Diferencia entre revisiones de «El Discreto/Realce III»
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En un carro y en un trono, fabricado éste de conchas de tortugas, arrastrado aquél de rémoras, iba caminando la Espera por los espaciosos campos del Tiempo al palacio de la Ocasión.
Procedía con majestuosa pausa, como tan hechura de la Madurez, sin jamás apresurarse ni apasionarse; recostada en dos cojines que la presentó la Noche, sibilas mudas del mejor consejo en el mayor sosiego. Aspecto venerable, que lo hermosean más los muchos días; serena y espaciosa frente, con ensanches de sufrimiento, modestos ojos entre cristales de disimulación; la nariz grande, prudente desahogo de los arrebatamientos de la irascible y de las llamaradas de la concupiscible; pequeña boca con labios de vaso atesorador, que no permiten salir fuera el menor indicio del reconcentrado sentimiento porque no descubra cortedades del caudal; dilatado el pecho, donde se maduran y aun
Su vestir no era de gala, sino de decencia; más cumplido cuanto más ajustado, que lo aliñó el Decoro. Tiene por color propio suyo el de la Esperanza, y lo afecta en sus libreas, sin que haya jamás usado otro, y entre todos aborrece positivamente el rojo, por lo encendido de su cólera primero y de su empacho después. Ceñía sus sienes por vencedora y por reina, que quien supo disimular supo reinar, con una rama del moral prudente.
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