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Mit brennender Sorge

Carta encíclica de S.S. Pío XI sobre la situación de la Iglesia en el Reich Germánico, 14 de marzo de 1937


Con viva preocupación y con asombro creciente venimos observando, hace ya largo tiempo, la vía dolorosa de la Iglesia y la opresión progresivamente agudizada contra los fieles, de uno u otro sexo, que le han permanecido devotos en el espíritu y en el actuar; y todo esto en medio de aquella nación y de aquel pueblo, al que San Bonifacio llevó un día el luminoso mensaje, la buena nueva de Cristo y del Reino de Dios.

Esta Nuestra inquietud no se ha visto disminuida por los informes que los reverendísimos representantes del Episcopado, según su deber, Nos dieron ajustados a la verdad, al visitarnos durante Nuestra enfermedad. Junto a muchas noticias muy consoladoras y edificantes sobre la lucha sostenida por sus fieles por causa de la religión, no pudieron pasar en silencio, a pesar de su amor al propio pueblo y a su patria y el cuidado de expresar un juicio bien ponderado, otros innumerables sucesos muy tristes y reprobables. Luego que Nos hubimos escuchado sus relatos, con profunda gratitud a Dios pudimos exclamar con el Apóstol del amor: En ninguna cosa tengo mayor contento que cuando oigo que mis hijos van por el camino de la verdad (1). Pero la sinceridad que corresponde a la grave responsabilidad de Nuestro ministerio Apostólico, y la decisión de presentar ante vosotros y ante todo el mundo cristiano la realidad en toda su crudeza, exigen también que añadamos: No tenemos preocupación mayor, ni más cruel aflicción pastoral, que cuando oímos: muchos abandonan el camino de la verdad. Concordato

2. Cuando Nos, Venerables Hermanos, en el verano de 1933, a instancia del Gobierno del Reich, aceptamos el reanudar las gestiones para un Concordato, tomando por base un proyecto elaborado ya varios años antes, y llegamos así a un acuerdo solemne que satisfizo a todos vosotros, tuvimos por móvil la obligada solicitud de tutelar la libertad de la misión salvadora de la Iglesia en Alemania y de asegurar la salvación de las almas a ella confiadas, y al mismo tiempo el sincero deseo de prestar un servicio capital al pacífico desenvolvimiento y al bienestar del pueblo alemán.

A pesar de muchas y graves consideraciones, Nos determinamos entonces, no sin una propia violencia, a no negar Nuestro consentimiento. Queríamos ahorrar a Nuestros fieles, a Nuestros hijos y a Nuestras hijas de Alemania, en la medida humanamente posible, las situaciones violentas y las tribulaciones que, en caso contrario, se podían prever con toda seguridad según las circunstancias de los tiempos. Y con hechos queríamos demostrar a todos que Nos, buscando únicamente a Cristo y cuanto a Cristo pertenece, no rehusábamos tender a nadie, si él mismo no la rechazaba, la mano pacífica de la Madre Iglesia.

3. Si el árbol de la paz, por Nos plantado en tierra alemana con pura intención, no ha producido los frutos por Nos anhelados en interés de vuestro pueblo, no habrá nadie en el mundo entero, con ojos para ver y oídos para oír, que pueda decir, todavía hoy, que la culpa es de la Iglesia y de su Cabeza Suprema. La experiencia de los años transcurridos hace patentes las responsabilidades, y descubre las maquinaciones que, ya desde el principio, no se propusieron otro fin que una lucha hasta el aniquilamiento.

En los surcos donde Nos habíamos esforzado en echar la simiente de la verdadera paz, otros esparcieron -como el inimicus homo de la Sagrada Escritura - la cizaña de la desconfianza del descontento, de la discordia, del odio, de la difamación, de la hostilidad profunda, oculta o manifiesta, contra Cristo y su Iglesia, desencadenando una lucha que se alimentó en mil fuentes diversas y se sirvió de todos los medios. Sobre ellos, y solamente sobre ellos y sobre sus protectores, ocultos o manifiestos, recae la responsabilidad de que en el horizonte de Alemania no aparezca el arco iris de la paz, sino el nubarrón que presagia luchas religiosas desgarradoras.

4. Venerables Hermanos: No Nos hemos cansado de hacer ver a los dirigentes, responsables de la suerte de vuestra nación, las consecuencias que se derivan necesariamente de la tolerancia, o, peor aún, del favor prestado a aquellas corrientes. A todo hemos recurrido para defender la santidad de la palabra solemnemente dada y la inviolabilidad de los compromisos voluntarios contraídos, frente a las teorías y prácticas que -si hubieran llegado a admitirse oficialmente- habrían disipado toda confianza, y dejado intrínsecamente sin valor a toda palabra para lo futuro, si contaban con la aprobación oficial. Cuando llegue el momento de exponer a los ojos del mundo estos Nuestros esfuerzos, todos los hombres de recta intención sabrán dónde han de buscarse los defensores de la paz y dónde sus perturbadores. Todo el que haya conservado en su ánimo un residuo de amor a la verdad, y en su corazón una sombra del sentido de justicia, habrá de admitir que en los años tan difíciles y llenos de tan graves acontecimientos que siguieron al Concordato, cada una de Nuestras palabras y de Nuestras acciones tuvo por norma la fidelidad a los acuerdos estipulados. Pero deberá también reconocer con extrañeza y con profunda reprobación, cómo por la otra parte se ha erigido en norma ordinaria el desfigurar arbitrariamente los pactos, eludirlos, desvirtuarlos y, finalmente, violarlos más o menos abiertamente.

5. La moderación mostrada por Nos hasta aquí, a pesar de todo esto, no Nos ha sido sugerida por cálculos de intereses terrenos, ni mucho menos por debilidad, sino simplemente por la voluntad de no arrancar, junto con la cizaña, alguna planta buena; por la decisión de no pronunciar públicamente un juicio mientras los ánimos no estuviesen bien dispuestos para comprender su ineludible necesidad; por la resolución de no negar definitivamente la fidelidad de otros a la palabra empeñada, antes de que el irrefutable lenguaje de la realidad le hubiese arrancado los velos con que se ha sabido y se pretende aun ahora disfrazar, conforme a un plan predeterminado, el ataque contra la Iglesia. Todavía hoy -cuando la lucha abierta contra las escuelas confesionales, tuteladas por el Concordato, y la supresión de la libertad del voto para aquellos que tienen derecho a la educación católica, manifiestan, en un campo particularmente vital para la Iglesia, la trágica gravedad de la situación y la angustia, sin ejemplo, de las conciencias cristianas-, la solicitud paternal por el bien de las almas Nos aconseja no dejar de considerar las posibilidades, por escasas que sean, que aun puedan subsistir, de una vuelta a la fidelidad de los pactos y una inteligencia que Nuestra conciencia pueda admitir.

6. Secundando los ruegos de los Reverendísimos Miembros del Episcopado, en adelante no Nos cansaremos de ser el defensor -ante los dirigentes de vuestro pueblo- del derecho conculcado; y ello, sin preocuparnos del éxito o del fracaso inmediato, obedeciendo sólo a Nuestra conciencia y a Nuestro ministerio pastoral, y no cesaremos de oponernos a una mentalidad que intenta, con abierta u oculta violencia, sofocar el derecho garantizado por solemnes documentos.

Sin embargo, el fin de la presente carta, Venerables Hermanos, es otro. Como vosotros Nos visitasteis amablemente durante Nuestra enfermedad, así ahora Nos dirigimos a vosotros y, por vuestro conducto, a los fieles católicos de Alemania, los cuales, como todos los hijos que sufren y son perseguidos, están muy cerca del corazón del Padre común. En esta hora en que su fe está siendo probada, como oro de ley, en el fuego de la tribulación y de la persecución, insidiosa o manifesta, y en que están rodeados por mil formas de negarles metódicamente su libertad religiosa, viviendo angustiados por la imposibilidad de tener noticias fidedignas y de poder defenderse con medios normales, tienen un doble derecho a una palabra de verdad y de estímulo moral por parte de Aquél, a cuyo primer Predecesor dirigió el Salvador aquella palabra llena de significado: Yo he rogado por ti, para que tu fe no vacile, y tú a tu vez fortalece a tus hermanos.