Diferencia entre revisiones de «¡Ya!»

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Había quien pensaba en su hogar, quien echaba de menos a su mujer infiel y basta y a su prole chillona. Tan enloquecidos estaban todos por la imagen de la tierra ausente, que, a mi parecer, hubieran comido hierba con más entusiasmo que los animales.
 
Por fin, fue señalada una orilla, y vimos, al acercarnos, que era una tierra magnífica, deslumbradora. Parecía que las músicas de la vida se desprendiesen de ella en vago murmullo, y que en aquellas costas, ricas en verdor de toda especie, se exhalase hasta muchas leguas más allá el delicioso aroma de flores y frutas.
 
Pronto se tornaron todos felices, abdicando su mal humor cada cual. Todas las riñas se olvidaron, todas las ofensas recíprocas quedaron perdonadas, borráronse de la memoria los desafíos concertados y los rencores se desvanecieron como el humo.
 
YoSólo soloyo estaba triste, inconcebiblemente triste. Semejante al sacerdote a quien arrancaran su divinidad, no podía yo, sin desconsoladora amargura, desprenderme de aquel mar tan monstruosamente seductor, de aquel mar tan infinitamente, variado en su espantosa sencillez, que parece contener en sí, y representar en sus juegos, en su porte, en sus cóleras y sonrisas, los humores, las agonías y los éxtasis de todas las almas que han vivido, viven y vivirán.
 
Al despedirme de tan incomparable hermosura, sentíame abatido hasta la muerte; por eso cuando cada uno de mis compañeros dijo: ¡Por fin! Yo, sólo pude dar un grito: ¡Ya!
 
Era, pues, la tierra, la tierra con su ruido, sus pasiones, sus comodidades, sus fiestas; era una tierra magnífica, henchida de promesas, que nos enviaba un misterioso perfume de rosas y almizcle, y de donde las músicas de la vida llegaban hasta nosotros en aromoso murmullo.
 
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