Diferencia entre revisiones de «El Discreto/Realce II»

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Línea 18:
Entre estos dos extremos de imprudencia se halla el seguro medio de cordura, y consiste en una audacia discreta, muy asistida de la dicha.
 
No hablo aquí de aquella natural superioridad que señalamos por singular realce al ''Héroe'',<ref>En ''El Héroe'', Primor XIV. Del natural imperio, se dice: "«Brilla en algunos un señorío innato, una secreta fuerza de imperio que se hace obedecer sin exterioridad de preceptos, sin arte de persuasión"» en Baltasar Gracián, ''El Héroe. Oráculo manual y arte de prudencia.''(ed. de Antonio Bernat Vistarini y Abraham Madroñal) Madrid, Castalia (col. Clásicos Castalia), 2003, pág. 131.</ref> sino de una cuerda intrepidez, contraria al deslucido encogimiento, fundada, o en la comprensión de las materias, o en la autoridad de los años, o en la calificación de las dignidades, que en fe de cualquiera de ellas puede uno hacer y decir con señorío.
 
Hasta las riquezas dan autoridad. Dora las más veces el oro las necias razones de sus dueños; comunica la plata su argentado sonido a las palabras, de modo que son aplaudidas las necedades de un rico, cuando las sentencias de un pobre no son escuchadas.
Línea 48:
Nácense algunos con un señorío universal en todo cuanto dicen y hacen, que parece que ya la naturaleza los hizo hermanos mayores de los otros; nacieron para superiores, si no por dignidad de oficio, de mérito. Infúndeseles en todo un espíritu señoril, aun en las acciones más comunes; todo lo vencen y sobrepujan. Hácense luego señores de los demás, cogiéndoles el corazón, que todo cabe en su gran capacidad, y aunque tal vez tendrán los otros más ventajosas prendas de ciencia, de nobleza y aun de entereza, con todo eso prevalece en éstos el señorío, que los constituye superiores, si no en el derecho, en la posesión.
 
Salen otros del torno de su barro, ya destinados para la servidumbre, de unos espíritus serviles, sin género de brío en el corazón, inclinados al ajeno gusto y ceder el propio a cuantos hay. Éstos no nacieron para sí, sino para otros, tanto, que alguno fue llamado «el de todos». Otros dan en lisonjeros, aduladores, burlescos, y peores empleos, si los hay. ¡Oh, cuántos hizo superiores la suerte en la dignidad, y la naturaleza esclavos en el caudal!
 
Este coronado realce, como es rey de los demás, lleva consigo gran séquito de prendas; síguele el despejo, la bizarría de acciones, la plausibilidad y ostentación, con otras muchas de este lucimiento. Quien las quisiere admirar todas juntas, hallaralashallarlas ha en el excelentísimo señor don Fernando de Borja,<ref>Fernando de Borja (1613-1665) fue virrey de Aragón</ref> hijo del benjamín de aquel gran Duqueduque santo;<ref>El «gran duque santo» es San Francisco de Borja (1510-1572), cuarto duque de Gandía y tercer general de los jesuitas. No fue canonizado hasta 1671, con lo que Gracián vaticina su santidad.</ref> heredado en los bienes de su diestra, digo, en su prudencia, en su entereza y en su cristiandad, que todas ellas le hicieron amado, no Virrey, sino padre en Aragón, venerado en Valencia, favorecido del grande de los Filipos en lo más, que es confiarle a su prudente, majestuosa y cristiana disciplina un Príncipe único, para que le enseñe a ser rey y a ser héroe, a ser fénix, émulo del celebrado Aquiles, en fe de su enseñanza.
 
Y aunque todos estos realces la veneran reina, atiende mucho esta gran prenda a que no la desluzcan algunos defectos que, como sabandijas, siguen de ordinario. La grandeza puede tal vez degenerar, por exceso, en afectación, en temeridad imprudente, en el aborrecible entretenimiento, vana satisfacción y otros tales, que todos son grandes padrastros de la discreción y de la cordura.