; en seguida trata de interesar<br>
con tus ruegos a la que te cautiva, y en tercer<br>
lugar, gobi&eacute;rnate de modo que tu amor viva largo<br>
tiempo. &Eacute;ste es mi prop&oacute;sito, &eacute;ste el
espacio por<br>
donde ha de volar mi carro, &eacute;sta la meta a la que<br>
han de acercarse sus ligeras ruedas.<br>
Pues te hallas libre de todo lazo, aprovecha la<br>
ocasi&oacute;n y escoge a la que digas: &laquo;T&uacute;
sola me places.&raquo;<br>
No esperes que el cielo te la env&iacute;e en las alas del<br>
C&eacute;firo; esa dicha has de buscarla por tus propios<br>
ojos. El cazador sabe muy bien en qu&eacute; sitio ha de<br>
tender las redes a los ciervos y en qu&eacute; valle se esconde<br>
el jabal&iacute; feroz. El que acosa a los p&aacute;jaros,
conoce<br>
los &aacute;rboles en que ponen los nidos, y el<br>
pescador de ca&ntilde;a, las aguas abundantes en peces.<br>
As&iacute;, t&uacute;, que corres tras una mujer que te profese<br>
cari&ntilde;o perdurable, ded&iacute;cate a frecuentar los
lugares<br>
en que se reunen las bellas. No pretendo que en su<br>
persecuci&oacute;n des las velas al viento o recorras lejanas<br>
tierras hasta encontrarla; deja que Perseo nos traiga<br>
su Andr&oacute;meda de la India, tostada por el sol, y el<br>
pastor de Frigia robe a Grecia su Helena; pues Roma<br>
te proporcionar&aacute; lindas mujeres en tanto n&uacute;mero,<br>
que te obligue a exclamar: &laquo;Aqu&iacute; se hallan
reunidas<br>
todas las hermosuras del orbe.&raquo; Cuantas mieses<br>
doran las faldas del G&aacute;rgaro, cuantos racimos llevan<br>
las vi&ntilde;as de Metimno, cuantos peces el mar, cuantas<br>
aves los &aacute;rboles, cuantas estrellas resplandecen en el<br>
cielo, tantas .j&oacute;venes hermosas pululan en Roma,<br>
porque Venus ha fijado su residencia en la ciudad<br>
de su hijo Eneas.<br>
Si te cautiva la frescura de las muchachas adolescentes,<br>
presto se ofrecer&aacute; a tu vista alguna virgen<br>
candorosa; si la prefieres en la flor de la juventud,<br>
hallar&aacute;s mil que te seduzcan con sus gracias,
vi&eacute;ndote<br>
embarazado en la elecci&oacute;n; y si acaso te agrada<br>
la edad juiciosa y madura, cr&eacute;eme, encontrar&aacute;s de<br>
&eacute;stas un verdadero enjambre. Cuando el sol queme<br>
las espaldas del le&oacute;n de H&eacute;rcules,
pas&eacute;ate despacio a<br>
la sombra del p&oacute;rtico de Pompeyo, o por la opulenta<br>
f&aacute;brica de m&aacute;rmol extranjero que publica la<br>
munificencia de una madre a&ntilde;adida a la de su hijo, y<br>
no olvides visitar la galer&iacute;a, ornada de antiguas pinturas,<br>
que levant&oacute; Livia, y por eso lleva su nombre.<br>
All&iacute; ver&aacute;s el grupo de las Danaides que osaron
matar<br>
a los infelices hijos de sus t&iacute;os, y a su feroz padre,<br>
con el acero desnudo. No dejes de asistir a las<br>
fiestas de Adonis, llorado por Venus, ni a las del<br>
s&aacute;bado que celebran los jud&iacute;os de Siria, ni pases
de<br>
largo por el templo de Menfis que se alz&oacute; a la ternera<br>
vendada con franjas de lino; Isis convierte a muchas<br>
en lo que ella fu&eacute; para Jove.<br>
Hasta el foro, &iquest;qui&eacute;n lo creer&aacute;?, es
un c&oacute;mplice<br>
del amor, cuya llama brota infinitas veces entre las<br>
lides clamorosas. En las cercan&iacute;as del marm&oacute;reo<br>
templo consagrado a Venus surge el raudal de la<br>
fuente Appia con dulc&iacute;simo murmullo, y all&iacute; mil<br>
veces se dej&oacute; prender el jurisconsulto en las amorosas<br>
redes, y no pudo evitar los peligros de que defend&iacute;a<br>
a los dem&aacute;s; all&iacute;, con frecuencia, el orador<br>
elocuente pierde el don de la palabra: las nuevas<br>
impresiones le fuerzan a defender su propia causa;<br>
y Venus, desde el templo vecino, se r&iacute;e del desdichado<br>
que siendo patrono poco ha, desea convertirse<br>
en cliente; pero donde has de tender tus lazos sobre<br>
todo es en el teatro, lugar muy favorable a la consecuci&oacute;n<br>
de tus deseos. All&iacute; encontrar&aacute;s m&aacute;s de
una a<br>
quien dedicarte, con quien entretenerte, a quien<br>
puedes tocar, y por &uacute;ltimo poseerla. Como las hormigas<br>
van y vuelven en largas falanges cargadas con<br>
el grano que les ha de servir de alimento, y las abejas<br>
vuelan a los bosques y prados olorosos para libar el<br>
jugo de las flores y el tomillo, as&iacute; se precipitan en los<br>
espect&aacute;culos nuestras mujeres elegantes en tal
n&uacute;mero,<br>
que suelen dejar indecisa la preferencia. M&aacute;s<br>
que a ver las obras representadas, vienen a ser objeto<br>
de la p&uacute;blica expectaci&oacute;n, y el sitio ofrece mil<br>
peligros al pudor inocente.<br>
&iexcl;Oh R&oacute;mulo, t&uacute; fuiste el primero que
alborot&oacute;<br>
los juegos esc&eacute;nicos con la violencia, cuando el<br>
rapto de las Sabinas regocij&oacute; a tus soldados, que<br>
carec&iacute;an de mujeres! Entonces los toldos no
pend&iacute;an<br>
sobre el marm&oacute;reo teatro, ni enrojec&iacute;a la escena<br>
el l&iacute;quido azafr&aacute;n; con el ramaje que brindaba la<br>
selva del Palatino, dispuesto sin arte, levant&aacute;base el<br>
r&uacute;stico tablado; el pueblo se acomodaba en
grader&iacute;as<br>
hechas de c&eacute;sped, y el follaje cubr&iacute;a de cualquier<br>
modo las hirsutas cabezas. Cada cual, observando<br>
alrededor, se&ntilde;alaba con los ojos la joven que para
s&iacute;<br>
codiciaba, y revolv&iacute;a muchos proyectos a la callada<br>
en su pecho; y mientras el danzante, a los rudos sones<br>
de la zampo&ntilde;a toscana, golpea cadencioso tres<br>
veces el suelo con los pies, en medio de los aplausos,<br>
que entonces no se vend&iacute;an, el rey da a su pueblo<br>
la se&ntilde;al de lanzarse sobre la presa. De s&uacute;bito<br>
saltan de los asientos, y con clamores que delatan su<br>
intenci&oacute;n, ponen las &aacute;vidas manos en las
doncellas.<br>
Como la t&iacute;mida turba de palomas huye las embestidas<br>
del &aacute;guila, como la tierna cordera se espanta en<br>
presencia del lobo, as&iacute; huyen, aterradas, de aquellos<br>
hombres sin ley que las acometen, y no hubo una<br>
sola que no reflejase la palidez en la cara. El espanto<br>
fu&eacute; en todas igual, mas no se manifest&oacute; de la
misma<br>
manera. Las unas se arrancan los cabellos, las otras<br>
pierden el sentido; &eacute;stas guardan un sombr&iacute;o
silencio,<br>
aqu&eacute;llas llaman a sus madres; qui&eacute;nes se lamentan,<br>
qui&eacute;nes quedan embargadas de estupor,<br>
algunas permanecen inm&oacute;viles y no pocas se dan a<br>
la fuga. Las doncellas robadas, presa ofrecida al dios<br>
Genio, desaparecen de all&iacute;, y el temor multiplic&oacute;
en<br>
muchas los naturales encantos. Si alguna se resiste<br>
tenaz a seguir al raptor, &eacute;ste la coge en brazos, y<br>
estrech&aacute;ndola contra el &aacute;vido seno, la consuela
con<br>
tales palabras: &laquo;&iquest;Por qu&eacute; enturbias con
el llanto tus<br>
lindos ojos? Lo que tu padre es para tu madre, eso<br>
ser&eacute; yo para ti.&raquo; R&oacute;mulo, t&uacute;
fuiste el &uacute;nico que supo<br>
premiar a los soldados; si me concedes el mismo<br>
galard&oacute;n, me alisto en tu milicia. Desde entonces<br>
sigue la costumbre en las funciones teatrales, y hoy<br>
todav&iacute;a son un peligro para las hermosas.<br>
No dejes tampoco de asistir a las carreras de los<br>
briosos corceles; el circo, donde se re&uacute;ne p&uacute;blico<br>
innumerable, ofrece grandes incentivos. All&iacute; no te<br>
ver&aacute;s obligado a comunicar tus secretos con el lenguaje<br>
de los dedos, ni a espiar los gestos que descubran<br>
el oculto pensamiento de tu amada. Nadie te<br>
impedir&aacute; que te sientes junto a ella y que arrimes tu<br>
hombro al suyo todo lo posible; el corto espacio de<br>
que dispones te obliga forzosamente, y la 1ey del<br>
sitio te permite tocar a gusto su cuerpo codiciado.<br>
Luego buscas un pretexto cualquiera de conversaci&oacute;n,<br>
y que tus primeras palabras traten de cosas<br>
generales. Con vivo inter&eacute;s preg&uacute;ntale a
qui&eacute;n pertenecen<br>
los caballos que van a correr, y sin vacilaci&oacute;n<br>
toma el partido de aquel, sea el que fuere, que<br>
merezca su favor. Cuando se presenten las im&aacute;genes<br>
de marfil en la solemne procesi&oacute;n, aplaude con entusiasmo<br>
a la diosa Venus, tu soberana. Si por acaso<br>
el polvo se pega al vestido de la joven, apres&uacute;rate a<br>
quit&aacute;rselo con los dedos, y aunque no le haya
ca&iacute;do<br>
polvo ninguno, haz como que lo sacudes, y cualquier<br>
motivo te incite a mostrarte obsequioso. Si el<br>
manto le desciende hasta tocar el suelo, rec&oacute;gelo sin<br>
demora y qu&iacute;tale la tierra que lo mancha, que bien<br>
pronto recabar&aacute;s el premio de tu servicio, pues con<br>
su consentimiento podr&aacute;s deleitar los ojos al descubrir<br>
su torneada pierna. Adem&aacute;s, observa si el que<br>
se sienta detr&aacute;s de vosotros saca demasiado la rodilla<br>
y oprime su eb&uacute;rnea espalda. La menor
distinci&oacute;n<br>
cautiva a un &aacute;nimo ligero. Fu&eacute; &uacute;til a
muchos<br>
colocar con presteza un coj&iacute;n o agitar el aire con el<br>
abanico, y deslizar el escabel bajo unos pies delicados.<br>
El circo brinda estas ocasiones al amor naciente,<br>
como la arena del foro que entristecen las<br>
contiendas legales. All&iacute; descendi&oacute; a pelear mil
veces<br>
el hijo de Venus, y el que contemplaba las heridas<br>
de otro, result&oacute; herido tambi&eacute;n; y mientras habla,<br>
toca la mano del adversario, apuesta por un combatiente,<br>
y, depositada la fianza, pregunta qui&eacute;n sali&oacute;<br>
victorioso, solloza al sentir el dardo que se le clava<br>
en el pecho, y, simple espectador del combate, viene<br>
a ser una de sus v&iacute;ctimas.<br>
&iquest;Qu&eacute; espect&aacute;culo iguala en lo
emocionante al<br>
simulacro de una batalla naval en la que C&eacute;sar lanza<br>
las naves de Persia contra las de Atenas? Desde uno<br>
y otro mar acuden mozos y doncellas, y el orbe entero<br>
se da cita en Roma. Entre tanta muchedumbre,<br>
&iquest;qui&eacute;n no hallar&aacute; la mujer de su
predilecci&oacute;n? &iexcl;Ah,<br>
cu&aacute;ntos se dejaran abrasar por una hermosa extranjera!<br>
C&eacute;sar se dispone a sojuzgar pronto lo que le<br>
falta del orbe, y pronto ser&aacute;n nuestros los
&uacute;ltimos<br>
confines del Oriente. &iexcl;Reino de los parthos, vas a<br>
sufrir rudo castigo&iexcl; &iexcl;Alborozaos, manes de Craso;<br>
estandartes que, a pesar vuestro, pasasteis a poder<br>
de los b&aacute;rbaros, aqu&iacute; est&aacute; vuestro
vengador, acreditado<br>
de insigne caudillo en los primeros encuentros,<br>
pues muy joven obtiene victorias no concedidas a la<br>
juventud! &iexcl;Esp&iacute;ritus apocados, no
pregunt&eacute;is el d&iacute;a<br>
natal los dioses: el valor de los C&eacute;sares se adelanta<br>
siempre a la edad, su genio soberano brill&oacute; desde los<br>
tiernos a&ntilde;os, rebelde a los tard&iacute;os pasos del
crecimiento!<br>
H&eacute;rcules, de ni&ntilde;o, ahog&oacute; con sus manos<br>
dos serpientes, y ya en la cuna se mostr&oacute; digno<br>
v&aacute;stago de Jove. &iexcl;T&uacute;, Baco, que seduces
con tus<br>
gracias juveniles, cu&aacute;n grande apareciste en la India,<br>
conquistada por tus tirsos victoriosos! Joven pr&iacute;ncipe,<br>
combatir&aacute;s alentado por los auspicios y el valor<br>
de tu padre, y gracias a los mismos reportar&aacute;s la<br>
victoria; debes ilustrar con haza&ntilde;as heroicas tu<br>
nombre glorioso, y si hoy eres el pr&iacute;ncipe de la juventud,<br>
luego lo ser&aacute;s de la vejez. Hermano generoso,<br>
venga la injuria de tus hermanos; modelo de<br>
hijos, defiende los derechos de tu padre. Tu padre,<br>
que lo es tambi&eacute;n de la patria, te puso las armas en<br>
la mano; el enemigo arrebat&oacute; con violencia el reino<br>
al autor de tus d&iacute;as, pero tus dardos ser&aacute;n
sagrados,<br>
y las saetas de aqu&eacute;l sacr&iacute;legas; la justicia y
la piedad<br>
combatir&aacute;n bajo tus ense&ntilde;as, y el partho, ya
vencido<br>
por su mala causa, lo ser&aacute; asimismo por las armas, y<br>
mi joven h&eacute;roe a&ntilde;adir&aacute; a las del Lacio
las riquezas<br>
del Oriente. &iexcl;Marte, que eres su padre, y t&uacute;,
C&eacute;sar,<br>
su padre tambi&eacute;n, prestad ayuda al guerrero, ya que<br>
uno de vosotros es dios, y el segundo lo ser&aacute; presto!<br>
S&iacute;, te lo aseguro: vencer&aacute;s; yo
cantar&eacute; los versos<br>
ofrecidos a tu gloria, y tu nombre resonar&aacute; en ellos<br>
con sublime acento. A punto de combatir, animar&aacute;s<br>
las huestes con mis palabras, y ojal&aacute; no sean indignas<br>
de tu esfuerzo. Pintar&eacute; al partho fugitivo, el
br&iacute;o<br>
animoso de los romanos, y los dardos que lanza el<br>
enemigo, volviendo las riendas de su caballo. Partho,<br>
si huyes para vencer, &iquest;qu&eacute; dejas a los vencidos?<br>
Al fin tu Marte te amedrenta con presagios funestos.<br>
Pronto lucir&aacute; el d&iacute;a en que t&uacute;, el
m&aacute;s hermoso<br>
de los hombres, aparezcas resplandeciente en el carro<br>
de cuatro blancos corceles. Delante de ti caminar&aacute;n<br>
los jefes enemigos con los cuellos cargados de<br>
cadenas, sin que puedan, como antes, buscar su salvaci&oacute;n<br>
en la fuga; los j&oacute;venes, al lado de las doncellas,<br>
contemplar&aacute;n regocijados el espect&aacute;culo, y este<br>
d&iacute;a feliz ensanchar&aacute; todos los corazones.
Entonces,<br>
si alguna muchacha te pregunta los nombres de los<br>
vencidos reyes, y cu&aacute;les son las tierras, los montes y<br>
los r&iacute;os de las im&aacute;genes conducidas en triunfo,
res<br>
ponde a todo, aunque no seas interrogado, y afirma<br>
lo que no sabes como si lo supieses perfectamente.<br>
Esa im&aacute;gen con las sienes ce&ntilde;idas de
ca&ntilde;as es el<br>
&Eacute;ufrates; la que sigue, de azulada cabellera, el Tigris;<br>
aqu&eacute;lla, la de Armenia; &eacute;sta representa la Persia,<br>
donde naci&oacute; el hijo de D&aacute;nae; estotra, una ciudad<br>
situada en los valles de Aquemenia; aqu&eacute;l y el de<br>
m&aacute;s all&aacute; son generales; de algunos
dir&aacute;s los nombres<br>
verdaderos, si los conoces, y si no, los que puedan<br>
convenirles.<br>
Las mesas de los festines brindan suma facilidad<br>
para introducirse en el &aacute;nimo de las bellas, y proporcionan<br>
adem&aacute;s de los vinos otras delicias. All&iacute;,<br>
con frecuencia, el Amor de purp&uacute;reas mejillas sujeta<br>
con sus tiernos brazos la altiva cabeza de Baco;<br>
cuando el vino llega a empapar las alas de Cupido,<br>
&eacute;ste queda inm&oacute;vil y como encadenado en su<br>
puesto; mas en seguida el dios sacude las h&uacute;medas<br>
alas, y entonces, &iexcl;desgraciado del coraz&oacute;n que
ba&ntilde;a<br>
en su roc&iacute;o! El vino predispone los &aacute;nimos a
inflamarse<br>
enardecidos, ahuyenta la tristeza y la disipa<br>
con frecuentes libaciones. Entonces reina la alegr&iacute;a;<br>
el pobre, entonces, se cree poderoso, y entonces el<br>
dolor y los tristes cuidados desaparecen de su rugosa<br>
frente; entonces descubre sus secretos, ingenuidad<br>
bien rara en nuestro siglo, porque el dios es<br>
enemigo de la reserva. All&iacute;, muy a menudo, las
j&oacute;venes<br>
dominan al albedr&iacute;o de los mancebos: Venus,<br>
en los festines, es el fuego dentro del fuego.<br>
No creas demasiado en la luz enga&ntilde;osa de las<br>
l&aacute;mparas; la noche y el vino extrav&iacute;an el juicio
sobre<br>
la belleza. Paris contempl&oacute; las diosas desnudas a la<br>
luz del sol que resplandec&iacute;a en el cielo, cuando dijo<br>
a Venus: &laquo;Venus, vences a tus. competidoras.&raquo; La<br>
noche oculta las macas, disimula los defectos, y entre<br>
las sombras cualquiera nos parece hermosa. Examina<br>
a la luz del d&iacute;a los brillantes, los trajes de
p&uacute;rpura,<br>
la frescura de la tez y las gracias del cuerpo.<br>
&iquest;Habr&eacute; de enumerar todas las reuniones femeninas<br>
en que se sorprende la caza? Antes contar&iacute;a las arenas<br>
del mar. &iquest;A qu&eacute; citar Bayas, que cubre de velas<br>
sus litorales y cuyas c&aacute;lidas aguas humean con vapores<br>
sulfurosos? Los que salen de all&iacute; con el dardo -<br>
mortal en el pecho dicen de ellas: &laquo;Estas aguas no<br>
son tan saludables como publica la fama.&raquo; Contempla<br>
el ara de Diana en medio del bosque pr&oacute;ximo a<br>
nuestros muros y el reino conquistado por el acero<br>
de una mano criminal; aunque la diosa es virgen y<br>
odia las flechas de Cupido, &iexcl;cu&aacute;ntas heridas causa
a<br>
su pueblo y cu&aacute;ntas causar&aacute; todav&iacute;a!<br>
Hasta aqu&iacute; mi Musa, exponiendo sus advertencias<br>
en versos desiguales, te advirti&oacute; d&oacute;nde
encontrar&iacute;as<br>
una amada y d&oacute;nde has de tender tus redes;<br>
ahora te ense&ntilde;ar&aacute; los h&aacute;biles recursos
que necesitas<br>
poner en juego para vencer a la que te seduzca.<br>
Quienesquiera que se&aacute;is, de esta o de la otra tierra,<br>
prestadme todos d&oacute;cil atenci&oacute;n, y t&uacute;,
pueblo, oye mi<br>
palabra, pues me dispongo a cumplir lo prometido.<br>
Primeramente has de abrigar la certeza de que todas<br>
pueden ser conquistadas, y las conquistar&aacute;s preparando<br>
astuto las redes. Antes cesar&aacute;n de cantar los<br>
p&aacute;jaros en primavera, en est&iacute;o las cigarras y el
perro<br>
del M&eacute;nalo huir&aacute; asustado de la liebre, antes que<br>
una joven rechace las sol&iacute;citas pretensiones de su<br>
amador: hasta aquella que juzgues m&aacute;s dif&iacute;cil se<br>
rendir&aacute; a la postre; los hurtos de Venus son tan dulces<br>
al mancebo como a la doncella; el uno los oculta<br>
mal, la otra cela mejor sus deseos. Conviene a los<br>
varones no precipitarse en el ruego, y que la mujer,<br>
ya de antemano vencida, haga el papel de suplicante.<br>
En los frescos pastos la vaca llama con sus mugidos<br>
al toro y la yegua relincha a la aproximaci&oacute;n del caballo.<br>
Entre nosotros el apetito se desborda menos<br>
furioso y la llama que nos enciende no traspasa los<br>
l&iacute;mites de la naturaleza. &iquest;Hablar&eacute; de
Biblis, que con<br>
cibi&oacute; por su hermano un amor incestuoso, expiado<br>
valerosamente ech&aacute;ndose un lazo al cuello? Mirra<br>
am&oacute; a su padre, no como deb&iacute;a amarle una hija, y<br>
convertida en &aacute;rbol, oculta bajo la corteza su crimen<br>
y hoy nos sirven de perfumes las l&aacute;grimas que destila<br>
el tronco oloroso que aun lleva su nombre. Pac&iacute;a<br>
en los opacos valles del frondoso Ida un toro<br>
blanco, gloria del reba&ntilde;o, se&ntilde;alado por leve
mancha<br>
negra en la frente; era la &uacute;nica, pues el resto de su<br>
cuerpo igualaba la blancura de la leche. Las terneras<br>
ardientes de Gnosia y Cid&oacute;n desearon sostenerlo<br>
sobre sus espaldas, y la ad&uacute;ltera Pasifae, que se regocijaba<br>
con la ilusi&oacute;n de poseerlo, concibi&oacute; un<br>
odio mortal contra las que consideraba m&aacute;s hermosas.<br>
Cuento hechos harto conocidos. Creta, la de las<br>
cien ciudades, y nada escrupulosa en mentir, no osar&aacute;<br>
negarlo. D&iacute;cese que ella misma cortaba con poca<br>
habilidad las hojas recientes de los &aacute;rboles y las tiernas<br>
hierbas de los prados, ofreci&eacute;ndoselas al toro;<br>
ella segu&iacute;a al reba&ntilde;o sin que la contuviese el
temor<br>
de su esposo, y Minos qued&oacute; vencido por el cornudo<br>
animal. &iquest;De qu&eacute; te sirve, Pasifae, ponerte
preciosas<br>
vestiduras, si tu ad&uacute;ltero amante desconoce el<br>
valor de esas riquezas? &iquest;De qu&eacute; el espejo que
llevas<br>
en tus excursiones por las monta&ntilde;as y para qu&eacute;,
necia,<br>
cuidas tanto el peinar tus cabellos? M&iacute;rate en ese<br>
espejo, y te convencer&aacute;s de no ser una ternera; mas<br>
&iquest;con qu&eacute; ardor no desear&iacute;as que te
naciesen los<br>
cuernos en la frente? Si aun quieres a Minos, renuncia<br>
a torpes ayuntamientos, y si pretendes enga&ntilde;ar a<br>
tu esposo, eng&aacute;&ntilde;ale con un hombre. Pero la reina,<br>
abandonando su t&aacute;lamo, vaga errante por montes y<br>
selvas como la Bacante soliviantada por el dios de<br>
Aonia. &iexcl;Ah!, &iexcl;cu&aacute;ntas veces
distingu&iacute;a a una vaca con<br>
ce&ntilde;o iracundo y exclamaba!: &laquo;&iquest;Por
qu&eacute; &eacute;sta agrada a<br>
mi due&ntilde;o? Mira c&oacute;mo retoza en su presencia sobre<br>
la fresca hierba. Sin duda cree en su imbecilidad estar<br>
as&iacute; m&aacute;s bella. Dice, y al momento ordena separar<br>
a la inocente del reba&ntilde;o y someter su cerviz al pesado<br>
yugo, o la obliga a caer ante el ara del sacrificio,<br>
como v&iacute;ctima, y alegre recoge en sus manos las
entra&ntilde;as<br>
de una rival. Muchas veces aplac&oacute; a los n&uacute;menes<br>
con tan cruentos espect&aacute;culos y apostrofaba<br>
as&iacute; las carnes palpitantes: &laquo;Ea, id a cautivar al
que<br>
amo. Ya deseaba convertirse en Europa, ya en la<br>
ninfa Io; en &eacute;sta porque se transform&oacute; en vaca, en<br>
la otra porque fue arrebatada sobre la espalda de un<br>
toro. El jefe del reba&ntilde;o se junt&oacute; con Pasifae
enga&ntilde;ado<br>
por el cuerpo de una vaca de madera, y el<br>
fruto de esta uni&oacute;n descubri&oacute; la naturaleza del
padre.<br>
Si la otra Cretense hubiera resistido las persecuciones<br>
de Tiestes, &iexcl;oh, qu&eacute; dif&iacute;cil es a la
mujer agradar<br>
a un s&oacute;lo var&oacute;n! Febo no habr&iacute;a
detenido su<br>
carro y sus corceles en mitad del camino, revolvi&eacute;ndolos<br>
hacia las puertas de la Aurora. La hija de Niso,<br>
por haberle robado sus purp&uacute;reos cabellos, cay&oacute;<br>
desde la popa de un nav&iacute;o y convirti&oacute;se en ave.<br>
Agamen&oacute;n, que desafi&oacute; victorioso los peligros de<br>
Marte en la tierra y las borrascas de Neptuno en el<br>
pi&eacute;lago, vino a perecer v&iacute;ctima de su
ad&uacute;ltera esposa.<br>
&iquest;Qui&eacute;n, no ha llorado la suerte de Creusa de
Corinto<br>
y no ha maldecido a la inicua madre ba&ntilde;ada en<br>
la sangre de sus hijos? F&eacute;nix, la de Amintor,
verti&oacute;<br>
torrentes de l&aacute;grimas por sus &oacute;rbitas privadas de<br>
luz, y los caballos espantados destrozaron al infeliz<br>
Hip&oacute;lito. F&iacute;neo, &iquest;por qu&eacute;
saltas los ojos de tus inocentes<br>
hijos? &iexcl;Ay!, tan horrendo castigo caer&aacute; un
d&iacute;a<br>
sobre tu cabeza. Tales cr&iacute;menes hizo cometer la liviandad<br>
femenina, m&aacute;s ardiente que la nuestra y con<br>
m&aacute;s furor en sus arrebatos.<br>
&Aacute;nimo, y no dudes que saldr&aacute;s vencedor en todos<br>
los combates; entre mil apenas hallar&aacute;s una que<br>
te resista; las que conceden y las que niegan se regocijan<br>
lo mismo al ser rogadas, y dado que te equivoques,<br>
la repulsa no te traer&aacute; ning&uacute;n peligro.
&iquest;Mas<br>
c&oacute;mo te has de enga&ntilde;ar teniendo las nuevas
voluptuosidades<br>
tantos atractivos? Los bienes ajenos nos<br>
parecen mayores que los propios; las espigas son<br>
siempre m&aacute;s f&eacute;rtiles en los sembrados que no nos<br>
pertenecen y el reba&ntilde;o del vecino se multiplica con<br>
portentosa fecundidad. Ante todo haz por conocer<br>
a la criada de la joven que intentas seducir, para que<br>
te facilite el primer acceso, y averigua si obtiene la<br>
confianza de su se&ntilde;ora y es la confidente de sus secretos<br>
placeres; incl&iacute;nala en tu favor con las promesas<br>
y abl&aacute;ndala con los ruegos; como ella quiera,<br>
conseguir&aacute;s f&aacute;cilmente tus deseos. Que ella
escoja el<br>
momento, los m&eacute;dicos suelen tambi&eacute;n aprovecharlo,<br>
en que el &aacute;nimo de su se&ntilde;ora, libre de cuitas,
est&eacute;<br>
mejor dispuesto a rendirse; el m&aacute;s favorable a tu<br>
pretensi&oacute;n ser&aacute; aquel en que todo le
sonr&iacute;a y le parezca<br>
tan bello como la &aacute;urea mies en los f&eacute;rtiles<br>
campos. Si el pecho est&aacute; alborozado y no lo oprime<br>
el dolor, tiende a dilatarse y Venus lo se&ntilde;orea hasta<br>
el fondo. Ili&oacute;n, embargada de tristeza, pudo defenderse<br>
con las armas, y en un d&iacute;a festivo introdujo en<br>
su recinto el caballo repleto de soldados. Acomete<br>
la empresa as&iacute; que la oigas quejarse de una rival, y<br>
esfu&eacute;rzate en que no quede sin venganza la injuria.<br>
La criada que peina sus cabellos por la ma&ntilde;ana, avive<br>
el resentimiento y ayude el impulso de tus velas<br>
con el remo, y d&iacute;gale suspirando en tenue voz: &laquo;
Por<br>
lo que veo, no podr&aacute;s vengarte del agravio.&raquo;
Despu&eacute;s<br>
hable de ti con las palabras m&aacute;s persuasivas y<br>
j&uacute;rele que mueres de un amor que raya en locura;<br>
pero rev&eacute;late decidido, no sea que el viento calme y<br>
caigan las velas. Como el cristal es fr&aacute;gil, as&iacute;
se calma<br>
pronto la c&oacute;lera de la mujer.<br>
Me preguntas si es provechoso conquistar a la<br>
misma sirvienta; en tal caso te expones a graves<br>
contingencias; &eacute;sta, despu&eacute;s que se entregue, te
servir&aacute;<br>
m&aacute;s sol&iacute;cita; aqu&eacute;lla, menos celosa;
la una te<br>
facilitar&aacute; las entrevistas con su ama, la otra te
reservar&aacute;<br>
para s&iacute;. El bueno o mal suceso es muy eventual.<br>
Aun suponiendo que ella incite tu atrevimiento,<br>
mi consejo es que te abstengas de la aventura.<br>
No quiero extraviarme por precipicios y agudas rocas;<br>
ning&uacute;n joven que oiga mis avisos se dejar&aacute;
sorprender;<br>
no obstante, si la criada que recibe y vuelve<br>
los billetes te cautiva por su gracia tanto como por<br>
los buenos servicios, apresura la posesi&oacute;n de la
se&ntilde;ora<br>
y siga la de la criada; mas no comiences nunca<br>
por la. conquista de la &uacute;ltima. Una cosa te aconsejo,<br>
si tienes confianza en mis lecciones y el viento no se<br>
lleva mis palabras y las hunde en el mar: o no intentes<br>
la empresa, o ac&aacute;bala del todo; as&iacute; que ella<br>
tenga parte en el negocio, no se atrever&aacute; a delatarte.<br>
El p&aacute;jaro no puede volar con las alas viscosas, el<br>
jabal&iacute; no acierta a romper las redes que le envuelven<br>
y el pez queda sujeto por el anzuelo que se le clava;<br>
pero si te propones seducirla, no te retires hasta salir<br>
vencedor. Entonces ella, culpable de la misma falta,<br>
no osar&aacute; traicionarte, y por ella conocer&aacute;s los
dichos<br>
y hechos de la que pretendes. Sobre todo, gran discreci&oacute;n;<br>
si ocultas bien tu inteligencia con la criada,<br>
los pasos de tu due&ntilde;o te ser&aacute;n perfectamente
conocidos.<br>
Grave error el de creer que s&oacute;lo los pilotos y labriegos<br>
deben consultar el tiempo. No conviene<br>
arrojar fuera de saz&oacute;n en el campo la semilla que<br>
puede enga&ntilde;ar nuestras esperanzas, ni en todo tiempo<br>
librar a los embates de las olas una fr&aacute;gil
embarcaci&oacute;n,<br>
ni siempre es de seguros resultados atacar a<br>
una tierna beldad; a veces importa aprovechar la<br>
ocasi&oacute;n favorable, ya se aproxime el d&iacute;a de un
natalicio,<br>
ya el de las calendas de marzo, que Venus se<br>
goza en prolongar. Si el circo resplandece no adornado<br>
como antes con figuras de relieve, sino con los<br>
despojos de los reyes vencidos, difiere algunos d&iacute;as<br>
tu pretensi&oacute;n. Entonces reina el triste invierno y<br>
amenazan las lluviosas Pl&eacute;yadas; entonces las
t&iacute;midas<br>
Cabrillas se sumergen en las aguas del Oc&eacute;ano;<br>
no acometas nada de provecho, pues si alguien se<br>
conf&iacute;a entonces a los riesgos de la navegaci&oacute;n,
apenas<br>
podr&aacute; salvar los ateridos miembros en la tabla<br>
de su bajel hecho piezas. Tus ataques han de comenzar<br>
el d&iacute;a funesto en que las ondas del Allia se<br>
ti&ntilde;eron con la sangre de los cad&aacute;veres romanos o
el<br>
&uacute;ltimo de cada semana que consagra al reposo y al<br>
culto el habitante de Palestina. Mira con santo horror<br>
el natalicio de tu amada, y como nefastos los<br>
d&iacute;as en que es ineludible el ofrecer presentes. Aunque<br>
lo evites con cautela, te sonsacar&aacute; algo; la mujer<br>
tiene mil medios para apoderarse del caudal de su<br>
apasionado amante. Un vendedor con la t&uacute;nica
desce&ntilde;ida<br>
se presentar&aacute; ante tu due&ntilde;o deseoso de<br>
comprar, y delante de ti expondr&aacute; sus mercader&iacute;as.<br>
Ella te rogar&aacute; que las examines para juzgar tu buen<br>
gusto; despu&eacute;s te dar&aacute; unos besos, y por
&uacute;ltimo te<br>
pedir&aacute; que le compres lo que m&aacute;s le agrade,
jur&aacute;ndote<br>
que con eso quedar&aacute; contenta por largos a&ntilde;os<br>
y dici&eacute;ndote: &laquo;Ahora tengo necesidad de ello y
ahora<br>
se puede comprar a precio razonable.&raquo; Si te excusas<br>
con el pretexto de que no tienes en casa el dinero<br>
necesario, te pedir&aacute; un billete, y sentir&aacute;s haber<br>
aprendido a escribir. &iexcl;Cu&aacute;ntas veces te
exigir&aacute; el regalo<br>
que se acostumbra en el natalicio y cu&aacute;ntas
renovar&aacute;<br>
esta fecha al comp&aacute;s de sus necesidades!<br>
&iquest;Qu&eacute; har&aacute;s cuando la veas llorar
desolada por una<br>
falsa p&eacute;rdida y te ense&ntilde;e las orejas sin los
ricos pendientes<br>
que ostentaban? Las mujeres piden muchas<br>
cosas en calidad de pr&eacute;stamo, y as&iacute; que las
reciben<br>
se niegan a la devoluci&oacute;n. Sales perdiendo y nunca<br>
se tiene en cuenta tu sacrificio. No me bastar&iacute;an<br>
diez bocas con otras tantas lenguas, si pretendiese<br>
referir los astutos manejos de nuestras cortesanas.<br>
Explota el camino por medio de la cera que barniza<br>
las elegantes tablillas, y que ella sea la primer<br>
anunciadora de la disposici&oacute;n de tu &aacute;nimo, que
ella<br>
le diga tus ternuras con las expresiones que usan los<br>
amantes, y seas quien seas, no te sonrojen las m&aacute;s<br>
humildes s&uacute;plicas. Aquiles, movido por las preces,<br>
entreg&oacute; a Pr&iacute;amo el cad&aacute;ver de
H&eacute;ctor; la voz del<br>
suplicante templa la c&oacute;lera de los dioses. No economices<br>
el prometer, que al fin no arruina a nadie, y<br>
todo el mundo puede ser rico en promesas. La esperanza<br>
acreditada permite ganar tiempo; en verdad es<br>
una diosa falaz; mas nos complace ser por ella en<br>
ga&ntilde;ados. Los presentes que le hubieses hecho
podr&iacute;an<br>
incitarla a abandonarte, y por lo pronto se<br>
1ucrar&iacute;a con tu largueza sin perder nada. Conf&iacute;e<br>
siempre en que le vas a dar lo que nunca pensaste;<br>
as&iacute; un campo est&eacute;ril burla mil veces la esperanza
del<br>
labrador, as&iacute; el jugador empe&ntilde;ado en no perder,<br>
pierde a todas horas, y sus &aacute;vidas manos no sueltan<br>
los dados que le prometen ping&uuml;es ganancias. Lo<br>
principal y m&aacute;s dificultoso es alcanzar de gracia los<br>
primeros favores; el temor de darlos sin provecho la<br>
inducir&aacute; a seguir concedi&eacute;ndolos como antes;
dir&iacute;gele<br>
tus billetes impregnados de dulc&iacute;simas frases,<br>
con el fin de explorar su disposici&oacute;n y tentar las
dificultades<br>
del camino. Los caracteres trazados sobre<br>
un fruto burlaron a Cidipe, y la imprudente doncella,<br>
ley&eacute;ndolos, se vi&oacute; cogida por sus propias
palabras.<br>
J&oacute;venes romanos, os aconsejo que no aprend&aacute;is<br>
las bellas artes con el &uacute;nico objeto de convertiros en<br>
defensores de los atribulados reos; la beldad se deja<br>
arrebatar y aplaude al orador elocuente, lo mismo<br>
que la plebe, el juez adusto y el senador distinguido;<br>
pero ocultad el talento, que el rostro no descubra<br>
vuestra facundia y que en vuestras tablillas no se<br>
lean nunca expresiones afectadas. &iquest;Qui&eacute;n sino un<br>
est&uacute;pido escribir&aacute; a su tierna amiga en tono
declamatorio?<br>
Con frecuencia un billete pedantesco<br>
atrajo el desprecio a quien lo escribi&oacute;. Sea tu razonamiento<br>
sencillo, tu estilo natural y a la vez insinuante,<br>
de modo que imagine verte y o&iacute;rte al mismo<br>
tiempo. Si no recibe tu billete y lo devuelve sin<br>
leerlo, conf&iacute;a en que lo leer&aacute; m&aacute;s
adelante y permanece<br>
firme en tu prop&oacute;sito. Con el tiempo los toros<br>
rebeldes acaban por someterse al yugo, con el tiempo<br>
el potro fogoso aprende a soportar el freno que<br>
reprime su ardor. El anillo de hierro se desgasta con<br>
el uso continuo y la punta de la reja se embota a<br>
fuerza de labrar asiduamente la tierra. &iquest;Qu&eacute;
m&aacute;s<br>
duro que la roca y m&aacute;s leve que la onda? Con todo,<br>
las aguas socavan las duras pe&ntilde;as. Persiste, y
vencer&aacute;s<br>
con el tiempo a la misma Pen&eacute;lope. Troya resisti&oacute;<br>
muchos a&ntilde;os, pero al fin cay&oacute; vencida. Si te lee y<br>
no quiere contestar, no la obligues a ello; procura<br>
solamente que siga leyendo tus ternezas, que ya responder&aacute;<br>
un d&iacute;a a lo que ley&oacute; con tanto gusto. Los<br>
favores llegar&aacute;n por sus pasos en tiempo oportuno.<br>
Tal vez recibas una triste contestaci&oacute;n, rog&aacute;ndote<br>
que ceses de solicitarla; ella teme lo que te ruega y<br>
desea que sigas en las instancias que te prohibe. No<br>
te descorazones, prosigue, y bien pronto ver&aacute;s satis<br>
fechos tus votos. En el &iacute;nterin, si tropiezas a tu<br>
amada tendida muellemente en la litera, ac&eacute;rcate<br>
con disimulo a su lado, y a fin de que los o&iacute;dos de<br>
curiosos indiscretos no penetren la intenci&oacute;n de tus<br>
frases, como puedas rev&eacute;lale tu pasi&oacute;n en
t&eacute;rminos<br>
equ&iacute;vocos. Si se dirige al espacioso p&oacute;rtico,
debes<br>
acompa&ntilde;arla en su paseo, y ora has de precederla,<br>
ora seguirla de lejos, ya andar de prisa, ya caminar<br>
con lentitud. No tengas reparo en escurrirte entre la<br>
turba y pasar de una columna a otra para llegar a su<br>
lado. Cuida que no vaya sin tu compa&ntilde;&iacute;a a ostentar<br>
su belleza en el teatro; all&iacute; sus espaldas desnudas te<br>
ofrecer&aacute;n un gustoso espect&aacute;culo; all&iacute;
la contemplar&aacute;s<br>
absorto de admiraci&oacute;n y le comunicar&aacute;s, tus
secretos<br>
pensamientos con los gestos y las miradas.<br>
Aplaude entusiasmado la danza del actor que representa<br>
a una doncella, y m&aacute;s todav&iacute;a al que
desempe&ntilde;a<br>
el papel del amante. Lev&aacute;ntate si ella se levanta,<br>
vuelve a sentarte si se sienta, y no te pese<br>
desperdiciar el tiempo al tenor de sus antojos. Tampoco<br>
te detengas demasiado en rizarte el cabello<br>
con el hierro o en alisarte la piel con la piedra p&oacute;mez;<br>
deja tan vanos ali&ntilde;os para los sacerdotes que<br>
a&uacute;llan sus cantos frigios en honor de la madre Cibeles.<br>
La negligencia constituye el mejor adorno del<br>
hombre. Teseo, que nunca se preocup&oacute; del peinado,<br>
supo conquistar a la hija de Minos; Fedra enloqueci&oacute;<br>
por Hip&oacute;lito, que no se distingu&iacute;a en lo elegante,<br>
y Adonis, tan querido de Venus, s&oacute;lo se recreaba en<br>
las selvas. Pres&eacute;ntate aseado, y que el ejercicio del<br>
campo de Marte solee tu cuerpo envuelto en una<br>
toga bien hecha y airosa. Sea tu habla suave, luzcan<br>
tus dientes su esmalte y no vaguen tus pies en el<br>
ancho calzado; que no se te ericen los pelos mal<br>
cortados, y tanto &eacute;stos como la barba entr&eacute;galos a<br>
una h&aacute;bil mano. No lleves largas las u&ntilde;as, que han<br>
de estar siempre limpias, ni menos asomen los pelos<br>
por las ventanas de tu nariz, ni te huela mal la boca,<br>
recordando el f&eacute;tido olor del macho cabr&iacute;o. Lo
dem&aacute;s<br>
res&eacute;rvalo a las muchachas que quieren agradar y<br>
para esos mozos que con horror de su sexo se entregan<br>
a un var&oacute;n.<br>
Mas ya llama a su poeta Baco, el que ayuda<br>
siempre a los amantes y atiza las llamas en que &eacute;l<br>
mismo se consume. Ariadna erraba loca por la desierta<br>
arena que ci&ntilde;e la isla de Naxos combatida por<br>
el mar; apenas sacude el sue&ntilde;o medio cubierta con<br>
la sencilla t&uacute;nica, con los pies descalzos y sueltos los<br>
rubios cabellos, se dirige a las sordas olas llamando<br>
al cruel Teseo, y un raudal de l&aacute;grimas se desliza por<br>
sus frescas mejillas; gritaba y lloraba a la vez, y el<br>
llanto y las voces, lejos de amenguar su belleza,<br>
contribu&iacute;an a realzarla de un modo extraordinario.<br>
Ya golpe&aacute;ndose el pecho sin cesar con mano despiadada,<br>
gritaba: &laquo;El p&eacute;rfido ha partido;
&iquest;qu&eacute; ser&aacute; de<br>
m&iacute;, qu&eacute; suerte me espera?&raquo; En aquel
momento resuenan<br>
por el extenso litoral los c&iacute;mbalos y los t&iacute;mpanos<br>
golpeados con fren&eacute;ticas manos, cae<br>
desvanecida, las &uacute;ltimas palabras expiran en sus labios<br>
y dir&iacute;ase que en su cuerpo no quedaba una gota<br>
de sangre. De s&uacute;bito aparecen las Bacantes con los<br>
cabellos tendidos por la espalda, y detr&aacute;s la turba de<br>
los S&aacute;tiros que preceden al dios; despu&eacute;s el viejo<br>
Sileno, tan borracho, que gracias si se mantiene en<br>
equilibrio cogi&eacute;ndose a las crines del asno cabizbajo,<br>
persigue a las Bacantes que huyen y le acometen de<br>
improviso; como es tan p&eacute;simo jinete, hostiga con<br>
la vara al cuadr&uacute;pedo que monta y al fin se apea de<br>
bruces por las orejas del paciente animal. Los S&aacute;tiros<br>
entonces gritan: &laquo;Lev&aacute;ntate, padre Sileno;
lev&aacute;ntate.<br>
&raquo; Pres&eacute;ntase al fin, en su carro ce&ntilde;ido
de<br>
p&aacute;mpanos, el dios que gobierna los domados tigres<br>
con riendas de oro. P&aacute;lida de terror Ariadna, no<br>
nombra m&aacute;s a Teseo, porque la voz se le hiela en la<br>
garganta; tres veces quiso huir, y el miedo la detuvo<br>
inm&oacute;vil otras tantas; estremeci&oacute;se como las
espigas<br>
est&eacute;riles agitadas por el viento y la d&eacute;bil
ca&ntilde;a que<br>
tiembla en las orillas del h&uacute;medo pantano. El dios la<br>
conforta as&iacute;: &laquo;Dep&oacute;n tus temores; yo
ser&eacute; un<br>
amante m&aacute;s fiel que Teseo, y t&uacute; ser&aacute;s,
Ariadna, la<br>
esposa de Baco. El cielo premiar&aacute; tu dolor; como<br>
una constelaci&oacute;n reinar&aacute;s en el cielo, y las naves<br>
guiar&aacute;n su rumbo por tu corona de brillantes.&raquo;
Dijo,<br>
y para que los tigres no la espantasen desciende del<br>
carro, salta sobre la arena de la playa, que cede a sus<br>
pies, y la arrebata en los brazos, sin que ella pugne<br>
por defenderse; que no es f&aacute;cil resistir al
poder&iacute;o de<br>
un inmortal. Unos entonan los cantos de Himeneo,<br>
otros gritan: &laquo;Evoe, Evoe&raquo;, y entre el
com&uacute;n alborozo,<br>
el dios y la joven desposada se reclinan en el<br>
t&aacute;lamo nupcial.<br>
As&iacute;, cuando asistieres a un fest&iacute;n en que abunden<br>
los dones de Baco, si una muchacha que te<br>
atrae se coloca cerca de ti en el lecho, ruega a este<br>
padre de la alegr&iacute;a, cuyos misterios se celebran por<br>
la noche, que los vapores del vino no lleguen a<br>
trastornar tu cabeza. All&iacute; te ser&aacute; permitido
dirigir a<br>
tu bella insinuantes discursos con palabras veladas<br>
que no escapar&aacute;n a su perspicacia y se los
aplicar&aacute; a<br>
s&iacute; misma; escribe en la mesa con gotas de vino dul<br>
c&iacute;simas ternuras, en las que tu amiga adivine tu
pasi&oacute;n<br>
avasalladora, y clava en los suyos tus ojos respirando<br>
fuego: un semblante mudo habla a las veces<br>
con singular elocuencia. Arrebata presuroso de su<br>
mano el vaso que roz&oacute; con los labios, y bebe por el<br>
mismo lado que ella bebi&oacute;. Coge cualquiera manjar<br>
que hayan tocado sus dedos, y aprovecha la ocasi&oacute;n<br>
para que tu mano tropiece con la suya; ing&eacute;niate,<br>
asimismo, por ganarte al esposo de tu amada; os<br>
ser&aacute; muy &uacute;til a los dos el tenerlo por amigo. Si
la<br>
suerte te proclama rey del fest&iacute;n, conc&eacute;dele la
honra<br>
de beber primero y reg&aacute;lale la corona que ci&ntilde;e tu<br>
cabeza; ya sea tu igual, ya inferior a ti, d&eacute;jale que<br>
tome de todo antes y no dudes dirigirle las expresiones<br>
m&aacute;s lisonjeras. Con el falso nombre de amigo<br>
se burla multitud de veces sin riesgo a un marido, y<br>
aunque el hecho quede casi siempre impune, no<br>
deja de ser un crimen. En tales casos el procurador<br>
suele ir m&aacute;s lejos de lo que se le encomienda, y se<br>
cree autorizado para traspasar las &oacute;rdenes que
recibi&oacute;.<br>
Quiero darte la medida a que te atengas en el beber:<br>
es aquella que no impide al seso ni a los pies<br>
cumplir con su oficio. Evita, en primer t&eacute;rmino, las<br>
reyertas que provoca el vino, y los pu&ntilde;os demasiado<br>
prontos a repartir golpes. Euriti&oacute;n muri&oacute; por
haber<br>
bebido desatinadamente. Entre el vino y los manjares<br>
s&oacute;lo ha de reinar la alegr&iacute;a. Si tienes buena voz,<br>
canta; si tus brazos son flexibles, baila, y no descuides,<br>
si las tienes, revelar aquellas dotes que favorecen<br>
la seducci&oacute;n. La embriaguez verdadera<br>
perjudica, y cuando es fingida puede ser &uacute;til. Estropee<br>
tu lengua solapada la pronunciaci&oacute;n de las voces;<br>
as&iacute;, lo que hagas o digas fuera de lo regular,<br>
creer&aacute;n todos que lo ocasiona el exceso de la bebida.<br>
Desea mil felicidades a la se&ntilde;ora de tus pensamientos<br>
y al que tiene la dicha de compartir su<br>
t&aacute;lamo; mas en lo rec&oacute;ndito del alma profiere
contra<br>
este &uacute;ltimo cien maldiciones. Cuando las mesas<br>
se levantan y los convidados se retiran, aprovecha<br>
las circunstancias del lugar y la confusi&oacute;n de la multitud<br>
para aproximarte a ella; m&eacute;zclate entre la turba,<br>
col&oacute;cate sin sentir a su lado, p&aacute;sale el brazo por<br>
el talle y toca su pie con el tuyo. Esta es la ocasi&oacute;n<br>
de abordarla; lejos de ti el agreste pudor; Venus y la<br>
Fortuna alientan siempre a los audaces.<br>
No esperes que yo te dicte los preceptos de la<br>
elocuencia; rompe atrevido el silencio, y las frases<br>
espont&aacute;neas y felices acudir&aacute;n a tus labios.
Tienes<br>
que representar el papel de un amante y tus palabras<br>
han de quemar como el fuego que te devora; te ser&aacute;n<br>
l&iacute;citos todos los argumentos para persuadirla de<br>
tu pasi&oacute;n y ser&aacute;s cre&iacute;do sin
dificultad. Cualquiera se<br>
juzga digna de ser amada y aun la m&aacute;s fea da gran<br>
valor a sus atractivos; mil veces el que simula el<br>
amor acaba por sentirlo de veras y termina por ser<br>
lo que al principio fing&iacute;a. &iexcl;Oh
j&oacute;venes!, tened tolerancia<br>
con los que se aprestan a enga&ntilde;aros; muchas<br>
veces un falso amor se convierte en verdadero. Esfu&eacute;rzate<br>
por apoderarte de su albedr&iacute;o con discretas<br>
lisonjas, como el arroyo filtra sus claras ondas en las<br>
riberas que lo dominan. Prodiga sin vacilaci&oacute;n tus<br>
alabanzas a la belleza de su rostro, a la profusi&oacute;n de<br>
sus cabellos, a sus finos dedos y su pie diminuto; la<br>
mujer m&aacute;s casta se deleita cuando oye el elogio de<br>
su hermosura, y aun las v&iacute;rgenes inocentes dedican<br>
largas horas a realzar sus encantos. &iquest;Por qu&eacute;
Juno y<br>
Palas se averg&uuml;enzan hoy todav&iacute;a de no haber
obtenido<br>
el premio en el certamen de los montes de Frigia?<br>
El ave de Juno despliega orgullosa su plumaje,<br>
vi&eacute;ndolo alabado; si lo contemplas en silencio, recoge<br>
sus tesoros. En el certamen de la veloz carrera,<br>
los corceles se encienden con los aplausos que se<br>
tributan a sus cuellos arrogantes y bien peinadas<br>
crines. No seas t&iacute;mido en prometer; las j&oacute;venes<br>
claudican por las promesas, y pon a los dioses que<br>
quieras como testigos de tu sinceridad. J&uacute;piter desde<br>
lo alto se r&iacute;e de los perjurios de los amantes y dispone<br>
que los vientos de Eolia los sepulten en las<br>
olas; por las aguas de Estigia sol&iacute;a jurar con
enga&ntilde;o<br>
ser fiel a Juno, y su mal ejemplo alienta hoy a todos<br>
los perjuros.<br>
Conviene que existan los dioses, y como conviene<br>
creer en su existencia, aportemos a las antiguas<br>
aras las ofrendas del incienso y el vino. Ellos<br>
no yacen sumidos en quietud reposada y semejante<br>
al sue&ntilde;o; vivid en la inocencia y velar&aacute;n por
vosotros.<br>
Volved el dep&oacute;sito que se os ha confiado,<br>
acatad las piadosas leyes, aborreced el fraude, y que<br>
vuestras manos est&eacute;n limpias de sangre. Si sois listos,<br>
enga&ntilde;ad impunemente a las j&oacute;venes; fuera de<br>
esto observar&eacute;is siempre la buena fe. Burlad a las<br>
que pretenden burlaros; casi todas son gente de poca<br>
confianza; caigan presas en los lazos que os tienden.<br>
Es fama que el Egipto, por la sequ&iacute;a que<br>
abrasaba la tierra, vi&oacute; est&eacute;riles sus campos
durante<br>
nueve a&ntilde;os. Trasio entonces se present6 a Busiris y<br>
le anunci&oacute; que ser&iacute;a f&aacute;cil aplacar a
Jove con la sangre<br>
de un extranjero, y Busiris le contest&oacute;:
&laquo;T&uacute; ser&aacute;s<br>
la primer v&iacute;ctima ofrecida al padre de los dioses, y<br>
como hu&eacute;sped de Egipto, t&uacute; nos traer&aacute;s
el agua.&raquo;<br>
F&aacute;laris tost&oacute; en el toro de bronce los miembros de<br>
Perilo, su inventor, que experiment&oacute; el primero tan<br>
atroz suplicio: uno y otro fueron justos. &iquest;Qu&eacute; ley<br>
m&aacute;s equitativa que condenar a los art&iacute;fices de
tormentos<br>
a morir con su propia invenci&oacute;n? Es razonable<br>
castigar a las perjuras con el perjurio, y no<br>
pueden quejarse m&aacute;s que de ellas mismas, puesto<br>
que su ejemplo alienta la fals&iacute;a.<br>
Tambi&eacute;n son provechosas las l&aacute;grimas, capaces<br>
de ablandar al diamante: si te es posible, que vea<br>
h&uacute;medas tus mejillas, y si te faltan las
l&aacute;grimas, porque<br>
no siempre acuden al tenor de nuestros deseos,<br>
restr&eacute;gate los ojos con los dedos mojados.
&iquest;Qu&eacute;<br>
pretendiente listo no sabe ayudar con los besos las<br>
palabras sugestivas? Si te los niega, d&aacute;selos contra su<br>
voluntad; ella acaso resista al principio y te llame<br>
malvado; pero aunque resista, desea caer vencida.<br>
Evita que los hurtos hechos a sus lindos labios la<br>
lastimen y que la oigas quejarse con raz&oacute;n de tu rudeza.<br>
El que logra sus besos, si no se apodera de lo<br>
dem&aacute;s, merece por mentecato perder aquello que ya<br>
ha conseguido. Despu&eacute;s de &eacute;stos,
&iexcl;qu&eacute; poco falta a<br>
la completa realizaci&oacute;n de tus votos! La estupidez y<br>
no el pudor detiene tus pasos. Aunque diga que la<br>
has pose&iacute;do con violencia, no te importe; esta violencia<br>
gusta a las mujeres: quieren que se les arranque<br>
por fuerza lo que desean conceder. La que se ve<br>
atropellada por la ceguedad de un pretendiente, se<br>
regocija de ello y estima su brutal acci&oacute;n como un<br>
rico presente, y la que pudiendo caer vencida sale<br>
intacta de la contienda, simula en el aspecto la alegr&iacute;a,<br>
mas en su coraz&oacute;n reina la tristeza. Febe se<br>
rindi&oacute; a la violencia, lo mismo que su hermana, y los<br>
dos raptores fueron de sus v&iacute;ctimas muy queridos.<br>
Una historia harto conocida, y no por eso indigna<br>
de contarse otra vez, es la de aquella hija del rey<br>
de Seiros, cuyos favores alcanz&oacute; el joven Aquiles.<br>
Ya la diosa vencedora de sus rivales en el monte Ida<br>
hab&iacute;a mostrado su reconocimiento a Paris, que la<br>
design&oacute; como la m&aacute;s hermosa; ya de
extra&ntilde;o reino<br>
hab&iacute;a llegado la nuera al palacio de Pr&iacute;amo y los<br>
muros de Ili&oacute;n encerraban a la esposa de Menelao;<br>
los pr&iacute;ncipes griegos juraron vengar la afrenta del<br>
esposo, que si bien de uno solo, reca&iacute;a por igual<br>
sobre todos. Aquiles ocultaba su sexo con rozagante<br>
vestidura de mujer, cosa torpe en verdad si no obedeciera<br>
a los ruegos de una madre. &iquest;Qu&eacute; haces,<br>
nieto de &Eacute;aco? No es ocupaci&oacute;n digna de ti el
hilar<br>
la lana. Arribar&aacute;s a la gloria siguiendo otra arte de<br>
Palas. No convienen los canastillos al brazo que ha<br>
de soportar el escudo. &iquest;Por qu&eacute; sostienes la rueca<br>
con esa diestra que derribara un d&iacute;a la pujanza de<br>
H&eacute;ctor? Arroja los husos que devanan el estambre<br>
laborioso, y empu&ntilde;a en tu recia mano la lanza de<br>
Pelias. Por acaso durmieron una noche en el mismo<br>
t&aacute;lamo Aquiles y la real doncella, que descubri&oacute;
con<br>
su estupro el sexo de quien la acompa&ntilde;aba. Ella, no<br>
cabe duda, cedi&oacute; a fuerza mayor, as&iacute; hemos de<br>
creerlo; pero tampoco sinti&oacute; mucho que la fuerza<br>
saliese vencedora, pues cuando el joven apresuraba<br>
la partida, despu&eacute;s de trocar la rueca por las armas,<br>
le dijo repetidas veces: &laquo;Qu&eacute;date
aqu&iacute;.&raquo; &iquest;D&oacute;nde est&aacute;<br>
la violencia? Deidamia, &iquest;por qu&eacute; detienes con
palabras<br>
cari&ntilde;osas al autor de tu deshonra?<br>
Si la mujer por un sentimiento de pudor no revela<br>
la primera su intenci&oacute;n, se conforma a gusto<br>
con que el hombre inicie el ataque. Excesiva confianza<br>
pone en las gracias de su persona el mancebo<br>
que espera que la mujer se anticipe al ruego. Es &eacute;l<br>
quien ha de comenzar, quien ha de dirigirle la palabra,<br>
expresando esas tiernas solicitudes que ella acoger&aacute;<br>
con agrado. Para obtener su aquiescencia,<br>
ruega; es lo &uacute;nico que ella exige; decl&aacute;rale el
principio<br>
y la causa de tu inclinaci&oacute;n. J&uacute;piter se mostraba<br>
siempre rendido con las antiguas hero&iacute;nas, y con<br>
todo su poder no consigui&oacute; que ninguna se le ofreciese<br>
primero. Mas si ves que tus rendimientos s&oacute;lo<br>
sirven para hincharla de orgullo, desiste de tu pretensi&oacute;n<br>
y vuelve atr&aacute;s los pasos. Muchas suspiran<br>
por el placer que huye y aborrecen al que se les<br>
brinda; insta con menos fervor y dejar&aacute;s de parecerle<br>
importuno. No siempre han de delatar tus agasajos<br>
la esperanza del triunfo; en ocasiones conviene<br>
que el amor se insin&uacute;e disfrazado con el nombre de<br>
amistad. He visto m&aacute;s de una mujer intratable sucumbir<br>
a esta prueba, y al que antes era su amigo<br>
convertirse por fin en su amante.<br>
Un cutis muy blanco no dice bien al marino, que<br>
lo debe tener tostado por las aguas salobres y los rayos<br>
del sol, y tampoco al labriego que sin descanso<br>
remueve la tierra a la intemperie con la reja o los<br>
pesados rastrillos; y ser&iacute;a vergonzoso que tu cuerpo<br>
resplandeciese de blancura persiguiendo con af&aacute;n la<br>
corona del olivo. El amante ha de estar p&aacute;lido; es el<br>
color que publica sus zozobras, y el que le cuadra,<br>
aunque muchos sigan diferente opini&oacute;n. Con p&aacute;lido<br>
rostro persegu&iacute;a Ori&oacute;n por las selvas a Lirice, y
p&aacute;lido<br>
estaba Dafnis por los desv&iacute;os de una N&aacute;yade<br>
cruel. Que la demacraci&oacute;n pregone las angustias que<br>
sufres, y no repares en cubrir con el velo de los enfermos<br>
tus hermosos cabellos. Las cuitas, la pena<br>
que nace de un sentimiento profundo y las noches<br>
pasadas en vela aniquilan el cuerpo de las j&oacute;venes;<br>
para lograr tu intento has de convertirte en un ser<br>
digno de l&aacute;stima, tal que quien te vea exclame al<br>
punto: &laquo;Est&aacute; enamorado.&raquo;<br>
&iquest;Lamentar&eacute; la confusi&oacute;n que reina al
apreciar lo<br>
justo y lo injusto, o m&aacute;s bien os la aconsejar&eacute;?
La<br>
amistad, la buena fe, son entre nosotros nombres<br>
sin sentido. &iexcl;Qu&eacute; dolor!; es peligroso ensalzar a
la<br>
que amas en presencia del amigo; como estime merecidas<br>
tus alaban zas, trata de quit&aacute;rtela. Mas Patroclo<br>
-dir&aacute;s- no mancill&oacute; el lecho de Aquiles, y<br>
Fedra conserv&oacute; su pudor al lado de Piritoo.
P&iacute;lades<br>
am&oacute; castamente a Herm&iacute;one, como Febo a Palas,<br>
como los gemelos C&aacute;stor y P&oacute;lux a su hermana<br>
Helena. Si alguien espera hoy ejemplos semejantes,<br>
espere coger los frutos del tamariz y encontrar la<br>
miel en la corriente de un r&iacute;o. Nos atrae con fuerza<br>
la culpa; cada cual atiende a sus placeres, y le resultan<br>
m&aacute;s intensos goz&aacute;ndolos a costa de un desdichado.<br>
&iexcl;Qu&eacute; maldad!; no es al enemigo al que ha de<br>
temer el amante; gu&aacute;rdate de los que consideras<br>
adictos a tu persona, y vivir&aacute;s seguro; desconf&iacute;a
del<br>
pariente, del hermano y del caro amigo, porque todos<br>
te infundir&aacute;n graves sospechas.<br>
Iba a terminar, pero como son tan varios los<br>
temperamentos de la mujer, hay mil diversas maneras<br>
de dominarla. No todas las tierras producen los<br>
mismos frutos: la una conviene a las vides, la otra a<br>
los olivos, la de m&aacute;s all&aacute; a los cereales. Las
disposiciones<br>
del &aacute;nimo var&iacute;an tanto como los rasgos
fison&oacute;micos;<br>
el que sabe vivir se acomoda a la variedad<br>
de los caracteres, y como Proteo, ya se convierte en<br>
un arroyo, fugitivo, ya en un le&oacute;n, un &aacute;rbol o un<br>
cerdoso jabal&iacute;. Unos peces se cogen con el dardo,<br>
otros con el anzuelo, y los m&aacute;s yacen cautivos en las<br>
redes que les tiende el pescador. No uses el mismo<br>
estilo con mujeres de diferentes edades: la cierva<br>
cargada de a&ntilde;os ve desde lejos los lazos peligrosos.<br>
Si pareces muy avisado a las novicias y atrevido a las<br>
gazmo&ntilde;as, unas y otras desconfiar&aacute;n de ti,
poni&eacute;ndose<br>
a la defensiva. De ah&iacute; que la que teme entregarse<br>
a un mozo digno, venga tal vez a caer en los<br>
brazos de un pelafust&aacute;n.<br>
He conclu&iacute;do una parte de mi trabajo, otra me<br>
queda por emprender: echemos aqu&iacute; el &aacute;ncora que<br>
sujete la nave.
 
</big>