Diferencia entre revisiones de «Franceses, un esfuerzo más si quereis ser republicanos»

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Línea 21:
Que se examinen atentamente los dogmas absurdos, los misterios espantosos, las ceremonias monstruosas, la moral imposible de esta que disgusta religión, y se verá si puede convenir a una República. ¿Creen de buena fe que yo me dejaría dominar por la opinión de un hombre a quien viniera de ver a los pies del imbécil sacerdote de Jesús? ¡No, ciertamente! Este hombre, siempre indigno, tenderá siempre, por la bajeza de sus espectativas, a las atrocidades del antiguo del régimen; en cuanto pudo someterse a las estupideces de una religión tan simple que la que teníamos la locura de admitir, no puede ya ni dictarme leyes ni transmitirme Luces; ya no lo veo más que como un esclavo de los prejuicios y de la superstición.
 
Miremos alrededor, para convencernos de esta verdad, sobre los pocos individuos que permanecen aferrados al culto absurdo de nuestros padres; veremos si no son todos enemigos irreconciliables del sistema actual, veremos si no es en sus filas que se incluye enteramente esta casta, tan justamente despreciada, los monárquicos y aristócratas. Que el esclavo de un tunante se incline, si lo quiere, a los pies de un ídolo de barro, se hace tal objeto para su alma de lodo; ¡quién puede servir a los reyes debe adorar a dioses! Pero nosotros, franceses, pero nosotros, mis compatriotas, nosotros, ¿arrastrarnos aún humildemente bajo frenos tan despreciables? ¡más bien morir mil veces que ser controlados de nuevo! Puesto que creemos necesario un culto, imitemos el de los Romanos: las acciones, las pasiones, los héroes, he ahí cuáles eran las respetables metas. Tales ídolos elevaban el alma, lo enervaban; hacían más: a quien los respetaba se le comunicaban las virtudes de aquellos. El admirador de Minerva quería ser prudente. El valor estaba en el corazón de aquél que se veíaponía a los pies de Marzo.
 
No se veía limitado ni uno solo de estos grandes dioses de energía; todos trasmitían la esencia de su don al alma de quienes los veneraban; y esperanza ser adorado uno mismo un día, se tenía y se aspiraba a volverse al menos tan grande que aquél que se tomaba por modelo. ¿Pero qué encuentran por contra en los inútiles dioses del cristianismo? ¿Qué ofrece, pregunto, esta imbécil religión? ¿El plato impostor de Nazareth les hace tener algunas grandes ideas? Su sucia y disgustada madre, la impúdica Maria, ¿les inspira algunas virtudes? ¿Y encuentran en los santos de los que se surte su Elíseo algún modelo de tamañograndeza, o de heroísmo, o de virtudes? Es tan cierto que esta estúpida religión no prestaaporta nada a las grandes ideas, que ningún artista puede emplear lossus atributos en los monumentos que eleva; en la propia Roma, la mayoría de los embellecimientos u ornamentos del palacio de los papas tienen sus modelos en el paganismo, y mientras el mundo subsista, sólo le hará brillar la vivacidad de los grandes hombres.
 
¿Será en el teísmo puro quedonde encontraremos más motivos de tamañograndeza y superación? ¿Será la adopción de una quimera la que, dando a nuestro alma esteese grado de energíaímpetu esencialintríseco a las virtudes republicanas, llevará elal hombre pora amarlosamarlas o pora practicarlospracticarlas? No seNi lo imaginanimaginen; sesalimos volvióahora de nuevoesa de este fantasmailusión, y el ateísmo es hoy el único sistema ahora de toda la gentepersona que sabe razonar. A medida que la humanidad se encendióha iluminado, se sintióha sentido que, el movimiento que es inherente a la materia, el agente necesario para a imprimir este movimiento, se convertía en un ser ilusorio y que, todo lo que existía delante estaba en movimiento por el combustible, el motor era inútil; se sintió que este dios quimérico, prudentemente inventado por los primeros legisladores, sólo estabaera entreen sus manos un medio además para conectarnosencadenarnos, y que, reservándose el derecho a hacer hablar él solo este fantasma, sabrían bien no hacerle decir más que lo que vendría en apoyo de las leyes ridículas por las cuales pretendían controlarnos. LycurgueLycurgo, Numa, MoïseMoisés, Jésus-ChristJesucristo, MahometMahoma, todos estos grandes bribones, todos estos grandes déspotas de nuestras ideas, supieron asociar ella divinidad que fabricaban a su ambición desproporcionada, y, algunosseguros de cautivar elal pueblo con la sanciónley de estos dioses, tenían, como se sabe, siempre cuidado o de no preguntarlos que importanciapreguntarles, o de no hacerles responder quesino loaquello que creían poderpodría servirlos.
 
EspigasTengamos pues hoy en el mismo menosprecio y elal dios inútil que de los impostores han predicado, y a todas las sutilezas religiosas que se derivan de su ridícula adopción; no estáes ya con este sonajero que se puede divertir dea los hombres libres. Que la extinción total de los cultos entre pues en los principios que propagamos en la Europa entera. No satisfacemos de romper los cetros; pulvericemos nunca a los ídolos: nunca hubo un sólo paso de la superstición al realismo. Es necesario que eso sea así, seguramente, puesto que uno de los primeros artículos de la consagración de los reyes era el mantenimiento aún de la religión dominante, como una de las bases políticas que debían mejor sostener su trono. Pero en cuanto se corte, este trono, en cuanto lo es afortunadamente para nunca, no temen no de extirpar así mismo lo que formaba los apoyos. Sí, ciudadanos, la religión es incoherente al sistema de libertad; lo sintieron. Nunca el hombre libre no se curvará cerca de dioses del cristianismo; nunca sus dogmas, nunca sus ritos, sus misterios o su moral no convendrán a un republicano. Aún un esfuerzo; puesto que trabajan a destruir todos los prejuicios, no dejan subsistir ningún, si sólo es necesario único para traerlos todos. ¡Cuánto deben estar más algunos de su vuelta si aquél que dejan vivir son la cuna positivamente de todos los otros! Dejemos de creer que la religión pueda ser útil al hombre. Tengamos buenas leyes, y sabremos prescindir de religión. Pero es necesario una al pueblo, asegura; lo divierte, lo contiene. ¡A la buena hora!
Dan pues, en este caso, aquélla que conviene a hombres libres. Vuelven a dioses del paganismo. Adoraremos a de buen grado Jupiter, Hércules o Pallas; pero no queremos ya del fabuloso autor de un universo él mismo que se mueve; no queremos ya de dios sin amplitud y que con todo cumple muy de su inmensidad, de dios todo-potente y que no realiza nunca quien desea, de un ser soberanamente bueno y que sólo hace descontentos, de un estar amigo del orden y en el Gobierno del cual todo es en desorden.