Diferencia entre revisiones de «La Batalla de los Arapiles/I»

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<p style="text-align: right;text-indent:30px;"><i>Madrid, 14 de marzo.</i></p>
<p>Querido Gabriel: Si no has sido m&aacute;s afortunado que yo, lucidos estamos. De mis averiguaciones no resulta hasta ahora otra cosa que la triste certidumbre de que el comisario de polic&iacute;a no est&aacute; ya en esta corte, ni presta servicio a los franceses, ni a nadie como no sea al demonio. Despu&eacute;s de su excursi&oacute;n a Guadalajara, pidi&oacute; licencia, abandon&oacute; luego su destino, y al presente nadie sabe de &eacute;l. Qui&eacute;n le supone en Salamanca, su tierra natal, qui&eacute;n en Burgos o en Vitoria, y algunos aseguran que ha pasado a Francia, antiguo teatro de sus criminales aventuras. &iexcl;Ay, hijo m&iacute;o, para qu&eacute; habr&aacute; hecho Dios el mundo tan grande, tan sumamente grande, que en &eacute;l no es posible encontrar el bien que se pierde! Esta inmensidad de la creaci&oacute;n s&oacute;lo favorece a los pillos, que siempre encuentran donde ocultar el fruto de sus rapi&ntilde;as.</p>
<p>Mi situaci&oacute;n aqu&iacute; ha mejorado un poco. He capitulado, amigo m&iacute;o; he escrito a mi t&iacute;a cont&aacute;ndole lo ocurrido en Cifuentes, y el jefe de mi ilustre familia me demuestra en su &uacute;ltima carta que tiene l&aacute;stima de m&iacute;. El administrador ha recibido orden de no dejarme morir de hambre. Gracias a esto y al buen surtido de mi antiguo guarda-ropas, la pobre condesa no pedir&aacute; limosna por ahora. He tratado de vender las alhajas, los encajes, los tapices y otras prendas no vinculadas; pero nadie las quiere comprar. En Madrid no hay una peseta, y cuando el pan est&aacute; a catorce y diez y seis reales, fig&uacute;rate qui&eacute;n tendr&aacute; humor para comprar joyas. Si esto sigue, llegar&aacute; d&iacute;a en que tenga que cambiar todos mis diamantes por una gallina.</p>
<p>Para que comprendas cu&aacute;n glorioso porvenir aguarda a mi hist&oacute;rica casa, uno de los astros m&aacute;s brillantes del cielo de esta gran monarqu&iacute;a, me bastar&aacute; decirte que el pleito entre nuestra familia y la de Rumblar se ha entablado ya, y la canciller&iacute;a de Granada ha dado a luz con este motivo una monta&ntilde;a de papel sellado, que, si Dios no lo remedia, crecer&aacute; hasta lo sumo y nuestros nietos veranla con cimas m&aacute;s altas que las de la misma Sierra Nevada. La de Rumblar se engolfa con delicia en este mar de jurisprudencia. Me parece que laveola veo. Convertir&iacute;a el linaje humano en jueces, escribas, alguaciles y roe-pandectas para que todo cuanto respira pudiese entender en su cuita.</p>
<p>El licenciado Lobo, que frecuentemente me visita con el doble objeto de ilustrarme en mi asunto y de pedirme una limosna (hoy en Madrid la piden los altos servidores del Estado), me ha dicho que en el tal pleito hay materia para un ratito, es decir, que no pasar&aacute; un par de siglos mal contados sin que la sala de su sentencia o un auto para mejor proveer, que es el colmo de las delicias. Me asegura tambi&eacute;n el susodicho Lobo, que si nos obstinamos en transmitir a In&eacute;s los derechos mayorazguiles, es f&aacute;cil que perdamos el litigio dentro de algunos meses, pues para perder no es preciso esperar siglos. Las informalidades que hubo en el reconocimiento y la indiscreci&oacute;n de mi pobre t&iacute;o, que ya baj&oacute; al sepulcro, ponen a nuestra heredera en muy mala situaci&oacute;n para reclamar su mayorazgo. Nuestro papel se reduce hoy, seg&uacute;n Lobo, a reclamar la no transmisi&oacute;n del mayorazgo a la casa de Rumblar, fund&aacute;ndonos en varias razones de <i>posesi&oacute;n civil&iacute;sima, agnaci&oacute;n rigurosa, masculinidad nuda, emineidad, saltuario</i>, con otras lindas palabras que voy aprendiendo para recreo de mi triste soledad y entretenimiento de mis &uacute;ltimos d&iacute;as.</p>
<p>Mi t&iacute;a dice que yo tengo la culpa de este desastre y cataclismo en que va a hundirse la m&aacute;s gloriosa casa que ha desafiado siglos y afrontado el desgaste del tiempo, sin criarhastacriar hasta ahora ni una sola carcoma, y funda su anatema en mi oposici&oacute;n al proyectado himeneo de nuestro derecho con el derecho de los Rumblar. Verdaderamente no carece de raz&oacute;n mi t&iacute;a, y sin duda se me preparan en el purgatorio acerbos tormentos por haber ocasionado con mi tenacidad este conflicto.</p>
<p>Esta carta te la env&iacute;o a Sep&uacute;lveda. Creo que ser&aacute;n infructuosas tus pesquisas en todo el camino de Francia hasta Aranda. Procura ir a Zamora. Yo sigo aqu&iacute; mis averiguaciones con ardor infatigable; y demostrando gran celo por la causa francesa, he adquirido conocimiento con empleados de alta y baja estofa, principalmente de polic&iacute;a p&uacute;blica y secreta.</p>
<p>Si te unes a la divisi&oacute;n de Carlos Espa&ntilde;a, av&iacute;samelo. Creo que conviene a tu carrera militar el abandonar a esos feroces guerrilleros; m&aacute;s por Dios no pases al ej&eacute;rcito de Extremadura. Creo que de ese lado no vendr&aacute; la luz que deseamos; sigue en Castilla mientras puedas, hijo m&iacute;o, y no abandones mi santa empresa. Escr&iacute;beme con frecuencia. Tus cartas y el placer que me causa contestarlas son mi &uacute;nico consuelo. Me morir&iacute;a si no llorara y si no te escribiera.</p>
 
<p style="text-align: right;text-indent:30px;"><i>22 de marzo.</i></p>
<p>No puedes figurarte la miseria espantosa que reina en Madrid. Me han dicho que hoy est&aacute; la fanega de trigo a 540 reales. Los ricos pueden vivir, aunque mal; pero los pobres se mueren por esas calles a centenares sin que sea posible aliviar su hambre. Todos los arbitriosdearbitrios de la caridad son in&uacute;tiles, y el dinero busca alimentos sin encontrarlos. Las gentes desvalidas se disputan con ferocidad un troncho de col, y las sobras de aquellos pocos que tienen todav&iacute;a en su casa mesa con manteles. Es imposible salir a la calle, porque los espect&aacute;culos que se ofrecen a cada momento a la vista causan horror y desconfianza de la Providencia infinita. Vense a cada paso los mendigos hambrientos, arrojados en el arroyo, y en tal estado de demacraci&oacute;n que parecen cad&aacute;veres en que ha quedado olvidado un resto de in&uacute;til y miserable vida. El lodo y la inmundicia de las calles y plazuelas les sirven de lecho, y no tienen voz sino para pedir un pan que nadie puede darles.</p>
<p>Si la polic&iacute;a se lo permitiera, maldecir&iacute;an a los franceses, que tienen en sus almacenes copioso repuesto de galleta, mientras la naci&oacute;n se muere de hambre. Dicen que de Agosto ac&aacute; se han enterrado veinte mil cuerpos, y lo creo. Aqu&iacute; se respira muerte; el silencio de los sepulcros reina en Plater&iacute;as, en San Felipe y en la Puerta del Sol. Como han derribado tantos edificios, entre ellos Santiago, San Juan, San Miguel, San Mart&iacute;n, los Mostenses, Santa Ana, Santa Catalina, Santa Clara y bastantes casas de las inmediatas a palacio, las muchas ruinas dan a Madrid el aspecto de una ciudad bombardeada. &iexcl;Qu&eacute; desolaci&oacute;n, qu&eacute; tristeza!</p>
<p>Los franceses se pasean, alegres rollizos por este cementerio, y su polic&iacute;a mortifica de un modo cruel a los vecinos pac&iacute;ficos. No se permiten grupos en las calles, nipararseni pararse a hablar, ni mirar a las tiendas. A los tenderos se les aplica una multa de 200 ducados si permiten que los curiosos se detengan en las puertas o vidrieras, de modo que a cada rato los pobres horteras tienen que salir a apalear a sus parroquianos con la vara de medir.</p>
<p>Ayer dispuso el rey que hubiese corrida de toros para divertir al pueblo: &iexcl;qu&eacute; sarcasmo! Me han dicho que la plaza estaba desierta. Fig&uacute;rome ver en el redondel a media docena de esqueletos vestidos con el traje bordado de plata y oro, y m&aacute;s deseosos de comerse al toro que de trastearlo. Asisti&oacute; Jos&eacute;, que de este modo piensa ganar la voluntad del pueblo de Madrid.</p>
<p>D&iacute;cese que se trata de reunir Cortes en Madrid, no s&eacute; si tambi&eacute;n para divertir al pueblo. Azanza, ministro de Su Majestad Bonaparciana, me dijo que as&iacute; levantar&iacute;an <i>un altar frente a otro altar</i>. Creo que el retablo de aqu&iacute; no tendr&aacute; tantos devotos como el que dejamos en C&aacute;diz.</p>
<p>Ahora dicen que Napole&oacute;n va a emprender una guerra contra el emperador de todas las Rusias. Esto ser&aacute; favorable a Espa&ntilde;a, porque sacar&aacute;n tropas de la pen&iacute;nsula, o al menos no podr&aacute;n reparar las bajas que continuamente sufren. Veo la causa francesa bastante malparada, y he observado que los m&aacute;s discretos de entre ellos no se hacen ya ilusiones respecto al resultado final de esta guerra.</p>
<p>De nuestro asunto &iquest;qu&eacute; puedo decir que no sea triste y desconsolador? Nada, hijo m&iacute;o, absolutamente nada. Mis indagaciones no dan resultado alguno, no he podido adquirir ni la m&aacute;s peque&ntilde;a luz, ni el m&aacute;s ligero indicio. Sin embargo, conf&iacute;o en Dios y espero. Dirijo esta carta a Santa Mar&iacute;a de Nieva, que es lo m&aacute;s seguro.</p>
 
<p style="text-align: right;text-indent:30px;"><i>1&ordm; de abril.</i></p>
<p>Poco o nada tengo que a&ntilde;adir a mi carta de 22 de Marzo. Contin&uacute;o en la oscuridad; pero con fe. &iexcl;Cu&aacute;nta se necesita para permanecer en Madrid! Esto es un purgatorio por la miseria, la soledad, la tristeza, y un infierno por la corrupci&oacute;n, las violencias e inmoralidades de todo g&eacute;nero que han introducido aqu&iacute; los franceses. Yo no creo, como la mayor&iacute;a de las gentes, que nuestras costumbres fueran perfectas antes de la invasi&oacute;n; pero entre aquel recatado y compungido modo de vivir y esta desvergonzada licencia de hoy, es preferible a todas luces lo primero. La polic&iacute;a francesa es un instituto de cuya perversidad no se puede tener idea, sino viviendo aqu&iacute; y viendo la execrable acci&oacute;n de esta m&aacute;quina, puesta en las m&aacute;s viles manos.</p>
<p>Multitud de comisarios y agentes, escogidos entre la hez de la sociedad, se encargan de atrapar a los individuos que se les antoja y almacenarlos en la c&aacute;rcel de villa, sin forma de juicio, ni m&aacute;s gu&iacute;a que la arbitrariedad y la delaci&oacute;n. El motivo aparente de estas tropel&iacute;as es la <i>complicidad con los insurgentes</i>; pero los malvados de uno y otro bando se dan buena ma&ntilde;a para utilizar esta nueva Inquisici&oacute;nquen que har&aacute; olvidar con sus gracias las lindezas de la pasada. Todo aquel que quiere deshacerse de una persona que le estorba, encuentra f&aacute;cil medio para ello, y aun ha habido quien, no content&aacute;ndose con ver emparedado a su enemigo, le ha hecho subir al cadalso. Se cuentan cosas horribles, que me resisto a darles cr&eacute;dito, entre ellas la maldad de una se&ntilde;ora de esta corte, que, mal avenida con su esposo le delat&oacute; como insurgente y despacharon la causa en cosa de tres d&iacute;as, lo necesario para ir de la callejuela del Verdugo a la plaza de la Cebada. Tambi&eacute;n se habla de un tal V&aacute;zquez, que delat&oacute; a su hermano mayor, y de un tal Escalera que subi&oacute; la del pat&iacute;bulo por intrigas de su manceba.</p>
<p>Hay una<i>Junta criminal</i> que inspira m&aacute;s horror que los jueces del infierno. Los hombres bajos que la forman condenan a muerte a los que leen los papeles de los insurgentes, a los<i>empecinados</i>, que aqu&iacute; llaman <i>madrip&aacute;paros</i>, y a todo ser sospechoso de relaciones con los <i>esp&iacute;as, ladrones, asesinos, bandoleros, cuatreros y... tahures</i>, a quienes llam&aacute;is vosotros guerrilleros o soldados de la patria.</p>
<p>Una de las cosas m&aacute;s criticadas a los franceses, adem&aacute;s de su infame polic&iacute;a, es la introducci&oacute;n de los bailes de m&aacute;scaras. En esto hay exageraci&oacute;n, porque antes que tales escandalosas reuniones fuesen instituidas en nuestro morigerado pa&iacute;s, hab&iacute;a intrigas y gran burla de vigilancia de padres y maridos. Yo creo que las caretas no han tra&iacute;do ac&aacute; todos los pecados grandes y chicos que se les atribuyen. Pero la gente honesta y timorata brama contra tal novedad, y no se oye otra cosa sino que con los tapujos de las caras ya no hay t&aacute;lamo nupcial seguro, ni casa honrada, ni padre que pueda responder del honor de sus hijas, ni doncella que conserve su esp&iacute;ritu libre y limpio de deshonestos pensamientos. Creo que no es justa esta enemiga contra las caretas, m&aacute;s c&oacute;modas aunque no m&aacute;s disimuladoras que los antiguos mantos, y tengo para m&iacute; que muchas personas hablan mal de las reuniones de m&aacute;scaras porque no las encuentran tan divertidas ni tan oscuritas como las verbenas de San Juan y San Pedro.</p>
<p>Pero la novedad que m&aacute;s indignada y fuera de sus casillas trae a esta buena gente, es un juego de azar llamado la <i>roleta</i>, donde parece baila el dinero que es un gusto. Los franceses son Barrab&aacute;s para inventar cosas malas y pecaminosas. No respetan nada, ni aun las venerandas pr&aacute;cticas de la antig&uuml;edad, ni aun aquello que forma parte desde remot&iacute;simas edades, de la ejemplar existencia nacional. Lo justo habr&iacute;a sido dejar que los padres y los hijos de familia se arruinaran con la baraja, siguiendo en esto sus patriarcales y jam&aacute;s alteradas costumbres, y no introducir <i>roletas</i> ni otros aparatos infernales. Pero los franceses dicen que la <i>roleta</i> es un adelanto con respecto a los naipes, as&iacute; como la guillotina es mejor que la horca, y la polic&iacute;a mucho mejor que la Inquisici&oacute;n.</p>
<p>Lo peor de esto es que, seg&uacute;n dicen, la tal endemoniada <i>roleta</i>, no s&oacute;lo es consentida porelpor el gobierno franc&eacute;s, sino de su propiedad, y para &eacute;l son las ping&uuml;es ganancias que deja. De este modo los franceses piensan embolsarse el poco dinero que han dejado en nuestras arcas.</p>
<p>No concluir&eacute; sin ponerte al corriente de un proyecto que tengo, y que, realizado, me parece ha de ser m&aacute;s eficaz para nuestro objeto que todas las averiguaciones y b&uacute;squedas hechas hasta ahora. El plan, hijo m&iacute;o, consiste en interesar al mismo Jos&eacute; en favor m&iacute;o. Pienso ir a palacio, donde ser&eacute; recibida por el se&ntilde;or Botellas, el cual no desea otra cosa y ve el cielo abierto cuando le anuncian que un grande de Espa&ntilde;a quiere visitarle. Hasta ahora he resistido todas las sugestiones de varios personajes amigos m&iacute;os que se han empe&ntilde;ado en presentarme al Rey; pero pens&aacute;ndolo mejor, estoy decidida a ir a la corte. En Diciembre del 8 trat&eacute; a los dos Bonaparte, y las bondades que encontr&eacute; en Jos&eacute; me hacen esperar que no ser&aacute; in&uacute;til este paso que doy, aun a riesgo de comprometerme con una causa que considero perdida. Adi&oacute;s: te informar&eacute; de todo.</p>
 
<p style="text-align: right;text-indent:30px;"><i>22 de abril.</i></p>
<p>He estado en palacio, hijo m&iacute;o, y me he prosternado ante esa cat&oacute;lica majestad de oropel, a quien sirven unos pocos espa&ntilde;oles, movi&eacute;ndose bulliciosamente para parecer muchos. Si yo dijera a cualquier habitante de Madrid que Jos&eacute; I, conocido aqu&iacute; por el <i>tuerto</i>, o por <i>Pepe Botellas</i>, es una persona amable, discreta, tolerante, de buenas costumbres, yquey que no desea m&aacute;s que el bien, me tendr&iacute;an por loca o quiz&aacute;s por vendida a los franceses.</p>
<p>Recibiome <i>Copas</i> con gozo. El buen se&ntilde;or no puede ocultarlo cuando alguna persona de categor&iacute;a da, al visitarle, una especie de t&aacute;cito asentimiento a su usurpaci&oacute;n. Sin duda cree posible ser due&ntilde;o de Espa&ntilde;a conquistando uno a uno los corazones. Habr&iacute;as de ver su diligencia y extremado empe&ntilde;o de hacer cumplidos. Cierto es que su etiqueta es menos severa y finchada que la de nuestros reyes, sin perder por eso la dignidad, antes bien aument&aacute;ndola. Habla hasta con familiaridad, se r&iacute;e, tambi&eacute;n se permite algunas gentilezas galantes con las damas, y a veces bromea con cierta causticidad muy fina, propia de los italianos. El acento extranjero es el &uacute;nico que afea su palabra. Confunde a menudo su lengua natal con la nuestra y hay ocasiones en que son necesarios grandes esfuerzos para no re&iacute;r.</p>
<p>Su figura no puede ser mejor. Jos&eacute; vale mucho m&aacute;s que el barrilete de su hermano. Poco falta a su rostro grave y expresivo para ser perfecto. Viste com&uacute;nmente de negro, y el conjunto de su persona es muy agradable. No necesito decirte que cuanto hablan las gentes por ah&iacute; sobre sus turcas, es un arma inventada por el patriotismo para ayudar a la defensa nacional. Jos&eacute; no es borracho. Tambi&eacute;n se cuentan de &eacute;l mil abominaciones referentes a vicios distintos del de la embriaguez; pero sin negarlos rotundamente, me resisto a darles cr&eacute;dito. En resumen, Botellas (nos hemos acostumbrado de tal manera a darleestedarle este nombre, que cuesta trabajo llamarle de otra manera) es un rey bastante bueno, y al verle y tratarle, no se puede menos de deplorar que lo hayan tra&iacute;do, en vez del nacimiento y el derecho, la usurpaci&oacute;n y la guerra.</p>
<p>Sus partidarios aqu&iacute; son pocos, tan pocos, que se pueden contar. Esta dinast&iacute;a no tiene m&aacute;s s&uacute;bditos leales que los ministros y dos o tres personas colocadas por ellos en altos puestos. Estos espa&ntilde;oles que le sirven parecen v&iacute;ctimas humilladas y no tienen aquel aire triunfador y vanaglorioso que suelen tomar aqu&iacute; los que por m&eacute;ritos propios o ajeno favor se elevan dos dedos sobre los dem&aacute;s. Viven o avergonzados o medrosos, sin duda porque prev&eacute;n que el <i>lord</i> ha de dar al traste con todo esto. Algunos, sin embargo, se hacen ilusiones y dicen que tendremos Botellas, Azumbres y Copas por los siglos de los siglos.</p>
<p>No pertenece a estos Morat&iacute;n, el cual est&aacute; m&aacute;s triste y m&aacute;s pusil&aacute;nime que nunca. Ya no es secretario de la interpretaci&oacute;n de lenguas, sino bibliotecario mayor, cargo que debe de desempe&ntilde;ar a maravilla. Pero &eacute;l no est&aacute; contento; tiene miedo a todo, y m&aacute;s que a nada a los peligros de una segunda evacuaci&oacute;n de la Corte por los franceses. Me ha dicho que el d&iacute;a en que cayese el poder intruso no dar&iacute;a dos cuartos por su pellejo; pero creo que su hipocondr&iacute;a y p&eacute;simo humor, entenebreciendo su alma, le hacen ver enemigos en todas partes. Est&aacute; enfermo y arruinado; mas trabaja algo, y ahora nos ha dado <i>La escuela de los maridos</i>, traducci&oacute;n del franc&eacute;s. Ni la hevistohe visto representar ni he podido leerla, porque mi esp&iacute;ritu no puede fijarse en nada de esto.</p>
<p>Morat&iacute;n viene a verme a menudo con su amigo Estala, el cual es afrancesado rabioso y ardiente, como aquel lo es t&iacute;mido y melanc&oacute;lico. Aqu&iacute; no pueden ver a Estala, que publica art&iacute;culos furibundos en <i>El Imparcial</i>, y hace poco escribi&oacute;, aludiendo a Espa&ntilde;a, que <i>los que nacen en un pa&iacute;s de esclavitud no tienen patria sino en el sentido en que la tienen los reba&ntilde;os destinados para nuestro consumo</i>. Por esto y otros atroces partos de su ingenio que publica la <i>Gaceta</i>, es aborrecido a&uacute;n m&aacute;s que los franceses.</p>
<p>M&aacute;iquez sigue en el Pr&iacute;ncipe, y como Jos&eacute; ha se&ntilde;alado a su teatro 20.000 reales mensuales para ayuda de costa, le tachan tambi&eacute;n de afrancesado. Ahora, seg&uacute;n veo en el diario, dan alternativamente el <i>Orestes</i>, <i>La mayor piedad de Leopoldo el Grande</i> y una mala comedia arreglada del alem&aacute;n, y cuyo t&iacute;tulo es <i>Ocultar, de honor movido, al agresor el herido</i>.</p>
<p>El teatro est&aacute;, seg&uacute;n me dicen, vac&iacute;o. La pobre Pepilla Gonz&aacute;lez, de quien no te habr&aacute;s olvidado, se muere de miseria, porque no pudiendo representar, a causa de una enfermedad que ha contra&iacute;do, est&aacute; sin sueldo, abandonada de sus compa&ntilde;eros. Lo estar&iacute;a de todo el mundo, si yo no cuidase de enviarle todos los d&iacute;as lo muy preciso para que no expire. Pepilla, el venerable padre Salm&oacute;n y mi confesor, Castillo, son las &uacute;nicas personas a quienes puedo favorecer, porque el estado de mi hacienda y la carest&iacute;a de las subsistencias no mepermitenme permiten m&aacute;s. Te asombrar&aacute; saber que los opulentos padres de la Merced necesiten de limosnas para vivir: pero a tal situaci&oacute;n ha llegado la indigencia p&uacute;blica en la corte de Espa&ntilde;a, que los m&aacute;s gordos se han puesto como alambres.</p>
<p>De intento he dejado para el fin de mi carta nuestro querido asunto, porque quiero sorprenderte. &iquest;No has adivinado en el tono de mi ep&iacute;stola que estoy menos triste que de ordinario? Pero nada te dir&eacute; hasta que no tenga seguridad de no enga&ntilde;arte. Refrena tu impaciencia, hijo m&iacute;o... Gracias a Jos&eacute;, se me han suministrado algunos datos preciosos, y muy pronto, seg&uacute;n acaba de decirme Azanza, este resplandor de la verdad ser&aacute; luz clara y completa. Adi&oacute;s.</p>
 
<p style="text-align: right;text-indent:30px;"><i>21 de mayo.</i></p>
<p>Albricias, querido amigo, hijo y servidor m&iacute;o. Ya est&aacute; descubierto el paradero de nuestro verdugo. &iexcl;Benditos sean mil veces Jos&eacute; y esa desconocida reina Julia, cuyo nombre invoqu&eacute; para inclinarle en mi favor! Santorcaz no ha pasado todav&iacute;a a Francia. Desde aqu&iacute;, querido m&iacute;o, consider&aacute;ndote en camino hacia Occidente, puedo decirte como a los ni&ntilde;os cuando juegan a la gallina ciega: &laquo;Que te quemas&raquo;. S&iacute;, chiquillo, alarga la mano y coger&aacute;s al traidor. &iexcl;Cu&aacute;ntas veces buscamos el sombrero y lo llevamos puesto! Aquello que consideramos m&aacute;s perdido est&aacute; com&uacute;nmente m&aacute;s cerca. La idea de que esta carta no te encuentre ya en Piedrah&iacute;ta me espanta. Pero Dios no puede sernos tan desfavorable y t&uacute; recibir&aacute;sestes este papel; inmediatamente marchar&aacute;s hacia Plasencia, y valido de tu astucia, de tu valor, de tu ingenio o de todas estas cualidades juntas, penetrar&aacute;s en la vivienda del p&iacute;caro para arrancarle la joya robada que lleva siempre consigo.</p>
<p>&iexcl;Cu&aacute;nto trabajo ha costado averiguarlo! Ha tiempo que Santorcaz dej&oacute; el servicio. Su car&aacute;cter, su orgullo, su extravagancia, le hac&iacute;an insoportable a los mismos que le colocaron. Por alg&uacute;n tiempo fue tolerado en gracia de los buenos servicios que presta, mas se descubri&oacute; que pertenec&iacute;a a la sociedad de los <i>filadelfos</i>, nacida en el ej&eacute;rcito de Soult, y cuyo objeto era destronar al Emperador, proclamando la rep&uacute;blica. Quit&aacute;ronle el destino poco despu&eacute;s de habernos robado a In&eacute;s, y desde entonces ha vagado por la Pen&iacute;nsula fundando logias. Estuvo en Valladolid, en Burgos, en Salamanca, en Oviedo; mas luego se perdi&oacute; su rastro, y por alg&uacute;n tiempo se crey&oacute; que hab&iacute;a entrado en Francia. Finalmente, la polic&iacute;a francesa (la peor cosa del mundo produce algo bueno) ha descubierto que est&aacute; ahora en Plasencia, bastante enfermo y un tanto imposibilitado de trastornar a los pueblos con sus logias y c&oacute;nclaves revolucionarios. &iexcl;Qu&eacute; indignidad! &iexcl;Los perdidos, los tunantes, los mentirosos y falsarios quieren reformar el mundo!... Estoy col&eacute;rica, amigo m&iacute;o, estoy furiosa.</p>
<p>El que ha completado mis noticias sobre Santorcaz es un afrancesado no menos loco y trapisondista que &eacute;l, Jos&eacute; Marchena, &iquest;le conoces?uno que pasa aqu&iacute; por cl&eacute;rigo relajado, una especie de abate que habla m&aacute;s franc&eacute;s que espa&ntilde;ol, y m&aacute;s lat&iacute;n que franc&eacute;s, poeta, orador, hombre de facundia y de chiste, que se dice amigo de madama Sta&euml;l, y parece lo fue realmente de Marat, Robespierre, Legendre, Tallien y dem&aacute;s gentuza. Santorcaz y &eacute;l vivieron juntos en Par&iacute;s. Son hoy muy amigos, se escriben a menudo. Pero este Marchena es hombre de poca reserva y contesta a todo lo que le preguntan. Por &eacute;l s&eacute; que nuestro enemigo no goza de buena salud, que no vive sino en las poblaciones ocupadas por los franceses, y que cuando pasa de un punto a otro, se disfraza h&aacute;bilmente para no ser conocido. &iexcl;Y nosotros le cre&iacute;amos en Francia! &iexcl;Y yo te dec&iacute;a que no fueras al ej&eacute;rcito de Extremadura! Ve, corre, no tardes un solo d&iacute;a. El ej&eacute;rcito del <i>lord</i>debe de andar por all&iacute;. Te escribir&eacute; al cuartel general de D. Carlos Espa&ntilde;a. Cont&eacute;stame pronto. &iquest;Ir&aacute;s donde te mando? &iquest;Encontrar&aacute;s lo que buscamos? &iquest;Podr&aacute;s devolv&eacute;rmelo? Estoy sin alma. </p>