Diferencia entre revisiones de «¡Ya!»
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Había quien pensaba en su hogar, quien echaba de menos a su mujer infiel y basta y a su prole chillona. Tan enloquecidos estaban todos por la imagen de la tierra ausente, que, a mi parecer, hubieran comido hierba con más entusiasmo que los animales.
Por fin, fue señalada una orilla, y vimos, al acercarnos, que era una tierra magnífica, deslumbradora. Parecía que las músicas de la vida se desprendiesen de ella en vago murmullo, y que en aquellas costas, ricas en verdor de toda especie, se exhalase hasta muchas leguas más allá el delicioso aroma de flores y frutas.
Pronto se tornaron todos felices, abdicando su mal humor cada cual. Todas las riñas se olvidaron, todas las ofensas recíprocas quedaron perdonadas, borráronse de la memoria los desafíos concertados y los rencores se desvanecieron como el humo.
Al despedirme de tan incomparable hermosura, sentíame abatido hasta la muerte; por eso cuando cada uno de mis compañeros dijo: ¡Por fin! Yo, sólo pude dar un grito: ¡Ya!
Era, pues, la tierra, la tierra con su ruido, sus pasiones, sus comodidades, sus fiestas; era una tierra magnífica, henchida de promesas, que nos enviaba un misterioso perfume de rosas y almizcle, y de donde las músicas de la vida llegaban hasta nosotros en aromoso murmullo.
{{El spleen de París}}
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