Diferencia entre revisiones de «El Discreto/Realce IX»
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Estos tales nunca se sabe cuándo hablan de veras, y así los igualamos con los mentirosos, no dándoles crédito a los unos por recelo de mentira, y a los otros de burla. Nunca hablan en juicio, que es tanto como no tenerle, y más culpable, porque no usar de él por no querer, más es que por no poder, y así no se diferencian de los faltos sino en ser voluntarios, que es doblada monstruosidad. Obra en ellos la liviandad lo que en los otros el defecto; un mismo ejercicio tienen, que es entretener y hacer reír, unos de propósito, otros sin él.
Otro género hay aún más enfadoso por lo que tiene de perjudicial, y es de aquellos que en todo tiempo y con todos están de fisga.<ref>''fisga:'' «burla». (véase VII, nota 3).</ref> Aborrecibles monstruos, de quienes huyen todos más que del bruto de Esopo, que cortejaba a coces y lisonjeaba a bocados.<ref>El animal de Esopo (aunque en realidad es fábula de Babrio) es el asno, que dio origen al refrán: «el amor de los asnos entra a coces y a bocados».</ref> Entre fisga y gracia van glosando la conversación, y lo que ellos tienen por punto de galantería es un verdadero desprecio de lo que los otros dicen, y no sólo no es graciosidad, sino una aborrecible frialdad. Lo que ellos presumen gracia es un prodigioso enfado de los que tercian. Poco a poco se van empeñando hasta ser murmuradores cara a cara. Por decir una gracia os dirán un convicio,<ref>''convicio:'' «ofensa». (véase IV, nota 2).</ref> y éstos son de quien Cicerón abominaba, que por decir un dicho pierden un amigo o lo entibian; ganan fama de decidores y pierden el crédito de prudentes; pásase el gusto del chiste, y queda la pena del arrepentimiento: lloran por lo que hicieron reír.
Éste, con otros defectos infelices, nacen de poca sustancia y acompañan la liviandad. En hombres de gran puesto se censuran más y, aunque los hace en algún modo gratos al vulgo
Es connatural en algunos el donoso genio. Dotoles de esta gracia la naturaleza, y, si con la cordura se
Hay algunos que, aunque le pese a Minerva, afectan la graciosidad, y como en ellos es postiza, ocasiona antes enfado que gusto, y si consiguen el hacer reír, más es fisga de su frialdad que agrado de su donaire. Siempre la afectación fue enfadosa, pero en el gracejo, intolerable, porque sumamente enfada y, queriendo hacer reír, queda ella por ridícula; y si comúnmente viven desacreditados los graciosos, cuánto más los afectados, pues con su frialdad doblan el desprecio.
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