Diferencia entre revisiones de «El Discreto/Realce III»

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Línea 12:
En un carro y en un trono, fabricado éste de conchas de tortugas, arrastrado aquél de rémoras, iba caminando la Espera por los espaciosos campos del Tiempo al palacio de la Ocasión.
 
Procedía con majestuosa pausa, como tan hechura de la Madurez, sin jamás apresurarse ni apasionarse; recostada en dos cojines, que la presentó la Noche, sibilas<ref>''sibila:'' «mujer sabia a quien los antiguos atribuyeron espíritu profético.» (DRAE).</ref> mudas del mejor consejo en el mayor sosiego. Aspecto venerable, que lo hermosean más los muchos días; serena y espaciosa frente, con ensanches de sufrimiento; modestos ojos entre cristales de disimulación; la nariz grande, prudente desahogo de los arrebatamientos de la irascible y de las llamaradas de la concupiscible; pequeña boca con labios de vaso atesorador, que no permiten salir fuera el menor indicio del reconcentrado sentimiento porque no descubra cortedades del caudal; dilatado el pecho, donde se maduran y aun podrecen<ref>''podrecen:'' «pudren».</ref>
los secretos, que se malogran comúnmente por aborto; capaz estómago, hecho a grandes bocados y tragos de la fortuna, de tan grande buche, que todo lo digiere; sobre todo, un corazón de un mar, donde quepan las avenidas de pasiones y donde se contengan las más furiosas tempestades, sin dar bramidos, sin romper sus olas, sin arrojar espumas, sin traspasar ni un punto los límites de la razón. Al fin, toda ella de todas maneras grande: gran ser, gran fondo y gran capacidad.
 
Su vestir no era de gala, sino de decencia; más cumplido cuanto más ajustado, que lo aliñó el Decoro. Tiene por color propio suyo el de la Esperanza, y lo afecta en sus libreas, sin que haya jamás usado otro, y entre todos aborrece positivamente el rojo, por lo encendido de su cólera primero y de su empacho después. Ceñía sus sienes por vencedora y por reina (que quien supo disimular supo reinar) con una rama del moral prudente.<ref>El moral es el árbol prudente porque, como no florece hasta el verano, no se hiela.</ref>
 
Conducía la Prudencia el grave séquito. Casi todos eran hombres, y muy mucho algunas raras mujeres.<ref>entiéndase «y algunas excepcionales mujeres, que eran muy hombres.».</ref> Llevaban todos báculos por ancianos y peregrinos; otros se afirmaban en los cetros, cayados, bastones y aun tiaras, que los más eran gente de gobierno. Ocupaban el mejor puesto los italianos, no tanto por haber sido señores del mundo, cuanto porque lo superior ser. Muchos españoles, pocos franceses, algunos alemanes y polacos que a la admiración de no ir todos satisfizo la Política juiciosa con decir que aquella su detenida común pausa procede más de lo helado de su sangre que de lo detenido de su espíritu. Quedaba un grande espacio de vacío, que se decía haber sido de la prudentísima nación inglesa, pero que desde Enrico VIII acá faltaban al triunfo de la Cordura y de la Entereza.<ref>Enrique VIII, repudió a Catalina de Aragón y causó el cisma de la Iglesia Anglicana.</ref> Sobresalían por su novedad y por su traje los políticos chinas.
 
Iban muy cerca del triunfante carro algunos grandes hombres que los hizo famosos esta coronada prenda, y ahora, en llevarlos a su lado mostraba su estimación. Allí iba el tardador Fabio Máximo, que con su mucha espera desvaneció la gallardía del mejor cartaginés y restauró la gran república romana.<ref>Plutarco cuenta cómo Fabio Máximo supo llevar a cabo el acoso a los cartagineses con prudencia y mesura.</ref> A su lado campeaba el Bastón de los Franceses, consumiendo sus numerosas huestes con la detención y acabando con la vida y con la paciencia de Filipo.<ref>Pedro III el Grande, rey de Aragón (1239-1285), llamado también en ''El Criticón'', II, VIII «bastón de los franceses» porque luchó contra Felipe III el Atrevido de Francia, el cual invadió Cataluña y murió en el intento.</ref> El Gran Capitán, muy conocido por su empresa, que sacó en Barleta: aquélla que con grande ingenio enseñaba a tener juicio y le valió un reino, conquistado más con la cordura que con la braveza. Antes de él, el magnánimo aragonés, forjando a fuego lento de las cadenas de su prisión una corona. Iban muchos filósofos y sabios, catedráticos de ejemplo y maestros de experiencia.
 
Gobernaba el Tiempo la autorizada pompa, que el mismo ir tropezando con sus muletas era lo que mejor le salía. Cerraba la Sazón por retaguardia, ladeada del Consejo, del Pensar, de la Madurez y del Seso. Era esto una muy tarde, cuando vivamente les comenzó a tocar arma un furioso escuadrón de monstruos, que lo es todo extremo de pasión, el indiscreto Empeño, la Aceleración imprudente, la necia Facilidad y el vulgar Atropellamiento; la Inconsideración, la Prisa y el Ahogo, toda gente del vulgacho de la Imprudencia.