Diferencia entre revisiones de «Cuento de cuentos»

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Línea 27:
 
<center>'''C U E N T O D E C U E N T O S'''</center>
 
Ello se ha de contar; y si se ha de contar, no hay sino sus, manos á la obra. Digo, pues, que en Sigüenza habia un hombre muy cabal, y machucho, que diz que se decía Menchaca, de muy buena cepa. Estaba casado con una muger, y esta muger era mujer de punto, y mas grave que otro tanto (llámese como se llamare). Tenían dos hijos, que como digo, eran pintiparados; y no le quitaban pizca al padre. El uno de ellos era la piel del diablo; el otro, un chisgaravís, y cada día andaban al morro, por quítame allá esas pajas. El menor era vivo, como una cendra, y amigo de hacer tracamundanas, y baladrón. El padre lo sentía á par de muerte, mas él, ni por esas, ni por esotras. El mayor era hombre de pelo en pecho, y echaba el bofe por una mozuela, como un pino de oro, delicada, veme no me tengas y alharaquienta. Era viuda, y su marido, como digo de mi cuento, murió; y diz que se tuvo barruntos, que ella le había dado con la del Martes. Estuvo en un tris de suceder una de todos los diablos; el padre, que era marrajo, lloraba hilo á hilo, é iba, y venía en estas, y estotras. Y un día, entre otros, que le dio lugar la murria, la dixo su parecer de pe á pa; y seco, y sin llover, mandóla que se metiese en un Convento al proviso. Ella se cerró de campiña; y así se estuvieron erre a erre muchos días, hasta que el padre, que ya estaba enfadado, la dixo; que por tantos, y quantos, que había de hacer, y acontecer; ver veamos si han de ser tixeretas; y en justos y en verenjustos, dio con ella en una recoleccion. Era la Pupilera muger de chapa, y no amiga de carambolas, y el licenciado persona de tomo, y lomo. La moza que vió esto, viene, y toma, y qué hace, y sin mas, ni mas, como quien no quiere la cosa; escribe á su galán, que ya andaba con mosca, diciéndole, que todo era agua de cerrajas, y que ella habia puesto pies en pared; y que quisiese, que no quisiese, se iria con él cantando las tres ánades madre, que atase él bien su dedo y se riese de toda la zalagarda, y traque barraque.
Pues el diablo del mozuelo, que estaba mas enamorado, que otro tanto, y estaban sobre las afufas; como se vió señor del argamandijo, no hacía más de atrochimoche escribirla billetes, y más billetes, y ella leer, que leerás, á tontas, y á locas. Pues como digo, yendo días, y viniendo días, la pupilera, que tenía pulgas, soltó la tarabilla, y dixo rasamente, que ella era muger de sangre en el ojo, y que con ella no había chancharrasmancharas, que anduviese con pie de plomo, y la barba sobre el hombro, porque de manos a boca haría de hecho. La mozuela, que era sacudida, casi casi estuvo para enbedijarse con ella, y levantar una cantera de todos los diablos. Ella se resolvió en decir, que para qué eran tantos arremuescos, y dingolondangos, siendo todo un papa sal; y sepa, que ya estoy el agua hasta aquí. Hacía grandes estremos, diciendo, que bien entendía la zangamanga.
 
La pupilera lo quiso meter á barato, negando á pie juntillas quanto ella había dicho; el otro hermanillo, que se venía al husmo, se hizo mequetrefe, y faraute del negocio, y por apaciguarlas, empezó a darlas ripio á la mano á sabiendas.
 
La pupilera se hacía carne llorando, de ver el murmullo, y la tabahola, que habían metido en su casa; el hermanillo, por desmentir espías, la empezó á traer la mano sobre el cerro; y en estas, y estas cata qué hace el diablo, ételo el padre, sin más, ni más, atolondrándose todos, y en bolandas, llegaron á las inmediatas. Dixéronse los nombres de las fiestas, (y hubo muchos dares y tomares) si ha de salir, no ha de salir. Yo saldré, dixo la viuda, zurriando como un rayo: mas esta... Aquí fue ello, que como la tia, no las tenía todas consigo, empezó á tartalear, y diz que dixo: ¿qué ha de haber? Miren quién se mete en docena: Yo la aseguro, que ha caído la viudica en el mes del Obispo. Tanto monta, dixo la mozuela; y replicó la pupilera: no sino el alba. El hermanillo, viendo que andaban al morro; voto á tal, y á cual, que todo lo había de llevar á barrisco. ¿Qué es á barrisco, en mis barbas? dixo el padre: y zas. Llegó á punto crudo el licenciado, cuando andaba el cipizape; metiólos en paz; mas á cada triquete andaban a mía sobre la tuya. y viendo el pelotero, llevósela el padre á su casa, porque no se metiese en dibuxos; y en llegando tris tras á la puerta, el viejo tenía barruntos de que un hermano de la mozuela, que no la quitaba pinta, y tenía muy malas manchas, enguizgaba el negocio, no quiso abrir. Esto fue el diablo, que empezó á decir (y ahora es, y no acaba) que no había de dexar roso, ni belloso, ni piante, ni mamante, y que los habia de traer al retortero á todos, y salga si es hombre. El pobre padre no hacía sino chitón, como entendía el busilis; la hija, que olió el poste, y hendia un cabello en el ayre, escurrió la bola, temiendo, que el padre la menearia el zarzo: que hace, sino vase a chitos. El picarón, por no hacer una borrumbada, dixo: ¡arda Bayona!, y estos turronazos no con miquis, y acogióse calla callando. Iba la niña saltando bardales, sin decir oxte ni moxte, en busca del bribón, corriendo á puto el postre, con la lengua tan larga
 
De esto los vecinos tomaban el cielo con las manos, y se desgañifaban, y andaban unos en pos de otros zahiriéndose. No nos hable con sonsonete, dixo uno, que al cabo, ha de venir á la melena. Decía ella: no dixera más pateta; yo he de hacer mi gusto, y esotro es cosa de morenos, y no quiero cuentos con serranos: y de una hasta ciento, que se descalzaban de risa de ver al viejo hecho de hiel; y á ella, que se iba á cencerros atapados, con un zurriburri refunfuñando.
 
El licenciado, que pensó que ya mordía en un confite, y que eran uña, y carne, con mucha sorna se vino mano sobre mano, hecho gatica de Juan Ramos, diciendo entre sí: yo la haré á la tal por qual, que muerda en el ajo. El padre que le vió venir á lo de mi suegro, y le traía entre ojos, empieza á dar voces, y alza Dios tu ira; y á diestro, y á siniestro le puso del loco, asiéndosele de los andularios, que no podían desengarrafarle, según tenía la hincha con él.
 
El licenciado daba los gritos, que los ponía en el cielo, mas no se dormía en las pajas: allí fue ella, que el compañero viendo que andaban á pescuezo, le dió un pan como unas nueces, sin irle, ni venirle. A la tabaola se entró un vecino con sus once de oveja, muy sobresaltado, y de hoz, y de coz se metió donde no le llamaban; quiso embestir, mas el bribón puso aldas en cinta. Dixo el pobrete: yo soy hombre de pro, y conmigo no hay levas; yo pajas, dixo el bribón, y asentóle un tanto. El pobre no chistó, ni mistó, y volvióse dado á perros, y jurando, que le habian de dar su recado; y sobre esto hubo la mayor turbamulta del mundo; mas viendo la mozuela, que el bribón la daba en el chiste, estúvose acurrucada, por escusar dimes y diretes.
 
El picarón andaba listo, como una jugadera, de ceca á meca, engolondrinado, dándose tantas en ancho, como en largo, que le podian hender con una uña.
 
Esto ha de dar un cruxido, dixo el hermanillo, que estaba de manga; el padre pensaba, que tenía el oro y el moro, y estábase en sus trece, diciendo, que si le hacian, habian de ir rocín, y manzanas, con todos los diablos, y echó de la oseta
 
La viuda, y el que nos vendió el galgo, digo, el bien andado del novio, se dieron sendos remoquetes, acerca del casamiento, que se estaba en xerga.
 
Era el bellaco socarrón, y malhablado, y dixo, que no le cagasen el bazo, que no era barro casarse, y que él no se había de casar á medio mogate; ¿No más de llegar; y zas candil á osadas, que lo entiendo todo?
 
Saltó el licenciado, y dixole: ¡gentil chirrichote!, ¿Dándole una moza como mil relumbres, hija de sus padres, más rubia que las candelas, que no sabe lo que se tiene, hecha de cera, que le viene de molde, y hácese de pencas? para qué es tanto lilao; sino á ojos cegarrritas, dexése de recancanillas, y cásese, pues le viene muy ancho.
 
Atolondrado el novio, así como oyó decir, que le vendria muy ancho, dixo: tras que me venga muy ancho ando yo, dexénme, que lo meteré todo á la venta de la zarza, y volverémos las nueces al cántaro.
 
Púsose el bribón más colorado que unas brasas y dixo: que llevado por bien, harían de él cera, y pávilo, y que le diría todo lo que deseaba saber, sin faltar cichota.
 
El bergantón le dixo dos por tres, que mentia; y si no lo ha v. merced por enojo, se tornaron á enbedijar, y andaban al pelo.
 
El licenciado, que vió la barahúnda, echólo á doce: El hermanillo cascó la mollera al cuñado; todos andaban hechos una pella, y al estricote.