Diferencia entre revisiones de «El Discreto/Realce IV»

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Por este camino consiguió la inmortal reputación Luis XII, que siempre fueron galantes los franceses, digo, los nobles. Temíanle rey los que le injuriaron duque; mas él, transformando la venganza en bizarría, pudo asegurarlos con aquel más repetido que asaz apreciado dicho: «¡Eh!, que no venga el rey de Francia los agravios hechos al duque de Orliens».<ref>En ''El héroe'', primor IV, ya se recogía este dicho de Luis XII de Francia, anteriormente duque de Orleáns.</ref> Pero ¿qué mucho quepan estas bizarrías en un rey de hombres cuando campean en el de las fieras? Puede el león enseñar a muchos galantería, que las fieras se humanan cuando los hombres se enfierecen, y si degeneraron tal vez, fue (a ponderación de Marcial) por haberse maleado entre los hombres.<ref>Alude al epigrama de su paisano, el también bilbilitano, [[Marcial]](''Epigramas'', I, 18) cuyo tema es que la crueldad con la que no se condujo el león en la naturaleza, la muestra al contacto con los humanos en los espectáculos circenses romanos despedazando a sus contrarios.</ref>
 
Soy política también, y aun la gala de la mayor razón de Estado, que ésta y yo hicimos inmortal al rey don Juan el Segundo, el de Aragón, digo el día en que en aquel célebre teatro de su fama, Cataluña, trocó la más irritada venganza en la más inaudita clemencia: en viéndose vencedor del catalán, pasó a serlo de sí mismo. ¡Oh, nuevo y raro modo de entrar triunfando en tan cara Barcelona en carros de misericordia! Que fue entrada en los corazones, con vítores de padre español y desengaños del extranjero padrastro.<ref>Juan II de Aragón se mostró generoso al entrar en Barcelona y expulsar a su aliado francés, (''cfr. supra'', Realce III, nota 14),con lo que, veladamente, la alusión es un comentario al comportamiento que debería tener Felipe IV para con los catalanes en la similar situación provocada por la sublevación de Cataluña de 1640. Con ello Gracián defiende las posiciones políticas de su amigo y mecenas, el duque de Nochera, virrey de Aragón, (del que el jesuita fue confesor), más generosas con las reivindicaciones catalanas que el rigor represivo del conde-duque de Olivares.</ref>
 
No estimo tanto las victorias que consigo de la envidia, si bien mi mayor émula; solicítolas, pero no las blasono; nunca afecto vencimientos, porque nada afecto, y cuando los alcanza el merecimiento los disimula la ingenuidad.