Diferencia entre revisiones de «Franceses, un esfuerzo más si quereis ser republicanos»

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'''Franceses, un esfuerzo más si quereis ser republicanos''', texto filosófico incluido en la obra teatral ''La filosofía del Tocador'', obra de Donatien-Alphonse François, Conde de Sade, conocido por sus firmas literarias, ''[[Marqués de Sade]]'' y ''Ciudadano Sade''. Publicado también como panfleto en Francia durante la Revolución de 1840.
 
* Traducción en curso del original francés. Dudas o quejas: [[Usuario:KillOrDie]]
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A vosotros, quienes teneis la guadaña en la mano: reciba el último golpe el árbol de la superstición; no os deis por satisfechos con podar las ramas; desarraigad totalmente una planta cuyos efectos son tan contagiosos; perfectamente podeis estar convencidos de que vuestro sistema de libertad e igualdad se opone demasiado abiertamente a los ministros de los altares de Cristo para llegar a ver a nunca uno sólo, o que lo adopte de buena fe o que no pretenda sacudirlo, si llegara a voler a tener alguna autoridad sobre las conciencias. ¿Cuál será el sacerdote que, comparando el estado a que se acaba de ver reducirdo con el del que gozaba antes, no haga todo lo que pueda por recuperarse, y recuperar las conciencias y la autoridad que ha perdido? ¡Y qué de seres limitados y pusillanimes volverán a ser pronto los esclavos de esta ambiciosa tonsura! ¿Por qué no se imagina que los inconvenientes que existieron pueden aún reaparecer? En la infancia de la iglesia cristiana, ¿los sacerdotes no eran lo mismo que son hoy? Ven dónde llegaban: ¿qué, con todo, los habías conducido allí? ¿No eran los medios que les proporcionaba la religión? Ahora, si bien vosotros no la defendeis en absoluto, esta religión y los que la predican, teniendo siempre los mismos medios, llegarán pronto al mismo objetivo.
 
Eliminad pues todo lo que pudiera un día vuestra obra destruir. Piensese que el fruto de vuestros trabajos no se reserva más que a vuestros nietos, es vuestro deber, es vuestra probidad, no dejarles ningunos de estos gérmenes peligrosos que podrían volverlos a sumergir en el caos del que tanto dolor nos ha costado salir. Ya nuestros prejuicios se disipan, ya el pueblo abjura las absurdidades católicas; ya suprimió los templos, aplastó los ídolos, se conviene que el matrimonio no es ya más que un acto civil; los confesionalesconfesionarios rotos sirven a losde hogares públicos; los pretendidos fieles, abandonando el banquete apostólico, dejan los dioses de harina a los ratones. Francés, no detienente nodetengas: la Europa entera, una mano ya sobre la venda que fajinaciega sus ojos, espera ustedesde vosotros el esfuerzo que debe arrancarloarrancarla de su frente. AceleranApresuraos: no dejanpierde en Roma la santa, agitándose en todos los sentidosmodos para reprimir suvuestra energía, ella tiempoocasión de conservarseconservar quizá aún a algunos prosélitos. AfecteSacudid sin consideración su cabeza orgullosaaltiva y que se estremeceestremecida, y que antes deen dos meses el árbol de la libertad, sombreandoensombreciendo las ruinas delde la cátedrasilla de San Pedro, cubra con el peso de sus ramosramas victoriososvictoriosas todos estos despreciables ídolos del cristianismo descaradamente elevadaserigidos sobre las cenizas delde Catonslos Catones y ellos Brutus.
 
Francés, te lo repito, Europa espera ustedes de entregarsevosotros la entrega a la vez del cetro y el botafumeiroincensario. PiensePiensese que lesos es imposible liberarloliberarla de la tiranía real sin hacerle romper al mismo tiempo los frenos de la superstición religiosa: demasiado íntimamente los vínculos delde unosla demasiadouna se unen ala la otrootra para que al dejar subsistir unouna delde las dos no vuelvanvuelvamos a caer pronto bajo el imperio de ella que habránhabiais descuidado disolver. No estádebe un republicano doblar ya ni a las rodillas de un ser imaginario ni dea loslas de un barato impostor que un republicano debe doblar; sus únicos dioses deben ser ahora el valor y la libertad. Roma desapareció en cuanto el cristianismo se predicó, y Francia seestá pierdeperdida si él se allí révèreconsigue aúnregresar.
 
Que se examinanexaminen atentamente los dogmas absurdos, los misterios espantosos, las ceremonias monstruosas, la moral imposible de esta que disgusta religión, y se verá si puede convenir a una República. ¿Creen de buena fe que me dejaría dominar por la opinión de un hombre quien acabaría de ver a los pies del imbécil sacerdote de Jesús? No, no, ¡ciertamente! Este hombre, siempre barato, tendrá siempre, por la bajeza de sus vistas, a las atrocidades antiguo del régimen; en cuanto pudo someterse a las estupideces de una religión tan plana que el que teníamos la locura de admitir, no puede ya ni dictarme leyes ni transmitirme luces; ya no lo veo más que como un esclavo de los prejuicios y de la superstición.
Fichas los ojos, para convencernos de esta verdad, sobre los pocos individuos que permanecen adjuntos al culto absurdo de nuestros padres; veremos si no son todos enemigos irreconciliables del sistema actual, veremos si no está en su número que se incluye enteramente esta casta, si precisamente despreciada, monárquicos y aristócratas. Que el esclavo de un tunante coronado doble, si lo quiere, a los pies de un ídolo de pasta, se hace tal objeto para su alma de lodo; ¡quién puede servir de los reyes debe adorar a dioses! Pero nosotros, Francés, pero nosotros, mis compatriotas, nosotros, ¿arrastrar aún humildemente bajo frenos tan despreciables? ¡más bien morir mil de veces que nosotros allí de controlar de nuevo! Puesto que creemos un culto necesario, imitemos el de los Romanos: las acciones, las pasiones, los héroes, he aquí cuáles eran los respetables objetos. Tales ídolos elevaban el alma, lo enervaban; hacían más: a quien lo respetó se le comunicaban las virtudes. El admirador de Minerva quería ser prudente. El valor estaba en el corazón de aquél que se veía a los pies de Marzo.