Diferencia entre revisiones de «Franceses, un esfuerzo más si quereis ser republicanos»

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'''Franceses, un esfuerzo más si quereis ser republicanos''', texto filosófico incluido en la obra teatral ''La filosofía del Tocador'', 1795, obra de Donatien-Alphonse François, Conde de Sade, conocido por sus firmas literarias, ''[[Marqués de Sade]]'' y ''Ciudadano Sade''. Publicado también como panfleto en Francia durante la Revolución de 1840.
 
* Traducción en curso del original francés. Dudas o quejas: [[Usuario:KillOrDie]]
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Miremos alrededor, para convencernos de esta verdad, sobre los pocos individuos que permanecen aferrados al culto absurdo de nuestros padres; veremos si no son todos enemigos irreconciliables del sistema actual, veremos si no está es en sus filas que se incluye enteramente esta casta, tan justamente despreciada, los monárquicos y aristócratas. Que el esclavo de un tunante se incline, si lo quiere, a los pies de un ídolo de barro, se hace tal objeto para su alma de lodo; ¡quién puede servir a los reyes debe adorar a dioses! Pero nosotros, franceses, pero nosotros, mis compatriotas, nosotros, ¿arrastrarnos aún humildemente bajo frenos tan despreciables? ¡más bien morir mil de veces que ser controlados de nuevo! Puesto que creemos necesario un culto, imitemos el de los Romanos: las acciones, las pasiones, los héroes, he ahí cuáles eran las respetables metas. Tales ídolos elevaban el alma, lo enervaban; hacían más: a quien los respetó se le comunicaban las virtudes. El admirador de Minerva quería ser prudente. El valor estaba en el corazón de aquél que se veía a los pies de Marzo.
 
No se veía limitado ni uno solo de estos grandes dioses de energía; todos trasmitían la esencia de su don al alma de quienes los veneraban; y esperanza ser adorado uno mismo un día, se tenía y se aspiraba a volverse al menos tan grande que aquél que se tomaba por modelo. ¿Pero qué encuentran por contra en los inútiles dioses del cristianismo? ¿Qué ofrecenofrece, pregunto, ¿esta imbécil religión [1]? ¿El plato impostor de Nazareth les hace nacertener algunas grandes ideas? Su sucia y disgustando adisgustada madre, la impudiqueimpúdica MarieMaria, ¿les inspira t algunas virtudes? ¿Y encuentran en los santos cuyode los que se surte a su Elíseo algún modelo de tamaño, o de heroísmo, ¿o de virtudes? Es tan cierto que esta estúpida religión no presta nada a las grandes ideas, que ningún artista puede emplear los atributos en los monumentos que eleva; en Romala propia Roma, la mayoría de los embellecimientos u ornamentos del palacio de los papas tienen sus modelos en el paganismo, y mientras el mundo subsistirásubsista, sólo le recalentaráhará brillar la vivacidad de los grandes hombres.
 
¿EstaráSerá en el teísmo puro que encontraremos más motivos de tamaño y subidasuperación? Será la adopción de una quimera que, dando a nuestro alma este grado de energía esencial a las virtudes republicanas, ¿llevará el hombre por amarlos o por practicarlos? No se lo imaginan; se volvió de nuevo de este fantasma, y el ateísmo es el único sistema ahora de toda la gente que sabe razonar. A medida que se encendió, se sintió que, el movimiento que es inherente a la materia, el agente necesario para a imprimir este movimiento se convertía en un ser ilusorio y que, todo lo que existía delante de estarestaba en movimiento por gasolinael combustible, el motor era inútil; se sintió que este dios quimérico, prudentemente inventado por los primeros legisladores, sólo estaba entre sus manos un medio además para conectarnos, y que, reservándose el derecho a hacer hablar solo este fantasma, sabrían bien no hacerle decir más que lo que vendría en apoyo de las leyes ridículas por las cuales pretendían controlarnos. Lycurgue, Numa, Moïse, Jésus-Christ, Mahomet, todos estos grandes bribones, todos estos grandes déspotas de nuestras ideas, supieron asociar el divinidad que fabricaban a su ambición desproporcionada, y, algunos de cautivar el pueblo con la sanción de estos dioses, tenían, como se sabe, siempre cuidado o de no preguntarlos que importancia, o de no hacerles responder que lo que creían poder servirlos.
Espigas pues hoy en el mismo menosprecio y el dios inútil que de los impostores han predicado, y todas las sutilezas religiosas que se derivan de su ridícula adopción; no está ya con este sonajero que se puede divertir de los hombres libres. Que la extinción total de los cultos entre pues en los principios que propagamos en la Europa entera. No satisfacemos de romper los cetros; pulvericemos nunca a los ídolos: sólonunca hubo nunca un sólo paso de la superstición al royalisme [2]realismo. Es necesario que eso sea así, seguramente, puesto que uno de los primeros artículos de la consagración de los reyes era el mantenimiento todavíaaún de la religión dominante, como una de las bases políticas que debían mejor sostener su trono. Pero en cuanto se corte, este trono, en cuanto lo es afortunadamente para nunca, no temen no de extirpar así mismo lo que formaba los apoyos. Sí, ciudadanos, la religión es incoherente al sistema de libertad; lo sintieron. Nunca el hombre libre no se curvará cerca de dioses del cristianismo; nunca sus dogmas, nunca sus ritos, sus misterios o su moral no convendrán a un republicano. Aún un esfuerzo; puesto que trabajan a destruir todos los prejuicios, no dejan subsistir ningún, si sólo es necesario único para traerlos todos. ¡Cuánto deben estar más algunos de su vuelta si aquél que dejan vivir son la cuna positivamente de todos los otros! Dejemos de creer que la religión pueda ser útil al hombre. Tengamos buenas leyes, y sabremos prescindir de religión. Pero es necesario una al pueblo, asegura; lo divierte, lo contiene. ¡A la buena hora!
Dan pues, en este caso, aquélla que conviene a hombres libres. Vuelven a dioses del paganismo. Adoraremos a de buen grado Jupiter, Hércules o Pallas; pero no queremos ya del fabuloso autor de un universo él mismo que se mueve; no queremos ya de dios sin amplitud y que con todo cumple muy de su inmensidad, de dios todo-potente y que no realiza nunca quien desea, de un ser soberanamente bueno y que sólo hace descontentos, de un estar amigo del orden y en el Gobierno del cual todo es en desorden.
 
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Convengo que no se pueden hacer tantas leyes que hay de hombres; pero las leyes pueden ser tan suaves, en tan reducido número, que todos los hombres, de algún carácter que sean, puedan allí fácilmente doblarse. Aún exigiría que este reducido número de leyes barril de especie que deben poderse lo adaptarse fácilmente a a todos los distintos caracteres; el espíritu de el que los dirigiría sería afectar más o menos, debido al individuo quien sería necesario alcanzar. Se demuestra que él allí a tal virtud cuya práctica es imposible a algunos hombres, como él allí a tal remedio que no podría convenir a tal temperamento.
 
[[fr:Français, encore un effort si vous voulez être républicains]]
Ahora bien, ¡qué será la cima de su injusticia si afectan de la ley los a los cuales es imposible doblarse a la ley! ¿La iniquidad que cometerían en eso no sería igual a la de la cual se volverían culpables si quieran forzar a un ciego a distinguir los colores? De estos primeros principios se deriva, se lo siente, la necesidad de hacer leyes suaves, y sobre todo de destruir para nunca la atrocidad de la pena de muerte, porque la ley que atenta a la vida de un hombre es impracticable, injusto, inadmisible. No es, así como lo diré próximamente, que no hay un infinito de caso donde, sin outrager la naturaleza (y es lo que demostraré), los hombres no hayan recibido de esta madre común la entera libertad de atentar a la vida uno, pero es que es imposible que la ley pueda obtener el mismo privilegio, porque la ley, fría por sí mismo, no podría ser accesible a las pasiones que pueden legitimar en el hombre la cruel acción del asesinato; el hombre recibe de la naturaleza las impresiones que pueden hacerle perdonar esta acción, y la ley, al contrario, siempre en oposición a la naturaleza y no recibiendo nada ella, no puede autorizarse a permitirse las mismas divergencias: no teniendo los mismos motivos, es imposible que tenga los mismos derechos. Aquí de estas distinciones sabias y delicadas que escapan a mucha gente, porque muy la poca gente reflexiona; pero se acogerán de la gente informada a quien los dirijo, e influirán, lo espero, sobre el nuevo Código que nosotros se prepara. La segunda razón para la cual se debe destruir la pena de muerte, es que nunca no ha reprimido el crimen, puesto que se lo comete cada día a los pies del andamio. Se debe suprimir este dolor, en una palabra, porque no hay no de más malo cálculo que el de hacer morir un hombre para haber matado otro, puesto que resulta obviamente de este método que en vez de
 
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La insurrección, pensaban estos sabios legisladores, no es no un estado moral; debe ser con todo el estado permanente de una República; sería pues tan absurdo que peligroso de exigir que los ellos mismos que deben mantener el perpetuo choque inmoral de la máquina fueran de los seres muy morales, porque el estado moral de un hombre es un estado de paz y paz, al lugar que su estado inmoral es un estado de movimiento perpetuo que se ella acerca de la insurrección necesaria, en cuál él es necesario que el republicano tenga siempre al Gobierno incluido ha miembro. Enumeremos ahora y comenzamos por analizar el pudor, este movimiento pusillanime, contradictorio al afecto impuro. Si estaba en las intenciones de la naturaleza que el hombre era púdico, indudablemente no lo habría hecho nacer desnuda; un infinito de pueblo, menos deteriorada que nosotros por la civilización, van desnudos y no prueban ninguna vergüenza; no es necesario dudar que el uso de vestirse no haya tenido para única base y la inclemencia del aire y la coquetería de las mujeres; sintieron que perderían pronto todos los efectos del deseo si los prevenían, en vez de dejarles nacer; concibieron que, la naturaleza por otra parte que no las crea sin defectos, se garantizarían bien mejor todos los medios de agradar disfrazando estos defectos por ornamentos; así el pudor, lejos ser una virtud, no fue pues ya que uno de primeros efectos de la corrupción, que uno de los primeros medios de la coquetería de las mujeres.
 
LycurgueLycurgo ety Solon, bien penetradosenterados de que los resultados del impudeur tienen al ciudadano en el estado inmoral esencial a las leyes del Gobierno republicano, obligaron las jóvenes muchachas a mostrarse desnudas alen teatroel [6]teatro. Roma imitó pronto este ejemplo: se bailaba desnudo a los juegos de Flora; la mayor parte de los misterios paganos se celebraban así; la desnudez pasó incluso para virtud en algún pueblo. En cualquier caso, del impudeur nacen inclinaciones luxurieuxlujuriosas; lo que resulta de estas inclinaciones compone los supuestos crímenes que nosotros analiza y cuya prostitución es el primer efecto. Ahora que volvimos de nuevo sobre todo eso de la muchedumbre de errores religiosos que los cautivaban y que, más acercada de la naturaleza por la cantidad de prejuicios que acabamos de destruir, sólo escuchamos su voz, bien garantizados que, si había del crimen a algo, esto habría más bien que resistir a las inclinaciones que nos inspira que a combatirlos, convencidos que, la lujuria que es una consecuencia de estas inclinaciones, se trata bien menos de apagar esta pasión en nosotros que de regular los medios de satisfacer en paz. Debemos pues procurar poner del orden en esta parte, a establecer toda la seguridad necesaria para que el ciudadano, que la necesidad se acerca a objetos de lujuria, pueda suministrarse con estos objetos a todo lo que sus pasiones él prescriben, sin nunca conectase por nada, porque no es ninguna pasión en el hombre que necesite más toda la extensión de la libertad que aquélla. Distintos sitios sanos, extensos, propiamente amueblados y seguros en todos los puntos, se crearán en las ciudades; allí, todos los sexos, todas las edades, se ofrecerán todas las criaturas a los caprichos de los libertinos que vendrán a gozar, y la más entera subordinación será la norma de los individuos presentados; la más ligera denegación será castigada inmediatamente arbitrariamente por el que lo habrá probado.
 
Debo aún explicar esto, medirlo a las costumbres republicanas; prometí por todas partes la misma lógica, tendré palabra.
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En vano las mujeres deben hacer hablar, para su defensa, o el pudor o su compromiso en pro de otros hombres; estos medios quiméricos son nulos; vimos más arriba cuánto el pudor era un sentimiento artificial y despreciable. El amor, que se puede llamar la locura del alma, no tiene más títulos para legitimar su constancia; no satisfaciendo que a dos individuos, el ser gustado y serlo cariñoso, no puede servir a la felicidad de los otros, y es para la felicidad de todos, y no para una felicidad egoísta y privilegiada, que se dieron a las mujeres.
 
Todos los hombres tienen pues un derecho de disfrute igual sobre todas las mujeres; no eshay ningún hombre, pues quien, que según las leyes de la naturaleza, pueda crearse sobre una mujer un derecho único y personal. La ley que los obligará a prostituirse, mientras lo querremosqueramos, a las casas de vicio de las que acaba de ser cuestión, y que habrá si se niegan, quién los castigará si hay, es pues una ley del la más equitativa, y contra que ningún motivo legítimo o justo podría reclamar.
Un hombre que querrá gozar de una mujer o de una muchacha cualquiera podrá pues, si las leyes que promulgan son justas, hacerlo sumar encontrarse en una de las casas de las que hablé; y allí, bajo la protección de las matronas de este templo de Venus, se le suministrará para satisfacer, con tanta humildad que de oferta, todos los caprichos que le agradará pasar con ella, algún bizarrerie o alguna irregularidad que puedan ser, porque no es ningún que esté en la naturaleza, ningún que esté reconocido por ella. No se trataría ya aquí que de fijar la edad; ahora bien afirmo que no se lo puede sin obstruir la libertad de el que desea el disfrute de una muchacha de tal o cual edad. El que tiene el derecho a comer el fruto de un árbol puede indudablemente recogerlo maduro o verde siguiente las inspiraciones de su gusto.
 
Pero, se opondrá, ha una edad donde los métodos del hombre perjudicarán definitivamente a la salud de la muchacha. Esta consideración está sin ningún valor; en cuanto me conceden el derecho de propiedad sobre el disfrute, este derecho es independiente de los efectos producidos por el disfrute; de este momento se vuelve igual que este disfrute sea ventajoso o nocivo al objeto que debe someterse. Ya no probó que era legal obligar la voluntad de una mujer sobre este objeto, y que tan pronto como inspiraba el deseo del disfrute, debía someterse a este disfrute, ¿prescindiendo de todo sentimiento egoísta? Sucede lo mismo con su salud. En cuanto los respetos que se tendrían por esta consideración se destruiría o debilitaría el disfrute de el que lo desea, y que tiene el derecho a apropiárselo, esta consideración de edad se vuelve nula, porque no se trata de ninguna manera aquí de lo que puede probar el objeto condenado por la naturaleza y por la ley a la satisfacción momentánea de los deseos del otro; no es, en este examen, que de lo que conviene a el que desea. Restableceremos la balanza. Sí, la restableceremos, lo debemos seguramente; estas mujeres quienes acabamos de controlar así cruelmente, debemos indiscutiblemente compensarlos, y es lo que va a formar la respuesta a la segunda cuestión que me propuse.
 
Si admitimos, como acabamos de hacerlo, que todas las mujeres deben ser sometidas a nuestros deseos, indudablemente podemos permitirles así mismo satisfacer ampliamente todos suyolos suyos; nuestras leyes deben favorecer sobreal este objetorespecto su temperamento de fuegoardiente, y es absurdo haber colocado yforzadamente su honor y su virtud en la fuerzaantinatural antinaturelle que ponen a resistirresistencia a las inclinaciones que recibieron con bien más dey mejor profusión que nosotros; esta injusticia de nuestras costumbres es tanto más más escandalosa cuanto que estamos de acuerdo a la vez a volverlos escasos a través de seducción y a castigarlos a continuación de lo que ceden a todos los esfuerzos que hicimos para causarlos acausarles la caída. Se graba toda la absurdidad de nuestras costumbres, este me parece, en esta no equitativa atrocidad, y esto sola exposición debería hacernos sentir la extrema necesidad que tenemos de cambiarlos por los los más puros. Digo pues que las mujeres, recibiendo inclinaciones bien más violentas que nosotros a los placeres de la lujuria, podrán allí suministrarse mientras lo querrán, absolutamente retiradas de todos los vínculos del hymen, de todos los falsos prejuicios del pudor, absolutamente vueltas en el estado de naturaleza; quiero que las leyes les permiten suministrarse a tantos hombres quienes bien les parecerá; quiero que el disfrute de todos los sexos y de todas las partes de su cuerpo les esté permitido como a los hombres; y, bajo la cláusula especial de suministrarse así mismo a todos los los que lo desearán, es necesario que tengan la libertad de gozar también de todos los aquéllos que creerán dignos de satisfacerlos.
 
¿Cuáles son, lo pidopregunto, ¿los peligros de esta licencia? ¿Niños que no tendrán no padres? ¡Eh! que importa en una República donde todos los individuos no deben tener a otra madre que la patria, ¿dónde todos los los que nacen son todos los niños de la patria? ¡Ah! cuánto lo gustará mejor los que, nunca no conociendo que ella, ¡sabrán a partir de naciendo que sólo ella que deben esperarlo todo! No se imaginan de hacer a buenos republicanos mientras aislarán en sus familias a los niños que sólo deben pertenecer a la República. Dando allí solamente a algunos individuos la dosis de afecto que deben distribuir sobre todos sus hermanos, adoptan inevitablemente los prejuicios a menudo peligrosos de estos individuos; sus opiniones, sus ideas se aíslan, se particularizan y todas las virtudes de un estadista les resultan absolutamente imposible. Abandonando por fin su todo corazón a los que los hicieron nacer, no encuentran ya en este corazón ningún afecto para la que debe hacerlos vivir, hacerlos conocer e ilustrarlos, ¡como si estos segundos beneficios no eran más importantes que los primeros! Si hay el mayor inconveniente a dejar niños chupar así en sus familias intereses a menudo bien diferentes de los de la patria, hay pues la mayor ventaja que separarlos; no lo están naturalmente por los medios que propongo, puesto que destruyendo absolutamente todos los vínculos del hymen, no nace más otras frutas de los placeres de la mujer que de los niños a los cuales el conocimiento de su padre está absolutamente prohibido, y con eso los medios ya de no pertenecer que a una misma familia, en vez de ser, así como lo deben, ¿solamente los niños de la patria?
 
Habrá pues casas destinadas al libertinage de las mujeres y, como las de los hombres, bajo la protección del Gobierno; allí, su se proporcionarán todos los individuos de los unos y el otro sexo que podrán desear, y más frecuentarán estas casas, más se les considerará. No hay nada de si bárbaro y de tan ridículo que de ligar el honor y la virtud de las mujeres a la resistencia que ponen a deseos que recibieron de la naturaleza y que recalientan sin cesar los que tienen la crueldad de echarlos la culpa. A partir de la edad más blanda [9], una muchacha retirada de los vínculos paternales, ya nada a conservar para el hymen (absolutamente que no suprime por los sabios leyes quienes deseo), sobre el prejuicio que conecta antes su sexo, podrá pues suministrarse a todo lo que le dictará su temperamento en las casas establecidas a este respecto; se recibirá con respeto, satisfecha con profusión y, de vuelta en la sociedad, habrá hablar también públicamente de los placeres que habrá probado que lo hace hoy de un baile o de un paseo. Sexo encantador, serán libres; gozarán como los hombres de todos los placeres cuya naturaleza les hace un deber; ustedes no obligarán sobre ningún. ¿La más divina parte de la humanidad debe pues recibir hierros del otro? ¡Ah! rompen -les, la naturaleza lo quiere; no tengan más otro freno que el de sus inclinaciones, otras leyes que sus solos deseos, de otra moral que la de la naturaleza; no languidecen más mucho tiempo en estos prejuicios crueles que criticaban sus encantos y cautivaban los impulsos divinos de sus corazones [10]; son libres como nosotros, y la carrera de los combates de Venus se les abre como nosotros; no temen más absurdidades reproches; se destruyen la pedantería y la superstición; no se les verá enrojecer más de sus encantadoras divergencias; coronadas con mirtos y con rosas, el aprecio que concebiremos ustedes no estará ya que debido a la mayor amplitud que les estarán permitidos darles.
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